literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Gabriela Kizer

Ago 11, 2024

No tiramos nuestro cuerpo por la ventana.
No abrimos huecos en algún pedazo de tierra húmeda
para que nuestros amigos fueran a visitarnos.
No pedimos que nos sembraran flores encima.

Hemos visto caer sobre nosotros la modorra entera del dolor
y ni siquiera podemos decir que lo conocemos.
Hemos tratado de desperezarnos y de agarrar en el aire
una libélula: la flor prensada o podrida dentro del sueño.
Hemos besado su resequedad y sus larvas.
Hemos sentido en el sabor del barro, la mies
y aunque el grano fuese duro, inmasticable,
hemos aprendido a molerlo con los dientes.

¿Pero qué haremos ahora?
¿Qué sombrero le pondremos a esta tristeza de gaucho
solitario y ebrio?, ¿qué llanuras le daremos para que ande?,
¿qué oasis y qué cactus cuando precise recostarse
o apurar las espuelas, el puñal
para atrapar el tono que fuese necesario?

¿Recuerdas? Conocimos a un hombre
que fingía ataques de epilepsia en distintas esquinas de esta ciudad.
Cada cierto tiempo volvía a ponerse en nuestro camino.
Tirado en alguna acera,
lo veíamos bañado de sudor, con la mano en el corazón
y nos confundíamos nuevamente con espanto.
¿Y qué haremos ahora?
¿Qué le diremos a este sujeto que nos ha estafado?,
¿qué imagen suya pegaremos en el álbum de cromos superpuestos
para que no se nos confunda la memoria?

Para que no se nos olvide tampoco
la lentitud de aquel recogedor de latas
que casi de pie y a lo largo de cien segundos
atravesó la avenida principal
con luz roja para peatones
sin que ningún conductor gritara nada,
sin que ningún nuevo mitólogo afirmara
que así era como Atlas cargaba el mundo.

¿Y qué haremos en este mundo?
Qué cargamento de latas ganará algún valor de cambio
si no hemos caminado hasta el medio de la calle
para cargar y poner a salvo a un gato muerto,
si hemos visto a la amiga auscultar el corazón del animal
y mover el cuerpo, acariciarlo,
con una ternura que nos hizo avergonzar.

Y dónde buscaremos la cajita de cartón
en la que pueda caber esta vergüenza,
esa cara de gato atropellado
a la medida de un camión de basura?

No, no seguiremos buscando en el estiércol
la medida exacta de alguna frase inusitada.
No hallaremos nuevos ritmos en la quinta pata del gato
ni imitaremos a los hombres de manos enguantadas
que hay detrás de cada camión de basura.

Rasgaremos nuestras camisas, si hace falta,
nos sentaremos siete días en el suelo
y guardaremos el más rígido luto por aquello que importa
y que cae y que fracasa siempre.
Pero no quedará enterrado el corazón.
Tampoco lo congelaremos para futuros más desoladores aún
o sorprendentemente magníficos.

De los barcos que pasan,
hemos conocido ya la estela grabada sobre los huesos,
hemos entendido que nadie nos ha salvado de nada.
Pero no seremos los cronistas del desconsuelo.
No lo seremos.

***

En una vida
deben escribirse pocos poemas de amor.
Solo cuando el corazón anuncia algún presentimiento difícil,
cuando ya no sabemos si en medio de un mal sueño
seremos despertados por un beso
o pasaremos de largo hacia un sueño peor,
solo ante un minuto que oscila
es dado escribir algo breve y conciso,
que no salga muy fácil.

Por lo demás
solo rezamos cuando creemos que estamos a punto de morir,
pero creer ya es algo.

***

Ando con algo destapado y expuesto.
Sé dónde están mis verdugos.
Soy capaz de reír antes de que sueñen el golpe
que habrán de asestarme.
Preciso los contornos,
la fuerza que requiere hacer el alma trizas,
los materiales que no estarán para rehacerla.
No hay ardides ni estrategias.
Lo que más trato de preservar es lo que más se expone
como los niños y los perros en las ciudades bombardeadas.

***

Puerto azul

Ustedes se escondían tras las piedras del malecón.
Tú eras rubia, acaso lo seas todavía.

Ustedes caminaban de noche y de día tomados de las manos.
Ustedes sonreían sobre granizados de fruta
y correteaban como niños a la orilla del mar.

Era el tiempo de ocultar cigarrillos
en los resquicios de una pared precisa.

¿Hasta dónde llegaba el aterrado asombro?
¿Hasta dónde la delicia de las manos ya sueltas?
¿Hasta dónde el sol, el musgo, el choque de las olas,
las voces lejanas, el gesto repetido del cangrejo?

