Ana Teresa Sosa
Primer Acto
(Murcia está sentada recostada de la mesa del radio, escucha una canción de Daniel Santos: Virgen de Medianoche.) Entra Elvira con cautela. Se dirige adonde está Marcia, se le abalanza encima.
ELVIRA: ¡Te asusté! Yo no quería hacerlo, te lo aseguro querida, pero no aguanté la tentación… Ya no tendrás que asustarte, lo he hecho tantas veces.
(Elvira mira a su alrededor, tararea la canción. Pasa la mano por el chifonier.)
ELVIRA: Todo está lleno de polvo, polvo inmundo. La mujer ésa, dice que limpia, pero mira (le muestra las manos a Marcia). Tú ya no quieres ni hablar. Te quedaste con tu piano, con tu tetera de plata y con tus sueños de grandeza… Nosotras no te hemos hecho nada para que tú no nos hables.
(Entra Julieta muy seria.)
JULIETA: Elvira deja en paz a Marcia.
ELVIRA: Siempre escuchándonos, espiándonos. Yo estoy hablando con ella.
(Elvira mueve a Marcia, se sienta frente a ella.)
ELVIRA: Tú no estás bien, ni siquiera nos cuentas tus historia fastidiosas.
(Julieta apaga el radio.)
JULIETA: Esto parece un burdel, música todo el día.
ELVIRA: Esto parece todo menos un burdel. ¿Algún día pisaste uno?
JULIETA: Tú sabes que yo soy una mujer decente.
ELVIRA: Que imagina burdeles. ¿Cómo son los burdeles?
JULIETA: Yo no sé nada de eso.
ELVIRA: Yo sí. Y te puedo asegurar que son mejores que esto.
JULIETA: Eres una mentirosa.
ELVIRA (riendo): Luz eternamente roja y muchas puertas, diez, trece, veinticinco puertas, que se abren y se cierran. Y ese olor a almizcle, es un olor penetrante. Es el olor del deseo. Olor a hombres y a mujer desnudos.
JULIETA: ¡Cállate, no quiero escuchar esas porquerías!
ELVIRA: ¿Y tú, Marcia? A alguien que le gusten esas cancioncitas, debe conocer el mundo.
JULIETA: Déjala en paz con sus sueños. No le hagas caso que está amargada.
ELVIRA: Tú lo estás porque quieres saber de qué hablaba cuando entraste y yo no te lo digo.
JULIETA: No me importa.
(Julieta va al chifonier, se empolva la cara. Elvira se mueve de un lugar a otro, la mira de reojo. Julieta se sienta junto a Marcia, la peina y la maquilla.)
JULIETA: Estás muy desarreglada. Tú sabes que a la mujer ésa no le gusta vernos así y mucho menos al director. Sólo te arreglas cuando viene tu nieto Diego, es tan bello. El vendrá pronto, no debes estar triste, por lo menos viene a visitarte de vez en cuando. En cambio a Elvira desde que la trajeron… Elvira ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?
ELVIRA: No te importa.
JULIETA (a Marcia): Muchos años han pasado y ni una visita, sólo una carta que guarda como un tesoro y que siempre lee. No me mires así, que yo sé lo que dice.
ELVIRA: Tú nunca la leíste.
JULIETA: No hace falta, todas dicen lo mismo. Mentiras, es más fácil escribirlas. ¿Para qué nos sirven estos años, sino para reconocerlas?
ELVIRA: Díselo a Marcia que sólo vive de ilusiones. (En tono de burla.) Dieguito vendrá hoy a visitarme, me va a traer bizcochos y chocolates. Los voy a compartir con mis amigas. Yo no soy tu amiga!
JULIETA: Pero, sí te comes sus bizcochos y le robas los chocolates.
ELVIRA: Tú también.
JULIETA: No le creas. Yo nunca te haría eso.
ELVIRA: Marcia, búscalos en tus bolsillos, ya no están, te los sacó esta mañana cuando te quedaste dormida. (Elvira revisa los bolsillos de Marcia.) Estás viendo, no hay nada.
JULIETA: Sí. Yo se los saqué esta mañana. Pero, por su bien. Tú sabes que ella no puede comer dulce, la diabetes la está matando. Ella le dice a Diego que son para nosotras, él le trae dulces. La está asesinando.
ELVIRA: Y tú, que eres tan buena, te los comes a escondidas de nosotras.
JULIETA: Arpía. Con razón todos se alejaron siempre de ti.
ELVIRA: Tú no sabes nada de mí.
JULIETA: Eso es lo que tú crees. Pero claro que conozco todo de tu vida.
ELVIRA: A ver, cuéntala.
JULIETA: No te da vergüenza. Imagínate lo que va a pensar Marcia.
