Luis Enrique Belmonte
AQUELLOS POETAS QUE ESCRIBÍAN
Dónde estarán aquellos poetas que escribían
con sus bucles sus mochilas sus risotadas
en los tabernáculos estudiantiles en las peroratas nocturnas
en mítines o removidas por un mundo mejor
y en sus bolsillos semillas y guijarros
servilletas pergeñadas o chapas de botellas
yendo de un lado a otro sin importar en cuál rellano
los fuese a dejar varados la noche.
Dónde estarán aquellos poetas que escribían
y gozaban un montón con su librito bajo el brazo
entre las dulces fibras de sus dulzainas
hablando y hablando bajo una farola que parpadea
sin dejar de componer sus famosas diatribas
con dos acordes de guitarra
y banderas sin fronteras que ondeaban hasta el amanecer
y empanadas frías y colillas recicladas
y el recorrido de vuelta a sus covachas
dónde estarán
aquellos poetas que escribían.
LA MARCHA DE LOS RADICALES LIBRES
Aconsejan
ejercicio físico
frutas rojas yerbas verdes
zinc selenio magnesio vitamina C
no carnes rojas no azúcar
no grasas saturadas
no trasnocho no estrés
para intentar revertir los estragos que deja
la marcha de los radicales libres.
Inestables y reactivos
de vida efímera y caótica
los radicales libres oxidan
lo que encuentran a su paso.
Dicen que su volátil presencia obedece
a la incesante búsqueda
de su electrón perdido:
todo radical libre
tiene un alelo extraviado
una parte de sí mismo
que se dio a la fuga
y por eso es que son impares y solitarios
y sus breves enlaces son extremadamente débiles
aunque marchen juntos
en una eterna cadena de robos fugaces.
Si bien es cierto que el tabaco el chorizo
la radiación solar el hierro la gasolina o el alcohol
aceleran la marcha de los radicales libres
tendríamos que decir también
que su marcha es incesante
desde los tiempos remotos ‒hace 3500 millones de años‒
en los que aparecieron los primeros seres
vegetales sobre la tierra.
La marcha de los radicales libres
deja huellas en todo lo que respira y se desgasta:
son la prueba corrosiva de la existencia de Dios
como una llave oxidada en la orilla de la playa
o el leño consumido por el fuego
o la piel arrugada de un tomate.
EL TIEMPO MUERTO DE LOS TRÁNSITOS
Bancos de plaza, salas de espera, paradas
obligatorias, andenes que se demoran
al compás de los bostezos.
No es una cabeza de ciervo colgada
sobre una chimenea, ni un feto conservado
en formol.
El tiempo muerto es un recinto blanco y frío
donde nos quedamos íngrimos, pelando una naranja
con las manos.
Acá no importan las penas, ni las glorias; somos corzas frágiles
mientras nos quedamos quietos
sobre el crispado espinazo
de una hidra de mil cabezas
que devora sellos, pasaportes,
permisos notariados.
El tiempo muerto es la antesala del traspaso.
Bostezo de centinela a mediodía, aspas de ventiladores
que rechinan bajo el techo, sopor de los membretes,
crujir de sillas metálicas, cuatro paredes
para un encierro involuntario.
El tiempo muerto de los tránsitos.