literatura venezolana

de hoy y de siempre

La búsqueda incesante de «Wald», de Gabriel Jiménez Emán

May 13, 2025

Por: Rafael Victorino Muñoz

Comencemos por decir quién es Wald, o quién era Wald antes de que dejara de serlo. Un empleado al que no le gusta su trabajo; pero esta es la cosa más normal del mundo. Un hombre que no puede estar con la mujer que ama; pero esto también es algo muy común.

Hasta cierto momento, se puede decir que Wald lleva una vida despreocupada. Una vida sin mucha emoción ni mucho sobresalto. Lo único particular de Wald sería el interés por leer poesía, tal vez un acto de rebeldía en un mundo alienante, como el suyo y como el nuestro.

Sin embargo, cuando se presenta al personaje de esta manera, se quiere insinuar que, por contraste, algo habrá de suceder, algo fuera de lo común, una descolocación. Un día, como sucede en las historias, todo cambia… y es allí cuando comienza realmente la historia. Y esto, en el caso de Wald, se pone de manifiesto cuando el personaje comienza a sufrir diferentes y sucesivas metamorfosis.

Pero, a diferencia del texto Kafkiano, en que Gregorio Samsa aparece convertido de la noche a la mañana en insecto, Jiménez Emán se detiene a describir minuciosamente el proceso: primero fueron unas arrugas en la frente, luego el crecimiento del cabello y del vello de la cara, el cambio en las uñas, el deseo de comer carne cruda… hasta que se dio cuenta de la realidad, su nueva realidad: ahora era un perro.

En un primer momento, se insinúa esto como una ambigüedad o una oposición, donde el personaje pareciera estar en el límite entre lo humano y lo animal. O más bien, aquella parte animal, que seguramente pervive en todos nosotros, va ganando terreno, cediendo espacio, por contrapartida, lo racional o humano que pudiera haber. Lo único que le va quedando es el trabajo en una agencia de publicidad que, por contraste, luce como un paraíso artificial.

Sin embargo, aquella parte de su ser que al parecer controla las transformaciones, o se demiurgo innominado, no se conforma con sólo ser perro y quiere algo más; así que de allí pasa a ser gato, o medio gato y medio humano: anda a dos patas, piensa como humano y siente vergüenza de su desnudez. Pero se asea como gato y luce como tal.

Además, estando en su fase gato, se encuentra con una pareja felina con quien tiene una experiencia sexual que le resulta satisfactoria, tal vez más de lo que han sido otras experiencias sexuales humanas. Aquí puede uno detenerse a pensar si para esos menesteres de la cópula el ser completamente animal sea lo mejor. De igual modo, a estas alturas, como puede suceder cuando leemos un libro de ficción fantástica o incluso realista, uno puede comenzar a preguntarse si Wald será una metáfora o un símbolo de algo; pero, ¿de qué?

Varias veces estuve tentado a pensar que lo era de la inconformidad permanente con su situación, cualquiera que esta sea. A Wald-hombre no le gustaba su trabajo o su vida y muta a perro. Y como a Wald-perro no le gusta tanto ser perro, muta a gato, viviendo experiencias intensas, de libertad, de violencia, hasta sexo. Luego tornará otra vez a humano. Esta inconformidad con su situación inicial y el deseo recóndito de cambio, que tal vez desencadena todo, aparece explicado en la página 30:

…su situación personal se hacía cada vez más anodina, no había conocido en los últimos años a ninguna mujer que lo entusiasmara, una mujer desenvuelta e inteligente, sólo a chicas bonitas que sólo querían saborear el poder o el dinero, exceptuando a Vanessa Turner, de quien estaba enamorado, y cuyo amor era imposible. Vivía un bloqueo creativo que le había impedido escribir algo sustancioso u original, tenía un conflicto con la realidad concreta a la cual superponía una realidad y luego otra, fantasmal o ficticia, que le parecía mucho más interesante; en fin, había suficientes razones para aceptar su nueva condición de mutante.

Aceptar o incluso desear, pensaríamos nosotros.

