literatura venezolana

de hoy y de siempre

Los llanos de Venezuela

Rafael de Nogales Méndez

La región de los llanos de Venezuela, a donde marché después de mi escapada de Bogotá, es notablemente interesante desde el punto de vista político, geográfico, zoológico y sociológico.

La carretera que sale hoy de la frontera de Colombia, mitad hacia Periquera, no estaba construida por aquellos días. Esta es la región donde termina el bosque y empieza la llanura. El único camino que lleva del Táchira a los llanos, por este tiempo, es la trillada vía de San Camilo. Se desprende desde San Cristóbal a lo largo de las serranías con abiertos precipicios que cruzan las húmedas y vírgenes montañas de la cordillera forestal hasta llegar a las interminables praderas del estado Apure, donde se encuentran las haciendas y hatos de ganado, que contienen a veces hasta cincuenta mil cabezas. El ochenta por ciento de esas praderas son sabanas abiertas, debido a que las candelas en las anchas sabanas destruyen las alambradas tan pronto se ponen. El trabajo en las haciendas es hecho por llaneros. Se parecen a los vaqueros del oeste de Estados Unidos en la época anterior a aquella de los pastores de rebaños y payasos de Hollywood, cuando, montados en caballos de circo, invadieron esos libres dominios.

Nuestro ganado no tiene grandes cuernos, pertenece a la vieja casta española que fue introducida en Venezuela en los días de la conquista. Son generalmente grandes, bien formados, de cuernos corrientes y muslos ligeros y salvajes. Los toreros españoles clasifican nuestro ganado entre la mejor exhibición de toros de España, los que son llevados todos los sábados a propiciar la carnicería de viejos caballos de cabriolé para satisfacer la sed de sangre del populacho.

Los caballos de los llanos son imponentes. Descienden también de la casta española —cruzados con árabes— traídos a los llanos durante la conquista. Poseen ojos claros, belfos rosados, cuellos de cisne sobre nerviosos pechos, delgados menudillos, fuertes cascos, crines y colas onduladas. Una velocidad que puede ser vertiginosa. He montado muchos legítimos caballos árabes en Siria, Mesopotamia y Palestina durante la guerra mundial. Sé de lo que estoy hablando.

Sobre la silla de un llanero no se encuentra un solo clavo. Es toda cosida y pespunteada. La cabeza de la silla es de plata, imitando la cabeza del animal; de igual material son los largos puntiagudos estribos. Las bridas consisten en un freno de hierro y una delgada correa lo sostiene detrás de las orejas del caballo, similar a las bridas árabes. Todas las correas, incluyendo las delgadas riendas, están fabricadas de cuero curtido, como la larga soga, o lazo, que es atada por una punta a la cola del caballo, mientras el rollo principal permanece atado al lado derecho de la silla. Cuando el nudo corredizo al final del primer rollo (diez yardas de largo) engarza y se hala con seguridad, el segundo y principal rollo (de veinte yardas de largo) es fácilmente halado de la silla y desenrollado, dándole a la jaca la oportunidad de pararse, de separar sus cuatro piernas en espera del final estirón. La cola de la jaca parece adherida a su nervioso cuerpo con hierro. Siempre está tensa. En momentos en que las jacas saltan al aire como una pelota al final de un hilo, la cola siempre se mantiene erecta. Cuando se les cae la crin se les suelta en los potreros hasta que vuelve a crecerles. Sistema infalible.

Nadie se aventuraría a ir por la sabana a pie, por temor a ser embestido por el más cercano novillo. El equipo del llanero consiste en un largo afilado cuchillo, una soga y un bayetón o gruesa chamarra de lana cuadrada, de dos por dos yardas, roja por un lado y azul por el otro, con un hueco en el centro, como el poncho. Su dueño mete por este la cabeza para protegerse de la lluvia, pero regularmente lo lleva suelto, cuando va a caballo, listo para usarlo cuando se desmonta. Porque ésta es la única efectiva arma con que el hombre puede defenderse a pie de los toros salvajes de la llanura. En los llanos todos los hombres son toreros. La ruana sirve de capote.

El llanero nunca usa sus espuelas cuando trabaja. Teme que se le enrede la soga, la cual maneja con gran maestría, hacia adelante o hacia atrás, a derecha o izquierda, cuando va a galope tendido. La silla del llanero es tan ligera que se puede levantar con un solo dedo; el sudadero consiste en una vaqueta delgada. Las jacas no llevan herraduras.

