literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de José Ramón Yepes

La media noche a la claridad de la luna

Opacos horizontes
y rumor de airecillos y cantares,
y sombras en los montes,
y soledad dulcísima
en la tierra infeliz de los palmares;
y allá lejos la luna que se encumbra
y un cielo azul de porcelana alumbra.

Y en el lago sin brumas
la onda medio caliente entumecida,
coronada de espumas,
soñando melancólica:
y como tregua o sueño de la vida
en el hogar del hombre, y como inerte
la creación, y el sueño como muerte.

La gran naturaleza
o vacila o se asombra, y muda y grave,
pálida de tristeza,
ve sus astros inmóviles…
suspensión de la vida, que no sabe,
maravillada el alma, si le asusta,
o le place por quieta o por augusta.

Tal es, sobre su coche,
que silencioso por el orbe rueda,
la extraña media noche
de las regiones indicas,
así, al tañer de las campanas queda,
su voz oyendo por el aire vago,
la ciudad de las palmas en el lago.
Aquí empieza el imperio
de esas visiones sin color ni nombre
que en inmortal misterio
guardan las noches tórridas;
aquí no alcanza a comprender el hombre
la cifra o la razón de cuanto mira,
o si despierto está, sueña o delira.

Tanta trémula estrella
que de rubíes el espacio alfombra,
tanta roja centella
que con la luna pálida
penetra y brilla en la nocturna sombra,
causa son de terror, causa de duelo
si ya la medianoche sube al cielo.

¿Quién sabe por qué crece
entonces el penacho de esa palma,
y el viento le remece
y la despierta súbito,
y a su voz el concierto y dulce calma,
de la noche se rompe, cual si fuera
hablando una palmera a otra palmera?

¿Quién sabe por qué luego
se vuelven las conchuelas con la luna
margaritas de fuego
y cuando boga rápido,
sonriendo de su espléndida fortuna,
nauta feliz que ansía por cogerlas,
ni conchas halla ni radiantes perlas?

¿Quién sabe, quién alcanza
por qué se cierne la nocturna nube
con monstruosa semblanza,
y envuelta en sombra tétrica
desciende al llano, a la colina sube
para mostrar después como un tesoro,
el plateado cendal con fimbria de oro?
¡Mentira!, bajo el peso
de tanta maravilla, grita el mundo.
acaso será eso…
pueda que los fantásticos
prestigios de la luz, tras el profundo
rumor que alzan los vientos que campean,
finjan visiones y mentiras sean;

pero algo está escondido
que bulle y vive y lúgubre se extiende
al solemne tañido
de ese cristiano símbolo.
Algún prodigio el hombre no comprende
en esas altas horas: algo existe
de indefinible, pavoroso y triste.

No es que la noche ayude
los genios a salir de sus recintos;
no la mar se sacude,
ni murmuran los céfiros,
ni del santuario los dorados plintos
caen sonando, ni la sombra pasa,
ni el trueno zumba, ni la luz abrasa.

Mas, con todo, a tal hora
brota, se desvanece, canta, gime,
brilla, se descolora,
azota el aire trémulo,
empaña el éter, la materia oprime,
una sombra, una luz, un ser, ¡quién sabe!,
que baña el orbe y que en la chispa cabe.

Entre el hombre que piensa
y los astros que alumbran se descorre
como una cosa inmensa,
impalpable, magnífica,
y cuando la parduzca y vieja torre
su postrimera campanada vibra,
de eso como infinito ¿quién se libra?
Salve augusto misterio
que encierras tan hondísimos arcanos;
en tu silente imperio
de sonido insólito,
y de pálidas luces, y de vanos,
pavorosos fantasmas, todo es triste
y se transforma todo cuanto existe.

Más la razón del hombre,
al impulso inmortal del sentimiento
instintivo y sin nombre,
penetrará recóndito,
o explicarse querrá con noble aliento,
ese mundo invisible que reposa
oculto entre la noche silenciosa.

Soledad de desierto
y rumor de airecillo en los fragantes
limonares del huerto;
y en azul vivísimo
rubias estrellas, fuego vacilante,
y claridad de luna que se encumbra
y hasta el sombrío limonar alumbra.

Tal es, sobre su coche
que silencioso sobre el orbe rueda,
la extraña media noche
de las regiones indicas;
así, al tañer de las campanas queda,
su voz oyendo por el are vago,
la ciudad de las palmas en el lago.

