VENUS DEL CABALLETE
(Óleo de Rolando Cubero)
La música hecha carne: milagro sumo.
Puede no hacerse visible el rapto,
pero de pies a cabeza y más allá
¿habrá corrientes como éstas, que hagan
del mundo entero un vientre?
Ámbar, luz del castaño,
¿no es el color del mundo apenas sale del fuego?
¿A qué sabrá la piel de esas piernas
(y toda tu piel, en verdad)?
Linos de avellana, tu melena;
¿qué manojos, qué pájaros de lino soñamos esparcir?
Pero una ciruela entre roja y morena
¿por qué de pronto parece de Artemisa?
Como nunca, nos movemos entre preguntas.
Pero ante un cuerpo tan rumoroso,
¿diré lo que todos dicen?
Mirando tu retrato, no sólo creemos tocarte:
uno siente tu olor a mujer, uno te huele.
¿Es la visión del cuerpo entero,
o, sobretodo, la visión de los rostros,
la que más alimenta nuestra llaga?
La llaga ha sido nuestro gran maestro
desde la niñez.
(Y también siendo jóvenes
aprendimos que hay otra, aún más grande.
Y es corriente olvidar
que una es pórtico, e incluso señal de la otra).
¿Por qué olvidamos que eres un alma completa?
¿Quién llora, desterrado, lágrimas de ámbar? ¿Dónde marcha?
Ciudades ocultas hay
o la luz resinosa, el óleo sobre tus piernas.
¿No muestra el cielo su vientre?
Quienes aquí vivimos, y queremos pasar los labios por tu cuerpo,
¿no damos, también, amor al mundo como se debe?
Hay que tener oídos para oír.
Una mujer desnuda, frente a nosotros,
nos parece siempre más grande que nosotros.
Cada par de senos es algo nuevo,
algo completamente distinto.
Y toda ella
mucho más fuerte que nosotros:
un torreón, sin duda. Se teme tocarla.
Nadie, dentro de su propio cuerpo,
sabe lo que otro siente.
¿O en dónde está la nostalgia, realmente?
Eres tú un alma completa. ¿No lo es también tu piel?
Flor del castaño, púrpura o bruna, fruta de alabastro:
como antes, ¿quién piensa en lo efímero mirándote?
¿Hay también una sonrisa, modelo de todas las sonrisas,
en el Más Allá?
¿Cuál de los dos sonrisas?
¿Y con qué sueña el dorso de nuestra mano?
¿Qué epifanías, recias como atabales, como cortezas, reclama?
¿Y en dónde está el pentagrama que nos subyuga?
Brisa densa, brisa sólida, tus cabellos
(tordos de lino son, cadencias de avellana)
Aquel que gime por la oculta ciudad,
¿no nos mostró la forma de su instrumento
pensando en el cielo que miramos, y en tu vientre?
Un poco de jerez, en las frías mañanas.
Dos sílabas, barnices de penumbra.
¿Cuándo deja la brisa de sonreír?
Nunca, tal vez, pero es difícil comprenderlo.
Tú eres tan de este tiempo: mar oscuro, castaño;
¿la flor del castaño nació contigo?
Tal vez no sepamos qué hacer con tu voz, alma completa,
como tu cuerpo nos causa enojos;
tal vez se enrollan tabacos sobre tus piernas,
muchas cosas fragantes.
Agua y corcel es lo mismo,
pero hay, también, un caballo celeste.
Un monte es una puerta, un camino,
y cuenta, Pomambra, manzana de ámbar,
tus nácares, lo que flota en el mar,
los pétalos que al propio tiempo retan.
***
ODA A DIETRICH BUXTEHUDE
¿Quién conoce en verdad la dulzura,
su secreto,
algo tan inaudito que, al tocarnos por vez primera,
ni siquiera sabemos llamarlo dulzura?
¿Qué brilla y exulta más,
la mirada o el oído?
De la piel a la boca, de la boca al ojo, del ojo a la respiración,
y de respirar a oír.
Cerrar los ojos tras mirar lo que vi,
cuando supe, por primera vez, que los abría:
montes, árboles oscuros dorados por la luz,
nieblas y azul celeste.
Estos cielos después de la lluvia,
cielos llenos de agua, cristalinos,
¿qué néctar aprisionan?
Y los oscuros árboles tras los cuales los vemos,
o el aura blanca tras mirarlo todo,
obligándonos, al fin, a cerrar los ojos,
¿nos obligan acaso por premonición,
o simplemente todo lo reconocemos?
La rosa de zafiro, índigo imposible,
y la turquesa del firmamento
¿ a qué remoto candor dan luz?
¿Y cómo puede el entusiasmo
hacerse tantas preguntas?
Un éxtasis más primitivo que el de los infantes
maja los rostros, júbilo dulce;
la noche de la llama sobre el rostro
nos recuerda cuán próximos estamos:
todos hablamos en voz baja al encender el fuego.
Las espigas, el lirio índigo o la niebla, música del más allá,
¿del mismo norte hiperbóreo son venidas?
Pero también, quizás por sorpresa,
una tormenta de sol.
La llaga rebosante,
la virgen fecundada por el almendro,
o el dorado licor en nuestra sangre:
no siempre comienza el exilio al nacer.
La llaga violeta y los cabellos del sol,
la tormentosa penumbra
o el humo, la saturación pastoril:
¡cuán breve el alma rebosada!
Pero lo ha sido más de una vez,
y aunque mucho tiempo pase
entre un instante y otro que fuera colmada,
basta, para sostener la vida, con lo que entonces recibiera.
¿Son estas cosas sabidas?
