literatura venezolana

de hoy y de siempre

El juego

Jun 25, 2024

Mariela Romero

Toda la pieza se desarrolla en una misma habitación. A un lado de la escena (derecha) hay una cama con copete de metal, como las que se usan en las clínicas. Del techo cuelga una lámpara como las de billar. En el otro extremo (izquierda) hay una mesa de dibujo tipo arquitecto sobre la cual hay pinceles, papeles, lápices de colores, etc. Una silla de ruedas está tirada en el suelo, al lado de la mesa de dibujo. En el suelo hay periódicos viejos, vasos rotos, cajones de madera, pedazos de tela, muebles a medio destruir, todo lo cual crea una atmósfera sórdida.

ESCENA I

Ana II está montada sobre Ana I, torciéndole el brazo.

Ana I. ¡Por favor suéltame, me estás haciendo daño!

Ana II. Aprenderás a respetarme, aunque sea por la fuerza.

Ana I. Por favor suéltame… ¡te lo suplico!

Ana II. ¡Más fuerte! ¡Grita más fuerte!

Ana I. ¡Me estás quebrando el brazo!

Ana II. ¡Suplícame otra vez!

Ana I. ¡Por favor… no puedo más! (Ana II aprieta más) ¡Ay!

Ana II. ¡Suplícame te digo!

Ana I. Me duele… por favor ¡No lo volveré a hacer, pero suéltame!

Ana II. ¡Suplica, hija de puta, suplica!

Ana I. Te lo suplico.

Ana II. No te oigo. Más fuerte.

Ana I. (Gritando) ¡Te lo suplico! ¡Te lo suplico! ¡Te lo suplico!

Ana II. (La suelta) ¡Basta! (Pausa). Así me gusta. Me encanta que hayas entrado en razón ¿Ves como era necesario convencerte? Tú te lo buscaste.

Ana I. Eres cruel.

Ana II. La crueldad no tiene nada que ver con esto, mi querida niña. Es sólo persuasión. ¿No te sientes ahora como más liberada?

Ana I. No tenías que…

Ana II. ¡Sí tenía! Era necesario demostrarte lo que significa el poder de la fuerza física (Pausa). Cuando el razonamiento lógico se niega a funcionar por sí mismo, se aplica la fuerza física. Es de lo más válido. Es lo que se usa por regla general ¿Estás convencida ahora? (Silencio) ¡Contéstame!

Ana I. Sí.

Ana II. Bueno, bueno… ahora empezaremos a entendernos mejor.

Ana I. Creo que me has roto el brazo.

Ana II. Consuélate. Te sentirías peor si te hubiera roto el cráneo… que es lo que realmente te mereces. Quiero que entiendas muy bien esto, mi niña. Aquí mando yo. Y no acepto desobediencias… ni sublevaciones… ni oposición de ninguna especie. ¿Está claro?

Ana I. Sí.

Ana II. Por lo tanto, te aconsejo que no vuelvas a provocarme.

Ana I. Me duele muchísimo el brazo.

Ana II. ¡Y deja ya de quejarte! (Pausa) Creo que no será necesario repetirte cuáles son las condiciones del trato. Puede que a tu modo de ver te parezcan algo injustas, pero entiende que tengo que mantener mi supremacía sobre ti. De otro modo… me destruirías.

Ana I. Yo no podría. Lo sabes tan bien como yo. Es por eso que te aprovechas. Yo no soy tan fuerte.

Ana II. Pero eres astuta, lo que viene a ser casi lo mismo. La astucia es a veces más peligrosa que la fuerza. Usas esa vocecita melindrosa y pones esa carita de niñita ingenua para conmoverme. Quisieras contagiarme tu debilidad, pero eso no te lo voy a permitir. (Pausa) Siento haberte hecho daño.

Ana I. Gracias.

Ana II. No era mi intención. Sabes muy bien que no me gusta hacerlo, pero tú me provocaste.

Ana I. Lo sé.

Ana II. Ya sé que mis métodos son bruscos… pero tú no me dejas otra alternativa.

Ana I. No tienes que justificarte. (Pausa) ¿Puedo hacerte una pregunta?

Ana II. No.

Ana I. Pero es que…

Ana II. ¡Ya te dije que no! Sé muy bien lo que vas a preguntarme. Antes de que lo pienses sé exactamente lo que me vas a decir. Eso es lo que tú no has comprendido todavía. Y tampoco pareces entender lo que significa la palabra “NO”, sobre todo cuando yo la pronuncio. (Pausa) Bueno, ahora que mi supremacía y omnipotencia han quedado plenamente ratificadas… ¿comenzamos de nuevo?

Ana I. No puedo.

Ana II. Tienes que poder. Es absolutamente indispensable.

Ana I. Indispensable, ¿para qué?

Ana II. Para lo que me dé la gana ¿Es suficiente con eso?

