Rómulo Gallegos
La sabana arranca del pie de la cordillera andina, se extiende anchurosa, en silencio acompaña el curso pausado de los grandes ríos solitarios que se deslizan hacia el Orinoco, salta al otro lado de éste y en tristes planicies sembradas de rocas errátiles languidece y se entrega a la selva, Pero quien dice la sabana, dice el caballo y la copia. La copla errante.
Todos los caminos la oyeron pasar. ¡Y mire que hay caminos en el llano!… Allá va por delante de la punta de ganado, a través de la muda soledad de los bancos y a veces se quita las palabras y le queda en cueros de tonada, silbido lánguido y tendido. Allá viene, compañera del caminante solitario con varios soles a cuesta. Allí entona galerones y corridos al son del arpa y las maracas. Aquí llega, rasgueando el cuatro, a la porfía de los cantadores alardosos
Desde el llano adentro vengo
tramoliando este cantar.
Cantaclaro me han llamado.
¿Quién se atreve a replicar?
Desde las galeras del Guárico hasta el fondo del Apure, desde el pie de los Andes hasta el Orinoco ¡y más allá!, por todos esos llanos de bancos y palmares, mesas y mochales, cuando se oye cantar una copla que exprese bien los sentimientos llaneros, inmediatamente se afirma:
—Esa es de Cantaclaro.
Pero son tantas las coplas que se entonan por allí, todas con el alma llanera extendida entre los cuatro versos, como el cuero estacado- por las cuatro puntas. Si en oyendo estas trovas, alguien preguntase-
—¿Dónde nació Cantaclaro?
Sin vacilar le responderían:
—Aquí en el llano.
Pero el llano es ancho, inmenso… y de los Cantaclaros ya se ha perdido la cuenta.
– o –
Esta vez se llamaba Florentino y él se añadía Quitapesares.
Espíritu errabundo, naturaleza fantaseadora, desmedido amor a la libertad, la suerte siempre en la mano, dispuesto a jugársela, lo de andar siempre a caballo y de querer decirlo todo con los cuatro versos de una copla, eso era Florentino, el tarambana de los Coronados de la Concepción de Arauca, que siempre fueron hombres de asiento fijo y cabeza bien puesta en lo positivo del negocio de criar y vender ganados
Eso y lo de andar siempre con una muchacha enredada en sus coplas, que sólo para tales cargas de amores y no para descanso de su retinto parecía llevar remonta. Pero así como las tomaba, así las iba dejando, cuando el amor que le pusieran amenazara maniatar su albedrío, porque:
Hoy te quiero y hoy te olvido
pa recordarte mañana.
Que si me quedo contigo
yo pierdo y tú nada ganas.
Quizás todo proviniese de que Manuel Coronado, cuando los recogió a su amparo, a él y a su hermano José Luis, ya huérfanos de padre, al querer educarlos como lo habían sido todos los hombres de la familia, mientras que a José Luis, ya zagaletón, pudo darle un caballo y un chaparro y decirle, mostrándole la sabana:
—Ahí tienes la escuela donde se forman los hombres y éstos son los instrumentos. Arrea y que Dios te ayude.
A Florentino, que sólo para becerrero podía entonces servir, tuvo que enseñarle:
—Este es el corral de las vacas y ése el de los becerros. Tú te encaramas en el tranquero y te fijas en la copla que cante el ordeñador. Si, por ejemplo, mienta algo de luceros, es porque va a ordeñar la vaca de ese nombre, que es aquella de la mancha blanca en la frente, y te está pidiendo el becerro, que es éste. Tu trabajo es abrirle la puerta al mamantón.
Y su aprendizaje fueron las coplas, que bien pronto supo completarlas, pues si el ordeñador decía:
¡Ah, madrugada más fría,
cuajadita de luceros.
El no tardaba en agregar:
¿Quién vendrá por allá arriba,
levantando ese polvero?
José Luis se maravillaba de aquel don extraordinario y él le explicaba:
—Es muy fácil, hermano. Los versos están en las cosas de la sabana; tú te la quedas mirando y ella te los va diciendo.
—No me venga con eso, hermano —replicaba el otro—. Háblame en positivo. ¡Qué va a decirle a uno nada la sabana!
—¡Ah, caramba, chico! Tú estás perdiendo la mitad de tu tiempo. Eso es lo mismo que los caminos, que también cuentan cosas y son más de los que se miran, pues si uno se fija en la yerba descubre que por debajo de ella van muchos otros.