No hay piedras en la llanura, salvo muy excepcionales y raros riscos de rocas, cortados en dos, desnudados por las corrientes de los ríos. Las piedras para edificaciones son generalmente transportadas en bolsas de las montañas, como en la Mesopotamia central. Es la razón por la cual la mayoría de las casas de los hatos, contando las casas de los ricos hacendados, están hechas de madera, con altos techos bardados. Los hacendados acomodados no pasan la estación de invierno en sus haciendas o hatos, como otros acostumbran. Van a San Cristóbal o a otras ciudades de la cordillera, o al más cercano pueblo ganadero a lo largo de la orilla de los ríos, donde toman contacto con sus administradores por teléfono o por medio de mensajeros.

Las praderas y regiones madereras de las tierras bajas son para Venezuela lo que Marruecos, Argelia y el Congo representan para Francia. Son nuestras colonias. El ochenta por ciento de nuestras ciudades, de nuestros centros agrícolas e industriales, están situados en las altas mesetas de los valles de la cordillera andina y sus ramificaciones. Son nuestras colonias originales, donde los conquistadores fabricaron sus casas y cultivaron su suelo, porque el clima templado de sus altas mesas los habilitaba a hacer su propia labranza mientras que en las tierras bajas, donde se desarrolla nuestra fuerza agrícola, el calor excesivo los obligaba a emplear peones o esclavos en aquellos trabajos.

El calor no es la única dificultad que se encuentra en los llanos. Hay que reconocer también los diluvios tropicales. Estos cubren, cada año, y por varios meses, amplias secciones de las sabanas, volviendo todos los caminos de recuas imposibles para el tránsito.

Durante esa estación lluviosa la mayoría de los llaneros permanecen recogidos en sus hatos o haciendas, así como el ganado, que se refugia en los bancos o en las islas de hierba que se forman en el alto llano inundado. Por este tiempo la mayoría de los viajes a través de estos pantanos se hacen dirigidos por bueyes, que son de paso fuerte y seguro.

El principio de la estación lluviosa es el tiempo en que los indios se mueven más. Viajan en piraguas a través de los impetuosos ríos, matando el ganado por docenas con sus largas lancetas, o flechas, y atacando aislados e indefensos viajeros. Fabrican sus rancherías durante el verano a lo largo de los bancos, que están protegidos por fronteras de desnuda e impenetrable vegetación selvática, algunas veces del espesor de una milla.

Los caños o lodazales, rara vez están cubiertos de densa vegetación, debido al hecho de que tienden a secarse durante los meses calurosos del verano, cuando los ríos bajan. Están protegidos por gramalote, una yerba alta. Una ocasional franja de húmeda vegetación, donde los caimanes encuentran su paraíso y donde los jaguares se refugian cuando no disponen de otro lugar.

Los ríos que se desploman de Los Andes caen al Orinoco escoltados por selva de cada lado, cuyo espesor varía según la humedad esparcida por éstos durante la estación seca. Las orillas de los ríos no son, sin embargo, los únicos sitios donde la selva brota en el llano, este interminable océano de yerba cuya vasta soledad parece limitar con el azul infinito de horizontes borrosos, ondulando a través de la niebla de tormentosas auroras. Hay también las matas, esas islas silenciosas y boscosas que manchan la llanura como los archipiélagos en el mar. Se forman en las depresiones pantanosas donde subsiste suficiente humedad después de la retirada de las aguas. En algunas partes, debido a la profundidad de estas depresiones, el agua nunca desaparece completamente. Fangales y tremedales, llamados esteros, se forman traicioneros a los pies de los hombres o las bestias. Por regla general, sus límites están cubiertos de espesas paredes de yerba gramalote, cortada aquí y allá por espesa maleza o por alguna ocasional isla forestal, donde el piso es suficientemente seco para permitir que la flora de la selva obtenga un seguro desarrollo.

En esos esteros el ganado se refugia durante el verano, cuando los llanos están infestados de garrapatas, o cuando altas candelas barren la llanura, destruyendo gusanos y sierpes venenosas que hacen la vida casi insoportable entre la belleza de esas praderas.

Mientras uno se aproxima a los esteros se observa desde lejos, aquí y allá, hileras de palmas moriche, cuya superficie verdosa se tifie con las variedades multicolores de diferentes aves, desde el garzón soldado, centinela gigante de la misma familia del marabú africano, hasta el pequeño iridiscente zumbador o colibrí. Se ven bandadas de juiciosos pelícanos, meciéndose sobre las palmas abanicadas por el aire del llano o alguna garza azul parada en una sola pata, hundida en el fango, mirando atentamente un grupo de tímidos flamencos, cuyas plumas rosadas se reflejan como un celaje dentro de la laguna. O ya son las nevadas garzas blancas cazando los diminutos peces desde la corona de una palma real aderezada con parrales y mazos de aromosas orquídeas, entre cuyos cálices surge el cuchillo de los pericos y se agitan constantemente bandadas de bulliciosos araguatos en el concierto del mediodía.