Ana I. Por favor, déjame descansar un poco.

Ana II. Está bien. Voy a hacerte una concesión… pero sólo por esta vez. Y no creas que lo hago por complacerte.

Ana I. Ya sé que no es por eso. Es que te doy lástima, ¿no?

Ana II. ¿Lástima? ¿Has dicho lástima? No, mi querida niña, ese es un sentimiento que yo jamás me permitiría a mí misma.

Ana I. ¿Y entonces a qué se debe tu repentina transigencia?

Ana II. Debe ser porque yo también me siento un poco cansada.

Ana I. No te creo.

Ana II. Me importa un carajo si me crees o no.

Ana I. Perdón.

Ana II. Yo también me canso a veces, ¿no lo sabías?

Ana I. Me pareció extraño, eso es todo.

Ana II. ¿Qué tiene de extraño? ¿Acaso no soy un ser humano, como cualquier otro? (Pausa). Además no veo por qué tengo que darte explicaciones. No tiene importancia. Lo único verdaderamente importante ahora es que tú estás en mi poder.

Ana I. No será por mucho tiempo. Siempre pasa igual.

Ana II. “¿Qué dices, insensata? No ves que de ira me lleno y sobre ti me abalanzo y te aniquilo?”

Ana I. (Aplaudiendo) ¡Bravo! Siempre has sido muy buena actriz. Eso hay que reconocerlo.

Ana II. ¿De verdad?

Ana I. ¡La más grande actriz de todos los tiempos! ¡La estrella número uno! ¡La que más brilla en el firmamento del arte!

Ana II. Creo que estás burlándote de mí.

Ana I. ¿Cómo me voy a estar burlando? ¡Lo digo en serio!

Ana II. No te voy a permitir que te burles de mí, ¿entiendes?

Ana I. Es en serio ¡Eres una gran actriz!

Ana II. ¡Y tú la más grande hipócrita!

Ana I. ¡Perdóname!

Ana II. ¡Cállate la boca! No haces más que hablar necedades.

Ana I. Perdóname.

Ana II. Y no me pidas más perdón.

Ana I. Creí que te gustaba.

Ana II. Escúchame bien, rata paralítica. Yo me diré lo que me gusta y lo que no me gusta. Tú no tienes ningún derecho a pensar por mí… ni siquiera el de tratar de complacerme sin que yo te lo haya pedido previamente. Y ahora será mejor que te prepares. (Pausa) ¡Prepárate te digo!

Ana I. Pero dijiste que me dejarías descansar.

Ana II. Eso fue antes. Ahora te ordeno lo contrario.

Ana I. Por favor…

Ana II. Te lo estoy ordenando. Ana I. Está bien, no te alteres, tú ganas (Pausa) ¿Tenemos que comenzar desde el principio?

Ana II. Sí, mi querida niña. Siempre se comienza desde el principio. La palabra lo dice. Comenzar, empezar, iniciar, to begin.

Ana I. O.K. ¿Me ayudas?

Ana II. ¿Ayudarte a qué? ¿Dónde está tu silla?

Ana I. No sé… tú la lanzaste por ahí.

Ana II. ¿Y qué estás esperando? ¡Anda y búscala!

Ana I. ¿Yo?

Ana II. Sí, tú. ¿Qué quieres? ¿Que yo vaya y te la traiga y te siente en ella?

Ana I. Sabes que no puedo

Ana II. Claro que puedes ¡Inténtalo y verás!

Ana I. No puedo ponerme en pie..

Ana II. ¡Entonces arrástrate! (Pausa) Eso… ¡arrástrate! Quiero que vayas hasta esa esquina arrastrándote como una serpiente y traigas la silla hasta aquí… justo aquí donde yo estoy parada. ¡Vamos!

Ana I. (Después de una pausa) Esta bien, iré. (Comienza a arrastrarse)

Ana II. ¡Qué bien lo haces! ¡Sigue, es divertidísimo! ¿Sabes lo que pareces? Pareces un gusano de tierra. Un enorme gusano lleno de pus… un gusano gordo y asqueroso arrastrándose por el suelo. Vamos, sigue adelante. Te falta muy poco. ¿Qué pasa? ¿Te cansas? ¿Te duele la barriga de tanto arrastrarte por el suelo? Cuidado… cuidado… mira hacia adelante… no quiero que te vayas a romper la cabeza, mi niñita preciosa. Sigue. Ya vas a llegar… cada vez te falta un poco menos. ¿No te parece divertido? ¡Sigue, te digo! Así es… así me gusta. ¿Sabes que te ves muy graciosa haciendo de gusano? ¿Por qué no se me ocurriría antes?

Ana I. (Alcanza la silla) Bueno, ahora tú me ayudas.

