literatura venezolana

de hoy y de siempre

Principito. «El musical»

Por: Juan Martins

Antes de asomarme con la crítica a la obra «Principito. El musical» (versión de El principito de Antoine de Saint-Exupéry), bajo la dirección y producción general de Daniel Vásquez, me veo entonces en la necesidad de recordar el trabajo de la Escuela de espectadores que, como miembro, fui invitado junto a los críticos participantes de Avencrit (Asociación venezolana de crítica teatral). Dicho esto, tal como la entiendo, la crítica no es un juicio de valor, sino de experiencia dentro y no fuera del proceso creador. Y en más la reciprocidad de esa experiencia. Es un intercambio, entre los creadores y la voz del crítico, puesto que el director, Daniel Vásquez ha entendido bien las características conceptuales de ese diálogo. Por medio del cual permite la participación del crítico en los términos de la conversación (del diálogo), sin que éste decida en la representación al momento. Subraya esta representación propuesta a modo de asesor por decirlo en los términos de esta prospectiva del crítico. Un semblante más orgánico entre la audiencia y la crítica, entre el actor y el espectador, entre la obra y su representación. No hay, por lo dicho, inherencia directa, como sí la previsión del crítico en la búsqueda de la cadencia, el ritmo o la estructura para la interpretación del drama y del espacio escénico que se desarrolla, entre la composición general, su relación poética con los alcances del espectador quien es éste un factor importante en el discurso de Vásquez, dado el nivel alto de realización artística que exige. Y de allí su complejidad. Hecho relevante ante la dificultad de producir en la ciudad de Maracay (lo que requiere de un mayor análisis para entender nuestros espacios teatrales).

     Sigamos con lo nuestro, el director lo asume en su práctica con el teatro infantil, si consideramos su decantada labor con obras como Sofia Superstar, Dijana Akua y La Fabrica de los juguetes defectuosos. En todas, ha mostrado su capacidad como productor sin lugar a dudas hacia la pedagogía y el aprendizaje de los niños. Más adelante diré algo al respecto que lo afirma. Por ahora recordemos, insisto, en los aspectos de la Escuela de espectadores: el espectador de nuestra ciudad. Con la obra de Vásquez tiene conciencia de esta dificultad. De allí que se integra: asiste, participa y agradece ese tratamiento artístico con los niños por una parte y también cómo se integra a la modalidad infantil de ese discurso con actores mayores, confiriéndole ese carácter poético al teatro infantil. Por tanto mantiene el público sus expectativas. Asume esta función, ha participado (y participa) como espectador, puesto que la necesidad de continuar en esa zona de lo expectante es vital. Continua y dialéctica. Es espectado al mismo tiempo de lo que ve, porque la palabra se ve en el espacio teatral, sobre todo tratándose de una novela como lo es El principito. De modo que el vértice de la expectativa soporta todo el resto de aquella poética infantil de tal discurso. El director asume el riesgo. El(la) actor(triz) adulto o infantil se edifican en la emoción. Por tal razón digo que la audiencia lo agradece. Y es activo ante los espectáculos de nuestro director. Nos hacemos en cuerpo/emoción=teatralidad. Como lo fue la emoción del público muy presente. Queda en consecuencia su inexorable relación: público/obra=representación/actor/actriz. Como ven, una cadena de significaciones que hacemos ahora como público y, claro, nos emocionamos también.

     Tengo que volver a decirlo, expectante y expectado en el mismo lugar, ya que esto lo hace más humano de entender al comprender de la dificultad que tiene producir estos espectáculos en la ciudad y el lugar filosófico al que corresponde el discurso de la representación. Recreándose así la realidad, animándola desde otra perspectiva. Nos miramos en el riesgo del director. Estructura y emoción. Y lo he dicho en otra ocasión: la poesía (en tanto al lenguaje) es la máxima del dramaturgo porque éste logra intelectualizar la emoción: el actor es la unidad mínima de la representación sin el cual no se daría aquella relación. Es humana, sensible y ética, puesto que la convivencia se funda en la idiosincrasia, en la condición de lo social para tener buenos espectáculos en la ciudad. Si venimos a una función es porque deseamos ser parte de esa convención: la teatralidad. Y tratándose de una pieza como lo es El principito el riesgo es mayor. Riesgo que se asume con una sala llena de público comprometido emocionalmente repito.

     Desde luego y esto es ver la obra dentro, como decía, de un proceso. No todo está terminado porque su director continúa ensayando, elaborando, mejorando el acabado final de la obra, aun, invitando a los críticos (hecho destacable en sí mismo). Es un proceso que quiero diferenciar cuando su director le da importancia a la visión de los críticos, a que la crítica participe. Por supuesto el teatro es dinámico y cambiante. Destaco en tal caso la actuación de Germán Brito como el Aviador, Vanidoso y Farolero. Nos muestra una vez su capacidad como actor. Digamos de él lo siguiente: su capacidad de llevar a cabo el centro de energía actoral, cuando tiene conciencia de que está trabajando con niños, cognición sobre la sintaxis del relato teatral. Induce la historia, la lleva hasta este lugar de las emociones de las que hacía referencia más arriba con respecto al público. Tal vez más logrado en uno que otro personaje, pero sostiene el divertimento dada a esa capacidad actoral no sin menos rigor, todo lo contrario, nos envuelve en la historia. Y este actor se compromete. Ahora bien, puesto que su director lo ve como proceso se integrará al mayor desarrollo en tanto a hilvanar el relato y las funciones de esa dinámica en correlación con todo el musical: las bailarinas, las niñas y los niños actorales. Y algo importante: la coreografía. Lo que significa que queda mucho por escribir, en tanto se trata de la experiencia. Por ejemplo: RoymerBompart en la interpretación de Hombre de Negocios, Rey y Zorro produce goce en el lugar orgánico de esta interpretación que logra sobre todo con el Zorro. Y esto es técnica también. Pude notar no obstante cómo su director ha mejorado de una función a otra cuando el niño Juan Diego Padrón (en el personaje de Principito) elaboró mejor su voz, su proyección y su concentración como mecanismo de trabajo elaborado entre una función y otra. Lo viene construyendo. Reitero es en Juan Diego Padrón como en los demás, una experiencia. Visto que no estoy estableciendo un juicio de valor (sea mala o buena la obra), sino de su compromiso con el teatro, con la experiencia entre su público y los actores y actrices o entre la crítica y su poética tratándose aquel de un niño actor. Sobre esa experiencia poética lo sostiene Vásquez con la postura de Germán Brito ante este discurso. Ante tal compromiso. Juan Diego Padrón se compromete con el protagonismo que tiene: canta y sostiene con emoción lo actoral para resaltar las sensaciones. Yo agradezco ver en el teatro a un niño con este talento. De igual manera con la niña Isabella Borno en el rol de Rosa. El director se responsabiliza con el crecimiento de la actriz. No olvidemos algo importante, son niños y eso exige al director y a la producción, pero encanta ver a la actriz/niña comprometida en ese nivel. Y en ese contexto de los niños ver esto de la representación, porque vendrán mejorías a causa de lo comprometido que está su director con la crítica para su trabajo.

     Por eso hablaba de la Escuela de espectadores, considerar la poiesis del proceso desde la experiencia y no desde el juicio del crítico. Por una razón muy sencilla: esta obra crece en la dinámica con la crítica. Me atreví a destacar una parte del trabajo, lo estrictamente teatral, la pedagogía de su director y su capacidad de producir este tipo de espectáculos. Primero por la mejoría que asistirá como ha estado sucediendo.

Sobre el autor

*Publicado en: https://criticateatral.wordpress.com

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