literatura venezolana

de hoy y de siempre

«La noche es una estación» de Sael Ibáñez

Por: José Ygnacio Ochoa

Los encuentros del escritor con la naturaleza están localizados con el ejercicio del lenguaje. Cada oración contiene un enunciado originado por los deseos enmarcados en una relación de sensualidad para decir lo que se siente: naturaleza+Hombre=instante/incandescencia. Es un amasijo de contemplaciones. Todos en uno. Los une la palabra en su proyección con la disposición narrativa. Es el artificio del que se vale el escritor. Es su recurso por excelencia. Cada «registro-signo» alterna con los términos contrapuestos entre las ideas y los sentidos. Si en la realidad el hombre observa, pues el escritor-poeta contempla una realidad, luego la desentraña porque más allá de la imagen está un compendio de dimensiones que subsisten para atribuirle una significación. El narrador por vía del personaje-actante unifica con las clases de palabras los acontecimientos, los concibe como suyo, luego el acontecimiento vuelve convertido en un mundo único. Se crea una estructura significativa, la de la ficción. Con todo esto, quiero expresar que, el relato se cuenta, se mueve y se visualiza. Él se dice y existe en tanto el lector lo encuentra.

Narrador y personaje se desvanecen en el efecto deseado, los convoca la contemplación, los fusiona el lenguaje, es decir el relato perdurará en el tiempo. Se transparenta en el espejo de la otredad. El relato vendrá siendo el uno de aquel todo en el otro. La palabra persuade en tanto  transforma. El efecto de la voz que cuenta  un estado anímico. Entonces, como ejemplo, vemos-leemos: el agua cae, oscurece, llueve y produce una sensación que, como lector nos cambia a un estado de contemplación registrado o no pero surge una sensación. El relato va desplazando al  lector por una variante de secuencias, es el carrusel de la conciencia e inconsciencia con la simultaneidad del signo. Como lector el relato nos incorpora con la sutileza de la las clases de palabras (verbo, sustantivo, adjetivo o adverbio), el relato nos instala en él, existe, por lo tanto, por sí mismo, es directo y sin intermediarios. Nos une la palabra.

En el libro de Sael Ibáñez La noche es una estación (Monte Ávila Editores, Caracas, 1990) se presentan ocho relatos que proponen un universo alterno a lo establecido en la realidad. Cada relato cuenta con una consonancia, las informaciones vistas y padecidas pero encuentran en la palabra un asidero para transfigurarse en «lo significado». Las combinaciones de palabras devienen en una expresión particular que el autor une en el relato La línea y el dolor lo que aparenta ser cotidiano a los ojos del lector entre un hombre y dos mujeres con sus encuentros/desencuentros. El hombre se transforma con un vocabulario que se convierte en otro reconocimiento porque la palabra contiene la esencia de los personajes.

En apariencia son personajes sencillos. Muy dentro de ellos se manifiestan una combinación de palabras que simboliza una imagen o un pensamiento. El significado cambia, el personaje en tanto también cambia. Es una línea sugerida de acciones y en consecuencia el sentido perturba con nuevas informaciones desde un estado de sensaciones e intimidades con el yo y las configuraciones del ser, por qué no, las del alma.

El lector percibe en la palabra una resonancia, insistimos en esto. Cuando mira en el relato: tardes oscuras que jugaban con nuestro inconsciente eran llamados también al pesimismo… no es cualquier tarde, no está nublada, no, sí es oscura y además cambia el ánimo, es una relación que desde el otro significado que no se consigue en el diccionario, porque no es el hecho de reseñar solamente la tarde, sino lo que produce leer o ver esa tarde con su particularidad en el espejo del narrador-personaje. El autor hurga en la memoria del lector alguna correspondencia en su inconsciente para resaltar con el acontecimiento lingüístico los pronunciamientos del ser. Ibáñez va hacia ese punto de encuentro con el lector. Es como armar un nuevo orden de significaciones para llegar a otro estado y conmoción, despertar un sonido diferente, otro sentir, en consecuencia, otro sentido.