—Los caminos del año pasado, que les nació arestín —replicaba el positivista—. Porque el ganado los abrió por otras partes, a la bajada de las aguas.
—¿No te digo, hermano? Tú no conoces bien la sabana. Yo, que la miro y la escucho desde el tranquero de la corraleja, podría enseñarte muchas cosas que todavía no has aprendido. Y ahora que hablamos de eso, escúchame esta copla, que es todita mía, a ver qué te parece:
La mañana está saliendo,
los caminos van andando
y Florentino está oyendo
sin que le estén conversando
Ya estaban formadas la propensión fantaseosa y la inquietud aventurera. Lo demás lo harían los viajes, que comenzaron bien pronto. Del primero que hizo en compañía del tío, fue cuento de nunca acabar el que- hubo de oírle José Luis.
—Déjame empezar por el principio, como la semana por el lunes y el corrido por el jah, caramba! Tú recuerdas que tío Manuel me puso entre los punteros para que fuera aprendiendo a cabrestear, y ya debes de saber que en los viajes de ganado el que va delante camina más y menos.
—¿Cómo es eso, hermano? Ya le he dicho que me hable en positivo. O es más o es menos.
—Aguárdate. Ya te lo voy a explicar. Más, porque va mirando lo que después caminará y son como dos viajes; menos, porque quien sabe lo que falta para llegar al sesteadero no se lo anda preguntando, que es lo que cansa más y porque como lleva el canto y el silbido con ellos les va quitando a las jornadas los pedazos fastidiosos.
¡Que les dicen así! Porque de mí te aseguro que no hay cosa más sabrosa que un camino largo por delante y en la sabana silencia, ¡ese canto del cabrestero que se acuesta y se estira!
¡Despide tu comedero…
Que te llevan pa Caracas
a cambiarte por dinero!
¡Juy jillo!
Ah, cosa buena, hermano!
—No te digo que no lo sea; pero eso ya lo he visto yo, aunque no haya sido sino hasta el paso del Apure. Échame más bien el pasaje de Corozo Pando, que ya me ha dicho el tío que fue famoso.
—iQue si lo fuel Nosotros que estamos dentro de la pulpería, cuando de pronto sentimos que en el corredor se forma un alboroto de los llaneros. Guariqueños de oriente y de occidente y apureños de todas partes que allí se iban reuniendo.
—»¿Qué pasa?”— pregunta tío Manuel, creyendo que fuera caso de algún barajuste del ganado encorralado, Y le contestan: —“Nada, don. Rochelas de los muchachos. Un viejito, que acababa de llegar, dando lástima de puro parecer que no podía con su alma, y como los muchachos quisieron divertirse con él y le tiraron una punta de. garrote, de la barajustada que se dio tramoliando el suyo, abrió un claro en el corredor”. —Así había sido y el viejito decía plantado en guardia y buscando pelea: —“A mí no me falten al respeto ustedes, llaneros aguachinaos, porque yo soy llanero de antes y ustedes lo vienen a sé de ahora. Sálgame Uno a uno para que aprendan a jugar garrote, que jah, malhaya fuera lanza encabál, como mi taita me enseñó a manejarla, lo mismo que él lo aprendió del suyo aquel a quien todavía se le está escuchando el grito de Queseras del Medio. Yo a nadie le ando diciendo quién fue mi abuelo cuando no me dan motivo, más para que otra vuelta no se equivoquen conmigo, aquí les voy a dejar mi apelativo: yo soy José Antonio Páez. Asma, pata en el suelo y arriando ganado, como me aguaitan”. —No había terminado de decirlo cuando yo me abría paso entre los llaneros que lo rodeaban y me le plantaba por delante, con mi garrotico en la mano y diciéndole: —»Yo no vengo a faltarle al respeto, don; pero quiero aprender a taparme una punta de las de su abuelo de usted”. —Se quedó mirándome de arriba abajo y me preguntó:
—¿Y tú quién eres, muchacho?
—Florentino Coronado, para servirle.
— ¿De los Coronados de la Concepción de Arauca?
—De allá mismo, don.
—Pues sí mereces que te enseñe, porque ya se de quién eres hijo. Tápate esta punta.
—Ya está —le dije, quitándome de encima la que me había zumbado, muy suavecita, como para muchacho.
—¿Y esta otra?
—Tampoco me alcanzó —le respondí
—Alá va. Vamos a ver si te la tapas.
Zúmbeme otra más difícil.