Ana II. ¡Ah no! ¿Crees que voy a tocar tu espantoso y grasiento cuerpo de gusano? Tú misma deberás sentarte y venir hasta aquí tal y como yo te lo ordené.

Ana I. No puedo. Sabes que no puedo.

Ana II. ¿Te rebelas? ¿Te atreves a rebelarte?

Ana I. No es rebeldía. Es agotamiento físico.

Ana II. ¿Te quejas? ¿Acaso has olvidado cuál es tu posición? No te está permitido quejarte, ¿no recuerdas?

Ana I. No seas cruel, ayúdame. (Pausa) Te lo pido.

Ana II. Está bien, inmundicia. No me quedará más remedio que hacerlo. Pero te va a costar caro. Tendrás que pagarme este favor de alguna manera.

Ana I. Haré lo que tú quieras con tal de que me ayudes.

Ana II. Lo haré con una condición. ¿Estás de acuerdo?

Ana I. Sí, estoy de acuerdo.

Ana II coloca a Ana I sobre la silla de ruedas y la trae hasta el centro de la escena.

Ana I. Anoche tuve un sueño muy especial… muy extraño. ¿Quieres que te lo cuente?

Ana II. No.

Ana I. Sí, voy a contártelo. Soñé que estábamos en una gran ciudad. Era una ciudad desconocida… diferente a cualquier otra ciudad. Quiero decir, que era una ciudad que nosotras no conocemos. Una gran ciudad llena de grandes y amplias avenidas, edificios y enormes rascacielos… ¡Y llena de gente! La
gente iba y venía sin parar. ¿Y sabes qué? En el sueño teníamos unas bicicletas… una para cada una… de esas grandes, de carrera… y la mía era roja. Tú y yo habíamos decidido salir a dar un paseo en nuestras hermosas bicicletas. Recorrimos todas las calles y pasamos por parques y jardines, hasta que llegamos a otro parque mucho más grande, mucho más hermoso. Era un gran parque lleno de verde y con miles de árboles empinados y frondosos. Era un parque tan grande que no se podía distinguir el final… ¡era interminable! Verde, verde y más verde. Y por allí nos lanzamos a correr locas en nuestras hermosas bicicletas. La mía era roja, te lo dije, ¿no? Roja y muy alta. Tanto que yo apenas alcanzaba a tocar los pedales. Sin embargo, corría a una velocidad vertiginosa. Corrí tanto y tanto que llegó un momento en que tuve que detenerme a tomar un poco de aire. Entonces fue cuando me di cuenta de que tú ya no estabas allí.

Ana II. ¿No estaba?

Ana I. No.

Ana II. Es imposible. Eso no puede ser.

Ana I. Creo que te cansaste… o quizás no pudiste alcanzarme y te quedaste detrás en alguna parte, mientras yo seguía corre que te corre. Me detuve a tomar aire y descubrí que tú ya no estabas a mi lado. Miré a todas partes… traté de distinguirte allá a lo lejos, pero fue inútil. Ya no te podía ver. Entonces decidí acostarme en la hierba boca arriba y llenarme todo el cuerpo de aire hasta que me pusiera morada. (Pausa)

Ana II. ¿Y después?

Ana I. ¿Después? ¡Fue maravilloso! El estaba allí… de pie… mirándome con esa mirada tan tierna, tan dulce, tan azul… ¡tan profunda!

Ana II. ¿Quién? ¿Quién era él?

Ana I. ¡El príncipe! Estaba allí… a unos pocos pasos de mí… y me miraba. Me miraba con sus ojitos tan dulces. Era una mirada tan llena de…

Ana II. ¿De qué? ¡Sigue!

Ana I. Tan llena de él. No dejaba de mirarme ni un solo segundo. Parecía que trataba de decirme algo… era como si yo lo hubiera embrujado. Entonces le sonreí y él respondió mi sonrisa. Fue tan… tan… Me sonrió y comenzó a acercárseme muy lentamente. Seguía sonriendo y mirándome y entonces me habló.

Ana II. ¿Cómo era su voz? ¿Qué te dijo?

Ana I. ¡Era su voz! ¡Su propia voz! Primero preguntó mi nombre. “Ana… qué dulce nombre”, me dijo y seguía acercándoseme hasta que pudo tomarme de la mano.

Ana II. ¡Mentira!

Ana I. Y sentí cómo mi mano se iba derritiendo entre las suyas, como si fuera un terroncito de azúcar. “¡Qué cálida eres Ana, qué tibia! Me gustaría tanto hacerte el amor.”

Ana II. No pudo haberte dicho eso. ¡Mentira!

Ana I. Sí, me lo dijo… y no solamente eso… me dijo otras cosas más lindas todavía.

Ana II. ¡Mentira!