ELVIRA: Tú no sabes nada.
JULIETA: Yo no te entiendo. Han pasado tantos años y sigues asustada.
ELVIRA: Déjame en paz.
(Elvira se sienta al lado de Marcia, le sube el volumen al radio, tararea la canción: Agarra a Marcia.)
ELVIRA: Vamos a bailar. (Bailan.) Qué maravilloso sentir el cuerpo de él. Uno, dos, tres, cuatro. Me tomaba de la cintura como si le pertenecía. Me llevaba a su ritmo, con su fuerza. Los dos sudábamos, tan pegados, el uno del otro…
ELVIRA: … ¡La vida! Verdad, Marcia. A mí sus sudores me olían dulce… A canela.
JULIETA: Los hombres te huelen a canela. Ya entiendo por qué tuviste tantos.
ELVIRA: Sí, a mí los hombres me huelen a canela todavía… A ti te huelen a rata muerta o a nada, porque no te dejaste tocar con ninguno.
JULIETA: Mejor que fue así.
ELVIRA: Eso lo dices de la boca para afuera.
JULIETA: Yo cumplí con mi deber y no fue fácil.
ELVIRA: ¿Y le dedicaste tu vida a esos monstruos por caridad?
JULIETA: Eran los hijos de mi hermana… La muy…
ELVIRA: También eran los hijos de él.
JULIETA: Él no tiene nada que ver.
ELVIRA: ¿Estás segura?
JULIETA: Claro que sí. El pobre tan buen padre, dedicado a sus hijos. Con ese dolor tan hondo siguió adelante. Para nada, porque sus hijos no se lo agradecieron.
ELVIRA: Sobre todo Marianita.
JULIETA: ¡No la nombres! Ésa debe estar quemándose en el infierno.
ELVIRA: Yo algunas veces rezo por ella.
JULIETA: Pierdes tus oraciones… Ella nunca debió cometer ese sacrilegio.
ELVIRA: Tendría sus razones.
JULIETA: No había razones. Éramos felices. Ella lo echó a perder todo.
ELVIRA: Echó a perder tus planes con Rafael.
JULIETA: ¿Qué estás diciendo? Yo no tenía ningún plan.
ELVIRA: Mosquita muerta. Te querías casar con él, porque lo demás ya lo tenías.
JULIETA: Lengua de serpiente.
ELVIRA: Yo solamente tengo la lengua. Tú las serpientes las tienes en la cabeza.
JULIETA: Rafael es el esposo de ella. Esa que nunca ha debido ser mi hermana.
ELVIRA: Rosaura. Ella sí que lo supo hacer.
JULIETA: Esa, no es más que una cualquiera. Todo lo que hice por ella. Limpiándoles los fundillos a sus hijos, preparándoles comida, zurciéndoles la ropa, trabajando por los niños, por su casa. Sin pedir nada. Y ella lejos de todo. Los niños preguntaban: “Está enferma”. Veinte años enferma. Sí ¡Cómo no! Enferma de putería… A los niños no les hizo falta. Conmigo bastaba.
ELVIRA: ¿Y a Rafael?
JULIETA: A él tampoco.
(Elvira se ríe a carcajadas, con ironía.)
JULIETA: No te rías. Claro al principio estaba muy bravo, pero luego con los años se fue calmando. Ella nunca regresó. Él jamás la perdonó… Yo tampoco.
(Julieta mira al vacío, Elvira la observa. [Pausa.] Se escuchan ruidos de afuera. Las dos voltean. Julieta va hacia Marcia, se abraza a ella.)
ELVIRA: Hacía tiempo que no nos molestaban.
JULIETA: Ayer también vigilaron mucho. Seguro van a empezar a repartir pastillitas amarillas. Yo no quiero dormir con eso. Ni siquiera sueño cuando me las dan.
ELVIRA: Hay mucho movimiento, debe estar pasando algo grave, esta mañana me encontré al director y ni siquiera me saludó, como lo hace siempre “¿Cómo amaneció mi viejita linda?” No me gusta como me trata. ¡Viejita linda su abuela!
(Julieta comienza a tejer, sin mirar a Elvira, la escucha y sonríe con sarcasmo.)
JULIETA: A mí también me dice igual, yo creo que no nos reconoce y por eso a todas nos dice lo mismo.
ELVIRA: Nos trata como si fuéramos atrasadas mentales.
JULIETA: Yo no te entiendo. No te gusta que te salude y te quejas porque esta mañana ni te vio.
ELVIRA: Yo no me estoy quejando, lo que estoy es tratando de explicarte que está pasando algo raro.
JULIETA: No es nada raro. Lo que pasa es que van a traer una nueva.
ELVIRA: Pero tanto escándalo por una nueva.
