literatura venezolana

de hoy y de siempre

La niña del Japón (selección)

Sep 2, 2024

Pascual Venegas Filardo

Nagasaki añora

La tarde se enredaba en tus cabellos de ébano,
era sutil la brisa que corría en los pinos
y dibujaba aromas de límpidos acentos.
La tarde era una sola sensación de silencios
donde tan sólo tu reinabas pensativa.
Nagasaki está allí sobre su azul bahía,
sus colinas no hablan pero su muda voz
cuánto dice el viajero que sabe su tragedia.
tras ese templo de alta torre cristiana,
bajo esos techos grises donde un hombre rubio
amó a lírica niña de alma de libélula:
frente a esos leones que celan el templo de Sofukii,
bajo ese monumento a una paz ganada con la muerte
laten las almas
de los niños que no vieron la aurora.
Están allí las madres ahogadas en la hoguera
de fuego fulgurante
con las manos tendidas
hacia el hijo hecho cenizas por la ciencia enloquecida.

Qué importa que en las noches de gala en grandes urbes
Madame Butterfly diga su historia melodiosa
si aquí en estas colinas de verdes virginales,
si aquí frente a esta aguas de inocentes reflejos,
si aquí entre estas gentes coronadas de risas,
si aquí entre estos pasos leves como sus dueñas
la memoria está viva
y la guerra atenaza en su recuerdo
el fuego venciendo todo lo refractario,
el átomo dislocado trizando los tejidos,
la explosión consumando el mayor de los crímenes!

Nagasaky te miro mientras la tarde huye
y los celajes siembran rosados nácares sobre las sombras
Nagasaky te miro tal cual como eras, cuando todo esto
que destruye, todo esto que aniquila
aún no había nacido.

Te imagino en la paz del viejo samurai,
en el pálido rostro de la noble doncella
soñando en el amor imposible de un eta
Y mientras sueño al pie de las colinas
es la noche la que hace más negros tus rebeldes anhelos
cuando la lluvia inicia sus pasos en la hierba.

***

Jardines bajo la lluvia

La piedra es flor, es árbol,
es música entre las flores y los árboles.
Esta madera roja volcada en ágil arco
sobre el agua que ríe gozosa en las arenas,
este menudo sílice en ondeantes veredas,
todo es vida cromática bajo la lluvia fina
que colma la mañana con impalpables hilos.

¿Que miras mientras alzas tu esbeltez que te envidia
el sigú con su talle o el hui matsu hierático?
El tatami palpita bajo tu planta leve
mientras miras la lluvia decorando los aires.
Tu sabes el lenguaje de este paisaje leve
que se descubre dócil, multiforme, encantado,
mientras el agua hace su ronda imperceptible.

Adivina el silencio de tus ojos perdidos
bajo los pasos tristes como bronces antiguos,
los miro detenerse sobre el haya que añora
la cálida caricia que en el sur se dilata,
el hálito benigno que el Kuro Sio reparte.

***

La flor de Yokohama
(dedicada a Chieko Nagata)

He surcado estas islas que te dieron la vida
y he sentido en la frente el agua de tus mares.
La armonía de tus islas, tus verdes litorales,
han llenado mis ojos con sus mágicas formas,
y en cada retazo de este paisaje diáfano
que la lluvia sostiene con líquidos cristales
te miro a ti intacta, niña de Yokohama.
¿De dónde me llegaste tú de piel como el aire,
de cabellos de brisa que la noche ha teñido,
de vientre cincelado en cálidos marfiles
y de muslos esbeltos como los tiernos pinos?
Quiero mirar en ti el rostro de estas aguas
y el cuerpo de esta tierra de entrañas encendidas.
Tú viniste del sur donde el mundo es más verde.
¿De Kyu Siu? ¿De sikoki? ¿Del pie del Aso Yama?
De esas islas que miran hacia el sur anhelosas
buscando un alma tibia como la tuya en llamas.
Te encontré en Yokohama niña de clara risa,
y en tu voz escuché la música de ríos
cruzando las montañas frente a Budas inmóviles.
en ti sentí los símbolos de un país encantado
que vigilan mikados y aguerridos daímios
más allá de la muerte.
No importa que los días hagan distante el tiempo
y que infinitos mares separen tu presencia,
si tu recuerdo un arco tiende sobre los aires
y te alzas en dominios de insulares contornos.
Eres como tus islas circundadas de espumas
que leves golondrinas coronan en la tarde,
eres como los pinos ceñidos a los montes
a cuyos pies el agua de los arroyos canta.
surgiste en la noche tibia de Yokohama
a la hora en que los astros se duermen en la bruma,
en que la leve lluvia besa las criptomerias
que desveladas guardan funerarias mansiones.
niña de breves ojos y grave mirada,
¿cuantas veces te hallé en tu país de verdes?
Por las calles de Ginza tatuadas a lo yanqui,
por las suaves colinas que van a Nagasaki.
¿Acaso no eras tú la misma que chocaba
sus manos ante el Shinto de actitud inmutable?
Niña de formas frágiles livianas como el viento
de senos inocentes cual moribundos lotos,
tú me franqueaste el torii de tu país remoto
que se abrió ante mis ojos en sendas generosas
develando a mis plantas sus mágicos secretos.

