Tamunangue
En la sombra se oye sonar el tambor.
Carracataplh. Carracataplán. Carracataplán.
Es el negro aceite de la raza negra que empieza a chorrear.
Carracataplán. Carracataplán. Carracataplán.
Y chilla la mina coreando el estruendo bajo del bongó.
Nervios que se tuercen entre el telegrama
que manda la raza desde el Tombuctú.
Carracataplán. Carracataplán. Carracataplán.
Mírame, mi negra. Mírame, mi negra. Ponéme cuidao,
meniá la cintura. Sacá bien lo pechos. Dale despacito.
Pacito. Pacito. Jaláte palante. Jaláte patrás.
Jaláme, mi negra, Jaláme. Jaláme, mi preciosidá.
Carracataplán. Carracataplán. Carracataplán.
Es el negro aceite de la raza negra que empieza a chorrear.
Y suena el profundo clamor del petróleo
y el látigo negro que encerró la tierra para hacer carbón.
El aire se ha puesto color de azabache.
Color de las barbas de Amnóm y Moloch.
La noche se estira tuerta de luceros
y curva las palmas como en un temblor.
Las estrellas crujen y brillan gangosas
en la colcha tensa de su pizarrón.
Jocico e tetero. Mi catira linda.
Batumba. Babuca que sun pa mi Sión.
Cuerpito e culebra güelente a melaza
y a natura y a caña y a trago de ron.
Carracataplán. Carracataplán. Carracataplán.
Es el negro aceite de la raza negra que empieza a chorrear.
Y viene la luna flotando al desgaire
con patas de hielo como un calamar.
¿Quién echó esa caja vacía de Shinola
entre la totuma negra del betún?
Cogémela, mama. Guardála en el cofre que me vai a da.
Me sirve pa mucho. Pa ganame plata. Pa limpiá sapato.
Cogémela, mama, que es pa dale lustre
a los brodequjnes de Pedro Joaquín.
Y los negros bailan. Se estiran, se encogen,
ondulan, se mueven, se encharcan en barro de fétido olor.
Las negras titilan con el sexo al aire
surcado de venas y hediondo a sudor.
Eepaa. El comisario. Que coja ca uno su mono y su jembra
que ahí mesmito viene toa la comisión.
Cogé el tamunango, tú, naris e jaccha.
Y tú la camasa, pelo e chicharrón.
Silencio profundo. En la noche negra
se escucha el aullido de un perro cansón.
Ululan los vientos en la cornucopia
verde y arrogante de los almendrones.
Zumban los zancudos entre la maleza
y el río silencioso copia las cabezas
de los negros que huyen por el callejón.
***
Elogio de la lluvia y tu cuerpo
Llovía. En los cerrados cristales del balcón,
el agua dibujaba su lenta melodía.
A distancia, cruzaba el camino las vegas
y se oían las campanas de la ciudad.
Tú, en la alcoba, prendida la débil gasa del ceñidor,
cantabas.
Ibas de un lado a otro,
llenando todo el aire con tu extraña fragancia.
Corrías las cortinas, besabas las azucenas del jarrón;
llorabas y reías, con los dos senos sueltos.
Llovía. Largamente. Sobre la tierra grata
las flores se extendían.
Yo pensaba en los muertos, que sembraron sus huesos
en los largos caminos y nunca florecían.
De pronto abriste el ceñidor y, sin calzas,
te echaste sobre la roja alfombra.
Desnuda, los senos separados, los muslos de rosada madera.
El vientre perfumado. Suelta la cabellera.
Estabas como para encontrarte. Y cerré las cortinas.
(Sobre el mundo llovía aún. Entre la enredadera
la tarde ya empezaba también su melodía.)
***
He encontrado tu nombre
He encontrado tu nombre: Nacarid.
Me lo trajo la brisa entre papeles viejos
mientras los marineros dormitaban,
de espaldas a la playa del puerto.
Es un nombre de sueño, de puñal y goleta.
Nombre para escribirlo sobre los acordeones
o para sepultarlo entre los mansos mares
que se mueren, sin barcos, en los mapas de escuela.
Y te llamo en la tarde con tu nombre de leguas:
¡Nacarid!
Con tu nombre de garza, Nacarid,
de cerveza y de estrella.
Te llamo antiguamente sobre la tibia arena.
Te grito en el ribazo, en el banco de piedra.
Por debajo del puente.
Frente al viejo borracho que vacía su botella.
En el casco de un barco, anclado, que se queja.