¿Será por eso que no se habla mucho de ellas?
La memoria más remota de la vida presente
se confunde, tal vez, con memorias de otro lugar,
o simplemente, del Más Allá:
de esto tampoco se habla, al parecer.
¿No nacen la plegaria y su respuesta arriba y abajo a la vez,
en la Tierra y en el Cielo, como el Fuego y el Agua?
Hay más de un puerta estrecha, no sólo Ishtar.
(También hay mañanas en las que todo el cielo toma su color)
Atentos siempre al instante en que se ensancha,
secreta claridad, párpados como suspiros,
¿cuál elegimos para la salida?
¿No hablaban ya musicantes ingenuos
del Cielo que se deshizo en ángeles
o la estrella de los polos en puertas estrechas?
Pero si todo el cielo toma su color, o más bien sus destellos,
¿de dónde viene el púrpura azurado?
¿Cada una es el doble de quién, o de cuántos?
“Ojalá estuviéramos allí”,
dice nuestra médula,
nuestra frente y corona tal vez.
¿No escuchas instrumentos de metal,
en cada umbral?
¿Y por qué se escuchan, aún
en el centro de la rosa azurada o del lirio?
Si apenas la copa es el rostro de Aquel, que nadie verá,
¿habrá gestos, que ya no palabras, para el licor?
¿Diremos, tan sólo,
que es la llamada verídica?
***
COMENTARIO
Cuerpo de la mujer o mar de oro donde,
amando las manos, no sabemos
si los senos son olas, si son remos.
Miguel Otero Silva
Lo de las olas lo sabía
sin haber leído a ninguno.
Lo de los remos me pareció nuevo,
aunque es verdad desde siempre:
¿no son remos las bridas de los corceles?
Sin duda,
pero es aquí la yegua la que nos cabalga.
Cuando los pezones van de arriba hacia abajo por nuestras manos
hacemos rimas:
no es en la médula, sino en la palma
donde está el alma.
***
DIÁLOGO CON KHAYYAM Y CON HANNI
¿El hombre es del tamaño de sus heridas, Hanni?
Dice Omar que el vino es amargo, porque es nuestra vida.
Yo miro la erguida grieta sobre mi frente
-la vulva del hombre, dirán algunos-
guardo silencio, y suspiro.
***
SON LOS CANTOS DE MI TIERRA
No hay sol roto que no pueda juntarse,
pero, ¿cuándo y cómo?
La nostalgia bienaventurada nos abraza en el día más que durante la noche.
¿Qué son o qué dicen, entonces, las flores blancas?
Las noches son para los nacimientos
y para la Consumación.
Estas cosas por las que el mundo nos abochorna
se piensan a la luz de un valle:
¿quién se atreve a decirlas?
¿Es ridícula toda confesión?
¿Quién recuerda que al salir
de entre el silencio de lo inefable
la blanca luz de la penumbra nos cubría,
aún por un tiempo?
¿Qué se podía decir luego
a la luz nueva y común del día?
Aquélla, la otra, se iba, se borraba lo mismo que un eco,
pero esta vez todo el cuerpo escuchaba.
Cielo más tierno es mi corazón: ¿esto es verdad?
¿Es siempre todo más hermoso
bajo el cielo de nuestra ilusión?
¿Podrán darse la mano la ilusión y la contemplación?
¿Toda memoria lo es de cosas que no vuelven?
Y una vez más, ¿cómo se transfigura la inocencia?
Valles del éxtasis parecen estos.
¿Por cuánto tiempo siguen los girasoles el curso del sol
y cuándo quedarán, inmóviles ya, mirando hacia el Este?
Lo que comenzó cuando aún éramos niños
la niebla, música del Más Allá,
la bufanda de niebla en mitad de los montes,
¿no se desposa con el canto simple?:
¿Qué hacemos con las memorias que llagan?
Conserva la dulzura en los ojos,
sobrevivientes de tanta soledad.
No hay que engañarse:
desde niños, muy niños, soñamos con besos
-con dulces besos, dirán-.
El brebaje amoroso es sólo para hombres viejos, desmemoriados;
¿pero el lugar de donde mana la nostalgia es un paisaje humano?
En paisajes humanos más allá de este mundo
soñamos encontrarnos, al pie de una fuente, con algún hermano,
un rostro de noble semblante que aquí conocimos.
No hay ángeles de la renuncia, tal cosa no existe.
¿Por cuál desvío se llora en soledad?
¿Cómo es el amor más allá?
Por larga que fuese la noche de los nueve senderos,
¿no hay miríadas de noches para nacer y consumar?
Y más tarde, luz de añoranza que se llama buenaventura.
Nada de laberintos, aquí.
Nada de decir: los rostros son caminos
que surcan otros caminos
que surcan otros rostros.
El aire, oculto o no, vuelve siempre de su desvío.
Cosas como estas se dicen menos que los secretos.
Nada es idéntico como el niño y el anciano que se asoman al valle.
Por la edad del cuerpo glorioso pregunta uno,
sin duda.
Y aquí, ¿de qué edad se habla?
¿Qué primaveras son últimas en nuestras vidas?
***
Puede convertirse en ave
el azahar de la niebla
Miguel Ramón Utrera
¿Y la rosa amarilla y rosada
y la ciruela
en qué se convierten?
Una mujer a nuestro lado, que suda y duerme,
que se acuesta sobre nosotros hasta dormirse, pétalo y pájaro de pecho robusto,
un torreón, siempre más fuerte, mayor que nosotros,
alguna luz alguna ausencia, como dirán los mayores,
¿vuelve de su mudez
en algún lugar que no sea el Cielo?