Gabriel Jiménez Emán
Durante los años 80 del siglo XX tuve la suerte de aproximarme a varios grupos de artistas plásticos en diversas ciudades venezolanas, hallando en ellos mucha riqueza plástica y estilos que caracterizaron las décadas finales del siglo: neo figuración, abstraccionismo, cinetismo, neorrealismo, surrealismo, cubismo, instalaciones, que lograron tejer un diálogo muy fructífero de expresiones y tendencias; éstas a su vez dialogaron con las letras, el cine, la música y la fotografía.
Entre tantos artistas, conocí en la ciudad de San Felipe, estado Yaracuy, a un singular creador, Jorge Muhlemann, con quien compartí fecundas conversaciones acerca del arte y la vida. Dueño de una personalidad apacible y sonriente, provenía Muhlemann de las cálidas tierras de Coro en el estado Falcón. Como otros tantos artistas o poetas, al conocer los vergeles yaracuyanos, quedó encantado con ellos. Asentado en San Felipe, se dirigió luego por una temporada a Caracas, a la Escuela Cristóbal Rojas donde culmina sus estudios de arte. Regresa a Yaracuy a poner en práctica sus conocimientos y a enseñar pintura en la Escuela de Artes Plásticas “Carmelo Fernández”, mientras se dedica a su arte tratando de conseguir un estilo propio: allí encontraría interlocutores entre artistas yaracuyanos como Hugo Álvarez, Edgar Giménez Peraza, Vladimir Puche, Wilkar Ríos y muchos otros; destacando como dibujante, grabador y diseñador gráfico, colaborando de manera permanente con diarios, revistas y editoriales donde realiza un notable trabajo con la voluntad de cooperar en diversos proyectos, mostrando siempre el gesto cordial y la actitud abierta.
Poco a poco, Muhlemann configura su propio estilo, se interna primero por los bosques del color, por transparencias, figuras humanas y animales que le van proporcionando motivos para su arte; así va logrando un universo estético sutil, muy delicado, donde advertimos seres translúcidos, damas etéreas ejecutando paseos por atmosferas siderales, jinetes recorriendo ocasos, caballos en pleno salto, figuras infantiles perdidas entre jardines floreados, cabalgatas entre nubes o guirnaldas: todo ello signado por un aire de fantasía donde nuestro artista se sitúa; sin duda un espacio poético, de ensoñación –que recuerda por momentos las creaciones de un Marc Chagall– e inunda nuestros sentidos con elementos propios del arte fantástico: ahí donde la imaginación gana terreno y decide ser ella misma, más allá de las convenciones de la razón o de los paisajes naturalistas, Muhlemann se decide por una búsqueda del símbolo, por otra parte incursiona en la abstracción pura y en los ensamblajes colorísticos, en las insinuaciones líricas para ir tejiendo así un estilo propio, muy alejado de los realismos recurrentes y de los fáciles calcos paisajísticos.
También le atrae a Muhlemann el oficio gráfico, el diálogo con lo literario. Y es así como lo vemos diseñando libros y revistas, realizando recreaciones impecables de poemas o narraciones, portadas de libros; con todo ello ha conseguido mostrar su trabajo constante dentro del contexto societario que le tocó vivir, tomando parte de actividades culturales, poéticas, musicales o cinemáticas, lográndolo con creces. A este efecto, recuerdo muy bien la colaboración que Muhlemann prestó a la obra de mi padre Elisio Jiménez Sierra, realizando portadas de libros suyos como Poemas del monje laico (1998) y Voces en el paisaje. Antología de la poesía yaracuyana realizada por Pedro Antonio Vásquez bajo mi curaduría, ambas obras editadas por el Ateneo de San Felipe, cuando éste se encontraba acertadamente dirigido por ls profesora Carmen Dudamell. Recuerdo asimismo los excelentes trabajos de Muhlemann para la revista Zonalterna (dir. Yoni Osorio) y facilitando sus obras para ilustrar portadas de libros de numerosos poetas yaracuyanos.
Revisando la trayectoria de Jorge Muhlemann, encontramos que durante su estadía en Caracas recibió lecciones académicas de grandes artistas venezolanos de la talla de Régulo Pérez, Jacobo Borges, Mateo Manaure, Luis Guevara Moreno, Alejandro Otero y Carlos Prada, entre otros, una verdadera constelación de maestros de primera magnitud, al comienzo de la década de los años setentas. A su regreso a San Felipe, expone en los espacios del Museo “Carmelo Fernández”, la Escuela de Artes Plásticas, el Centro Experimental de Talleres Artísticos, el Palacio de Gobierno y, en Valencia, en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Obtiene un Primer Premio en el Salón de Artes Visuales del Museo Carmelo Fernández y otro Primer lugar en el Salón de Esculturas de Gran Formato, con la obra “Árbol de Fuego” en 1977, escultura ubicada de manera permanente en la entrada de la avenida intercomunal del Municipio Independencia, estado Yaracuy.
Hasta 1998 Muhlemann se desempeña en diversos institutos de educación media y universitaria, en las cátedras de Historia del Arte, Dibujo y Educación Artística. En cuanto a trato personal y momentos compartidos, recuerdo siempre sus visitas al patio de mi casa materna en San Felipe, sus afables conversas y delicadeza en sus gestos, una inteligencia sensible de gran profundidad y una capacidad notable para comprender y respetar la opinión de los demás. Nunca estuvo pendiente de ser objeto de homenajes, sino más bien de proseguir en misu trabajo de artista, desarrollando sus líneas de investigación y perfeccionando sus técnicas en la búsqueda de un espacio lírico, sus perfectas transparencias y personajes, animales y figuras en solitario, o agrupadas en torno a un tema o símbolo, un animal, un árbol o una flor: todo ello configurado en movimientos lentos y personajes que parecen flotar en un espacio virgen, en un ámbito sagrado o intocado, de donde proviene precisamente la magia de su arte, y de donde parece emerger un gran silencio: el mismo que nos invita a la reflexión metafísica, a un goce estético cuyo mensaje es esencialmente lírico, pues no está interesado en confrontar ni violentar nada, ni llamar la atención sobre necesidades sociales inmediatas, sino invitar al espectador a una reflexión gozosa, de naturaleza cósmica.
En un cuadro que realizó para donarlo a su amiga Gleny Cariño titulado “Sueños de cristal”, uno de los más hermosos que realizó, Muhlemann representa a una mujer montada cabalgando un caballo que atraviesa un espacio celeste, color aguamarina o turquesa, y estos colores nos introducen en un universo intemporal, donde la figura femenina se entrega al éxtasis, mientras el caballo la conduce por una dulce nebulosa en pos de una suerte de embriaguez estelar. Esta obra maestra permanece en el tiempo de nuestro recuerdo, debido precisamente a su intensidad lírica, a una intemporalidad válida para cualquier época. Como ésta, muchas otras obras de Muhlemann permanecen en colecciones privadas y en museos como portadoras de una inmensa belleza, de esa perennidad que transmite el verdadero arte.
En este sentido, el recuerdo y el valor del trabajo de este insigne artista nuestro, fallecido en 2020, permanecerán siempre en la memoria de todos aquellos que percibieron su arte y apreciaron su personalidad afable; signos que nos permiten reconocer a un gran artista cuando éste decide plasmar en su hacer lo mejor de su voluntad creadora, y ofrecernos así una imaginación lírica de altos vuelos que le permitieron trascender en la historia del arte venezolano.