Por: Arnaldo Jiménez
Muchas veces el mar nos ofrece diferentes franjas en las que el azul se desplaza cubriendo esa vasta transparencia. De esta misma manera, la poeta Azul Urdaneta, desde su transparente alma, ha degradado los tonos de sus motivos que devinieron poemas en el hermoso poemario Halo y otros poemas (El taller Blanco, 2021), el cual he degustado con el mayor de los placeres, percatándome de que su alma es tan vasta como el mar.
En esta ocasión, Azul se supera a sí misma. No es lo erótico el principal tema de Halo…, como sí lo fue en sus anteriores entregas; ahora, el azul ha espesado en otros ámbitos de la cotidianidad, y enciende la música del fondo de la casa, despierta el polvo que han dejado los que se han ido, y convoca nombres que ya carecen de tiempo y son emisarios de Dios: “dónde está, dónde no están”. Lo erótico se ha dispersado, sus hilos físicos han mutado a vínculos más espirituales y les han otorgado a los cuerpos que se aman la sabiduría que acarrea la convivencia.
Y esa sola palabra: Halo, encierra tanto en su circunferencia. El tiempo cíclico que hace retornar recuerdos y expectativas, la lucha de las plantas y animales por permanecer sobre tierra fértil y ser más de lo que son, el seno con su aureola materna y amorosa cuyas sustancias sostienen el hogar, la señal que en el cielo surgió como un nuevo acuerdo entre la divinidad y el ser humano, en la que el primero les dice al hombre, así como el seno perfecto de lo femenino deben ser, ese consuelo que nos asombró porque cayó justo sobre los encierros a los que nos obligó el mortal y cruel virus; por último, el halo del sol que como un ojo del cielo permite que la mirada del hermano de la poeta se cuele hacia la tierra y extienda su mano de compañía.
En Halo y otros poemas, afirmo, existe una gran madurez literaria, los poemas nos ofrecen giros inesperados, guiños que nos invitan a ser cómplices de esas otras intimidades en las que Azul deja las vetas de su presencia, ese vaivén femenino en las que se es esposa, madre, hija, hermana, poeta, actriz; preguntándole a la poesía si “puede el precio y el valor de cada cosa/ ser más importante ocupar más espacio en la casa/ que una metáfora simple y su sonido…” (Del poema Devastado, p.38). Y un lector ávido de buena poesía, no puede dejar de demorarse y volver a la casi perfección en cuanto a confección y sentido de los poemas –quizás la misma perfección que tiene el halo-, entre los cuales resalto: Festivo, esa comunión en el dolor por el animal que ha sido desangrado; esa inutilidad de la inocencia para evitar la muerte, y la del día festivo para allanar la herida que a ella le queda en el mismo costado; y sentimos ese eco lejano del desmembramiento divino, que se repite en cada ser sufriente: “Sácale las tripas al toro/déjalo colgado desangrarse lentamente/nadie lo mandó a creer en ti/en quien sujeta el puñal de lejos/las mujeres sentadas observan la faena/y el agua roja llega a los crisantemos/y aun así miramos el cielo/luego bajar la montaña/luego las aves de rapiña/tragando duro en la costilla/no bastará el próximo día festivo/para el encuentro/échame la sal aquí en la herida abierta/y ya y ya ni una palabra escrita/ni una dicha. (Festivo, p. 11).
En el mismo orden de ideas, señalo a Black Out, heredado de su filiación al teatro, pero con un escenario que se prolonga al poema (por obra y gracia del poder de la palabra anudada a la realidad) y hacia el hogar, un hogar sin embargo abierto, roto en las paredes que lo limitan, y la mirada de la actriz-espectadora, penetra más allá de la apariencia de los actos y nos trae una obra en la que el encierro por miedo a morir juega un papel fundamental, así nos representa a todos los que vivimos el mismo confinamiento y en el transcurso perdimos seres amados: Y como en el teatro/a los ojos del espectador solo hay oscuridad/adentro un hombre transita en sus pasos contados/los objetos cambian de lugar como las nubes de forma/quien estaba vivo muere o desaparece/loa música de fondo no hace más que acompañar/al viento, al humo/y la falta de esperanza/no es ni siquiera una madre con su hijo ciego en brazos/ese ese telón que no cae/ ese aplauso que no llega. (Black out, p.33).
Sería muy largo de comentar otros poemas que tienen el halo de perfección, incluyendo el último de los poemas que le da título y valor al poemario: Halo; el lector haría bien con entrar al libro y buscar los de sus propios gustos y según las expectativas de su alma. Ya he dicho que todo el poemario es un exquisito plato de buena cocina poética en manos de su chef: Azul Urdaneta; pero no puedo terminar esta breve reseña sin aludir a ese juego de extraña confección que poseen muchos poemas; un juego de correspondencias y también de desencuentros entre el título y el contenido de los mismos. La poeta-mujer, madre y esposa, toma de lo cotidiano aquellos instantes que han sido marcados por un objeto o un dulce o un licor: ron con limón, mojito, pie de limón, chimeneau, cointreau, té, tarta de manzana, entre otros. Lo interesante radica en que los poemas no tienen la poca importancia que a veces le damos a esos objetos y comidas y jugos; dentro, uno capta lo esencial del momento y su relación con el título resalta y los transforma en objetos poéticos, les da esa dignidad que, paradójicamente, siempre tienen y pocos ven. Sirva a modo de ejemplo la siguiente joya: Pie (se lee pai) de limón: Tú eres todo lo dulce que llegó/eso blanco levantado parecido a las nubes/no es el libro que no leíste y sus medidas precisas/es tu mano dando forma propicia/a cada imprevisto de la vida/tu brazo girando y esto ácido de mí/estas espinas de cubrirme/las partes blandas del corazón. (Pie de limón, p.15).
En fin, tenemos un poemario en el que su autora ha desplegado todos los matices del amor y, aun así, nos muestra la inconformidad de no atinar a decir lo que siempre queda como resto invisible para ser alcanzado en otro esfuerzo literario: …yo solo quisiera hablar solo de amor pero no puedo.