María Narea
Los estudios críticos sobre la obra de Pedro Emilio Coll son desiguales, tanto en extensión como en profundidad de contenido. A grandes rasgos puede decirse que la crítica fluctúa entre los calificativos de “precursor del modernismo”, “estilista delicado”, “gran prosista nacional”; pasando por quienes plantean asuntos como la responsabilidad del escritor, la existencia de una filosofía en la narrativa de Coll, la nueva conciencia crítica, el pesimismo, la tolerancia y la existencia de un proyecto de reformas sociales (muchos de estos juicios se repiten de un crítico a otro); hasta llegar a otros comentarios que insertan la obra de Coll en el contexto socio-cultural de su época y abordan el análisis de su discurso desde un punto de vista polisémico.
En cuanto al análisis de la obra de Pedro Emilio Coll nos interesa abordar dos problemas centrales: sus reflexiones sobre el proceso de modernización y su postura frente a la situación del intelectual. Fundamentamos nuestras razones en lo siguiente:
- Primero, Pedro Emilio Coll es partidario del proceso de modernización literaria pues tenía absoluta claridad de la trascendencia del modernismo, tanto por las posibilidades de renovación que abrió para nuestras letras, como por la conciencia que tuvo respecto al advenimiento de esta estética, la cual le permitió ir más allá de la preocupación “nacional” y acceder a un sentido más universal en su experiencia como intelectual.
- Y segundo, la postura de Coll frente a la situación del intelectual parte de la ironización de sí mismo, a través del distanciamiento de sus personajes, para concluir en una metaforización de la clase intelectual venezolana -el Hamlet Club de su cuento Viejas Epístolas– lo cual le permitió mostrar críticamente la actitud de los escritores, tanto en el espacio privado como en el público.
En este ensayo, comentaremos tres cuentos de Pedro Emilio Coll que aparecen en Figuras, del libro El Castillo de Elsinor. Estos cuentos son: Opoponax, El diente roto y Viejas Epístolas, aunque para interpretar bien a Coll habría que aludir a la totalidad de su obra.
Opoponax:
Este cuento plantea el problema del intelectual, desprestigiándolo. Los personajes configuran una galería de “irrealizados”: desde el propio Andrés, que no ha hecho nada en París, salvo sucumbir a los encantos de Marión; pasando por Ferreiro, que “… aprobaba todas las opiniones con la cabeza, por contradictorias que fuesen, pues aspiraba á saberlo y comprenderlo todo, á ser un Leonardo de Vinci, mientras penosamente terminaba su tercer año de medicina en la Universidad.”[i]; hasta llegar a Valenzuela, personaje equivalente al Gómez de Viejas Epístolas:
Frente á Andrés, Pepe Valenzuela lo acariciaba amistosamente con la mirada; el pobre no había podido realizar su ilusión de vivir en el Barrio Latino, pero quería con una sinceridad rayana en sacrificio, al último recién venido de París; consolábase con la amistad de los que más afortunados que él, habían tomado el ajenjo con Gómez Carrillo y otros escritores americanos que viven en la gran ciudad. El simple anuncio de un hotel extranjero, lo llenaba de ternura y ansias de viajar, y en su vaga nostalgia, con sólo contemplar un sombrero de casa de Delion, imaginábase el boulevard tumultuoso y pimpante, según se lo habían descrito, y en el boulevard, entre la multitud, veía siempre las caras de los literatos y de las actrices célebres cuyos retratos conocía[ii]
Los personajes Chucho Díaz y Marcelo Cazal plasman a los artistas que nunca terminan “la obra” pues siempre encuentran un pretexto dilatorio:
Chucho había ido también á París á estudiar escultura, pero de allá volvió convertido en mediocre fotógrafo, y sinembargo con cien proyectos de grupos colosales, que debían adornar, según él, parques y edificios; llevaba siempre en el bolsillo paletas para trabajar el barro, y llegaba tarde y jadeante á las citas, disculpándose con que venía de concluir en el taller una de sus obras.[iii]
Andrés rehusó acompañar á Marcelo Cazal á un baile en los barrios bajos, á donde diz iba á tomar notas para su libro sobre la vida licenciosa en Caracas.[iv]
Por cierto que en este cuento también se critica la afectación de los escritores en las epístolas, cuando Kraun lee la carta de Sergio:
Quisiera hablarte con entera sencillez, pero aún no me he libertado de la atroz manía de hacer frases. Desde que se ha puesto en moda la publicación póstuma de las cartas íntimas, ha decaído la ingenuidad epistolar, pues allá en el fondo nos escribimos como si un día nuestras cartas debieran ser conocidas por el público. Hasta en la lista del lavado somos artificiales.[v]
Con estas últimas palabras -en las que encontramos un tono e ironía premonitoriamente cortazarianos- Coll desmonta la actitud de ciertos intelectuales, desde lo más íntimo hasta lo que es su actuación pública.
