Juan Liscano
América
Dije, maíz. Generaciones de indios fueron rescatadas del olvido.
Dije, palma. Largas elaboraciones de tejidos, milienios de substancias fibrosas ataron el pasado con el el presente.
Dije, arcilla. Se mostraron las tinajas de hinchado vientre de mujer encintan, los platos y cazuelas como discos solares arrojados hacia el porvenir.
Dije, río. Fluyeron las aguas del diluvio. Fueron ahogadas las razas. Sobre las primeras tierras emergidas y chorreantes, cruzó un pájaro.
Dije, selva. Torrencial follaje, explosiones de verdor, vahos zumbantes, tibieza de matriz, El silencio sin rostro y con cuerpo de hormigas voraces, aullaba entre pieles de sierpes como vainas caídas de los árboles.
Dije, llanura. Giraron embudos de vientos negros. Se quebró una luz de cristal o de leño seco. Un espejismo de mercurio relucía en el horizonte.
Dije, luna. Brotaron fuentes e hilillos de leche, se abultaron humedades, proliferaron hongos, mohos, légamos y se escucharon grandes caídas de agua.
Dije, mujer. Un tallo de venas rotas echó una flor.
Dije, hombre. Se alzaron escudos y macanas, brillaron filos y puntas de hueso, flotaron los plumajes, pero en alguna parte del combate se abrió una mano como delta.
Dije, sol. Truena el verano, un ave deslumbrante e invisible pasa y sólo se mira su sombra. Muestra el cielo una faz roja y rugiente,
Dije entonces, Dios, comiéndome las palabras, con la lengua volteada hacia adentro y con los ojos vaciados.
El amor era un tigre en acecho.
La muerte se acercaba lentamente bajo una nave de árboles estrellados.
Las tribus anochecen
Casa del agua
La Noche se derrama, resbala, trae ríos,
corrientes de guijarros, linfas de savia y polen,
chapalcos de lenguas, ondulación de lomos.
La Noche carga tierras, carga flores y frutos,
carga estambres y pistilos, huele a semen, a umbría
se arraiga, da cosechas, se deshoja, retoña.
La Noche gruñe, vela, se relame, se estira,
despierta aves con mamas, hincha panzas de sapos,
suelta tinta, arma garras, se arrastra, pone huevos.
Vientre de hembra, vientre: la cara de la noche;
no tiene sino ombligo, no tiene sino muslos,
o tiene sino sexo la cara de la noche.
Sobre flotantes lianas y podridas maderas,
sobre isletas de pétalos, burbujas y semillas,
cruza la noche en flor del fértil equinoccio.
Flor de la Noche ubérrima, luna de cosecha,
luna florida y llena sobre acuáticas tierras
por las que se desliza, silbante, la Serpiente.
La Sierpe nadadora fría de luna y diente,
la Sierpe carnicera sucia de baba verde,
la Sierpe de maíz, de henequén, de cacao.
Cambia de rostro el cielo.
Cambia de sitio el viento.
Se voltea la tierra.
Muda de piel el agua.
La Flor cierra sus labios.
Casa del sol.
Por la boca del Sol la Sierpe asoma
se escurre por las tierras de lo alto
devora las tinieblas y la luna
barre de un coletazo las estrellas
que en bandadas de pájaros se quiebran
sube un rumor, un horizonte en alas
cielo de azules plumas tremulantes
lo que pía y trina todo pico
se irisan los penachos de la aurora
vibran los aires, echan chispas, arden
brotan plumajes verde-rojo-fuego,
plumajes de turquesa, crestas de oro,
crepita la mañana y en su incendio
se eleva la Serpiente Voladora.
De la Cueva del Alba sale el Padre,
Señor Dorado, Cazador Primero,
Dueño de las Altísimas Praderas,
El de Arriba, El Ardiente, El de Obsidiana,
El que Roba la Luna, El que Retoña,
El-que-le-saca-el-corazón-al-Agua,
El Emplumado, El Jefe de la Aurora,
Tiempla un arco de luz, dispara dardos
de pedernal, de cardos, de sequía
contra la Flor carnal de labios tibios
de aroma que trastorna, Flor mielera.
y entre las sombras desgarradas truena:
Varón de sed, de sol, Jaguar celeste,
Tapir de jade, Sierpe guacamaya.