JULIETA: Será alguien especial.
ELVIRA: ¿Tú sabes quién es? ¿El director te lo dijo?
JULIETA: Puede ser.
ELVIRA: ¿Quién es? ¿De dónde la traen? ¿Quién la metió aquí?
JULIETA: El director me dijo que la protegiera.
ELVIRA: ¿Protegerla de quién?
JULIETA: Será de ti.
(Se escuchan ruidos, voces de personas. Elvira las escucha, Julieta continúa tejiendo, Marcia recostada del radio.)
ELVIRA: ¿Tanto lío por una vieja?
(Elvira intenta ver hacia fuera.)
ELVIRA: Hay muchas personas, tanto escándalo para sepultarla en esta tumba de vivos.
JULIETA: A nadie le gusta cargar con ancianos, imagínate nosotras que hasta familia tenemos.
ELVIRA: Nosotras somos diferentes.
JULIETA: Estamos aquí.
ELVIRA: Le voy a escribir una carta a mi hijo para que venga a buscarme.
(Elvira busca papel y pluma, se sienta a escribir.)
(Julieta teje, sus labios se mueven, pelea contra alguien, no escuchamos lo que dice, el radio se enciende; la música suena muy suave. Entra Inés corriendo, cierra la puerta bruscamente, las tres la miran impresionadas. Inés trata de esconderse detrás de los muebles, huye de la bulla, se tapa los oídos, gime, las mira. Trata de salir de nuevo, se devuelve.)
(Julieta se acerca a Inés.)
JULIETA: Muchacha ¿Qué te pasó a ti? ¿Qué te hicieron allá afuera que estás tan asustada?
(Trata de tocarla, Inés gime como un animal herido.)
ELVIRA: Aquí no hay dónde esconderse, sal de allí. Te aseguro que “esos” no te van a buscar más.
JULIETA: ¿Qué sabes tú?
ELVIRA: Claro que lo sé.
(Elvira se le acerca, la huele, trata de verla.)
ELVIRA: ¿Quién hizo eso contigo?
(Inés gime. Elvira la agarra, están una frente a la otra, Julieta está entre ellas.)
ELVIRA: No tiene rostro. Sus uñas ya se hicieron garras, sus ojos brillan como candela… (Julieta se voltea impresionada.) No te gusta verla… Es puro huesos…
JULIETA: Es puro odio.
ELVIRA: ¿Cómo lo sabes?
JULIETA: Lo sé … ¿Cómo Dios permitió esa atrocidad?
ELVIRA: No metas a Dios en eso, que otras manos lo hicieron.
JULIETA (acercándose a Inés): Muchacha, mírame ¿Qué sucedió contigo?… Respóndenos.
ELVIRA: Voy a avisar que está aquí para que se la lleven.
JULIETA: Vas a perder tu tiempo, porque el director ya la aceptó.
ELVIRA: Me voy a quejar.
JULIETA: No vas a conseguir nada… El director dijo que en lo que tuviera tiempo nos explicaba.
ELVIRA: Seguro te la van a encargar. La defensora de huérfanos… Podrías empezar por bañarla, porque apesta.
JULIETA: ¡Estás loca! A mí me da grima. No, qué va. Ése no es mi problema.
ELVIRA: ¿No te gusta, verdad?
JULIETA: Claro que no; a quién le puede gustar “eso”. ¡Pobrecita!
ELVIRA: Algo muy feo le hicieron.
(Elvira se acerca a Inés, trata de encontrar su rostro.)
ELVIRA: Mira, mijita, para verte la cara ¿Cómo te llamas?
(Inés se aleja de Elvira.)
JULIETA: Déjala tranquila que está desesperada, no te le acerques.
ELVIRA: Está bien pero no me grites.
(Julieta se acerca a Inés, Elvira camina hacia el radio y sube el volumen.)
JULIETA: Ya muchacha, ya pasó, ella no te va a molestar más.
(Julieta va hacia su silla, toma el tejido, Elvira se sienta en la mesa y comienza a barajar las cartas, las va colocando sobre la mesa.)
ELVIRA (mira a Inés y mira las cartas): Oscuridad, golpes, silencios, gemidos, miedo, traición, dolor. (Se confunde, hace gesto de estar viendo un horror. Desordena las cartas.)
(Imagen de Inés se va convulsionando.)
ELVIRA: Dime tu nombre, porque no entiendo nada. ¡Dímelo ya! Porque lo que vi sólo puede ser el infierno.
JULIETA: Se llama Inés, Inés Alicia Segovia León…
(Se para de la silla, recoge las cartas y la va a dejar tranquila.)
ELVIRA: Esa mujer y yo no podemos compartir el mismo techo. Ella es la muerte, las barajas me lo advierten.