Ana I. Y entonces comenzó a tocarme muy suave… sus dedos se fueron deslizando por mi brazo hasta que sentí cómo me apretaba la cintura… luego las caderas… me fue rodeando poco a poco y me besaba el pelo, los hombros, los ojos, los labios…

Ana II. ¡Mentira! ¡Mentira!

Ana I. Yo me dejé llevar… no hice ni un gesto… ni un movimiento… me dejé llevar. El me fue apretando muy suave hacia él… su cuerpo y mi cuerpo estaban tan juntos… éramos uno y dos… me fui hundiendo entre sus brazos… me hundí en el olor de sus cabellos mientras sentía cómo sus manos me iban recorriendo… descubriendo cada parte de mi cuerpo con una suavidad increíble. Era tan delicioso sentirlo encima de mí, oliendo a hierba. Me sentía tan bien entre sus brazos… entre mis piernas…

Ana II. ¡Cállate! (Pausa)

Ana I. ¿Qué te pasa? ¿No quieres que termine de contarte?

Ana II. ¡Todo lo que estás diciendo es mentira! ¡Una asquerosa mentira! ¡Tú no soñaste eso!

Ana I. Sí lo soñé.

Ana II. ¿Pretendes hacerme creer eso? Tú no puedes haber soñado eso. ¡Yo sé que es mentira! Lo acabas de inventar. Lo haces para torturarme, para atormentarme… ¡yo sé que es mentira!

Ana I. ¡Te juro que fue cierto! ¡Lo soñé, te lo juro!

Ana II. ¡Rata sacrílega! Estás jurando en falso.

Ana I. Está bien, si no quieres no me creas.

Ana II. Tiene que ser mentira.

Ana I. O.K. O.K. No lo soñé. (Pausa) No pensé que te molestara tanto.

Ana II. Lo que me molesta es que me mientas de esa manera tan ridícula. ¿Crees que soy idiota?

Ana I. ¡Olvídalo! Haz como si no te lo hubiera contado.

Ana II. ¡Porque es mentira! ¡Ni era una gran ciudad ni había parque ni rascacielos ni él tenía ninguna mirada azul… o amarilla o del color que sea!

Ana I. Era azul y el parque… ¡olvídalo! Es mentira. No soñé nada. Todo ha sido un invento mío para atormentarte. ¡Olvídalo!

Ana II. Conque es eso, ¿no? Pretendías cambiar las reglas del juego, ¿no es así? ¿Por qué no me cuentas lo que realmente soñaste?

Ana I. No quiero hablar más de eso.

Ana II. ¿Por qué no me cuentas la verdadera versión? ¿Quieres que yo te diga lo que realmente pasó?

Ana I. Cállate, por favor. No lo estropees.

Ana II. ¿Tienes miedo de que yo descubra la verdad? Que en vez de un parque era un horrendo matorral en medio del cerro… un matorral oscuro lleno de inmundicias y alimañas y cucarachas y ratas enormes y gordas.

Ana I. ¡No!

Ana II. Y el tal príncipe resultó ser un borracho, delincuente y sifilítico que te acorraló en el matorral y que te miraba con esa mirada sucia de sádico hambriento.

Ana I. ¡No!

Ana II. ¡Eso fue lo que pasó! Y no podías huir… ¡Claro! No pudiste salir corriendo porque eres una idiota paralítica… ni siquiera tuviste tiempo de pedir auxilio porque te quedaste muda del terror.

Ana I. ¡Eres una desquiciada!

Ana II. Y antes de que te dieras cuenta ya el borracho te tenía contra el suelo, con las piernas bien abiertas, revolcándose sobre tu inválido cuerpecito, manoseándote con sus asquerosas manos y clavándote su enorme miembro podrido una y otra vez… ¡reventándote las entrañas entre el matorral!

Ana I. ¡No! ¡Basta! ¡Basta! (Se levanta de la silla y corre a montarse en la cama) ¡Basta!

Ana II. (Jadeando) Regresa a la silla.

Ana I. No. (Pausa) No juego más. Esta vez has ido demasiado lejos.

Ana II. Aún no he terminado.

Ana I. Es inútil. Ya no más.

Ana II. ¿Pero qué te pasa? Hicimos un trato.

Ana I. ¡Olvídalo!

Ana II. Tienes que seguir.

Ana I. ¡Olvídalo! ¡Tú lo estropeas todo!

Ana II. ¡Porque hiciste trampa!

Ana I. ¡No hice nada! ¡Y además no pienso seguir escuchándote! Olvídate de todo. (Va hacia la mesa de dibujo y empieza a dibujar)

Ana II. Tendré que buscarme otra compañera de juego (Pausa). Está bien, ¿quieres que te pida perdón?

Ana I. ¿Por qué no te vas a alguna parte y me dejas sola? Tengo cosas que hacer.

Ana II. ¿No me vas a perdonar?

Ana I. ¡Sí te perdono, pero quítate de mi vista!