A distancia refulge tu rubia cabellera,
y me llega tu risa. Veo tu talón rosado,
y el arco de tu pie, silencioso, en la huella.
¡Nacarid!
y te ríes Nacarid desnuda entre la arena,
¡Nacarid!
***
Habladurías
Dicen que hay una tierra
para los negros
donde es dulce y sabrosa
la melaúra.
¡Vamonós pa allá!
Dicen que hay una sierra
de pan tostao
donde el máiz que se siembre
nace cargao.
¡Vamonós pa allá!
Dicen de un cielo verde
con santos negros
donde el cura no roba
ni pide ná.
¡Vamonós pa allá!
Dicen que hasta la chiva
de Dios es negra
sobre bambarrias negras
y colorás.
¡Vamonós pa allá!
Dicen que en esa tierra
que he describío
todos tienen un piazo
pa su sembrao.
¡Vamonós pa allá!
Dicen que hasta a la negra
Juana Bautista
le dieron dos sortija
con su piedrita.
¡Vamonós pa allá!
Y al moreno pasúo
barloventeño
un par de brodequines
con su gomita.
¡Vamonós pa allá!
Ah, que se me olvidaba:
y en esa tierra
too el que nace, mi guate,
le dan su cama.
¡Vamonós pa allá!
Y le cantan canciones
pa que se duerma
y le dicen: —Mi negro,
cómete un durce;
y esperan las mujeres
al que no vuelve
y no hay ni capataces
ni comisarios
ni aprovechan el sueño
las macaureles.
¡Vamonós pa allá!
—Pero ¿ónde está esa tierra,
negro mojino,
que ya casi nos tienes
la boca aguá?
—Esa tierra, trigueños,
yo lo sabía.
Pero… perdí los libros
de geografía.
Negro que nace negro,
negro se va
y estas cositas güenas
que yo he pintao,
son puras invenciones
pa conversá!
***
El manifiesto de Cam
Negro compañero,
de manos de zarpa y ojos de alacrán;
negro encadenado
de rotas rodillas y gesto de cal;
negro sin bitácora
perdido en la tela de araña
de la sociedad.
Negro berebere, cabilla o tuaregue,
venido de un mundo que ya se olvidó.
negro tremebundo con patas de araña.
negro de la tierra donde zumba la ó.
Negro que fundieron en costras volcánicas
los retortijones de Fernando Poo.
negro subterráneo como las chorreras
de hiel y vinagre del Pirapecó.
Negro reventado por un cataclismo
tremendo y horrible que al mundo rajó:
de un lado los blancos con cara de espiga,
del otro tu bemba, tus ojos, tu jeta,
tu cuerpo curtido, tu triste bongó.
Negro despreciable sin Ras Mulagueta
que te abra al machete los reinos de Dios:
negro sin paraguas, sin colcha ni abrigo;
negro sin amigos, negro sin poetas,
hoy estamos solos tu tristeza y yo.
Aquí esta mi mano, negro pestilente,
negro enchoretado de vientre caliente
perdido en los rumbos de la Geografía.
Negro de Nigeria, de Agad, de Kodok.
Negro del neguesti blanco de Etiopía,
Negro chafarino, negro de Morón.
Aquí están mis nervios. Aquí están mis fuerzas,
y aquí están mis versos para tu bongó.
Crujirán las palmas, subirán los ríos
y mil cocoteros temblarán de frío
si, ñáñigo y canto, partimos los dos.
Despierta ya, negro. Distiende los brazos.
Marchemos al ritmo de tu hosco tam-tam.
Que se hunda en el polvo la frente del mundo!
Nada nos importe, negro tremebundo,
destruyamos esto para que resurjan
sobre un campo nuevo tus patas de araña,
tus flores, tus cantos, tus frágiles cañas,
tu triste derecho de un trozo de pan!
***
Canción de cuna
Solo, en la estera zurcida de manchas,
se duerme el negrito.
Nadie canta a su lado
con la blanca ternura de las madres que cantan.
Pero sonríe como si el mundo entero le contemplara.
El ruido es una araña
que gatea por los tejados.
El negrito cabecea con una gracia antigua,
pequeña, dolorosa y amarga,
de naranja en el agua.
Pero sonríe como si fuera el nudo de la esperanza.
Los silbatos estridentes de la fábrica gritan en la lejanía.
El niño se ha dormido, pero sonríe
entre nidos de pitos y bandolines…
(Un relojito sonoro
toca la marcha suiza del mediodía)