JULIETA: Cálmate Elvira. Tú sabes que esas barajas te han engañado muchas veces.
ELVIRA: Esta vez no, lo vi clarito.
(Va hacia Inés con violencia. La persigue en silencio, la acorrala. Inés se asusta, huye de Elvira. Inés intenta salir, tropieza con una silla.)
JULIETA: ¡Cuidado que te caes!
ELVIRA: Déjala que se mate.
(Inés ni se inmuta. Pareciera que no las escuchara.)
JULIETA: No seas cruel, pobrecita. Que ha sufrido mucho.
ELVIRA: A mí no me importa.
JULIETA: Pero si es un ser humano.
ELVIRA: ¿Este trapo sucio un ser humano? Alguien que permita que lo destruyan así no es nada y nos tiene que tocar a nosotras. Cuántas malas mañas y cuántas cochinadas le harían para llegar a estar así, porque es menos que un animal. ¡No la quiero conmigo.
JULIETA: Cállate. Tú no sabes por qué lo permitió.
ELVIRA: ¡No la queremos aquí! ¿Verdad Marcia que tienen que llevársela?
JULIETA: ¿Para dónde se la van a llevar? ¡Por Dios!
(Julieta la encamina hacia la puerta de salida, Inés se niega.)
JULIETA: ¿Por qué no quieres salir? No te preocupes, que esos ya se fueron.
(Lo intenta de nuevo, Inés se niega casi con violencia.)
INÉS: No, no. (Casi gemido.)
JULIETA: ¿Por qué no? Ven, yo te acompaño.
(La hala. Inés se le suelta con violencia, cae al suelo, las mira como descubriéndolas.)
JULIETA: No quieres salir. Está bien, nadie te va a obligar.
INÉS (levantando la cabeza): Tráiganme los cubrecamas… Los vestidos de seda y todas las cosas que me dijo Oswaldito que tenía yo guardados en una bolsa… los platos también… Los platos de loza… yo amo a Oswaldito, quien me tiene guardadas estas cosas para casarnos…
(Elvira ríe a carcajadas. Julieta se le acerca con lástima.)
JULIETA: Mujer, cálmate. Ya van a venir con tu bolsa llena de todas esas cosas.
ELVIRA (acercándose a Julieta): Mentirosa. (A Inés.) Nadie va a venir a traerte más mentiras y tu Oswaldito no está.
(Inés no la escucha.)
JULIETA: Ya, Elvira. Que ella no te escucha. Déjame a mí. ¿Qué fue lo que te ocurrió?
INÉS: No sé.
ELVIRA: Llévatela de aquí. Qué asco me da.
JULIETA (levantándola del piso): Sí, ven Inés… vamos…
(Inés se va levantando, la mira con detenimiento, se separa de Julieta, mira a Marcia y a Elvira.)
INÉS: Oswaldo, ¿quién trajo a estos seres al mundo? Tan tramposos, tan tristes… Son mujeres.
JULIETA: Sí, Inés, somos mujeres… tramposas y tristes. (Inés se para frente al público, su mirada está en el vacío, pareciera que buscara a alguien. Julieta y Elvira se secretean. Inés no las escucha.)
ELVIRA: ¿Quién será ese Oswaldito que ella espera?
JULIETA: Mujer, eso está clarito. El mismo que la convirtió en eso.
ELVIRA: Pero ¿cómo? ¿Qué hizo con ella?
(Julieta agarrándola por los hombros y encaminándola y mostrándosela a Marcia.)
JULIETA: Miren “en lo que la convirtió el amor”.
(Elvira voltea a Marcia hacia el frente, busca dos sillas y las coloca al lado de Marcia, Elvira encamina a Julieta, se sientan en las sillas. Las tres miran a Inés.)
ELVIRA: Muy bien, Julieta, ahora nos vas a contar todo lo que te dijo el director.
JULIETA: No tengo por qué hacerlo ¿verdad, Marcia? Tú no mandas sobre nosotras.
ELVIRA: ¡Cuéntalo todo!
Se da una pausa larga.)
JULIETA (en tono de chisme): Hace unos días un ladrón entró a la casa donde la tenían escondida y la vio. El pobre ladrón corrió despavorido y avisó a la policía. El ladrón –y que– gritaba que el fantasma de la sayona lo había asustado.
ELVIRA (se ríe): Pobre ladrón.
JULIETA: La policía que ya tenía dudas fue a investigar y la encontraron.
ELVIRA: ¿Y el hombre?
JULIETA: ¿Qué hombre?
ELVIRA: El tal Oswaldo “ese”.
JULIETA: Dijo que no la conocía.
ELVIRA: Pero, ¿fue él quien la encerró?