—Esa sí me tocó —tuve que decirle.
—¿Muy duro? —me preguntó. Y yo, contestándole:
—No se preocupe, don, que así es como se aprende.
Así había sucedido, y aquella noche, ya en su chinchorro, pero sin poder conciliar el sueño con los deseos de continuar despierto para disfrutar de sus fantasías, Florentino le preguntó al tío:
— ¿Será verdad que ese viejito de esta tarde es nieto del general Páez?
— Así dicen y él lo afirma. Nada tiene de imposible.
— ¿Quiere decir que yo me he tapado dos puntas de la primera lanza del mundo? Porque si el general Páez se las enseñó a su hijo y éste al viejito, desde allá vienen.
A lo que respondió el tío, llanamente:
—Pero tal vez mermando por el camino, como ganado en viaje.
—El ganado vuelve a su peso en cuanto lo empotreran donde haya buen pasto.
—¿Qué quieres decir con eso, muchacho? ¿Es que te imaginas que tú vas a repetir la historia?
—Nada, tío, Cosas que se me van ocurriendo cuando me voy quedando dormido.
– o –
Fuese o no de tan heroico abolengo aquella lección, de mucho le valió a Florentino haberla aprendido, pues varias veces, a consecuencia de las porfías con los cantadores celosos de su fama o en represalias de novias quitadas y hermanas burladas, fueron de lanza las puntas que no pudieron alcanzarlo.
Por ello vivía en zozobras la madre, y el hermano le decía:
—Algún día menguado te clavan
Pero él replicaba, fatalista:
De lanza o cacho e ganao
según y como barruntas,
o de puntá de costao,
siempre se muere de puntas.
Y continuaba su vida errante en busca de aventuras.
Allá va, esguazando los esteros del Guárico, con el agua a la coraza de la silla, levantando el bullicioso revuelo de las bandadas de patos y de garzas, adormecido por el chapoteo interminable de la bestia en las bombas de fango. Allá cabalga hacia el Alto Apure a través de la verde inmensidad de los bancos, Salió con la sombra por delante, larga sobre el camino, le pasó por encima y ya la lleva a la espalda, larga sobre el camino.
Pero él siempre está en el centro del llano, círculo de espejismos donde se funde la sabana caldeada por el sol antes de convertirse en cielo. Allá atraviesa los palmares profundos, los verdes morichales, cuyas claras aguas duplican el alba de oro y el crepúsculo de púrpura. Allá cruza las mesas de las desolaciones, páramos de hierbas raquíticas que el sol retuesta y consume…
Un grito melancólico, de encaminador de ganados imaginarios, se le convierte en copla, y la copla vuelve al grito y éste se tiende y se extingue en el ancho silencio y así va distrayendo su soledad bajo la obsesión del panorama, siempre igual y siempre interesante.
Por allá viene el viento peinando el pajonal. Pasa de largo junto al viajero y le arrebata el sol que lleva encima
— ¡Gracias, compañero!
Y el viento sigue su carrera, peinando el pajonal.
Por allá van huyendo las tolvaneras, como duendes medrosos.
—Pero, ¿dónde está el ganado? ¿Cuándo se verá uña casa? ¡Qué sólo te vas quedando, viejo Llano! ¿Qué te pasa?
Y como le han resultado versos, tiende el canto como un lazo:
¡Ah, caramba, compañero!
No le puedo remediar,
que acabe diciendo en versos
lo que empiece a conversar.
Y así, con la comezón del canto en los labios llegaba a un hato, aunque también con la soga a los tientos para arrimarla al trabajo que allí se estuviere haciendo, y eran corridos y galerones hasta el hilo de medianoche, los tiempos de vaquerías.
Pasaba por un pueblo, y eran parrandas y joropos, hasta que las autoridades, a quienes satirizaba en sus coplas, optaban por decirle:
—Sigue tu marcha, Florentino. No me alborotes el avispero.
Se acercaba a un caserío y ya no tenían sosiego las muchachas. Una manotada de agua a la cara, otra al tiesto para prenderse la flor en el moño, otra al clavo para descolgar el traje más presentable.
El se metía de casa en casa, preguntando:
— ¿Dónde está Rosa? ¿Por dónde anda Romanita?
—Ya te van a salir —respondíanle las madres—. Se están vistiendo.
Y empezaban las malicias, alcahuetas de sus amores:
—Dígales que mucho más me gustan entre el quitarse por los pies el camisón de los días de trabajo y el ponerse por la cabeza el dominguero. Pues no vengo a ver trapos, que para eso están las tiendas.