El diente roto:
El diente roto -el cuento más difundido de Coll- plantea la caricatura de un político y constituye una metáfora de la mediocridad y de los falsos héroes.
Juan Peña, quien a los doce años “recibió un guijarro sobre un diente”[vi] es el protagonista que, sin pensar, es elevado por su entorno a la más alta reputación, a partir del diagnóstico de un médico que viene a representar el diagnóstico de una sociedad equivocada, que necesita desesperadamente de líderes:[vii]
– Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible, continuó con voz misteriosa, es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
La mentira se propaga y todos se someten al juicio del facultativo:
Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído por la tarea de su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto – sin pensar.
Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y “profundo”, y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan.[viii]
Cuento magistral a nuestro juicio, esbozado en apenas ocho párrafos, donde la recurrencia a una frase lapidaria y sufija: “sin pensar”, define una clase social y política propagada extensamente en nuestro imaginario cultural. Este cuento nos recuerda (si no en el tema, por lo menos en el planteamiento) el cuento Viendo pasar sus nubes[ix], del alborado Julio Rosales, donde el silencio de la traviesa Enriqueta (esta vez porque está enamorada) es premiado con una medalla de honor, sólo que este último personaje sí está consciente de la mentira pero no la confiesa.
Viejas Epístolas:
En el cuento Viejas epístolas[x]plantea Coll una de sus preocupaciones fundamentales: el problema del intelectual. A través de la correspondencia entre Luis Heredia y Ernesto Gómez, el escritor retrata lo que podría ser la “dialéctica vital” que mencionaba Insausti[xi] y que recuerda a los redactores de Cosmópolis: Los dos personajes que se cartean muestran, respectivamente, al que puede viajar a París y tener “visión de mundo”, pero añora el terruño, y al frustrado, que se queda en Caracas, añorando viajar. A mitad del cuento aparece otro personaje: Diógenes Benovento, que arremete contra todo y sobre todo contra los paseos por Europa, pero que no cesa de viajar. En una de las cartas, Heredia le dice a Gómez:
Benovento me ha escrito de Londres. Su carta es una serie de impresiones que no hacen honor al equilibrio mental de nuestro amigo; la literatura y la manía de ser original le han creado una segunda naturaleza. Dice que Londres es el país del flirt y que es increíble el número de muchachas que ha besado de noche, en los parques adrede obscuros, lo que le parece la más sabia disposición de la ley inglesa. Me habla de un club de cerebrales, especie de convento laico que se llama el Hamlet Club (para mí este club no ha existido sino en su imaginación). La regla del club, según escribe, es que sus miembros tienen que confesarse mutuamente y aplicarse recíprocas autopsias morales; hay celdas para la meditación y los exámenes de conciencia, y un bar muy bien servido por bellezas vestidas de Ofelias; en el jardín del convento, un enorme jardín, hay capillas y templos de todas las religiones, en donde los miembros pueden entrar, según su capricho; los ejercicios gimnásticos consisten en luchar contra las aspas de un molino de viento, como don Quijote.[xii]
Este Hamlet Club puede ser tomado como una ironización de sí mismo, por parte de Coll, ya que en muchos de sus cuentos demuestra su preferencia por el personaje epónimo de Shakespeare, pero a su vez hay un distanciamiento cuando -también irónicamente- el personaje Heredia afirma:
… esa comezón de abandonar el terruño nativo es en mi opinión un mal síntoma. Los empleos en los consulados y en las legaciones, tan solicitados por nosotros los jóvenes, son una disimulada manera de emigrar de la patria, la cual necesita precisamente de los talentos lozanos y de las energías juveniles. Por fortuna, muchos de los que desempeñan empleos en los consulados y en las legaciones no sirven para otra cosa sino para firmar facturas y sonreir diplomáticamente.[xiii]
A esto Gómez le responde:
Tú embarcas á los demás y te quedas en tierra, ó mejor dicho, tú te embarcas y dejas á los otros en tierra. Véngase mi señor don Luis a ejercer de jefe civil y luego se verá si nos resolvemos á seguirlo en su propaganda tolstoísta.[xiv] De mí sé decirte que el campo me aburre y que no comprendo qué gusto pueden encontrar Urbaneja Achelpohl y Romero García en andar describiéndonos las costumbres de los labriegos y las puestas de sol en nuestras serranías y valles.[xv]
Aquí puede inferirse una crítica al proceso de modernización, por contradictorio que parezca, pues ya antes el personaje Heredia ha hecho una referencia a la necesidad de que los intelectuales se incorporen al campo: en el párrafo hay una ironización y una toma de distancia y además la opinión se pone en boca del frustrado viajero. En cuanto a las alusiones a Urbaneja y Romero García, el autor transparenta sus convicciones en relación a sus preferencias literarias. Por otra parte, el tema del escritor que no sale del país es abordado anteriormente cuando Heredia hace referencia a la opinión de Benovento:
De acuerdo con sus nuevas teorías bastan cuatro paredes, un sofá de damasco, cigarrillos, licor, (en pequeña cantidad) y soltarle las riendas á la fantasía, para ir de un extremo á otro del mundo sin darse molestias ni procurarse decepciones. El sistema es cuando menos económico. Sin embargo, nuestro amigo se ha marchado hoy á Londres…[xvi]
En verdad, Coll es contradictorio y no “tolera” encasillamientos: es un excéntrico del Hamlet Club. Esta “organización” es una alegoría de la clase intelectual venezolana, incluídos quienes desde los textos epistolares critican y ridiculizan al amigo.