Cambia de rostro el cielo.
Cambia de sitio el viento.
Se voltea la tierra.
Muda de piel la lumbre.
Los pájaros anidan.
Casa de los hombres
Hay tres lugares, tres, hay tres países:
el de la luz que vuela, el de las cumbres;
el del obscuro cielo de raíces
y el del maíz que brilla, el centro verde,
la tierra de los hombres,
Van y vienen los hombres.
Huyen del tigre, cazan el venado,
llaman al pez, amansan a los perros.
Van y vienen los hombres.
Piden pan de maíz y piden yuca,
piden ají, piden frijoles, comen.
Piden agua los hombres, piden lluvia.
Llueve sobre las tribus, llueve sobre las siembras.
Los ríos crecen, crecen las lagunas,
los tallos se empenachan, las ramas se constelan.
Los hombres tejen cestas, tejen mantas y esteras,
tejen, juntos, los días con las noches,
tejen las fibras de su vida doble,
manosean la arcilla, la componen,
cercan un firmamento, un pueblo inmóvil
que se llena, se rompe y no retoña,
labran el oro en que la Luz se aquieta,
la plata, roca fría de la Luna,
hacen brotar vegetaciones pétreas,
ciudades-flores, huertas minerales,
montañas donde el Sol viene a posarse
cuando humea y asciende hervor de sangre;
construyen fortalezas de aire petrificado,
puentes de mimbre, urbes suspendidas,
balsas: ligeros pétalos, calzadas:
quietos ríos de guijarros
que navegan los pueblos y rebaños.
Las montañas del Norte bañan en lumbre roja.
Retumban en Oriente las aguas del Diluvio,
se oye reptar la selva hacia las cumbres.
Barcas — islas solares— flotan en el Poniente.
Al Sur alza un Imperio, crestas de roquedales,
en que anidan los vientos y se esconde el relámpago.
Los hombres son del Sol o de la Luna,
de agua florida o llamas emplumadas.
Son águila o caimán, jaguar o mono.
Son de maíz los hombres, son de palma moriche
hombres cortezas, hombres vegetales,
grano de palma que brotó persona,
bajo la piel, rumor de los maizales.
Son de piedra los hombres, son hijos de la roca
o vástagos del agua de ondulante pupila
que silba entre los juncos
y alarga como brazos pestañas envolventes.
Son de nube los hombres, son de fuego,
bajaron por el hueco del relámpago
por largas cuerdas que mecía el viento
bajaron entre estrellas y cometas
a la tierra, al lugar de en medio, al centro verde.
Llevan nombres de fuente o de colina,
de árbol o de animal en que se cambian
de mineral, de aparición celeste.
Raigones, yacimientos afloran en su parla;
canteras y filones de palabras
que escarbaron los perros de la lluvia:
palabras recogidas al azar de la caza,
baya silvestre, cuerno, piedra del rayo;
palabras que estuvieron enterradas
milenios de silencio crudo y vivo
mezclando con rizomas, lombrices, larvas, podres,
los zumos y las savias
y que al ser arrancadas del silencio terrizo
sangraban en verdor nupcial, heridas.
Hablan los hombres, cantan, profetizan,
recuerdan a los dioses, los sostienen,
los ayudan a hablar sobre la tierra,
los ayudan a ser entre las plantas,
a volverse montaña, rio, selva,
a encarnar en la danta y el venado,
a esconderse en el grano y en el ojo.
Cantan, el viento suena en ellos, silba,
gotea y va llenando los cántaros del canto,
se desbordan los hombres, se derraman sus voces,
Flautas de hueso, pulso de atabales,
crepitación de palmas y sonajas,
los dioses aparecen, rojas rugientes faces,
los hombres bailan
empiezan a girar pequeños soles,
a girar flores, lunas, coronas de mazorcas,
rondas de colibríes y de frutas
se mecen las coronas de las palmas,
salta el jaguar, irrumpe un ciervo de follaje,
se hunde el cuchillo, hiere el dardo alado
brota la sangre de maíz, de lumbre,
el animal del fuego se agita, muerde el aire,
mueve la cola de contento, brilla,
los dioses rugen, truenan jubilosos,
los dioses de los puntos cardinales,
los dioses grandes, los menores dioses,
Dios Tierra, Dios Madera, Dios Agua, Sombra, Rayo,
ríen los dioses, ahítos, aplacados
porque reluce al sol o arde en la noche
el gran escudo vivo de la sangre,
el ala palpitante de la sangre,
la sangre derramada de los hombres.