 

La ramilletera

Ramilletera de estos alcores,
Siempre vendiendo llenos de cintas,
De cintas verdes, ramos de flores;
Si ya vendiendo
Te siguen siempre los ruiseñores,
No es por las flores de gayas pintas,
Sí por el seno do van las cintas.

Del huertecillo de los manzanos
Dicen que quieres, ramilletera,
Los olorosos lirios enanos,
¿Por qué los quieres,
Cuando no hay lirios como tus manos?
No por la fama, que es volandera,
Sí por ser linda, ramilletera!

Tiene tal magia tus ojos pardos,
Que el Dios con venda sobre los ojos,
Entre verbenas, mirtos y nardos
Guardó su venda,
Rompió la aljaba, rompió los dardos,
Queriendo sólo que en sus enojos
Sirvan los dardos que hay en tus ojos.

Como andas siempre por los rosales,
Y esa s tus trenzas son hebras de oro,
Dicen no hay otas trenzas iguales,
Porque en tus trenzas,
A los suspiros primaverales,
Van ocultando como un tesoro
Las mariposas su polvo de oro.

Según repiten las zagalejas
Por las encinas de boca en boca,
Mientras dormías so las añejas
Altas encinas,
Posó en tus labios tropel de abejas,
Y al despertarte la turba loca
Panal de Hibla llamó tu boca.

¿Qué más? El día que las junqueras,
Cogiendo flores, quedó tu talle
Preso entre juncos y enredaderas
Llenas de flores,
Se dijo a gritos en las praderas,
Que entre los juncos del hondo valle
No hay junco verde como tu talle.

No, pués, te engrías, dulce paloma,
Vendiendo incauta tus ramilletes.
Es que no hay flores con tanto aroma,
Como la incauta,
Que baja al valle, sube a la loma,
Dejando toquen sus brazaletes,
Mientras le compran sus ramilletes.

Himno epitalámico

No en esa estancia penetréis divina:
Sobre el ara de aromas,
Pálida de pasión, llevó Ericina
Sus risueñas palomas.

¡Atrás! ¿No veis que hasta el dorado plinto
Cae el flotante velo?
La diosa ha descendido a ese recinto
En un rayo del cielo.

Velad tanto esplendor, oculte Apolo
La luz de sus mañanas:
Que a la estancia nupcial penetren sólo
Las flores por galanas.

La madre del amor desciñe estrecho
El ceñidor de oro.
Roja la boca y palpitante el pecho
Del oculto tesoro

Suelte temblando, al seductor desvió
La crencha perfumada…
¡Cuán divina estarás , rosa de Chío,
Así, medio velada!

Fortunado amador, la diosa esbelta
Yá besa al dulce niño;
Mirad como el rapaz sonriendo suelta
Su túnica de armiño.

¡Silencio! Ni un suspiro en el imperio
De los castos amores.
No temáis que una flor rompa el misterio.
Que mudas son las flores.

Tardas

¡Tardas!, y muere el día,
Y se acerca la noche, y desespero…
Tardas, Clemencia mía,
Porque no sabes tú cuánto te quiero.
Herido siento el corazón, y lloro,
Y tú tardas, Clemencia, y yo te adoro.

En silencio apacible
Se han venido los astros asomando,
Y tardas!…Imposible
Es vivir como yo vivo agonizando,
Muriendo en medio de tan dulce calma.
¡Ay!, si vinieras tú, bien de mi alma!…

Si vieras en mi anhelo
Como sufro esperando tu venida;
Como demando al cielo
La paz del corazón, ya que la vida
Eres, Clemencia, tú, tú que no vienes
Y aquí esperando sin piedad me tienes…

En zozobra tan triste,
Piénsalo bien, Clemencia, yo me muero:
Mi alma no resiste
El bien de la esperanza, si te espero…
El bien de la esperanza…¡cuán sombrío
Es ese bien, si tardas, amor mío!

Clemencia, bien lo sabes:
Mientras mi pobre corazón se abisma,
Solemnes son y graves
Nuestro destino, nuestra vida misma…
Silencio, hermosa! Cuando así se quiere
Palpita el corazón, estalla…y muere!

Sobre el autor

Deja una respuesta