Rafael Victorino Muñoz
Sobre Ros de Olano circulan varias versiones, dispares y hasta contradictorias. Una oscura leyenda lo pinta huérfano desde muy niño, adoptado por quienes se consideran sus padres verdaderos: el militar catalán Lorenzo Ros y su esposa doña Manuela de Olano. En lo único que parecen coincidir todas las versiones es en el lugar de nacimiento del autor: Caracas. El año es, según algunas fuentes, 1802 y, según otras, 1808. Cassany (1968) precisa la fecha: nueve de noviembre.
De los primeros años de Ros de Olano nada sabemos, nada hasta que emprende el viaje a España, para no volver nunca más a estas tierras. Aquí hay otra coincidencia parcial en las distintas biografías: la fecha aproximada, la compañía con quien emprende el viaje y la causa. A raíz de la muerte de sus padres, un tío suyo – de nombre Lorenzo (nombre que coincide con el del padre, o que los biógrafos confunden)- lo lleva consigo a España cuando sonaban los primeros cañonazos de la guerra de independencia en Venezuela. Por supuesto, para mantener la verosimilitud, quienes dicen que nació en 1802- como Díaz (1966)- aseguran que tal hecho acaeció “en los albores de su adolescencia” y los que dan como fecha de nacimiento 1808 sitúan la partida cuando el autor cumplió los cinco años.
La vida adulta de Ros de Olano sí es más conocida, y se reparte entre la política, la milicia y la literatura. Políticamente parece haberse inclinado al lado de los liberales, aunque de una manera moderada. Se le presenta como un sujeto oportunista y de una trayectoria sinuosa, lo cual lo llevó a estar siempre en primera plana. Fue gobernador de Murcia y diputado independiente ante las cortes. Como militar gozó de cierto prestigio, sobre todo por una virtud que valió su apodo entre amigos y enemigos: “general prudencia”. Estuvo involucrado activamente en todos los acontecimientos militares relevantes para la historia de la España de la época. Participó, sucesivamente, en la primera guerra carlista (1833-1840), sirviendo en Aragón y en el Norte; durante la guerra de África (1859-1860), estuvo al mando del tercer cuerpo del ejército. En 1843 apoyó la sublevación y, de igual modo, lo hizo en la Revolución de Septiembre, la “gloriosa”. Obtuvo el título de duque de Guad-al-jelú en batalla del mismo nombre, en Marruecos.
Tan dispersa como su misma vida fue su obra: abarcó casi todos los géneros, desde el teatro hasta la novela, pasando por los libros de viaje, la poesía, el ensayo, la crítica. Y no sólo es dispersa su obra por los géneros sino que lo es también por la pluralidad de temas, por los estilos (puesto que ostenta más de uno y casi podría decirse que no tiene ninguno propio). No obstante ello, su obra no es tan vasta como podría pensarse; apenas unos cuantos títulos: El diablo las carga, Leyendas de África, El Doctor Lañuela, Episodios Militares, La Gallomaquia, Poesías, Ni el tío ni el sobrino (en colaboración con Espronceda). Lo demás son artículos y relatos, repartidos en algunos periódicos y revistas (principalmente El Pensamiento y la Revista de España); estos textos, que aparecieron entre 1840 y 1872.
Bajo dos líneas generales es posible unificar la producción de Antonio Ros de Olano (esta división es arbitraria por cuanto él trabajó tanto en una como en otra tendencia, de manera simultánea y aún en un mismo libro): por un lado, una temática que podríamos llamar realista o, más bien, como prefiere Cassany (1968), de observación de la realidad; definición muy acertada, si se considera que los libros de Ros Olano que se orientan hacia esta línea se alejan bastante de alguna pretensión de retratismo. La tendencia a lo grotesco, a desdibujar caricaturescamente las situaciones y personas, es una constante en la obra de este autor. Más que realista es impresionista.
En la otra línea trabaja con temas que, a falta de mejor término, podríamos llamar imaginativos puros, en la medida en que se alejan de toda realidad observada u observable. En este sentido, Ros Olano se acerca bastante a los postulados de la escuela romántica, aún vigente para la fecha en que desarrolla su obra. Hay que destacar que el autor estuvo vinculado a las dos principales figuras del romanticismo español – Larra y Espronceda- y frecuentó a otros románticos, como el mismo duque de Rivas. Ahora bien, esta veta imaginativa en su obra no necesariamente conlleva a clasificar a Ros de Olano como romántico. Se sabe que no todos los románticos cultivaron el gusto por lo fantástico, y viceversa: no todo autor que cultiva lo fantástico debe ser tenido por romántico.
Continuando con la comparación de las dos tendencias en su producción, sus libros y relatos orientados hacia que eso llamamos la visión u observación objetiva de la realidad, hay una mayor atención a lo anecdótico, al narrar puro y simple. En tanto que, en los relatos que él mismo denominó estrambóticos y fantásticos, así como en sus novelas (El doctor lañuela y Las jornadas de retorno…), el lenguaje cobra mayor valor ante la anécdota; hay, en estos, una cierta intención lúdica, de experimentar, de manipular el lenguaje, de trabajarlo.
Este manierismo del lenguaje -llamémoslo así- aparentemente choca con la negligencia y el descuido que Ros de Olano evidencia en una buena parte de su obra. La mayoría de los autores que se han ocupado de la obra de Ros resaltan este aspecto, algunos para detractarlo –como el mismo Marcelino Menéndez y Pelayo (citado por García, 1971) – y otros para ensalzarlo –como lo hace Fernán Caballero (en Becker, 1974). Y es que en Ros de Olano confluyen muchos elementos dispares: dice Blanco G. (citado por Paz Castillo, 1992) “… en su prosa narrativa, más aún que en sus versos, se amalgama lo estrambótico con lo nuevo, y lo disparatado con lo profundo, construyendo el total un logogrifo indescifrable”. Este aglutinamiento de tantas cosas, esa mezcla de Quevedo con Hoffman (como dijo Menéndez y Pelayo), crea tal vez una impresión de caos, de confusión.