***

Los oídos de la noche

Dormida soledad de las palabras
suave inviolado terciopelo
nocturna flor sobre mí elevada
Sobre mi rostro apenas es la sombra,
profunda sombra sobre mi ser clavada,
la que alza tenaz siempreviva.
Toda la noche en mares derramada,
noche total abierta sobre el mundo.
Más allá de esta muralla densa,
de esta menuda lluvia de pasos silenciosos
duerme severa Nara la sagrada,
Nara de inerte lago y ciervos como niños,
Nara de céspedes y pinos, de jardines
de milenaria voz y tiernas azaleas.
Siento cómo palpita el corazón nocturno
oh noche que oyes mi silencio inmóvil,
que sabes escuchar mi pensamiento
que se va tras esos azules techos de tus templos,
que llega hasta el bronce de Todaiji,
que desde Wakakusayama atisba,
y que me ocultas con tu cortina acogedora.
Oh noche, húmeda noche, suave noche,
que me envuelve, me invita, me contempla,
extendida por los alcores de este valle
cuyos contornos adivino apenas, pero que sé sagrado
porque aquí los dioses eternizaron su presencia.
Un Shinto magno, de soberano bronce
tal vez espera el tributo de mis pasos,
el chocar de mis manos, mi cuerpo genuflexo,
mientras aguarda envuelto en las nocturnas gasas.
Paciente está allí rodeado de los siglos
que son historias perdidas en los tiempos.
Oh Nara milagrosa, apenas atisbada
tras el severo signo de la alta media noche,
mira cómo te escucha este oído inmenso
de la luz ya vencida, de la tiniebla intacta
bajo esta lluvia leve que de tanto ser muda
apenas se detiene en la voz del arrullo.
Bajo este mismo cielo, sobre el tatami cálido
quizás bajo otras sombras tan graves como éstas,
¿no escuchas tú, oh noche, un aliento,
un suspiro, no oyes el pensamiento
de la niña que llena como tú mi universo?

***

Luz en el Aso Yama

Tiene la noche un raro color de adolescencia,
un alma transparente de dilatados ecos.
Siento bajo mis pasos el pulso de la tierra
como si estuviésemos más cerca
de ese caudal de fuego
que ruge contenido en misterioso arcano.
Allá distante duerme el volcán con sus luces
apenas traducidas en mínimas hogueras
de una voz que se eleva en rosadas volutas.
Kiu Siu de hondos misterios,
en Aso Yama mido el clímax de tu vida.
Sus fauces descarnadas me llaman sordamente.
Mido toda la angustia de la muerte en tus fuegos
bajo esta noche tierna, poblada de presagios.
Aquí en estas montañas donde la tierra es joven
cuando el geólogo indaga la historia de sus venas,
donde el mar es un juego de islas y riberas,
se pierden tus pupilas buscando los caminos
de tu olvidada infancia,
oh niña de ojos dulces y de tez como el lirio,
de cabellos que flotan en el aire de mayo.
¿Cuántas veces tejieron tus pies de breve marco
estos senderos rudos de lava y dura roca
donde el árbol se aferra con angustia a la vida?
La fumarola pone una cálida música
al viento frío que baja rodando por los montes.
Un alma sulfurosa corona los silencios
que apenas quiebra leve tu voz de río y estrella.
Y mientras en la noche color de adolescencia
el Aso nos vigila con su pupila inmensa,
una luna de estaño se insinúa en la penumbra
ceñida de misterios.

***

Heian, jardín para los dioses
a Tsutomu Okuyama

Por esta fronda, sobre estas quietas aguas
pasea su invisible presencia el alma de los dioses.
Sobre estas aguas de dulce azul
que los peces recorren en romería armoniosa,
siento más hondamente la misteriosa vida
que más allá de un milenio ardía en ti,
Kyoto insondable, Kyoto indescifrable,
Kyoto que te pierdes en edades de niebla.
Heian, altar para los dioses, casa para los dioses,
jardín para alojar el espíritu de tus viejos monarcas.
Bajo estos cerezos de verdes ondulantes
siento los livianos pasos de Kammu, de Kohmei,
con sus mejillas pálidas y sus ojos oscuros
que no ha mellado el tiempo.
Cuando traspuse el torii de maderas antiguas
mientras la leve brisa rondaba por los pinos,
sentí como miradas de unos ojos ocultos
en las hojas del sauce, en los lotos sin flores,
en las aguas serenas rodeadas de colores;
caían sobre mi ser cual arcaicas saetas
las pupilas atentas de esos emperadores
suyos rostros se pierden más allá de los siglos.
Bajo esta sala inmensa de esmaltadas maderas
donde el buna y el mizunara trajeron su mensaje
desde el callado rincón del bosque,
sutilmente aletea el tiempo sin linderos.
Okuyama mira como yo en silencio
esta paz de la tarde emergiendo callada
para rendir tributo a estos melancólicos símbolos
de un mundo que es apenas la sombra de otro mundo.
Soryu, verde dragón, Byakko, tigre de nieve,
cómo se intuye el hálito de tus altivas fauces
bajo esta paz religiosa que Heian nos ofrenda.
Atrás quedan las formas esbeltas de los templos,
las armoniosas frondas de cerezos y sauces,
las aguas de azules y frágiles mejillas.
Parece que los dioses vienen tras de mis pasos.

