Por Rubi Guerra
El presente texto fue preparado para ser leído en voz alta en la presentación del libro «Mundo perdido», del escritor venezolano, residente actualmente en España, Alejandro Padrón. Esto sucedió hace ya algunos años en la Casa Ramos Sucre, de mi ciudad, Cumaná. He querido rescatarlo ahora entre otras cosas porque Alejandro Padrón acaba de publicar en Madrid una nueva novela, París siempre valía la pena. Valga este texto también como una invitación a leerla.
El prodigioso «Mundo perdido» de Alejandro Padrón
En apenas 82 páginas, el escritor venezolano Alejandro Padrón recoge los 45 textos que forman su libro Mundo perdido, editado por Castalia y La Ballena Blanca. Esa simple estadística nos permite un primer acercamiento: todos sus textos son breves y algunos muy breves. Creo que el más corto es «Frustración”, de apenas tres líneas, y el más extenso “El tigre palenque», de cuatro páginas. Esto, que en sí mismo es apenas un dato objetivo sin mayor relevancia, tiene sin embargo significado cuando lo pensamos en términos de estructura narrativa, tensión, y sobre todo, en términos de la construcción de un mundo, de un universo diría, y de la forma en que este se nos comunica a los lectores.
Libro de cuentos, novela fragmentaria o apuntes autobiográficos, de la forma en que lo consideremos, es mucho lo que se dice y, hay que entenderlo así en este caso, mucho lo que se calla.
La escritura fragmentaria de Mundo perdido no quiere decirlo todo, lo que sería, por supuesto, inútil e imposible a la vez, pero sí sugerirlo casi todo. Y en la ficción literaria, el poder de la sugerencia, de la evocación, de la vía indirecta, es mucho más eficiente que pretender contarlo todo porque el lector se ve en la obligación de llenar los espacios que no están, se ve compelido, por la misma ausencia de detalles, a imaginar por su cuenta y completar las historias. El fragmento no es una carencia, sino una línea de fuga hacia contenidos más amplios.
Si, además, estas historias están conectadas, pero no todas las conexiones son evidentes, entonces el lector debe postular un mundo para poder entrar en él. Lo sugerido es algo entrevisto, que está y no está, que pertenece más al mundo de la sensación que al de la percepción objetiva y requiere que el lector descubra que en sí mismo ya tiene un mundo completo, formado de emociones, sentimientos, memorias y deseos que el texto, esas pocas páginas, fecunda y activa.
Dicho tal vez menos pedantemente, de la colaboración entre el texto y el lector nace el mundo sugerido, más rico y variado que lo que el texto «dice».
Memoria y ficción
Volvamos a un asunto ya mencionado antes, aunque estrictamente no sea algo demasiado importante. Se trata de saber, o decidir, si Mundo perdido es un libro de cuentos, una novela o un libro de memorias. No importa demasiado porque no tiene nada que ver con la calidad del libro, pero es algo que me intriga y no puedo dejar de hacerme preguntas. Una primera constatación: en la solapa se le identifica como libro de cuentos. Eso debería despejar las dudas. Si allí lo dice, debe ser verdad. Y me doy cuenta de que todos los textos funcionan autónomamente, es decir, que cada uno tiene un comienzo, un medio y un final, y son coherentes consigo mismos, lo que se ajusta bastante bien a las características del cuento; pero por otro lado, hay también una evidente relación entre los distintos cuentos (si es que son cuentos), unos personajes se repiten, el ambiente oscila entre tres o cuatro lugares, la época también parece ser más o menos la misma, hay también un sentido de progresión dramática.
Es decir, que conocemos a unos pocos personajes, unos abuelos, unos padres, hermanos y hermanas, primos, vecinos, que se mueven en y alrededor de una memoria personal en el que lo que se nos cuenta es fundamentalmente “real”.
La segunda solapa viene otra vez en mi auxilio. Leemos allí: «Son textos cortos del universo rural de la infancia y la temprana adolescencia del escritor que evocan una cierta memoria atada a la hacienda de sus abuelos paternos: «La Victoria”, lugar donde suceden los hechos.” Bueno, no quiero poder en aprietos a Alejandro, pero la afirmación anterior contradice lo dicho en la primera solapa, donde se afirma que Mundo perdido es un libro de cuentos, es decir, por definición, un conjunto de relatos ficticios.
Es válido preguntarse si el padre del escritor sufrió tantos accidentes como se mencionan en el libro, si el escritor tuvo un perro de nombre Tarzán que fue atropellado por un carro, si su abuelo compró un cebú al que puso por nombre Muñeco, si en una noche de espanto su hermana se enfrentó al tigre palenque. Si estas y otras preguntas del mismo tipo se respondieran afirmativamente, tendríamos que concluir que sí, en Mundo perdido se relatan las vivencias reales de un escritor nacido en El Rincón del estado Monagas, y que tiene por nombre Alejandro Padrón. Pero creo que no sería una respuesta del todo satisfactoria para el mismo autor.
Como militante de la ficción literaria, Alejandro Padrón sabe que esta proporciona un orden y un sentido del cual el mundo, generalmente, carece. Dicho de otra manera, el mundo, “la realidad”, si lo preferimos, no sabe nada de proporciones artísticas, esquemas narrativos ni sentidos trascendentes. El mundo solamente sucede. Es el artista el encargado de darle sentido a eso que sucede. Incluso la memoria personal, aquello que más atesoramos de nuestra identidad, no es más que materia prima que debe ser moldeada, en cierta manera “transformada», «modificada», «falseada”, convertida en ficción para que diga su verdad esencial. Por eso estoy seguro de que no podemos considerar Mundo perdido sólo como «evocación» o «memoria”; es eso y también es ficción, con lo que su estatus se vuelve problemático, aunque sólo sea para los profesores de literatura y otras personas a las que interesan los problemas de teoría literaria.
Un libro fascinante
La verdad es que sea un libro de cuentos teñidos con el aroma de la infancia y la primera adolescencia del autor, o unas memorias transformadas por la ficción literaria, estamos ante un libro fascinante. ¿Por qué?
En primer lugar, por su escritura, que es diáfana y elegante la mayor parte de las veces, descarnada y brutal en ocasiones, pero siempre capaz de provocar sensaciones líricas cuando hace falta.
En segundo lugar, por su capacidad de crear un escenario complejo y universal en pocas páginas. Paradójicamente, ese universo complejo se desarrolla en y alrededor de una hacienda no muy grande, con unos pocos personajes que viven unas aventuras por completo cotidianas. No hace falta la epopeya para narrar la aventura humana: basta con las emociones básicas, el dolor, la solidaridad, el deseo, el miedo y la rabia, la añoranza y la pérdida, que están retratadas magistralmente en estas páginas.
Por último, y con esto termino, creo que Mundo perdido es un libro fascinante porque nos lleva a revivir las maravillas y terrores de la infancia y los descubrimientos felices y amargos de la adolescencia. No importa si crecimos en condiciones diferentes, si nuestra familia estaba constituida de una manera distinta a la del narrador, qué importa si nunca bajamos en barca por un río, o nunca nos contaron cuentos de aparecidos, o no vivimos en una hacienda del estado Monagas o nunca deseamos a una muchacha que nos ignoró para toda la vida. Cambiemos unas pocas circunstancias y encontraremos en las páginas de Mundo perdido nuestra propia vida, llena de prodigios y espantos.