literatura venezolana

de hoy y de siempre

Dos crónicas de Efraín Subero

Jun 21, 2025

La Asunción es la vida de los primeros siglos

Una fecha en Madrid -18 de marzo- indica el más lejano origen de La Asunción, una ciudad que andando el tiempo vendría a ser en un remoto azul de Venezuela.

Ese día el Rey de España concede al Licenciado Marcelo Villalobos “licencia y facultad para que vos (…) podáis ir o enviar a poblar o pobléis la Isla de Margarita de cristianos, españoles e indios”.

Pero Marcelo Villalobos se quedó en el camino el 25 de julio de 1526 y el Rey escribe entonces a sus hijos y herederos por si “vosotros quisiédeses cumplir lo que el dicho vuestro padre era tenido y obligado a hacer”. Y añade su Majestad: “Luego que esta nuestra cédula vos fuere mostrada, responded en las espaldas de ella si queréis gozar la dicha capitulación y continuar la obligación del dicho vuestro padre acerca de ello”.

Con la espalda escrita regresó el documento a las manos reales. Doña Isabel Manrique, viuda de Villalobos, pide que lo confirme a su hija Doña Aldonza. El Rey lo hace (Valladolid, 4 de junio de 1527) “habido consideración a los servicios que el dicho vuestro padre nos hizo”.

Un año más. Doña Isabel y Doña Aldonza abandonan el mar para vivir por largos años a un costado del mar.
Así comienza la peripecia fundacional en Margarita. Las dos damas reciben tratamiento exquisito. No hay flechas venenosas. Ni emboscadas. Ni sangre. Los nativos insulares que primero fueron guaiqueríes, después mestizos y por fin margariteños, vienen izando desde entonces -amistoso velamen- los brazos fraternales.

Margarita sería la isla del sosiego. Lo testimonia el cronista Juan de Castellanos:

Y es así que los hombres conocidos
que por la tierra firme conquistaban,
de sustentar las armas afligidos
aquí por gran regalo se pasaban.
Y de trabajos grandes recibidos
por algunos espacios descansaban,
adonde los enfermos y los sanos
dormían sin las armas en las manos.
Faltaban los barruntos y sospechas
de las adversidades de fortuna.
No se temían acechanzas hechas.
Hambre ni sed a todos importuna.
Menos temían tiros de las flechas
al tiempo que se pone ya la luna,
sino que todos reposaban faltos
de pesadumbres y de sobresaltos.
Pasaban, pues, la vida dulcemente
todos estos soldados y vecinos.
Allí con el frescor del manso viento
daba cien mil contentos un contento.

La Asunción obtiene su título de ciudad y simultáneamente su escudo de armas por acuerdo de Felipe III (1578-1621), el 27 de noviembre de 1600.

Ese año de 1600 se inició la construcción del Castillo de Santa Rosa. Y por esos mismos años la Iglesia Matriz que existía ya en 1628. La Asunción siempre ha sido una ciudad titular que nunca ha desmerecido de su título.

Por eso el tratamiento dado a La Asunción, tanto en los documentos oficiales como en el más informal coloquio lugareño, será el de La Ciudad. Puede llegar a omitirse el nombre propio. Si Ud. menciona a La Ciudad, todo el mundo sabrá que habla de La Asunción. Porque Margarita no tiene ninguna otra ciudad.

En los comienzos del siglo XVII el nombre de La Asunción se sustituye en el léxico popular por el apelativo antonomástico. En 1608 los vecinos del Valle del Espíritu Santo “son tan pobres que no tienen vestidos con que venir a la ciudad”.

1608 es un año de dura sequía. Empalidece el tosco verde del maizal. Huyen hacia el húmedo envés de la montaña las aves familiares que hacían musicable la palabra paz. Entonces deciden sacar a la Virgen del Valle en procesión y conducirla a donde tenía que ser: a La Ciudad.

“El cielo y el tiempo muy claro y sereno y sin muestra ninguna de aguacero”; pero apenas llegando junto a la muralla de La Ciudad, “llovió copiosamente casi todo aquél día y la noche siguiente con mucho beneficio de las sementeras que patente y claramente se vio ser cosa sobrenatural y milagrosa”.

La vida de La Asunción seguiría transcurriendo aparentemente sin transcurrir. Como su río. Como si no pasara nada. Como si no viviera nada. Como si nunca hubiera pasado nada.

El encanto fue roto durante el mes de julio de 1561. Desembarca por el puerto de Paraguachí, que desde entonces llevaría su nombre, el Tirano Aguirre. Don Juan Sarmiento de Villandrando, esposo de Doña Marcela, hija de Doña Aldonza, es el Gobernador.

Aguirre fue en principio cortesía y hasta desamparo. Informa que su gente carece de agua y bastimento. Ofrece pagar o permutar por joyas la ayuda que se le dispense. Pero no es necesario. Ya era Margarita con el recién llegado confiada y pródiga.

El propio Gobernador, acompañado de los Alcaldes, recibe desprevenidamente a Lope de Aguirre y sus acompañantes. Y de pronto una seña imperceptible. Salen de todas partes marañones. Y el Gobernador se ve de pronto sin gobierno, en el anca del caballo de Lope, maniatado y burlado.