(Julieta y Elvira miran a Marcia esperando respuesta.)
JULIETA: Él y sus hermanas.
ELVIRA: ¡Qué horror!… (Se levanta de la silla y camina de un lugar a otro.) Pareciera que está trastornada y no es para menos.
JULIETA: Los médicos dicen que está bien.
ELVIRA: Qué pueden saber los médicos del infierno… Esa, está muerta en vida.
JULIETA: Entre nosotras estará mejor.
ELVIRA: Yo no la quiero aquí. Nos hará daño con su amargura. Imagínate, años encerrada, debe odiar a todo el mundo y no es para menos. Todos la engañaron, nadie la reclamó.
JULIETA: ¿Qué estará sintiendo?
ELVIRA: No lo sé y tampoco quiero saberlo.
JULIETA: Elvira, siempre llegan nuevas.
ELVIRA: Pero, no venían de estar años encerradas.
JULIETA: Exagerada, ¿qué nos puede hacer esa infeliz?
ELVIRA: No sé, pero no la quiero aquí y estoy segura que ni Marcia, ni ninguna de las que estamos en esta casa la querrá… Además ella tiene su familia, que se encarguen.
JULIETA: A nadie le gusta cargar con una anciana… Imagínate, nosotras que…
ELVIRA: Nosotras somos diferentes. Tenemos familia, vivimos nuestra vida, pudimos ser felices.
JULIETA: Vamos muchacha a comer que no quiero seguir oyendo estupideces.
(Inés no se deja llevar.)
ELVIRA: No quiere ir contigo. Vamos nosotras.
JULIETA: ¿Y ella?
(Inés se le escapa, sale por el fondo.)
ELVIRA: Qué te importa… A menos que pienses que ganando puntos con el director te saque de aquí.
JULIETA: Tú sabes que él no saca a nadie.
ELVIRA: Te podría llevar a su casa para que le contaras cuentos de hadas a sus hijos.
JULIETA: Tú sabes que no soy vieja de contar cuentos.
ELVIRA: Pero, por salir de aquí.
JULIETA: Yo voy a morir aquí.
ELVIRA: Yo no… Y menos con esa loca… Los locos se llevan los espíritus de los muertos.
JULIETA (riéndose): Buena falta le haría tu maldito espíritu a la pobre de Inés.
ELVIRA: Ya ésa no necesita nada.
JULIETA: ¿Qué irá a hacer cuando se entere de la verdad?
ELVIRA: Lo mismo que nosotras… Odiar.
JULIETA: Y si le contáramos otra cosa.
ELVIRA: No te entiendo.
JULIETA: Del mundo, ella no sabe nada, nosotras podríamos contarle otra cosa.
ELVIRA: ¿Y qué ganaríamos con eso?
JULIETA: No sé.
ELVIRA: Y un día… ¡zas!, le contamos la verdad.
JULIETA: ¿Cuál verdad? No sabemos nada de ella.
ELVIRA: Lo vamos a averiguar.
JULIETA: Imagínate, debió haber sido horrible. Se sentiría muy desesperada… No aguantaría, no. Es demasiado horrible. Olvídalo. Yo no me atrevo ¡Dios mío! Perdóname.
ELVIRA: Cálmate mujer, que pensar no es hacer. Además si ella desaparece, le haríamos un favor. Cuánto debe haber sufrido la pobre; sin nadie que la defendiera, sin un sueño. Encerrada como una leprosa. Ella no debería estar viva ymucho menos entre nosotras. Nadie la ha querido. ¿Por qué tenemos que ser nosotras las que carguemos con ese despojo? Le haríamos un favor al mundo si la aniquilamos. Por mujeres como ella es que el mundo es la porquería que es. Todos dicen que él es el culpable, seguro que eso es de la boca para afuera porque todos sabemos que ella es la culpable. Yo no le tengo lástima… la odio, es lo único que puedo sentir por un ser así… Ella está maldita; ella no puede vivir con nosotras. Tiene que desaparecer ante de que nos aniquile, porque eso es lo que hará. Yo lo sé. Yo conozco el mundo. Ella no es una mujer. Eso tiene que ser monstruo… ¡Lo haremos, verdad!
(Se abre la ventana. Las dos voltean. Elvira camina hacia la mesa, mete una carta en el sobre.)
ELVIRA: Mi hijo vendrá a buscarme, cuando le llegue esta carta. Se la voy a llevar al director para que la envíe… Marcia y las demás van a estar con nosotras. (Elvira sale.)
(Julieta se queda sola. Va al chifonier, extrae un rosario y una biblia, se santigua, reza en voz baja. Sentada en una silla. Iluminación cenital. Julieta comienza a santiguarse, tiene la cabeza baja.)