Duermen los hombres,
pueden dormir despiertos
pueden irse dormidos por el mundo
pueden perder el alma
despiertos o dormidos, vivientes, sin el alma.
Entra la enfermedad de cara de langosta,
cuerpo de calabaza, cola de oso hormiguero,
el mal ciempiés, el mal escolopendra,
el cigarrón del mal entra en los hombres
cuando se ausenta el alma y no la encuentran.
Enmudecen, entonces, se asolan, se vacían,
la Muerte solitaria, es de uno para uno;
huye la enfermedad, termina el cuerpo,
aléjase el espíritu en la noche,
vaga por el país con cielos de raíces,
por el lugar de abajo, emprende el vuelo,
vuela, queda despierto para siempre.
Cambia de rostro el cielo.
Cambia de sitio el viento.
Se voltea la tierra.
Muda el alma de cuerpo.
Los hombres se deshacen.
Casa de la profecía
Sucio de sangre, sucio de espanto,
sucio de saliva, tembloroso montón de mugre y trapos sucios,
humeante amasijo de carne sudorosa,
ronco, gimiente, sordo,
masca yerbas, escupe, grita,
lame el suelo,
se desuella la voz, se araña la garganta,
pulmón de carne al vivo, vientre de estertores,
tiembla bajo látigos invisibles,
siente que le patean bestias ocultas,
gruñe, jadea, escarba el piso,
hasta que le sacude un rayo al ras del suelo,
hasta que le endurece un golpe de silencio.
Entonces se levanta. Rostro inmóvil,
rostro de resucitado,
rostro que ascendió por espacios de tinieblas
por abismos de hielo y de silencio
hasta la superficie de la vida,
rostro que emerge intacto, ajeno, incorruptible
con rasgos de metal,
vuelta hacia adentro la mirada muerta
y sin embargo viva con un reflejo duro,
carámbano de vidrio en la pupila fría.
De aquel rostro sellado sale un eco.
En la voz que resuena se agostan los maizales,
el aire pierde plumas, se eriza de espinares
sangra el corazón de los metales
se extiende sobre el Mundo una concha de sequía.
En la voz como si fuera algún espejo de sonidos
lloran las tribus;
salen del mar, de las orillas del Levante
hombres barbudos, hombres color de espuma
sácanse el fuego del cuerpo, sácanse el rayo,
anuncian nuevos tiempos, nuevo Dios
a su paso se apagan las hogueras votivas
se derrumban los templos
las ciudades floridas se marchitan.
En la voz revolotean auras avizoras.
Se desploma un pájaro solar herido.
En la voz pasa aullando un indio
vacilante, ebrio de chicha y de infortunio
bestia de humana pena que clama en el ocaso
y huye por los caminos de la sierra,
hasta que le derriba el peso de su grito,
hasta que rueda al fondo de su pena,
al fondo de la noche, del tiempo, del olvido.
Cambia de rostro el cielo.
Cambia de sitio el viento.
Se voltea la tierra.
Muda el maíz de dueño.
Las tribus anochecen.
Nuevo mundo Orinoco
En los ojos de espina del insomnio
se encienden calcinados soles rojos.
La sombra lude en cuerdas y poleas.
Salobres lenguas ásperas lamen carnes y párpados.
Trepan a los navios cabeceantes,
nocturnas cabelleras como pulpos.
El mar es todo filos y luciérnagas
Entre las nubes late un pulso de relámpagos.
Cada yacente piensa o vela un sueño,
se equivoca consigo, juega, miente,
recuerda el porvenir llena sus huecos,
se golpea de pronto contra el muro del tiempo.
Cada durmiente cava en el futuro nichos
y galerías y aberturas,
construye en la oquedad casas y reinos,
y algún país a imagen del país ignorado.
