literatura venezolana

de hoy y de siempre

Guachimanes (fragmentos)

May 29, 2025

Gabriel Bracho Montiel

Es la primera vez que visito un pueblo petrolero venezolano y espero encontrar todo ese vibrar de progreso que entraña la ambicionada riqueza negra. Allí estará el trepidar de la máquina junto al entusiasmo del obrero que se sabe es parte de aquella riqueza; allí estará ahora la nueva vida estructurada por la organización de los trabajadores, después de sacudido aquel marasmo tremendo que creó la dictadura de Gómez. Un camino nuevo presumo encontrar y debo esculcar dificultosamente el viejo y tétrico camino de ayer, porque la renovación debe haber borrado hasta sus huellas.

Voy impresionado por relatos espantosos de escenas ocurridas en los días de la muerte del tirano: un quemador, especie de hoguera inquisitorial, había consumido cuerpos humanos en la hora loca de las venganzas; un quemador inmisericorde que en aquellos momentos hizo temblar de pánico y de odio a los semivencedores. ¡Hizo temblar de pánico hasta los hombres “buenos” que exponen su “capital civilizador” en estas regiones “peligrosas”, “amenazantes”, “semisalvajes”!

Como el turista que al visitar Roma pide pisar con su propia planta la arena del circo en cuyo centro rugieron las fiestas hambrientas, así yo ahora deseo ver de cerca el cráter de hierro de aquel volcán enano, cuya erupción estremeció edificios hasta en Wall Street, según me informan narradores ¡quizás exagerados!

Pero mi guía no es hombre apasionado como historiador, sino que, por el contrario, dice con pasmosa indiferencia noticias que cualquier cronista habría comentado patéticamente: “¡qué va, mayor! ese quemador lo taparon los americanos hace tiempo. ¡Ese bicho metía miedo y hubo que apagarlo!”.
Con un laconismo exasperante hace una descripción brevísima del horrible aparato:

– Era una llamará que salía por un tubo de hierro y que servía para quemar basura y animales muertos.

Pero ni siquiera se toma el trabajo de llevarme hasta el terreno en donde estuvo ubicado; le parece preferible conducirme hasta sitios hermosos donde la nueva “civilización” venezolana habla con vocablos ingleses: bungalows, canchas de tenis, rubias girls de muslos níveos y desnudos bajo el short.

– Son las casas de los americanos me dice. Ahí no entra el zancudo, porque el zancudo es venezolano y ese nos toca a nosotros.

Ríe cruel, casi canallescamente; parece satisfecho de expresar en tan rudo idioma lo que a sí mismo maltrata y lacera. Luego señala con el dedo hacia el pueblo nuestro, hacia la habitación de los zancudos, como querría llamarle tal vez, y me explica:

– ¿Usted ve aquella casita donde están parados aquellos hombres? Bueno. Ahí están velando a un hombre que ayer murió atravesado por una bala de máuser.

– ¿Quién lo mató? Preguntó alarmado.

– Yo no fui, es lo que le digo. ¡Debió ser uno de los que cargan máuser!

Luego me refirió lo ocurrido en pocas palabras, en cortas frases ásperas, aunque ya no salpicadas de humorismo irónico y concluyo diciendo:

– Cuando Gómez fue ese muchacho de los de adelante; murió el Bagre y tuvo que echarse una escondida larga porque ya traía mala fama desde que una vez lo metieron preso porque y que era revolucionario; pero ahora, para la democracia, volvió otra vuelta porque y que quería hacer algo y ahí lo tiene usted.

¡Mirándose la punta de los dedos gordos!

– ¡Que se va hacer!

Fue una biografía confusa, recargada de modismos extraños, de “y que”, de “qué y que”, de raras contracciones idiomáticas que parecían construidas para alcanzar con eufemismos, como bálsamos sobre la gran herida colectiva. Para concluir agregaba aquel “¡que se va a hacer!”, melancólico y derrotista, pero pronunciado con una enérgica voz de sacudida, de fuerza acorralada, de odio recóndito.

Yo debía estar pocos minutos después frente al cadáver del obrero.

Y lo estuve.

Extraño turismo el mío, que me lleva a presenciar enojosas escenas y que concluye por poner en mis labios un amargo sabor de angustias.

Vine a ver algo más amable, menos cruel, vine a emocionarme con la edificante agitación de la gran industria que es fuente de vida para mi país y veme aquí aturdido, inseguro, haciendo contradictorias zancadas entre las casitas lindas de los americanos y esta herida bárbara que destrozó un corazón valiente. “¡debo irme lejos de todo esto tan feo, tan desolador, tan insultante! Pero, ¿Cómo apartar la vista del obrero víctima?”.

El cadáver tiene los ojos entreabiertos y una morena guapa se empeña en cerrarlos inútilmente. Siento la impresión de que aquellos ojos fueron hechos para no cerrarse jamás y que sus turbias pupilas que reclaman algo. Tal vez una protesta. ¿La narración de aquello que he empezado a ver, por ventura? Y comienzo a averiguar, a desentrañar lo que nunca habría podido alcanzar mi mano de no haberse metido en el subsuelo de mi tierra, aprovechando el propio hueco por donde se fue aquel luchador, en una tarde zuliana, enrojecida por el sol de los venados, viejo sol montuno que tiene en aquellas tierras la misión de ensangrentar las aguas del lago en los crepúsculos.

Como el médico que sorprende insospechados síntomas alarmantes en el enfermo que hasta ayer no denunciaba sino benignos trastornos, así yo viro mi observación hacia la nueva fase que ofrece este escenario trágico, y a partir de los ojos opacos del obrero asesinado, comienzo a enfocar la vida en aquella región.

Cronista incauto, cándido, como la mayoría de los cronistas, inició una serie de investigaciones y preconcibo una calenturienta historia que ha de guiarme en las pesquisas; imagino al líder haciendo vibrar cálidas frases de reivindicación obrera, exaltando el alma de una masa oprimida, soliviantando espíritus inconformes: luego, el tumultuoso reaccionar de aquella masa y el temor exagerado de los guardias del orden público; después, la imprudencia del impulsivo obrero desafiando a los guardias con el pecho desnudo ante la boca de los fusiles y la trágica descarga irremediable. Pregunto:

– ¿Fue reñido el combate o aplastante la masacre?

Y me responden extrañados:

– ¿Cuál combate? ¿Qué masacre?

Otro agrega:

– Sí, fue a la salida del sindicato: un espía dijo que un agitador estaba buscando un alzamiento, una huelga ¡qué sé yo! y eso bastó para que se formara la bronca: cuatro tiros, medio mundo corriendo y un hombre muerto. ¡Eso fue todo!

Eso fue todo, pero yo no sé que, algo sospechoso y no puedo apartarme de ver más allá del mártir. Sigo escuchando y escuchando, aquel cadáver, y aquella morena, comienzan a perfilarse como héroes de narración oscura y profunda como el subsuelo.

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