JULIETA: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
(Julieta levanta la cabeza con violencia.)
JULIETA: ¡Rosaura!, tú de nuevo, cómo te atreves a venir después de lo que hiciste. (Se levanta de la silla y se para frente a la puerta.) ¡Nunca vas a acercarte a ellos! Te odian. No se te ocurra entrar porque te saco los ojos… Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea. (Casi histérica.)
(Marcia está sentada en una silla frente a la mesa, Julieta la observa.)
JULIETA: Ya me estaba sintiendo sola, menos mal que estás aquí. Vamos a jugar con las barajas de Elvira.
(Julieta sienta a Marcia frente a la mesa, están una frente a la otra. Julieta reparte las barajas.)
JULIETA: Vamos a aprovechar que Elvira no está. Se fue a entregar una carta para su hijo. La pobre cree que su hijo vendrá a buscarla porque Inés vivirá entre nosotras. En el tiempo que la conozco le ha mandado como trescientas cartas. Y él, bien gracias… Desgraciado… Marcia no me hagas trampas porque te saco del juego.
(Elvira entra, se detiene y las observa. Suenan las campanas de un reloj.)
JULIETA (a Marcia): No te gusta ese reloj, verdad. A mí tampoco; ningún reloj me gusta. Yo sé porqué no nos gusta. El muy hijo de puta nos recuerda que el tiempo sigue pasando. (Le agarra las manos.) ¿Tienes miedo de morir, verdad? Yo también… No quiero morir. La doctora “ésa” dice que tenemos que aceptarlo con naturalidad. “Esa” no sabe nada. Claro como ella es joven, la muy… se atreve a dar consejos. Joven estúpida. Claro que no queremos morir.
(Se levanta y para el reloj.)
JULIETA: Ya ves, lo paré… No existe. Se acabó su martirio.
ELVIRA: ¿Le contaste nuestro plan a Marcia?
JULIETA (parándose y dándole la espalda): No.
ELVIRA: ¿Qué se hizo Inés?
JULIETA: Me imagino que durmiendo.
ELVIRA: En el cuarto no está.
JULIETA: Ah, no sé. No soy su cuidadora.
ELVIRA: Eso ya lo sé, pero como la tratas con tanto cariño.
JULIETA: Ya no la quiero.
ELVIRA: ¡Yo tampoco! Ni ellas. Verdad. (Asienta con la cabeza y sonríe.) Entonces estamos de acuerdo.
JULIETA: No lo haré. Me parece una barbaridad.
ELVIRA: Tú lo propusiste.
JULIETA: Sí, en mala hora…Yo ya tengo con mis cosas.
ELVIRA: Cuando fui a entregar la carta me dijo la “mujer ésa” que te dijera que alguien te llamaba por teléfono, que fueras para allá.
JULIETA: ¡Rafael!
ELVIRA: No precisamente… Ellos no sabían si mandarte a decir porque no conocían a la persona que te llamaba.
JULIETA: Será uno de los muchachos o del Convento.
ELVIRA: No sé, anda a averiguar.
(Entra Inés, más sucia, comiendo un pedazo de pan.)
JULIETA: A mí nunca me ha llamado nadie. (Dudosa.)
ELVIRA: Anda a averiguar.
JULIETA: Sí. (Va a salir. De repente para.) Me da miedo… ¿Y si es ella?
ELVIRA: ¿Quién?
JULIETA: Rosaura.
ELVIRA: Después de tanto tiempo… Sí a lo mejor es ella que llamó para preguntar por Marianita.
JULIETA (hace un gesto de miedo. Luego se sobrepone): Esa no tiene por qué preguntar… No, Rosaura no se atrevería.
ELVIRA: Vete y averígualo.
JULIETA: No puede ser ella. No voy a atenderla. Que se muera.
ELVIRA: Tienes miedo por lo que pueda preguntar sobre la muerte de Marianita.
JULIETA: Ella no se atrevería, Marianita era mi hija, ella los abandonó cuando se enamoró del hombre ese que le robó el alma, además, me juró y me firmó (busca en el chifonier con desesperación) una carta… ¿Dónde esta?, que yo misma escribí, donde renunciaba a sus hijos para siempre… ¿Dónde está esa maldita carta?…
ELVIRA: Pero, la muerte de Marianita fue muy rara.
JULIETA: Ella renunció a sus hijos y yo nunca voy a explicarle, yo la puse por aquí. ¿Dónde está?
(Se voltea buscando a Elvira y se encuentra a Inés frente a ella.)
