literatura venezolana

de hoy y de siempre

«Andén lejano», de Oswaldo Trejo

Por: Víctor Bravo

Andén lejano (1968) es una de las novelas «experimentales» más importantes de la literatura venezolana. La novela narra la experiencia de la ausencia de la madre que produce la escisión del ser: el «Ecce Homo del ir» que, con dura conciencia de que la madre ha muerto, vive esencialmente el desgarramiento de la pérdida; y el «Ecce Homo del esperar» que intuye el regreso de la madre. El prodigio de la novela es trasladar esa escisión a la estructura misma del texto, desplegándose, en reminiscencia mallarmeana, en frases diseminadas en el blanco de la página, haciendo del relato un juego de indeterminaciones.

Con Andén lejano, Oswaldo Trejo (1924-1996) abre un nuevo camino en su narrativa, la del experimentalismo, que como propuesta estética llegará a los límites mismos del sinsentido y de la imposibilidad del relato, y que si bien puede encontrar parentescos con los caligramas de Apollinaire y con propuestas latinoamericanas y europeas (los concretistas brasileños, la narrativa de Severo Sarduy o Julián Ríos, etc.), la hace un centro de confluencias, una de las síntesis de las búsquedas y hallazgos de la novela de las últimas décadas, que va mucho más allá de la etiqueta de lo experimental y cristaliza como una inusitada reflexión sobre los límites de la escritura y el tramado significante del deseo. La escisión del personaje (Ecce Homo del ir/Ecce Homo del esperar) que se articula con la ausencia/presencia de la madre, es la expresión de una narrativa que renuncia a remitir a un referente sólo para convertirlo en la textura misma de la composición. El drama del deseo no es referido en Andén lejano: es la huella misma de la escritura, su resplandor, su límite y su abismo.

La novela, considerada la obra maestra del escritor, parte de una experiencia personal traumática; la muerte de la madre en Nueva York, donde había llegado para someterse a una operación quirúrgica, muriendo antes de que ésta fuese posible. El hijo no estuvo en la hora del deceso, y sólo la vería «maquillada para la muerte». Esta experiencia dibuja la escisión que planteará la novela: el hijo que sabe que su madre ha muerto; y el hijo, ausente en el momento de la muerte de la madre, que espera su regreso (indicándose en el relato lo que parece ser una respuesta psicológica: cuando muere alguien querido y no estamos presentes en el momento de su muerte, sobrevive en nuestro interior la intuición de su regreso). El prodigio de la novela se alcanza al presentar una historia cercada por la indeterminación de blancos de páginas, fragmentos, tachaduras, y una estructura que se muestra explícitamente al lector para que éste rearticule desde allí el sentido. Las cartas fragmentarias de la madre ausente exponen en sus «blancos», el sentido de la muerte; y en sus fragmentos, la posibilidad de regreso.

La novela se inicia con una introducción que establece la tensión entre los dos Ecce Homo, desde el interior de una habitación y en una mesa ovalada, donde se proponen los juegos de desplazamientos pronominales: el yo, el tú y el él. La segunda parte («el ir contigo») ocupa casi toda la novela y despliega la tensión entre los dos Ecce Homo. La cartas de la madre (fragmentos dispuestos en el blanco de la página, como si fuesen poemas caligramáticos a lo Apollinaire) se reiteran, para indicar la tachadura, el balbuceo, la paradoja del morir/regresar; la tercera parte, suerte de epílogo, mantiene la lucidez de la paradoja: lo profundamente amado, arrebatado por la muerte, se va, pero siempre regresa.

Sobre el autor

*Reseña publicada originalmente en: Centro Virtual Cervantes

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