Ros en varias ocasiones lo dejó explicado, en ensayos, en el prólogo que escribiera para El Diablo mundo de Espronceda y en su Credo poético: tal caos es de todo, menos un descuido. En todos estos textos nuestro autor revela ser anticlasicista, en la medida que pone libertad de creación por encima de cualquier canon: “La destrucción de las unidades, la diversidad de estilos, y la combinación de elementos contrarios se defienden en nombre del sentimiento subjetivo”, dice Cassany (1968) al respecto. Este juicio, sin duda, podría ser aplicado por igual a cualquier poeta romántico, y Ros era un romántico para algunas cosas. Sólo que él llevó esta premisa hasta sus últimas consecuencias, y sin querer tendió a confundir o a asociar el concepto de libertad de creación con la simple improvisación.
Como muchos lectores y muchos escritores de la época, Ros también mostró cierto disgusto hacia los materiales con que trabajaban los románticos (como la exagerada explotación de la languidez sentimental), lo cual lo llevó a buscar otros recursos; de allí la presencia del humor y la ironía (elementos ajenos al romanticismo por lo general) como constantes en sus obras. La mejor prueba de ambas cosas –la ironía y el desdén por lo romántico- la encontramos en un pasaje de El escribano Martín Peláez: en una tertulia, uno de los participantes ensalza el romanticismo como el único género que merece atención. Para que los contertulios se convenzan, el hombre relata una historia absolutamente disparatada e ininteligible, que “los demás se apresuran a aplaudir para no parecer bárbaros”.
De la producción de Ros de Olano, destacan la novela El doctor Lañuela y algunos relatos fantásticos (que constituyen un precedente en la tradición literaria española, marcadamente realista). Salvo la antología hecha por Cassany, la obra de Ros no conoce prácticamente ninguna reedición en el siglo XX. Sus relatos se encuentran dispersos en revistas y periódicos de la época, principalmente en el Pensamiento y la Revista de España, aunque él también colaboró con otras publicaciones, como El Siglo, El Iris, La Revista Contemporánea.
El doctor Lañuela (editado originalmente en 1863) es el libro más conocido de Ros de Olano, y probablemente la más romántica de cuantas obras se hayan escrito en España durante el siglo pasado (Gimferrer asegura que más bien es el libro más raro de la literatura española): inclinada hacia los planos esotéricos, hipnosis y otras experiencias paranormales, y de indudable inspiración hoffmaniana. Tan diversa y original como bizarra, algunos han querido ver en esta novela una continuación de El diablo mundo de Espronceda (obra que este autor dedicara precisamente a nuestro Ros de Olano). Las similitudes existen (el sentido esperpéntico que prefigura a Valle Inclán, por ejemplo), pero también las diferencias: sin duda la obra de Ros es más atrevida, más disparatada y, por eso mismo, con menos frecuencia incluida en el canon de la literatura española.
Por otra parte, la mayoría de los relatos de Ros de Olano se insertan en una línea fantástica, si tomamos una definición como la de Caillois (1966), en la medida que todos presentan la condición que éste prescribía para lo fantástico: “una ruptura del orden conocido, una irrupción de lo inaceptable en el seno de la inalterable normalidad cotidiana”. Sobre este particular, Cassany (1968) cita un prólogo que Montesinos escribe para unas narraciones de Walter Scott; en dicho prólogo se habla del género fantástico en los siguientes términos:
… la imaginación se abandona a toda irregularidad de sus caprichos, y a todas las combinaciones… las transformaciones más imprevistas y las más extravagantes se hacen por los medios más inverosímiles… Es preciso que el lector se contente con mirar el juego de palabras y sutilezas del autor como miraría los saltos peligrosos de arlequín, sin buscar ningún sentido, ni otro objeto que la sorpresa del momento.
Al considerar que Ros de Olano concibe el relato como juego, de manera lúdica, al considerar que utiliza los elementos sobrenaturales como vehículos del humor, Cassany (1968) afirma que esta definición de lo fantástico parece haber sido pensada para los textos de Ros de Olano. Creo que no le falta razón.
Ahora bien, después de todo lo dicho, queremos resaltar la particularidad que nos ha llevado a hacer todas estas consideraciones sobre la obra de Ros de Olano: el hecho de haber incursionado, primero que nadie, en el cuento fantástico dentro de un contexto de tradición marcadamente realista, como lo es la literatura española de todos los tiempos. Sólo hasta Bécquer, y antes, con Ros de Olano, es cuando encontramos en las letras españolas, los elementos fantásticos puros. Sin dejar de mencionar El diablo mundo, de Vélez de Guevara, que es novela.
Pero no sólo es éste el detalle que nos lleva a resaltar la vida y obra de Ros, no sólo es el lugar preeminente que ocupó (como pocos venezolanos) en las letras, en la política y en el ejército. Su obra bien vale, independientemente de todo esto. Ros de Olano constituye, pues, un caso particularísimo, aún dejando los límites de las tradiciones literarias venezolanas, latinoamericanas e hispanas y situándose en un ámbito universal. Su gusto por lo grotesco, esa mezcla de varios géneros, temas y estilos, lo convierten en un escritor extraño, excéntrico, inclasificable desde cualquier punto de vista. El único grupo donde podría ser incluido es el de los rara avis, los raros de Rubén Darío.