Entre los indeseables de los pantanos pueden contarse, en primer lugar, los grandes y pequeños caimanes. Pueden verse por docenas asoleándose a la orilla de los ríos y sobre la llanura, algunas veces en centenares, con sus anchas mandíbulas abiertas, dentro de las cuales pican y escarban pajaritos, limpiando la boca de los caimanes de parásitos y larvas, actuando, Por lo tanto, como eficientes voluntarios mondadientes. Los caimanes permanecen inmóviles por horas, dentro de la alta yerba, o medio sumergidos en las nauseabundas aguas de la laguna, observando minuciosamente a sus enemigos con sus crueles y cambiantes ojos amarillos, listos a hundirse dentro de la fangosa profundidad al más ligero signo de peligro.

La alarma es generalmente dada por las garzas blancas, lo que las hace populares dentro de la familia de la selva. Los caimanes nunca les hacen daño, aun cuando se aventuren a pararse en sus lomos o sobre sus cabezas.

Los esteros son también el terreno favorito para la culebra de agua o gigante serpiente negra, variedad acuática de la boa constrictora. La boa acecha solo en la selva, colgando de su cola de una alta rama, con su pequeña cabeza volteada ligeramente sobre su víctima que puede ser un inocente venado, un báquiro u otro animal, lista para asaltarlos con sus pequeños y afilados dientes.

Tan pronto como lo agarra lo enrolla repetidas veces, quebrándole todos sus huesos, dejando el carapacho tan blando como un trapo mojado. Después de capturar su presa, la boa abre sus inmensas mandíbulas y empieza a tragarla muy lentamente. Tras de un par de horas solo le queda afuera la cabeza y los cuernos. Para separar los cuernos, que ni siquiera la boca puede digerir, tritura los tendones del espinazo y las vértebras del cuello de la víctima con sus diminutos y afilados dientes como serruchos, hasta que siendo partidos minuciosamente, hacen caer la cabeza. Durante ese embotamiento se la puede cazar y matar fácilmente.

Es muy difícil diferenciar en la sombra de la selva una boa de una raíz, pues a veces son tan gruesas como el cuerpo humano. Algunas personas han sido atacadas frecuentemente por boas, pero nunca se ha sabido si han sido tragadas. En Venezuela se llama a la boa constrictora, tragavenado, pero es mejor conocida por el nombre de anaconda.

Nuestra gigante culebra negra de agua alcanza a veces un enorme tamaño. Vive bajo el agua, especialmente en los grandes esteros. Durante el calor se introduce silenciosamente en los bancos pantanosos y acecha desde allí, enroscada en la superficie, hasta que un animal se acerca al agua. Entonces, ligera como el relámpago, lo atrapa por el hocico o la pierna y lo arrastra al fondo del agua antes de proceder a comérselo. Los llaneros nunca toman agua de un pozo en el cuenco de su mano. Bajan un cuerno atado con una cuerda dentro del río, y lo suben lleno de agua.

En cierta ocasión, mientras galopaba tras unos cochinos de monte con un oficial de nombre Campo Elías, tropecé sin darme cuenta con una gran culebra de agua. Mi caballo dio un brinco, y saltando como una cabra en un circo, por poco me tumba. Cuando tocamos el suelo yo estaba colgando de la silla por un pie, pero pude enderezarme rápidamente. La humillación me puso furioso. Saqué mi machete y con mi bayetón colgando de mi brazo izquierdo como escudo, salté sobre el reptil. El rollo de su cuerpo daba hasta mi cintura.

Desde este, desperezándose lentamente, surgió su cuello de una yarda, con unos desagradables ojos de abalorio y un vicioso siseo a través de sus pequeños dientes puntiagudos, mientras su lengua rosada se movía rápidamente hacia atrás y adelante. Cuando hundí mi machete en ella, rebotó como si lo hubiera metido en un neumático. Le había dado un golpe recto, perpendicular sobre sus escamas, en vez de ser oblicuo.

Hubiera terminado allí mi carrera si Campo Elías no hubiese venido en mi ayuda, cayendo sobre la culebra como debía hacerlo, en forma inclinada y desde abajo, cortándole en seco la cabeza. Todavía tuvimos que correr para cubrirnos, porque antes de que la cabeza tocara el suelo, el cuerpo retorcido del animal golpeaba fuertemente la maleza que lo rodeaba, quebrando las matas como si fuera un machete.