Ana II. (Va hacia la cama y se acuesta boca arriba) Te has vuelto demasiado susceptible últimamente.

Ana I. ¿No te piensas callar?

Ana II. Bueno, no te ofendas…

Ana I. ¡Estás estropeando nuestra relación!

Ana II. Ah, se me olvidaba que entre tú y yo existe una relación… ¿cómo podríamos llamarla? ¿Fraternal? ¿Afectiva? ¿Espiritual? ¡No! Lo que existe entre tú y yo es una típica relación de dependencia ¿Es a esa relación a la que tú te referías?

Ana I. ¡Palabras! ¡No haces más que hablar por hablar!

Ana II. Eso se llama política… y es una de mis mejores armas. O mejor digamos, mi arma secreta.

Ana I. Pero algún día…

Ana II. Algún día… ¿qué?

Ana I. Nada. Pero cuídate.

Ana II. ¡Ah, traición! ¿Piensas sorprenderme por la espalda? ¿Estás preparando un golpe secreto? ¿Quién más está mezclado en la conspiración? ¡Confiesa!

Ana I. ¡Déjate de teatro! ¡No quiero jugar más!

Ana II. ¡No estoy jugando… esto no es ningún juego!

Ana I. ¿Qué te pasa? ¿Te estás volviendo loca? ¿Por qué me miras de esa forma?

Ana II. ¿Tienes miedo? Sí, tienes miedo. Se te nota… mucho miedo.

Ana I. ¡Pareces una demente!

Ana II. ¿Cómo te llamas, niñita?

Ana I. ¡No insistas! ¿No te das cuenta de que ya estoy cansada de todo esto?

Ana II. ¡Claro! Has caminado mucho… y hace tanto frío en la calle… ¡pero pronto te sentirás mejor! Te presentaré a mis amigas. Todas son más o menos de tu misma edad. Vivimos aquí como en una comuna.

Ana I. ¿Cómo las abejas?

Ana II. ¡Eso! Exactamente como las abejas.

Ana I. Y tú debes ser la reina.

Ana II. Algo así…

Ana I. Tienes porte de reina.

Ana II. Gracias.

Ana I. Y tus modales tan gentiles… tan elegantes.

Ana II. Sí, esta es mi corte y mi palacio. Luego te enseñaré los jardines, pero antes tienes que comer algo. Te serviré yo misma porque hoy es el día libre de la servidumbre.

Ana I. Siento que tenga que molestarse por mí, Majestad.

Ana II. Será un placer. Estoy segura de que pasaremos una exquisita velada. En realidad no solemos tener muchas visitas. Unos cuantos amigos cada noche nada más.

Ana I. ¿Príncipes y cosas así?

Ana II. ¡Exacto! Príncipes, condes, duques, herederos de grandes fortunas… ese tipo de gente, tú sabes.

Ana I. Yo conozco un príncipe que tiene la mirada azul.

Ana II. (Molesta) ¿Ah, sí?

Ana I. Lo conocí en un parque.

Ana II. ¡Qué extraño! Los príncipes y en general la gente importante no suele andar por los sitios públicos.

Ana I. Pero él andaba de incógnito.

Ana II. Bueno, ya me contarás eso más adelante. Pero ponte cómoda. Quítate todo eso de encima.

Ana I. Pero… es que no tengo nada debajo.

Ana II. ¡Mejor! Así te sentirás más liviana. Nosotras siempre andamos desnudas por el palacio… eso nos ahorra mucho tiempo.

Ana I. Tiempo… ¿para qué?

Ana II. ¿Para qué? Pues… para lanzarnos a la piscina, por ejemplo.

Ana I. ¿Tienes piscina?

Ana II. Claro que sí. Todo palacio viene con su piscina instalada. Después te la mostraré. Pero anda, ¡desnúdate!

Ana I. No sé si debería, Majestad… usted es una reina… me da mucha vergüenza.

Ana II. No seas tonta. Mira, yo me sentaré aquí y te observaré. ¿Te parece? (Se sienta en la silla de ruedas)

Ana I. ¡No! ¡No me parece! ¿Eres una reina o no?

Ana II. ¡Obedece! Y mientras te desnudas me cuentas sobre tu príncipe de mirada azul.

Ana I. ¡El príncipe!

Ana II. Anda, cuéntame y desnúdate.

Ana I. Lo conocí en un parque.

Ana II. Eso ya lo sé. Quítate la camisa.

Ana I. (Se va desnudando mientras cuenta) Se me acercó y me pidió que hiciera el amor con él.

Ana II. ¿Y lo hiciste?

Ana I. No. Me dio vergüenza.

Ana II. Claro… era un parque público, ¿no?

Ana I. ¡Pero estábamos solos! Él y yo y todo aquel inmenso parque verde. La hierba estaba húmeda… era tan agradable estar acostada allí sobre la hierba húmeda… tan suave… tan sugestiva…

Ana II. ¿Y qué más?