La rosa de los vientos gira y fulge
sobre las frondas de colgantes algas,
las islas como pájaros anfibios,
las flotantes comarcas de polen y sargazos.
Naufraga un cielo mientras otro asciende.
Las medusas se vuelven nebulosas;
constelación, los fósforos y peces;
hay barcos que navegan entre ramas y lunas.
Se ahogaron los trigales del estío,
las colinas de mayo y sus ganados,
las vides del otoño, los olivos,
¡son ya polvo de espuma las urbes del Levante!
Zozobraron los días llenos de ecos
y olores de la tierra aún asidos
por las uñas a paños y a maderas,
decayeron los panes, cambió de cuerpo el vino.
Emergieron del mar los nuevos días,
de ojo de pez, de escamas y de esponjas,
de asfixia, días espejados,
días a dentelladas, días de lento aceite.
De día en día como de ola
en ola enriqueció la soledad sirenas
fuéronse despojando los marinos,
clavó garfios la angustia, se puso la esperanza.
Bebieron sed salobre, los sudores
que mojaron sus lepras y sus fiebres,
se nutrieron con hambres cotidianas,
desecadas, roídas por las ratas del barco.
Y en esta noche última respiran
un aroma de yerbas y de surcos.
Verán amanecer la tierra nueva,
cuyos pesados párpados se abrirán entre brumas.
Isla de Gracia, orilla afortunada
donde un rio Solar forma su delta
y arroja contra el mar que le detiene
raudos montes de limo, collados de agua dulce.
Los tripulantes miran desde un sueño.
Silencioso clamor en la garganta.
les rebosa los ojos deslumbrados
y rompen a cantar con un rumor de olas.
Un régimen de vientos primitivos
funda entre los anillos de los trópicos
las colonias de vidrio del verano,
los fungosos y fértiles dominios del invierno.
El mar roe una frente de montañas,
lame un pecho de blandos arenales,
chupa las lenguas y la baba tibia
de los ríos que reptan con las bocas abiertas
Tierras recién nacidas de las aguas,
llanos de soledades y espejismos,
valles como una axila de verdores,
altiplanos de nieblas y de cristal de roca.
Páramos, cuencas, costas desgarradas,
duros lomos y conchas de montañas,
piel de llano, pelambre de la selva,
tumultos de animales, explosiones de plumas.
Perro que roe un hueso de sequía
o hambriento capricornio es el estío.
El invierno se esponja, rompe fuentes,
multiplica los brotes, cría cáncer de hongos.
La luz, en las tupidas selvas, fluye:
cual un espeso líquido zumbante;
azoga el horizonte en las sabanas;
juega cristales límpidos y hielos en la altura.
Pozo carnal del mediodía tórrido:
la siesta, con su luz de vellos húmedos.
La tarde estalla en oro. Sangra y quema
de un golpe sierras, urbes, continentes, galaxias.
Soledades fulgentes de las noches,
estrellado croar, flautas acuáticas,
en las crestas se yerguen silbos verdes
y hay bulbos que se abren como trompas voraces.
Y hay tallos que se doblan y marchitan
hacia el fragor de una raíz lentísima,
plantas del sueño con los ojos fijos,
yerbas de brillo y sombra, parásitas de muerte.
Noches de luna mueva, clausuradas,
subterráneos y sótanos del cielo;
todas las luces soterradas arden
como una sola llama de crujiente tiniebla
Se escuchan retumbar caídas de agua,
desgarrarse entre rocas sedas de aguas,
chapotear lenguas en el barro fofo,
fluir un lento lomo de aceites y de savias.
Corren ríos de fango y de semillas
ríos de insectos, ríos de luceros,
ríos de grasas, pétalos y zumos,
ríos como tumulto de bestias enceladas.
El trueno vegetal de aquellas aguas
hasta las costas del Levante ruedad
allí se vuelve herida de una boca,
cuello abierto, ramaje de venas de algún delta.
Se estrella y fulge el huevo de la sombra,
se derraman clarores, vibran bólidos,
y con el sol a cuestas desembarcan
los hombres de alta mar salidos de la aurora.