Los venados son muy frecuentes en los llanos y uno puede verlos pastando tranquilos entre las vacas, olvidados de la presencia del hombre. Los hombres rara vez los matan para alimentarse, pues hay ganado en abundancia.

La mayoría de las haciendas tienen marranos. Estos animales, sin embargo, son muy cobardes y huyen cuando encuentran la oportunidad, a sus caños y esteros, donde se defienden de los jaguares y leones de la montaña con sus colmillos. Siempre que un ranchero desea comer un pedazo de tocino o cochino horneado, no tiene sino que tomar su escopeta y salir para el próximo estero. Frente a esto hechos hay muchos norteamericanos que se preguntan por qué los latinoamericanos no esclavizan sus vidas allí para montar una cuenta de banco.

Si un viajero se encuentra en los llanos sin alimento, todo lo que tiene que hacer es matar la vaca más cercana y colgar su piel en la maleza, de modo que cuando los vaqueros pasen y la vean, se la lleven a su rancho. Los restos del festín —salvo las dos o tres libras de carne que el viajero ha debido consumir— se le dejan a los zamuros para un banquete. Estos pobres brutos son los come- carroña de los llanos. El derecho de ofrecerles una comida delicada no debe ser discutido.

Una de las criaturas más desagradables que habitan los esteros es el temblador, la anguila eléctrica. Su tamaño varía entre una y dos yardas. Su cuerpo es una batería viva que acumula energía hasta que explota, descargándola en lo que toca. Los vados de los ríos están siempre infestados con tembladores, listos a descargar su batería en las vacas, que después de ser tocadas por éstos, lanzan un mugido doloroso y se hunden y ahogan entre la corriente. Sus inflados carapachos son luego botados a la playa por el río y devorados por los zamuros y caimanes, que deben estar aliados con los tembladores.

Una vez tuve la desagradable experiencia de encontrarme con un temblador mientras cruzaba un vado. Caí de plano con el shock. Me hubiera ahogado en tres pies de agua si mi sirviente, que estaba bañando los caballos, no me hubiese sacado. No recuerdo haber sentido ningún dolor cuando fui casi electrocutado, pero la parálisis causada por el shock duró tres minutos.

El más peligroso habitante en las corrientes de los llanos es sin duda alguna el caribe, un pez pequeño, chato por ambos lados. Se alimenta de carne fresca y anda en manadas por centenares. No ataca a hombres o a bestias que sufran de viejas llagas o lastimaduras, pero se clava en cualquier criatura con heridas frescas o con un pequeño reciente rasguño en sus cuerpos. Desde el minuto en que los caribes huelen sangre nueva atacan a su víctima y desmenuzan sucuerpo casi instantáneamente. Por fortuna los caribes son peces migratorios que no permanecen emboscados como los tembladores.

Muchas veces he cruzado los ríos de los llanos, asido a la cola de mi caballo, con heridas sangrantes, pero nunca he encontrado caribes, pues no lo estaría contando. Mi abuelo, sin embargo, cuando era un niño, se echó al río Arauca para regresar al minuto sin su pierna derecha. De su esclavo favorito que saltó al río detrás de él, no se volvió a saber.

En cierta ocasión, mientras cruzaba la charca de Grijalba, uno de mis compañeros fue devorado por los caribes ante mis ojos, sin poder ofrecerle ninguna ayuda. Iba a lomo de caballo y cuando -llegó al centro de un estrecho lodazal lanzó un grito de agonía y desapareció bajo la superficie con su piafante jaca. El agua que los cubrió se volvió púrpura y se podía ver centenares de pequeños caribes cruzando en toda dirección.

La raya es otra peste de aquellas regiones que ha mutilado a muchos hombres y lisiado muchos buenos caballos. Es un pez en forma circular, obscuro en la cabeza y claro en la parte inferior. Se arrastra sobre su vientre hasta la orilla, agitando la arena para ocultar su presencia. Su pequeña cola parece el asa de una sartén y está provista en la punta con una curva de pequeñísimos dientes como un serrucho. Con esta arma corta o lacera los tendones de un pie humano, o los menudillos del caballo que llegase a pararse sobre ella. He visto a muchos varones dar un grito de agonía y desmayarse cuando son atacados por una raya, mientras los caballos sufren un colapso, dando salvajes patadas y quejándose como seres humanos cuando son atacados por ella.