JULIETA: Apártate. Esa perra no se atreverá a pedirme explicaciones; la sinvergüenza ésa quiere mi casa, a mis hijos; pero no se los voy a dejar (Inés se le acerca, la mira con curiosidad) ¿Qué te pasa a ti? Es que nunca has visto el odio. Yo te lo puedo enseñar… (La lleva hacia el espejo.) Mírate… Esa vieja escuálida, horrible, alguien te convirtió en “eso” que estás viendo ahora. (Busca un recorte de periódico, lee.) Inés Alicia era una de las muchachas más bellas de su ciudad. Blanca, de ojos verdes, de una sedosa y rubia cabellera.
(Inés mira al espejo, todas la miran. Ella se acerca a Marcia, toca su rostro, mira su vestido, la impulsa hacia la mesa, busca a Elvira, se coloca frente a ella. Desesperada regresa al espejo, se mira, aparta el pelo, toca su cuerpo. Grita desgarrada. Inés cae al suelo. Se oscurece la sala. [Pausa larga.] Se encienden las luces. Marcia frente al radio que está encendido. Inés tirada en el suelo. Julieta sentada tejiendo un inmenso chal negro. Elvira sentada frente a la mesa de las cartas.)
ELVIRA: Julieta, después de lo que le dijiste a Inés no ha querido pararse del piso. Fuiste muy cruel con la pobre.
JULIETA: Perdí la paciencia. Dios mío perdóname.
ELVIRA: Así nunca se va a recuperar.
JULIETA: Es verdad, Elvira. Me siento muy mal porque ella no me hizo nada, no entiendo qué fue lo que me pasó.
ELVIRA: Tenías mucha rabia, eso le pasa a cualquiera. Lo que ocurre es que cuando te nombran a Rosaura te conviertes en un demonio y ni Dios puede con tu odio.
JULIETA: rezo mucho para no sentirlo, pero cada vez se hace más grande.
ELVIRA: Tienes que olvidar todo eso.
JULIETA: ¡No puedo! Esto que siento es más fuerte que yo.
ELVIRA: Imagínate lo que sentirá la pobre de Inés. Estuve averiguando cosas de ella. Ese Oswaldito la encerró por cincuenta años en un cuarto inmundo y él hizo su vida por fuera. Se casó, tuvo sus hijos, fundó sus empresas.
JULIETA: Por favor, cállate que te va a escuchar.
ELVIRA: Tenemos que ayudarla, ellos la sacaron de la pieza inmunda, pero su alma todavía está allá.
JULIETA: ¿Cómo lo vamos a hacer? Ella ni siquiera nos escucha.
ELVIRA (a Inés): Estamos preocupadas por ti, llevas horas allí tirada.
(Inés la mira en la última frase, va a sentarse en un rincón, mira al vacío.)
INÉS: Mi papá se preocupa por mí… No me dejó ir nunca a pulpería, ni a botica. No me dejaba amistades con esas muchachas enamoradas y brinconas y con esa gente que andaba con latas en la cabeza y la ropa rota… Mi abuela no duró mucho, sólo cien años… ¡Mi abuela no se parece a mí!
ELVIRA: Inés, Inés. (Acercándose a ella, Inés no responde.) Mira, Marcia me estaba contando que su nieto nos va a sacar a pasear, nos va a llevar a un parque… ¿A ti te gustan los parques? ¿Verdad?
INÉS: Sí.
ELVIRA: Marcia va a preparar una comida con mucha sal, después tomaremos todos los helados que nos dé la gana y veremos jugar a los niños.
INÉS: A mí me gustan los niños. (Levantándose.)
ELVIRA: A mí también. En este parque se reúnen muchos niños.
INÉS: Yo no tuve hijos… ¿Dónde están mis niños? Oswaldo ¿por qué yo no tuve hijos?
ELVIRA: Nosotras tenemos hijos. Ahora no están con nosotras, pero van a venir para ir al parque.
JULIETA: Claro que iremos, pero primero tenemos que bañarla y vestirla con un traje lindo. Te voy a tejer un chal muy bonito y tú, Marcia, le puedes regalar uno de tus vestidos, el rosado de seda puede ser, también la puedes maquillar.
(Inés mira a Marcia y niega con la cabeza.)
JULIETA: ¡Claro, no tanto! Sólo un poquito de rubor… te verás tan bonita.
ELVIRA: Inés todas las mujeres nos maquillamos ahora, “las muchachas se maquillan para gustar y las viejas para no espantar”.
JULIETA (a Marcia): Marcia, tienes que llamar por teléfono a Dieguito. Dile que venga temprano a buscarnos para que nos lleve al parque.
INÉS: ¡Quiero bañarme! (Inés comienza a quitarse la ropa.)
ELVIRA: Aquí no puedes desnudarte.
