Jason Maldonado Skrainka
El hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere.
Viktor E. Frankl
Algunas tardes llegan pronto las calles atiborradas de prisas y fatigas incendian los papeles del cuerpo.
Alexis Romero
No quiso perder la costumbre. Como todas las tardes, a pesar de la lluvia o de la época más calurosa del año, se sentó en la mesa del fondo, la misma que daba frente a dos fotos blanco y negro de dudosa originalidad: una de Louis Amstrong y otra de Duke Ellington. Ambas estaban enmarcadas y el vidrio cubierto por un polvo ancestral y casi vegetativo, aún permitían ver sendas firmas de dos grandes de la música. Él estaba claro que no podían ser firmas originales, menos aún en una ciudad caótica como esa en la que él vivía. Siempre pensaba en ello cuando en tiempos anteriores allí se sentaba a compartir con sus amigos, tazas y tazas de café. El mesero de aquel entonces esperaba a que terminara cada espresso y le reponía otro más, salvo que le ordenara lo contrario. Llegó a dudar de su presencia, pero le daba igual, estaba allí, en su lugar favorito frente a los dos músicos negros que encerrados en sus cuadros fueron testigos de discusiones, alegrías y de tanto en vez de algún despecho. Tardaron mucho en atenderlo, incluso dudó de que lo tomaran en cuenta, aunque le dio igual la eficiencia o no de los meseros que en horas de la tarde allí trabajaban. Ya no estaba el joven carismático de barba rala que lo atendía con especial respeto y deferencia, el mismo que sabía cuál era el punto exacto de la espuma delicada y marrón que debía lucir cada uno de sus cafés. Pero esto no fue impedimento para seguir adelante con su remembranza, sentado allí el mundo siempre le pareció distinto, justo, incluso sin complicaciones. En sus largas tertulias sintió que algo especial tendría la vida para él y también para sus amigos; una suerte de elegidos que el destino iba amasando para hacerlos especiales en algún momento, útiles al planeta, únicos y repletos de atributos que harían de ellos personajes famosos, destacados, y por tanto, envidiados por muchos. Tomó un sorbo de la ardiente bebida, o así cree que sucedió. Respiró con una profundidad extraña, más allá de la habitual que cualquier ser humano suele hacer. Se sintió transmutado, como puesto en el cuerpo de otro, o más extraño aún, descorporizado, incluso frágil y quebradizo. Sus manos eran y no eran las mismas, blancas y pálidas, incluso las raspaduras que se causó por una caída antes de llegar habían desaparecido; las viejas verrugas típicas de la edad no estaban, así quiso creerlo. Se las colocó frente a la cara, analizándolas con una extraña atención, jugando –tal vez imaginando– a que eran las manos de otros, o de miles de otros, los miles que nunca llegó a conocer y los cientos de personas que tal vez sí conoció por una u otra razón. Él siempre lo decía, la vida te va llevando de la mano, te da a conocer gente buena, pero también ejemplares detestables, personas con las cuales nadie quisiera toparse de ninguna manera. Se olvidó de las manos y pasó entonces a juguetear con su anillo de bodas. Le daba vueltas sobre su dedo anular. Lo giraba, lo volvía a colocar al fondo, luego casi en la punta del dedo. Olía el espacio blanco y sancochado por el sudor, el círculo blancuzco que acusaba la marca de años de matrimonio, y sobre todo, de no quitarse el anillo jamás. Luego jugaba con él sobre la mesa, haciéndolo girar como un trompo. Le gusta ver el efecto visual que se creaba gracias a la velocidad y al movimiento: dejaba de ser aro para pasar a ser una esfera luminosa e inaccesible pues al detenerse desaparecía por completo. El ruido del entorno en aquel lugar del centro le pareció tolerable, no le extrañó en lo absoluto. Ahora sí podía entender y explicarse la situación. El crujir de los motores, el llanto agudo de unas sirenas que no pudieron llegar a su destino, el desesperante sonido de las bocinas, no le impidieron disfrutar del momento. Estaba en su mesa habitual. Llegó a la hora acordada, solo bastaba que ella también lo hiciera.