Ahora, del hombre-humano al hombre-animal vive su tránsito Wald sin tanto sobresalto, es decir, se preocupa, se incomoda, se hace preguntas. No obstante, sólo entrará totalmente en crisis cuando se transforma en hombre-cosa: un artefacto, algo así como un cyborg, cubierto de piel, una piel cetrina, mortecina; pero con un interior de hojalata, de máquina fría, sin vida, al parecer con un único deseo: beber aceite.

Luego de esta, la siguiente transformación es vampiresca: se convierte en el clásico vampiro, a la vez que en un criminal y en un cínico. Pasa de la sed de sexo a la sed de sangre y se deja llevar por el instinto de matar. Si bien cada noche que pasa y cada día que amanece deja atrás cada una de sus metamorfosis, con un retorno a la momentánea normalidad, sin embargo esta vez tiene que lidiar con las consecuencias, pues ha asesinado a alguien y se hace más confusa su situación.

Sin duda, aparte del tema de la metamorfosis, la sensación de estar viviendo en un laberinto, en una situación límite con respecto a la cual no se entrevé ni la salida ni el sentido, nos hacen pensar en esas atmósferas kafkianas, de las cuales sabemos que Jiménez Emán es tan devoto.

Por otra parte, además de la pregunta acerca del simbolismo oculto en el personaje o en su vida, a todas estas también uno puede preguntarse por qué le sucede esto a Wald, cuál es la causa, qué ha desencadenado esta serie de transformaciones: ¿se trata de una suerte de castigo o es sólo una circunstancia accidental? Hasta cierto punto de la narración no parece haber explicación.

No obstante, dentro de la literatura fantástica en general hay varias tendencias para tratar de establecer una causalidad (siempre dentro de las leyes que rigen el universo ficcional que constituye cada relato). Una de estas hipótesis apunta a presentar las intromisiones o irrupciones de lo irreal (para decirlo con los términos de Roger Caillois) como una suerte de respuesta a un desajuste moral, tratando acaso de relacionar un hecho con el otro, como ocurre en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, o como también se insinúa en La piel de Zapa de Balzac. Otra de las explicaciones posibles es el tópico del sueño (recordemos el caso de El hombre que fue jueves de Chesterton y Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll). Pero ya veremos cuál es la que aplica para la narración de Jiménez Emán.

Cuando Wald pensó que ya podía comenzar a considerar sus sucesivas metamorfosis como una rutina, como algo consuetudinario, siguiendo aquello de que lo único permanente es el cambio, se operó otra transformación, un cambio dentro del cambio. Ahora era el contexto, el espacio, el lugar: era su ciudad la que mostraba un rostro extraño, desolado y sombrío.

En ese punto culminante de la narración, cuando Wald comienza a pensar en sí mismo y en su situación, es que surge la hipótesis que aplica para su caso: «en ese momento se sentía como un personaje de ficción, más que uno de carne y hueso». Se trata, pues, respondiendo a nuestra pregunta, del tópico del personaje de ficción que se sabe ficcional, que sabe que sólo es un sueño de otro, como se ve por ejemplo, aunque de maneras muy distintas, en Niebla deUnamuno, Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello, Las ruinas circulares de Borges, La última visita del caballero enfermo de Giovanni Papini,entre otras grandes obras de la literatura universal.

La sospecha se va haciendo certidumbre y entonces tiene lugar el último movimiento o desplazamiento: Wald se dirige a buscar a su creador, un escritor llamado Gajim (aféresis de Gabriel Jiménez), quien presuntamente lo escribe desde «un lugar lleno de dunas, un pequeño desierto que precedía a una ciudad llamada Curiana» (nombre indígena de Coro). Finalmente, Wald atraviesa esa línea que separa la realidad de la ficción, que es como la que separa la vida de la muerte.

Volvemos a nuestras preguntas de inicio, acerca del personaje como metáfora: ¿Es Wald el reflejo de un alma que busca a su creador? ¿O es quizás, por el contrario, el creador un padre buscando a su hijo, a su creatura…? Sin embargo, Wald no sabía que era eso lo que necesitaba. Tal vez es lo que nos ocurre a todos en la vida. No sabemos lo que estamos buscando, hasta que lo encontramos.

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