***

Bajamar

El mar había partido
mientras la playa iba como al alcance de las olas.
No eran arenas blancas, ni siquiera rosadas,
no eran estas arenas de pálidos matices
como aquellas tan nuestras que el Caribe domina.
Descendía la marea bajo un cielo triste
y era roja la playa, bermejas las arenas,
y sobre ellas volcada
toda una multitud palpitante, anhelosa,
tomando del mar ausente la vida para la vida.
La costa acantilada mostraba
sus cortantes muñones, sus filos milenarios;
pero más allá todo era horizontal llanura
de húmedas arenas pobladas de multiforme fauna
que el hombre arrebataba
antes de que el mar toara de nuevo a sus dominios.
Milagrosa marea que descubres secretos
y muestras a los ojos la volcánica entraña
de esta tierra que duerme bajo olas y espumas.
Todo este mundo de algas, de lucientes crustáceos,
de pasivos moluscos, son alma de estas islas
como lo eres tú, niña de pálido vientre
y piel de translúcido ámbar

***

Islas… Islas…

Aquí está naciendo como un mundo de ensueño
sobre el mar que despierta bajo el velo del alba.
Es frío el aire leve que se mece en las olas,
que salpica tu rostro de tibia porcelana,
que se mete en tus poros con sus finas agujas
y te trae un mensaje de áureos crisantemos.
Está naciendo un mundo de mágicos contornos
mientras el alba cede a la luz que dibuja
claros entre la bruma.
La noche se dispersa en las últimas nieblas.
Es gris el mar que canta en torno a tu presencia,
pero es un mar despierto donde un pequeño cosmos
se agita y enarbola sus gritos marineros.
Y mientras el sol sueña tras un cielo de acero
surgen en un espléndido sortilegio de verdes
estas islas que son paraísos de pinos,
de aromas,
donde entonan los vientos livianas melodías.
Suo Nada, Iyo Nada, Hiuchi Nada,
son parcelas marinas
en este mar de islas que van al infinito.
Entre tierras mayores de playas de oros blondos
o de rocas hirsutas donde Vulcano brama
esta miríada de islas de cónicas turgencias
son los senos de incógnitas sirenas sumergidas.
Dime tú pasajera de mirada de almendra,
tú que sueñas mi sueño en el alba nipona
y me descubre un mágico rutilante archipiélago,
qué sientes en tu alma de niña japonesa
ante este mar que entona una canción de islas
mínimas y redondas como tu seno ainus ?
Islas . , . islas
shima me dirás con tu voz
que parece surgir de este mar que me abraza
como un cuento de hadas de anónimo origen.
Isla, shima, es la misma palabra
que se alza cual símbolo sobre este viejo mar
en cuyo fondo yace el misterio de un mundo.

***

La aldea dormida

Es azul la mañana y azul es todo el valle
donde duermes aldea la tristeza temprana
de este amanecer bajo pesado cielo.
Apenas breve prado se extiende más allá
de tu último alero curvado hacia el espacio,
y rectilíneos marcos dibujan en el campo
un mosaico de verdes que las aguas inundan
y dan vigor a estos fecundos arrozales.
Una canción bucólica se eleva por los aires
nacida de estos campos que el hombre transfigura.
La muda aldea sueña al pie de las laderas
donde la niebla erige sus argenteos dominios,
y allí donde los montes avizoran el valle
los matzuyamas alzan sus broncíneas espadas.
Ni una voz se levanta hacia la azul mañana,
sólo el silencio entona su música impalpable,
y mientras miro estático la aldea que demora
en este frágil valle de corazón volcánico,
adivino la vida más allá de esos techos
donde la fibra alterna con las grises pizarras:
sobre el tatami noble el verde té humeante
servido con el rito de remotas edades,
la gracia picaresca de unos oblicuos ojos
atisbando al extraño que profana el paisaje.
Aldea japonesa de grisáceos contornos
vi cómo amanecías en nublada mañana
al pie de los pinares, sobre ondulados prados,
frente a rubias terrazas y verdes arrozales.
Siento cómo alargaron sus profundas raíces
en mi memoria viva tus techos de pizarra,
tus peces de papel movidos por la brisa
que al varón del hogar consagra el mes de mayo.
Remota aldea perdida entre el prado y el monte
eres en ese mundo la síntesis del canto.

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