Ana I. Me tomó por la cintura. Me besaba de una manera tan dulce… tan tierna… nunca antes me habían besado así… en realidad nunca antes me habían besado.

Ana II. Ahora quítate la falda.

Ana I. ¡Y me dijo tantas cosas hermosas! Me habló de amor… del amor que pueden sentir un hombre y una mujer… ¡Y de sueños! Nos contamos nuestros sueños mientras me besaba el cuello, los hombros, el pelo…

Ana II. Tienes una piel muy suave… como la seda. ¿Qué pasa? Se te está poniendo la piel como de gallina. ¿Acaso estás nerviosa, preciosura?

Ana I. No son nervios… es una sensación extraña.

Ana II. ¿No fue así como te acarició el príncipe?

Ana I. Sí.

Ana II. ¡Es tan agradable sentir la tibieza de tus muslos! ¿Era esto lo que sentías cuando él te tocaba?

Ana I. Sí.

Ana II. Yo también puedo hacerte lo mismo. Déjame que te huela. Hueles a hierba húmeda.

Ana I. Sí, era así.

Ana II. ¡Déjame tocarte los senos! (La toca)

Ana I. ¡Ah, no! ¡Eso sí que no!

Ana II. ¡No tengas miedo. Cierra los ojos y piensa que yo soy tu príncipe.

Ana I. ¡Suéltame!

Ana II. ¿Pero qué te pasa, cosita rica? ¿No decías que te gustaba?

Ana I. ¡Déjame!

Ana II. Déjate llevar… ¡será igual que estar con él sobre la hierba húmeda!

Ana I. ¡Estás loca!

Ana II. Déjame acariciarte. ¡Me gustas mucho!

Ana I. ¡No me sigas manoseando! ¡Suéltame!

Ana II. ¡Escucha, putica arrabalera! ¡Esto no es ningún palacio, sino un burdel y yo soy la que manda en esta vaina, así que déjate de remilgos!

Ana I. ¡Sucia cachapera!

Ana II. Todas las putas son lesbianas y yo no soy precisamente la excepción. Además, yo sé que a ti te gusta… ¡bésame!

Ana I. ¡No! ¡Suéltame!

Ana II. ¡Bésame!

Ana I. No quiero… ¡Suéltame!

Ana II. ¡Que me beses, coño! (Le agarra la cabeza y la besa en la boca) ¿Te gustó?

Ana I. ¡Me das asco!

Ana II. Pero te gustó.

Ana I. (Pausa) ¿Por qué tenías que hacer eso? ¿Por qué?

Ana II. Por dos cosas. Una, para demostrarte que yo soy mejor que el príncipe… porque no me vas a negar que te gustó… y, otra, para demostrarte lo que podría pasarte si te marcharas. Es un destino inevitable.

Ana I. ¡Sí, claro! Supongo que ahora vas a convencerme de que hiciste todo eso para abrirme los ojos. (Comienza a vestirse de nuevo)

Ana II. Más o menos. No olvides que te debo protección.

Ana I. ¡Y por eso por poco me violas! Eres una enferma mental.

Ana II. No, mi niñita. No me digas eso. Yo soy… algo así como tu hada madrina. O mejor aún, tu ángel de la guarda.

Ana I. ¡Cínica!

Ana II. No te lo tomes tan a pecho. Fue un juego… como siempre hacemos.

Ana I. Un juego para demostrarte a ti misma que eres más fuerte que yo. Pero por más que lo intentes nunca me podrás dominar del todo. Siempre encontraré la manera de no caer en tus garras porque yo también tengo mis armas.

Ana II. ¡Bravo! Estás aprendiendo rápido.

Ana I. No voy a dejar que me sigas utilizando.

Ana II. Yo no te utilizo, querida, te instruyo en el arte de la supervivencia.

Ana I. Me utilizas a cada momento para complacer tu morbosidad… me torturas… me humillas… me…

Ana II. ¿Dominas?

Ana I. ¡No!

Ana II. ¿Quieres que te lo vuelva a demostrar?

Ana I. Más bien parece que te lo quisieras demostrar a ti misma. Debe ser porque en el fondo no te sientes segura de nada.

Ana II. Se te nota que estás sangrando por la herida.

Ana I. Hagamos un trato.

Ana II. Ya lo hicimos, ¿no recuerdas?

Ana I. Otro. Podemos romperlo y hacer otro. Un trato no es para toda la vida. Hagamos otro mejor.

Ana II. ¿Es una prueba?

Ana I. Es un juego. Uno de esos juegos que tanto te gustan.

Ana II. Tú no tienes mi ingenio… resultaría aburridísimo.

Ana I. Entonces es que te da miedo.