Existen además otros enemigos traicioneros. Legiones de víboras rojas, amarillas, negras, bronceadas y moteadas. Todas venenosas y de diferente tamaño. Incontables variedades de sabandijas también acosan los llanos y sus selvas vírgenes. Tomaría volúmenes describir en forma adecuada las diferentes clases de zancudos que mantienen allí el negocio de torturar la vida. Mis piernas, desde las rodillas para abajo, permanecen cubiertas con numerosos puntitos oscuros; son las marcas inflamadas de la picada de los mosquitos durante mis excursiones militares por estas regiones. La mayoría del tiempo he andado descalzo, porque las botas y las polainas he tenido que botarlas por la humedad. Además, con el pie desnudo es más fácil agarrar los estribos en ciertas circunstancias.

A cada momento cambiamos caballos. Los nuevos, regalados por amigos propietarios de ranchos, son potros cerriles que tienen que ser domados en media hora. Era divertido ver a algunos de nuestros hombres dar alaridos y tumbos, arriba y abajo, sobre caballos castigadores, mientras el resto reía y gritaba como una banda de indios salvajes, hasta que los caballos, dándose cuenta de la inutilidad de echar por tierra esta manada de gatos monteses, optaban por la disciplina. A menudo me tocaba el turno. Era yo entonces quien tenía que hacer la demostración, mientras mis amigos se entregaban a las carcajadas. Entre nuestros llaneros, como entre los vaqueros mexicanos, existe la creencia de que ningún jinete es completo si no rueda de su caballo por lo menos una vez a la semana. Nunca me hubieran reconocido como su jefe ni me hubieran seguido ciegamente durante mis escaramuzas militares si no hubiera estado dispuesto a emplear la misma destreza que ellos empleaban y regularmente a enseñarles también algunas mañas nuevas. Bolívar, el Libertador, dio este ejemplo y se ganó el respeto de los lanceros en el llano.

Los caimanes están divididos en tres clases: la baba, o caimán pequeño, el propio caimán y el gigante cocodrilo.

La baba tiene desde media a dos yardas y media de largo. Vive la mayoría del tiempo en los esteros. Allí permanece todo el año debido a su tamaño, siempre que el estero no se seque enteramente. Cuando esto sucede, la baba se mueve a otro charco en busca de alimento. La baba se alimenta de pescados. Es muy pequeña para maniobrar en sus cuatro patas, aunque ocasionalmente goza masticando un chigüire, roedor acuático, suerte de conejo ordinario, negro y peludo, que habita en las sabanas cerca de los esteros, y que es generalmente clasificado por los llaneros como un pescado más que como un mamífero, probablemente porque puede permanecer debajo del agua por cierto tiempo

Los llaneros huyen de las babas cuando las encuentran a través del campo en busca de frescos esteros. Es cuando son peligrosas y atacan ferozmente a los caballos mordiendo sus patas con sus poderosas mandíbulas.

Una de las peculiaridades comunes en toda la variedad de los caimanes es que, a pesar de ser lentos caminadores, pueden correr como demonios en una línea recta. Entonces tumban a un hombre o a un caballo con una batida de su cola, arrastrando a la víctima hasta el río donde lo ahogan y lo devoran.

El caimán es como la baba, color de aceituna. Comúnmente posee de quince a veinte pies de largo, aunque excepcionalmente alcanza veintitrés pies. El caimán vive generalmente en los ríos y lodazales, y en los esteros o en las charcas llaneras, solo cuando hay suficiente agua para esconderse bajo su superficie.

La más grande variedad de nuestros caimanes pertenece al cocodrilo. Es de color amarillento. A veces alcanza el increíble tamaño de veinticinco a veintiocho pies. El cocodrilo es un animal muy raro. Lo llaman el rey de los caimanes. De acuerdo con el folklore, cuando está comiendo y se acercan otros caimanes, todos se retiran respetuosamente del festín, probablemente para salvarse. Su Excelencia queda solo en el banquete y también en la siesta.

La misma ceremonia se lleva a cabo, según los llaneros, con el rey de los zamuros, que es blanco en vez de negro y dos veces más grande que un zamuro ordinario. Es muy raro encontrar este personaje, a quien sus compañeros menores le rinden obediencia. Una vez lo vi mientras andaba a caballo por la cordillera. Lo tomé primero por un cóndor. Cuando vi el círculo de zamuros cortejadores reconocí su noble categoría del rey del espacio. Con gran respeto lo saludé con mi sombrero, mientras su negro cortejo le hacía reverencias, inclinando ante él sus cuellos arrugados.

*Del libro: Memorias de un aventurero venezolano

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