Yo lo soñaba.
Punto por punto lo soñaba.
Pero no sé qué soñaba.

Mi placer está hecho de esa incógnita.

***

Filiación

Tu abrigo, madre, de cachemira gris
encontrado al azar sobre algún mueble
como a los tres, como a los seis,
como a los once años.

Tu abrigo, madre, para llevárselo a la cara,
para estrujar tan ávida, tan suavemente
aquel olor.

Tu abrigo, madre, de cachemira gris
para encontrárselo así como al azar
sobre este pulso que atraviesa mi ser
tan negro, madre, tan tuyo
o de los hijos
de los hijos de los hijos
que aún son entrañable apetencia de sangre,
piedrecitas
que agradecerá el mármol nuestro.

Tu abrigo, madre…

***

Vodka

Que una tarde acabe con lluvia
y poco espesor de azúcar en la sangre
no es demasiado.

Que uno se reconcilie de pronto
con el amor peor dejado
y que vuelvan los cuerpos y las voces
sobre la casa hundida,
sin pretender alzar otra columna
ni soñar que habitamos otra casa,
es casi como un golpe que hace vida a la vida.

Y henos aquí
jugando a que estos besos son los besos de otros,
a que resbalan por la piel y no resfrían el alma.

Henos aquí jugando,
recorriendo de vuelta el polvoso camino
y pocos serios ante la gravedad del asunto
como si la risa viniera de una irónica calma,
de corazones ya suficientemente burlados.

Nosotros,
los que desconocíamos cualquier camino de retorno
¿Qué hemos hecho para venir a dar con el amor al que se vuelve?
Dónde estabas
mientras yo te enterraba
y enterraba contigo –cavadora egipcia-
toda la maraña del amor imposible
para que te llevara tus tesoros al otro mundo.
¿En qué limbo de paciencia aguardabas?

Te he soltado.
Ya no estás preso a mi pecho ni a imagen alguna
y no puedo dejar de preguntarme
en qué momento tu animal enfurecido
aceptó que se le quebrara el corazón.
Porque hoy he venido a mirarte largo rato a los ojos
sin sentir la tentación de pedirte
que me sostengas el mundo cuando los pisos se agrieten,
porque hoy he venido a mirarte
sin querer que me salves de nada.

Alguna vez confiamos en el tiempo
y cada quien –a su modo- supo postergarlo.

Ahora
que ya tenemos tan poco para postergar,
que robamos pasión a un tiempo que ya no es “nuestro tiempo”
que el portero del edificio me mira con recelo.

Ahora que el despecho para mí es estar en ascuas
entre el final de un poema
y el comienzo de otro que se tarda
como se tarda el amor
y que puede incluso no llegar nunca.

Ahora
que tantas tardes se han ido sin esperarte
y que he aprendido tan bien a sostener entre las noches
el as de un juego solitario,
que no puedo negar el desierto que habita este corazón
y lo reclama.

Ahora
que un clavo no saca otro clavo,
el pecho se tranca, de seguro, no le queda otra cosa.

Ha sido hermosa la tarde
aunque tan difícil sea hablar de amor,
aunque sepamos que hay una casa que se levanta sin estructura
y que esa casa es la nuestra.

No te pregunto por lo que haremos otras tardes,
eso lo sé
y voy a ti sin dobleces.
Vuelvo a sacar dos cubos de hielo,
los pongo en un vaso
y abro la botella
como quien retoma un gesto detenido por distracción,
como quien no ha dejado una noche de hacerlo.

***

Le he dado vino a los gatos
y han olvidado que no deben arremeter
contra la jaula de los pájaros.

Le he puesto vino a los pájaros
para dejar de escuchar al miedo revoloteando,
para que, si no tienen suerte, la zarpa los agarre dormidos.

Le he puesto una manta a la jaula de los pájaros
para atenuar el asedio de los felinos.
Le he dicho a éstos que no es noche para cazar.

He pensado que en otras condiciones
la tarde se iría sin la sensación de un hueco apretado al estómago.

He descubierto que en ciertas celebraciones
mi alma se descuelga,
herida por algún motivo menor que el de la muerte,
pero motivo al fin.

He imaginado todos los brindis que no he podido hacer
por el cansancio de levantar la misma copa.

He recordado
que en estas fechas siempre he querido ser otra persona
donde quiera que esté y en la circunstancia en que me halle,
que la soledad
también ha sido hecha para estar a gusto
en nuestro disgusto más íntimo.

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