Ana II. Está bien… hagámoslo. ¿Qué propones?

Ana I. Imagínate por un momento que yo soy tú y tú eres yo.Ana II. ¿Y qué?

Ana I. ¡Imagínatelo! Yo trataré de imitarte… de comportarme como tú… y tú tendrás que actuar como yo. Es muy sencillo.

Ana II. No le veo la gracia.

Ana I. No te quieres arriesgar, ¿verdad?

Ana II. ¿No habías dicho que era un juego? En los juegos no se arriesga nada.

Ana I. ¡Entonces, acepta!

Ana II. ¡Sí, acepto!

Ana I. Bueno, ahora yo soy tú. Seré…, ¿qué querré ser? ¡Seré una reina!

Ana II. Eso ya lo hicimos antes.

Ana I. ¡Cállate! Puedo repetirlo si me da la gana (Pausa). Soy la reina y por lo tanto te ordeno que me rindas pleitesía ¡De rodillas! (Después de una pausa Ana II se pone de rodillas). De ahora en adelante no te pondrás de pie a menos que yo te lo ordene, ¿entendido?

Ana II. ¡Sí, alteza!

Ana I. Esclava… ¡estoy tan cansada! He pasado toda la mañana pasando revista a los distintos regimientos que componen mi glorioso ejército. Luego, por la tarde tuve sesión con el modista, con el peluquero y con el maquillador. Por la noche tuve que asistir a los actos conmemorativos que con motivo de mi coronación organizaron las distintas Embajadas acreditadas en el reino… como verás, esclava… tengo razones más que suficientes para sentirme agotada. Ve y busca mi trono. Desearía posar mi real trasero en los mullidos cojines de seda de mi trono imperial (Ana II se levanta). ¡De rodillas! ¿Acaso te ordené ponerte de pie?

Ana II. Su alteza necesita el trono.

Ana I. Irás de rodillas y así me lo traerás.

Ana II. Sí, alteza (Poco a poco y de rodillas va a buscar la silla de ruedas).

Ana I. ¿Qué te pasa? Te estás tardando demasiado.

Ana II. ¡Es difícil caminar de rodillas, alteza!

Ana I. ¡Pues, arrástrate! (Pausa. Ana II la mira fijamente) O te cortas las piernas y te pones patines en los muñones. (Ana II sigue avanzando de rodillas) Viéndolo bien creo que hasta te verías mejor sin piernas. No es mala la idea. Podría ordenar que te las cortaran. (Ana II alcanza la silla y la lanza contra Ana I) ¡Ah, condenada! ¿Querías asesinarme? ¡Confiesa! (Agarra por el cuello a Ana II) ¡Intentaste asesinarme aprovechando que estaba de espaldas, traidora! ¡Hija de puta! Querías matarme, ¿no es cierto? Ana II. ¡Clemencia!

Ana I. ¿Clemencia? ¿Qué nueva palabra es esta que escuchan mis oídos? (Ana I suelta a Ana II, quien cae de rodillas al suelo) ¡Me la vas a pagar, me la vas a pagar! (Busca una correa)

Ana II. ¡Piedad! ¡Piedad!

Ana I. (Azotándola) ¡Esto es lo que te mereces por traidora! ¡Perra! ¡Te haré pagar con sangre tu atrevimiento! Te haré azotar mil veces hasta que no quede de ti sino un montoncito de huesos ensangrentados. ¡Llora, hija de puta, llora! Quiero que grites y me implores perdón. Llora, hija de… (Ana I se detiene un momento y luego suelta la correa. Pausa larga. Se arrodilla al lado de Ana II y le toca el pelo) ¿Te hice daño? Perdóname… por favor, yo no quise…

Ana II. ¡Tortúrame más… anda… descarga tu sadismo contra mi pobrecito organismo… maltrátame más!

Ana I. No sé lo que me pasó. Lo siento… yo no quise…

Ana II. ¿No te basta con mi sufrimiento? Te aprovechas de mi humilde condición social para humillarme, vejarme, maltratarme… ¡imperialista de mierda!

Ana I. Yo no sabía lo que hacía.

Ana II. Sabes perfectamente que no tengo tu poder para defenderme. Que cualquier intento mío de sublevación sería rápidamente aplacado por tu furia. Ni siquiera tengo el chance de huir… me lanzarías encima tus esbirros para que me destriparan en medio segundo. ¡Eres una… mierda! ¡Una asquerosa dictadora de mierda!

Ana I. Ya te dije que no quería hacerte daño. ¡Perdóname!

Ana II. ¡Ya es muy tarde para arrepentimientos! Tu hora ha llegado, alteza.

Ana I. No te entiendo.

Ana II. Ya estoy harta… estamos hartos de soportar tu maternalismo despiadado y cruel. No podrás mantenernos bajo tu dominio por mucho tiempo.