Lo matan a garrote. Aguirre asesina dominicos y franciscanos. Entre éstos a su confesor que varonilmente lo conmina. Y a Fray Andrés de Valdés, “cargado de vejez y largos años”. Y hasta a la hermosa Ana de Rojas quien muere arrodillada sin el perdón que implora, culpada de ocultar a un marañón a quien cansó la sangre.

Otro que desertó fue el poeta Gonzalo de Zúñiga quien recogió en un histórico romance la sangrienta estada de Aguirre en Margarita que se prolongaría hasta el 21 de septiembre:

ROMANCE A LOPE DE AGUIRRE
Riberas del Marañón
do gran mal se ha conjelado,
se levantó un viscaíno
muy peor que andaluzado.
La muerte de muchos buenos
el gran traidor ha causado,
usando de muchas mañas,
cautelas, como malvado;
matando a Pedro de Ursúa
gobernador del Dorado
y a su teniente Don Juan
que de Vargas es llamado.
I después a Don Fernando,
su Príncipe, ya jurado,
con más de cien caballeros
y toda la flor del campo,
matándolos a garrote,
sin poder nadie evitarlo.
Hasta un clérigo de misa
las entrañas le ha sacado,
y la linda Doña Inés,
que a Policasta ha imitado;
dió muerte a un Comendador
de Rodas, viejo y honrado,

porque le ordenó la muerte
por servir al Rey su amo.
Llegado a La Margarita,
do fue bien agasajado,
con su dañada intención
a todos los ha engañado.
No queda hombre ni mujer
que mal no fuese tratado
deste crüel matador,
que de Aguirre era nombrado.
Pasados algunos días,
a gran mal determinado,
mató a todas las justicias
y a Don Juan de Villandrando,
con muchos de los vecinos
más principales y honrados.
I como perro rabioso
quedó tan encarnizado,
que de sus propios amigos
a más de veinte ha matado,
y entrellos los más queridos,
fasta su Maestre de Campo.
I también mató mujeres,
y a frailes no ha perdonado,
porque ha fecho juramento
de no perdonar prelado
pues mató a su confesor,
habiéndolo confesado,
de garrote por la boca,
por ser más martirizado.
A nadie da confesión,
porque no lo ha acostumbrado,
y así se tiene por cierto
ser el tal endemoniado.
(Isla de Margarita – 1561)

***

Veredicto: ¡Desierto!

1

¿Crisis en la poesía venezolana?

Nos encontramos en la Librería «Suma», Pedro Beroes, Jesús Sanoja Hernández y yo. Lunes 21 de julio. 12 y 30 p.m. Nos reunimos para dictaminar sobre el Concurso Unico de Poesía «Cruz Salmerón Acosta» convocado por la Corporación de Turismo de Venezuela, la Dirección de Cultura del Estado Sucre y la Empresa Nacional de Salinas (ENSAL). Libros inéditos, identificados con seudónimos. Recompensa: treinta mil bolívares. Concurren treinta y tres libros.

Ninguno de los tres aunque ustedes no lo crean- conocemos los vericuetos de Sabana Grande. No pertenecemos a la bohemia literaria. Y cuando caminamos, apartando sillas, por el reciente boulevard, no sabemos dónde ir para conversar, por lo menos en relativa calma.

Sanoja ve ahí en frente un restorán, y apenas se asoma, retrocede. Yo veo algunas puertas, decididos como estamos a buscar calles transversales, sin reparar en la apagada iluminación multicolor. ¡Centros nocturnos!

Por fin nos refugiamos, víctimas de la guerra que se libra a diario en estas ciudades naciones, en un modesto restorán árabe.

Un whisky excepcional para don Pedro y dos cervezas de sedientos para nosotros. Y comenzamos a conversar.

2
Para que ustedes vean, nos detuvimos en varios nombres importantes de la Literatura Venezolana, éspecialmente en Gallegos. Era que habíamos visto en la Librería «Suma» una edición comercial de mi libro: Gallegos. Materiales para el estudio de su vida y de su obra que ni siquiera autoricé («Cosas veredes, amigo Sancho, que harán llorar las piedras»).

Por dos horas o más, hablamos con agrado de muchas cosas. Jamás disentimos sobre el otorgamiento del premio porque infortunadamente no había nada que discutir.

Me preguntó Jesús:

-¿Qué hay?

-¡Nada!

Dijo Don Pedro Beroes mostrando pausadamente unos originales:

-Es lo mejorcito que vi; pero no para un premio de esta categoría.

Entonces propuse recomendar a CORPORTURISMO que destinara los treinta mil bolívares para obras sociales y culturales en el pueblo de Manicuare, donde murió de fea muerte lastimosa Cruz Salmerón Acosta, y fue aceptado.

Nos dolimos de la incultura, de la irresponsabilidad, del escaso profesionalismo, de la burda técnica, del pobre vocabulario, de la improvisación de esta poesía sin trascendencia, sin nada. Y firmamos el veredicto a conciencia, con una gran tranquilidad.

Por una de esas travesuras margariteñas, les digo, a sabiendas de su ideología:

-Menos mal que yo tengo detrás de mí a la Virgen del Valle y al Santísimo Cristo del Buen, Viaje de Pampatar, para que me neutralicen las maldiciones.

Pedro y Jesús me miraron, así como sorprendidos. Pero no pronunciaron ni una sola palabra. ¡Créanmelo!
Y cada quien, muy, pero muy lentamente, hizo su propio sorbo.

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