La «sustancia semántica» sugiere una secuencia de acciones en el otro ámbito del lenguaje. Las dos mujeres o las dos esposas no dudarán del hombre porque él las convence con su verdad que no es otra más  que  su historia de amor/desamor vertida con un propósito. No interesa si es verdad o mentira lo que cuenta, es el poder la palabra en quien aspira un convencimiento. No importa si es Y+ o Y- (mujer 1 o mujer 2) sobresale la palabra para el desarrollo de la trama. El hombre repite la fórmula, es decir, la expresión tal cual: según él, ella le eracontinuamente infiel…  se repite en par de ocasiones con diferentes mujeres. Qué es lo resalta, más allá del personaje: ellas o él. Ahora bien, alguien cuenta esta historia, y viene otro artificio del autor, coloca en boca del narrador como que si lo que cuenta está siendo soñado. Como lector olvidamos por momentos quién narra para luego  inmiscuirnos en la trama, caemos en el juego del escritor-narrador. Nos convertimos en tanto lectores como cómplices de lo que sucede.

En ese mismo orden de ideas existe el punto de coincidencia entre este relato y el Territorio sin sustancia y La culpa y el deseo. Explicamos, en el primero aparece en el transcurso del relato una expresión que se repite exactamente al final  del propio relato y sucede también con el segundo relato mencionado, es una frase corta y certera: Afuera llueve, no es sólo la utilización en seis ocasiones, bien para iniciar y finalizar la historia o para iniciar cada párrafo, el uso de la expresión  lleva al lector a una cadencia y musicalidad que sugiere un estado determinado: ¿acercamiento?, ¿aprehensión? La expresión no es ajena, en todo caso, se dice para acercar o cargar  al lector de un sentimiento. La expresión en cuestión no se enuncia, se dice y se padece. Es un procedimiento literario que justifica una dimensión de significados múltiples y, repetimos, acerca al lector, lo conecta con el signo a las situaciones inherentes.

Veamos en Un sueño, otra muerte para Carol cómo un pueblo traslada al lector a un compendio de juegos de palabras: sueños + historias + niñez = espejos, visto en el río como elemento determinante en la historia de este relato. Es más, se comporta como un personaje que orquesta los opuestos: lluvia/verano, vida/muerte, sueño/realidad. El río lanza una fortaleza que deviene en desenlaces, prolongaciones en continuidad como la corriente misma: Parece que ella hizo apenas lo necesario para ser salvada. Esto hacía penosa la tarea, porque el río estaba embravecido. Ustedes saben cómo se pone cuando llueve. Dicen que no parecía desesperada. Carolina siempre fue extraña. El río marca la certeza y lo intangible de la vida, al punto que se acepta sin culpas, sin resistencia alguna. El río es como el espejo en donde llegamos todos y nos reflejamos con lo que verdaderamente somos. Existe una necesidad de manifestación y se logra con el encantamiento en el uso de las palabras.  

Valoramos no el concepto propiamente dicho de la palabra significado, en todo caso resaltamos cómo el escritor nos acerca con la palabra a los sentidos, a la experiencia de cada uno de los personajes, a sus limitaciones y a sus resoluciones con el comportamiento. Son espacios creados para que el lector juegue a urdir otras historias desde este encuentro con la palabra. No interesa la precisión, en este caso, es más relevante el carácter imaginativo. Se orienta hacia la existencia múltiple de la comunicación emotiva. Los especialistas de la semántica y la ciencia del significado plantean una clasificación de las tonalidades emotivas, desarrollan los factores fonéticos que propician una armonía en cuanto a sonido y sentido.

Ibáñez al incorporar el río en buena medida sugiere una manera particular de sonidos e igualmente apunta hacia significaciones propias de un rango de la naturaleza y todo lo que ello implica: Camaguán, lluvia, mayo, llueve, barro, orillas, lecho, chalana, charco, verdor. Todo mueve a que el lector ubique un contexto pero no físico, ni telúrico, sino hacia situaciones que derivan en lo emotivo, el contexto viene dado desde adentro, desde lo intangible del personaje, por eso lo extraño en algunos de ellos. Está redimensionado el sentido de naturaleza en tanto como condición perteneciente a un espacio determinado. El asunto va más acá del simple reconocimiento de lo geográfico y su apego. Los relatos de Sael Ibáñez acceden una valoración desde lo inusitado de su ingenio.

*Este texto forma parte del volumen La fragilidad de los espejos (ediciones Estival, 2021)

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