Ana I. ¿Mantenemos? ¿A quiénes? ¿De qué hablas?

Ana II. De nosotros… del pueblo. De ese pueblo oprimido y asfixiado por la injusticia y la tiranía de tu régimen.

Ana I. ¡Panfletaria!

Ana II. Llámame como quieras, pero tu fin se acerca.

Ana I. No sé de qué estás hablando.

Ana II. Acabaremos con tu monarquía corrupta. Ya sé que en este momento puedes matarme… pero eso no te librará de la venganza de todo un pueblo. Y cuando triunfemos tu cabeza será exhibida como bandera en día de fi esta nacional en señal de victoria, y todos sabrán cómo murió la reina: como una vil serpiente venenosa… Ahora si quieres puedes hacerme fusilar (Cae al suelo exhausta).

Ana I. ¿Para qué? ¿No te basta con tu papel de portadora de la voz del pueblo? ¿Quieres también convertirte en la heroína-mártir de los desamparados y oprimidos? ¡Pues no! No voy a darte ese gusto.

Ana II. No puedes quedarte de brazos cruzados ante mí… Soy la voz de la conciencia del pueblo.

Ana I. ¡La única conciencia del pueblo soy yo!

Ana II. ¡Tienes que hacerme fusilar!

Ana I. ¡No me da la gana!

Ana II. Si no me fusilas, te acusarán de debilidad mandataria y te destruirán.

Ana I. ¡Debilidad mandataria! Es lindo ese slogan.

Ana II. Tienes que hacerme fusilar.

Ana I. Está bien, no insistas ¡Te haré fusilar!

Ana II. ¡Gracias, alteza!

Ana I. Ordenaré al pelotón que se prepare (Pausa). Pero creo que antes te haré enjuiciar por agitadora.

Ana II. ¿Enjuiciar?

Ana I. ¡Claro! No quiero que mi pueblo piense que tienen una gobernante…, ¿cómo se dice?

Ana II. Arbitraria.

Ana I. ¡Eso! Todo se hará de acuerdo con la ley. ¿Estás contenta ahora?

Ana II. ¡No!

Ana I. ¡Pero a ti no hay quien te entienda!

Ana II. Eres tú la que no parece entender el juego. Si me enjuicias todo se vendrá abajo.

Ana I. ¿Por qué? ¿No es eso lo que clama el pueblo? ¿Justicia?

Ana II. ¿Has pensado en los medios informativos?

Ana I. ¿Qué tienen ellos que ver con esto? Los invitaré al fusilamiento si es eso lo que quieres.

Ana II. Ellos se harán eco de los bárbaros acontecimientos y en el mundo entero se conocerán las aberraciones de tu régimen totalitario… los intelectuales del país sacarán remitidos públicos con miles de firmas pidiendo la conmutación de mi condena… quizás hasta el mismísimo Papa te envíe un telegrama recordándote el perdón divino.

Ana I. ¿Tú crees?

Ana II. Y entonces no te quedará más remedio que absolverme.

Ana I. ¡Deberías alegrarte, pues!

Ana II. ¡Yo quiero morir por la patria!

Ana I. Coño, ¿qué quieres que haga?

Ana II. ¡Fusílame!

Ana I. No puedo. Ya has oído tus propios consejos. No quiero echarme a medio mundo encima sólo por pegarle cuatro tiros a una pendeja idealista (Pausa). Claro que también podría aplicarte la ley de fuga… ¡un tiro por la espalda y ya!

Ana II. Eso sería una muerte deshonrosa. ¡O paredón o nada!

Ana I. ¿Y qué pasa si en este mismo momento te perdono y olvido que intentaste traicionarme?

Ana II. No te arriesgues. En cuanto tuviese la más mínima oportunidad volvería a intentarlo.

Ana I. ¡Reincidente!

Ana II. ¡Así que decide!

Ana I. (Da unos pasos. Pausa). ¡Acusada! ¡Póngase de pie!

(Ana II obedece). Ha sido usted condenada en un tribunal militar bajo la acusación de conspiración y alta traición al gobierno que tan fielmente sirve y guarda los intereses de la patria (Pausa). ¿Tiene algo que decir?

Ana II. ¡Nada!

Ana I. Bien… serás fusilada mañana al amanecer.

Ana II. ¡Estoy resignada! ¡Muero por un ideal! Que mi muerte sirva de ejemplo a las generaciones venideras. La patria exige estos sacrificios y hay que saber cumplirlos.

Ana I. ¡Dijiste que no tenías nada que decir!

Ana II. Quiero que mi cadáver le sea entregado a mi señora madre (Da media vuelta y va hacia su cama muy erguida).

Sobre la autora

*Tomado de: El hilo de la voz. Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX. Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres (2015). Foto: https://www.facebook.com/eljuegolaobra/

Deja una respuesta