Este cuento, por otra parte, hace alusión a la Guerra de Cuba y a la “famosa cuestión de la raza latina”, pero por boca del que está anclado -Gómez-, cuyas ideas ha encontrado en una revista extranjera y le sirven de recurso de erudición, denunciando así la superficialidad de algunos –si no de muchos- intelectuales.
Como afirmáramos al comienzo, en el análisis efectuado por nosotros sobre la obra de Pedro Emilio Coll hemos enfatizado el planteamiento de dos problemas: su postura frente a la situación del intelectual y su reflexión sobre el proceso de modernización literaria.
Consideramos que su postura frente a la situación del intelectual es sólida: plantea en sus diferentes relatos -y de manera recurrente-, el problema de la responsabilidad del escritor (El cuento Examen de conciencia es una muestra de ello, aunque no esté analizado aquí); la crítica a los intelectuales en cuanto a la contradicción entre su conducta pública y privada (En El colibrí); la revisión de su propio proceso como creador y el de sus compañeros de generación, además de sus proyecciones en cuanto al futuro de las letras nacionales (Cosmópolis y Decadentismo y Americanismo); la ridiculización de la clase política (El diente roto) y de la clase intelectual venezolanas (Opoponax, Viejas Epístolas y La Delpiniada).
En cuanto a su reflexión sobre el proceso de modernización literaria encontramos algunas contradicciones y una cierta dosis de dogmatismo. Contradicciones por cuanto a veces Coll parece refrenar su entusiasmo por la estética modernista y se aferra a signos de conservadurismo (Las razones del bucare) y también porque, en la medida en que apoya la modernización literaria, clama por una crítica tolerante y comprensiva (Decadentismo y Americanismo), cuando más bien el crecimiento literario debe partir de la disciplina y una crítica rigurosa. Dogmatismo, porque en algunos momentos pareciera que para él no hay más estética que la modernista, en una coyuntura donde la literatura nacional está asumiendo diversos derroteros en la búsqueda de su propia definición.
Sin embargo, estas contradicciones también pueden ser vistas como una manera de lograr el equilibrio ya que, para decirlo con sus propias palabras, su obra está cargada de pasión y sinceridad.
… a mí sólo me toca ser sincero y expresar lo que siento, deformándolo lo menos posible al transmitirlo con la pluma. Como escritor , mi divisa no puede ser otra que la del gran loco Verlaine: “Sinceridad y seguir al pié de la letra la impresión del momento”.[xvii]
[i] COLL, Pedro Emilio. Caracas: Colección Clásicos Venezolanos de la Academia Venezolana de la Lengua. 1966. P. 138.
[ii] pp. 138-139.
[iii] p. 138.
[iv] p. 140.
[v] p. 139.
[vi] p. 145.
[vii] p. 146.
[viii] p. 146.
[ix] ROSALES, Julio. Panal de cuentos. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Dirección de Cultura. 1964. pp. 65-72.
[x] COLL, Pedro Emilio. Op. cit. pp.147-157.
[xi] INSAUSTI, Rafael Angel. El modernismo literario en Venezuela en sus orígenes. En: Pedro Emilio Coll. Caracas: Colección Clàsicos Venezolanos de la Academia de la Lengua. 1966. pp. XXXIII – XXXIV.
[xii] COLL, Pedro Emilio. Op. cit. pp. 155-156.
[xiii] p. 152.
[xiv] En la edición de El paso errante. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación. Dirección de Cultura. 1948. p. 87, aparece “en su propaganda ruralista” en lugar de “en su propaganda tolstoista”; igualmente en otros cuentos aparecen algunas modificaciones, bien sea al omitir o agregar frases nuevas a los textos.
[xv] Íbid. p. 154.
[xvi] p. 148.
[xvii] p. 7.