—Y para carne fresca las pesas, relambío —replicábanle por allá adentro, con protestas que reventaban en risas.
—Ese es mi oficio, precisamente.
Carnicero me llaman por ahí, de tanta came bonita como me han visto cargando en peso. Sólo que yo no mato para pesar. Ni nadie se muere de penas conmigo, pues por algo me llaman también: Florentino Quitapesares.
A lo que replicaba una:
—Que le pregunten a Ermelinda si mereces que asina te mienten. Y a María de la O, la del Mal Paso, que fue la última… ¡Qué se sepa!
A tiempo que otra protestaba:
—No hables de oficio, ¡hombre de Dios! Que el tuyo es quitarla a una del que esté haciendo en su casa.
—Con no salirme tienes, que ya entraré a saludarte cuando estés sola en el cuarto.
Y haciendo suya la copla de todos:
Ah, malhaya si me viera
contigo en el aposento,
que se perdiera la llave
y el herrero hubiera muerto!
Y a las enojadas, si le salían con amenazas de rompimiento de amores, las desbravaba cantándoles:
Ahí te mando tus sortijas,
tus cartas y tus pañuelos.
Espérame en los chaparros
pa devolverte tus besos.
Pues si estas coplas no eran suyas, también se las atribuían, por ser de aquellas de alma llanera extendida, como cuero estacado. Para ganarse la vida que así de continuo arriesgaba, dejando al hermano todo el producto de El Aposento, prefería el trabajo errante del revendedor de ganados.
Mulas del Caura para las haciendas de los valles de Aragua y del Tuy; caballos del Guárico para los hatos del Arauca donde el ganado bravío malograba el bestiaje; reses del Apure para los pueblos de la Cordillera, por la montaña de San Camilo… Madrinas y puntas de ganado conducidas de un extremo a otro de la vasta región de sus andanzas, producíanle el placer de las jornadas lentas a través de la desierta inmensidad de la sabana, de los pacientes reposos en los sesteaderos, de las noches a la intemperie de las majadas, con coplas y contrapunteos de cuentos inverosímiles entre los peones que lo acompañaban. En cuanto al dinero que le producía su comercio ambulante, apenas lo cobraba cuando ya estaba derrochándolo, jugador temerario, parrandero espléndido, amigo generoso, porque:
Dos cosas hay en el mundo
que no sirven pa viajar:
la plata, por lo que pesa,
y el no quererla gastar.
Y varias veces, como le saliera al paso alguna aventura amorosa, se dio el caso de que dijese a sus peones:
—Sigan ustedes, muchachos. Yo me quedo aquí. Ven dan el ganado a como se lo paguen y cójanse la plata para ustedes.
Por temporadas complacía a la madre quedándose en casa -y compartía con el hermano las recias faenas del hato, no habiendo entonces dificultades que no se allanasen pronto, pues ninguno más empeñoso en el trabajo cuando estaba en vena de meterle el hombro, ni nadie como él para bregar, a pecho de caballo cimarronero, con el ganado bravío, ni había por todo aquello quien se atreviese a tanto cuando fuere menester hacerle frente a un enemigo.
Pero así como le venían ganas de asentarse, así se le iban de pronto y por cualquier cosa Porque oyó decir que en tal parte había una muchacha bonita que no atendía a requiebros de amores. Porque le oyó cantar a un vaquero una copla de otros lados, obra de un cantador que se reputaba invencible.
Ensillaba su retinto, rabiataba la remonta, por si acaso de aventuras, metía el cuatro en la funda y lo amarraba a los tientos junto con las maracas y la soga, y se ponía en camino, después de decirle a la madre:
—Bendígame, vieja. Que la sabana me llama otra vuelta.
Y al hermano:
—Hasta la vista, José Luis. Que si no vuelvo es porque en alguna parte una mala punta me ha clavado para siempre.
De lanza o cuerno de toro
En alevosas derrotas.
Que para puntas de amores
Cantaclaro tiene contras.
Porque una tarde, encaramado en el tranquero de la corraleja como en sus tiempos de becerro, se quedó con templando la sabana, camino de largas jornadas y raros encuentro y se sorprendió a sí mismo murmurando, con un sentimiento que por primera vez lo visitaba:
¡Ah, malhaya un trotecito
Que no terminara nunca!
¡Ah, malhaya quién hallara
aquello que nadie busca!