INÉS: Ya lo sé, Oswaldo. No lo haré más. (Asustada.) Oswaldo, ¿dónde estás? Esto está oscuro, no te vayas, no me dejes sola otra vez… (Pausa.) Ven, bésame. Sí, ya sé que no debo hablar. Oswaldo… sí, abro las piernas. (Abre las piernas.) ¿Más? ¿Así? Los pechos… tócalos, son tuyos Oswaldo. Abrázame, bésame. Si te chupo la lengua, te rasguño. Tócame Oswaldo, tócame, muérdeme. En la tierra te lleno la cara de tierra. No, tú a mí… así. (Se arrastra.) Muérdeme los pechos, pásame la lengua, méteme la lengua, quiero chuparte. Tú me chupas, muérdeme. (Grita.) No te puedes ir.
(Voltea la cara como si le hubieran dado un golpe. Comienza a llorar. Mira al frente, se recoge en un rincón. Arregla su vestido.)
INÉS: No lo hago más. Perdóname… Yo no soy puta. No me grites eso ¡No!
(Julieta y Elvira están impresionadas.)
ELVIRA: No la poseía.
JULIETA: Esto es horrible. (Volteándose.)
ELVIRA: ¿Tú sabes lo que significa para una mujer esa monstruosidad?…
JULIETA: Inés, olvida todo eso, ahora estás con nosotras; te alejaron de él y te trajeron al mundo. Aquí todo es diferente.
ELVIRA: ¿Tú lo amabas mucho, verdad? Yo también amé a un hombre. Ayer soñé que estaba en París y Antonio estaba conmigo, tan bello, su piel morena, esos ojos negros profundos que me deseaban. De repente estábamos en un salón con miles de espejos. Él me susurraba palabras hermosas y yo me movía al compás de sus palabras. Él me besaba y me hacía suya… De repente corríamos, nos alejábamos de todos. No sé de quién nos escondíamos. Fue un sueño hermoso. Imagínate recorrí las calle de París de nuevo y con Antonio que fue mi único amor. (Elvira se queda pensativa, Julieta se acerca a Marcia quien dice algo a su oído.) Inés, Inés, Marcia quiere saber si por donde tú estabas pasó el circo “Roma”. Sabes lo que pasa, es que ellos le prometieron que vendrían por ella. Le dijeron que ellos no morirían jamás. Han pasado muchos años y ella todavía los espera.
INÉS: Yo nunca lo vi.
JULIETA (a Marcia): No estés triste, que a lo mejor no pasaron por donde ella estaba.
ELVIRA: Ellos vendrán por ti y a lo mejor nos llevan a todas. Será maravilloso.
(Elvira encamina a Inés hacia el espejo, Inés se niega con miedo.)
ELVIRA: Ven conmigo (las dos frente al espejo).
ELVIRA: Inés, detrás de tu rostro, reflejado en este viejo espejo, estamos nosotras… Mira: somos jóvenes, hermosas; reímos tanto. Caminamos por un prado verde… Con nosotras están todos los amigos, nuestros hijos, nuestros amados esposos. (Elvira voltea, mira a Marcia.) Marcia me dice que allí parado con su única sonrisa está César… Es un poeta triste que Marcia conoció en París y del que está enamorada todavía. (Lo recitan Elvira y Julieta.)
“… Esta tarde llueve como nunca:
y no tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce.
¿Por qué no ha de ser?
Viste gracia y pena.
Viste de mujer…”
Él nunca reía pero a nosotras nos sonríe y nos muestra sus manos. Se parecen a las de Cristo.
INÉS: Sí… ¡Qué bello es!… El cielo está tan azul y las nubes tan blancas.
ELVIRA: Alguien canta. Su voz es melodiosa… Todos nos tomamos de la mano y caminamos felices al encuentro.
INÉS: Allí viene Oswaldo. ¡Qué bello… Qué dulce su beso! ¡No! (Se escuchan cristales romperse.) Él me engañó todo el tiempo. (Camina hacia ellas.) Toda la vida me estuvo prometiendo matrimonio… Yo le preguntaba cuándo nos íbamos a casar y él siempre me respondía: ¡Pronto, Inés. Pronto! (Grita.) Nunca se casó conmigo. No quiero verlo nunca más… Quiero que se muera.
JULIETA: Ya está, Inés. Olvida eso.
INÉS: ¿Dónde está? Quiero matarlo con mis manos… (Pausa.) Cuántos años han pasado. Yo tenía quince años. Cuántos años tengo ahora. (Va hacia el espejo. Llama: Inés… Inés Alicia.) No está, no viene.
(Las tres se colocan frente al espejo.)
INÉS: Inés, Alicia… Inés.
INÉS: No viene… Se perdió. Inés, Inés. (Llora.) Inés.
(Las tres gritan desgarradas)
TODAS: ¡Inés!
(Se abre la ventana y se oscurece la sala.)