Julio Rafael Silva
Hay un atisbo prodigioso que fluye como un brote fecundo en los textos poéticos y dramáticos de César Rengifo: es un estremecimiento que va diciendo a cada verso, en cada poema cómo se sacude y siente lo más entrañable de su historia que es amor y dolor secular en ávida ascendencia. Una rabiosa urdimbre lírica quema imágenes como granos de incienso a través del poder deslumbrante de las metáforas, en el sentido que les confiere Paul Ricoeur (2001)1 como los procesos retóricos a través de los cuales el discurso libera el poder que tienen ciertas imágenes de redescribir (¿redescubrir?) la realidad. Porque la poesía de César Rengifo es un río cristalino, un riachuelo diáfano que teje una rara y secreta fidelidad con las zonas crepusculares y diurnas de su habla, con la pradera incendiada o las riberas empinadas y frescas, expresadas en un vertiginoso pero apacible ritmo en el cual desborda un fascinante cosmos henchido de singularidades de contexto e intimidad. Son textos en los cuales destaca el lenguaje del símbolo, la imagen metafórica, cuyos significados no solo son múltiples, sino complementarios y, a veces, contrapuestos. La metáfora impregna la vida del poeta: no solamente el lenguaje, sino también su pensamiento y su intimidad, predilección que apreciamos en algunas de sus más reveladoras obras y que ha sido denotada por Lubio Cardozo (1989):
Si hay un rasgo común a lo largo de los cuarenta años de silenciosa creación poética de César Rengifo lo significa la prevalencia de los sentimientos. Por encima de los valores estético-formales del poema su lírica no se detiene en ellos sino profundiza en el complejo mundo del alma del hombre. Riqueza de planteamientos, de sugerencias, de inquietudes, de interrogantes. Por su poesía habla una época, su tiempo, cuenta su incertidumbre ante el destino y del reino del dolor, del miedo, de la difícil felicidad si se desconoce el egoísmo y se llevan las venas abiertas y el corazón al descubierto sobre la rosa de los vientos. Su actitud lírica es la del testigo de sus días.2
La metáfora de la existencia
El poeta, en ejercicio de plena lucidez simbólica, coloca el universo entero en interrogantes y lo reduce a signo, a existencia, en ese desplazamiento discontinuo, laberíntico, claro, pero oscuro, leve, pero hiriente, que es la vida. Es un espacio de remembranzas que nos hacen reflexionar sobre el sentido de nuestra propia presencia. Y así lo sentimos en el poema Vital unidad (1940), tomado de sus Obras completas (1989):
Somos de la sustancia que puebla el universo. Entre nosotros brilla la esencia de la estrella y cantan las galaxias y sueña la materia. Adquieren su conciencia el polvo y las espigas y se hacen pensamientos el átomo y la rosa.3
También denotamos la metáfora de le existencia en “Las torres y el viento” (1969), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en donde el personaje Antonio inquiere:
(Se encoge de hombros). ¿Quién sabe? Únicamente puedo decirle que tendría la misma edad de usted e igual porte (Se sienta en una silla). Lo que son las cosas, este era un lugar apacible, pero detrás de las torres llegó la violencia. Creo que hasta el viento se hizo más áspero y duro. ¿Ha oído cómo se pelea afuera con los hierros de las torres y el fuego de los mechurrios? A veces creo que muerde las paredes de las casas. ¡Ahora mismo anda en eso! ¿Lo oye? ¡Je, je, je! No parece viento, sino una bandada de perros furiosos. ¿Lo oye? ¿Lo oye?4
La metáfora de la circularidad
En algunos textos el autor transita el tono metafórico de la circularidad, el cual implica retorno, repetición cíclica: ahora el hombre es un ser reiterativo, ritualista y la creatividad es el único salto posible, la única cabalgata ufana: el poema es el hallazgo de la vida, frente a la inercia y la rutina. Lentamente, con pasos y escenas casi cronometradas y pacientemente insertadas en espacios semejantes a las aberturas de una grande y dorada arboleda, el autor combina proposiciones, contrastaciones e imágenes en la búsqueda insomne de una forma de expresión en lucha, una autodefinición, una mancha aislada, un trazo repentino, una impresión desolada bajo la luz trágica de un recuerdo, solo trascendente por la mano diestra que la esgrime, en contraste con la cosmovisión realista del autor y su acostumbrada temática social, como leemos en las palabras del personaje Zoilo, en “El vendaval amarillo” (1952), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977):
Fuego, humo, cenizas. Si creyera en demonios podría decir que ellos han caído aquí, para vaciar sus palas llenas de tantas cosas malas. Pero no han sido demonios los que han caído… ¡Cuántas calamidades en tan poco tiempo!… ¿Poco tiempo? Tengo la impresión de que fue hace siglos que se soltaron por aquí, pero a veces, también me parece que todo comenzó ayer. Con solo cerrar los ojos vuelvo a encontrar el pueblo viejo, con su río sembrado de pomarrosas, las casas de tejas, la escuelita y la pobreza de todos arañando los pequeños conucos para comer. Por doquier los alambres de púas de los grandes latifundios corriéndose cada día y estrechando más al pueblo. ¿Qué se hizo todo? Las alambradas siguen…5
También observamos la metáfora de la circularidad en “Los hombres de los cantos amargos” (1967), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en donde el personaje Capataz señala:
¡A mí nadie me ha avisado eso de la libertad! ¡Y de esta hacienda no se irá nadie! ¡Vuelvan a sus rancherías o hago que a todos los encierren a pan y agua! ¡Adelante, podemos sobarles los lomos con unos cuantos palos, ya saben cómo es el amo para meter en cintura los alborotadores!6
La metáfora de la infancia
En otros momentos el poeta reclama la metáfora de la infancia: ella es un pozo de recuerdos, un fantástico lugar que sus ojos no pueden olvidar, como lo expresa en este fragmento de “Tu forma musical” (1945), tomado de sus Obras completas (1989):
¡Miro a un niño que canta
oigo a un niño que canta
y comprendo el sonoro himno de los astros!
Por eso de tus huesos perdurables y cósmicos
retoña como un rojo laurel la poesía.7
La metáfora de la infancia está también presente en este fragmento de la cantata Esa espiga sembrada en Carabobo (1971), tomado de la reedición de Fundarte (2011), en donde el personaje Oficial III exclama:
¡La carne del humilde atormentada!
¡La extraña voz de la mujer violada!
¡El llanto de los hijos abatidos,
sin padres, sin juguetes. Sin morada!8
La metáfora del cuerpo
El poeta convoca la metáfora del cuerpo: los ojos, la mirada tienen un espacio esencial en sus textos. El juglar se adueña del mundo a través de los ojos y penetra en lo corpóreo hacia dentro, hacia donde ni las palabras pueden llegar, revelando, delatando y desbordando la realidad, insertándola en la dimensión del recuerdo y la nostalgia, como leemos en “Círculo hacia el alba” (1937), tomado de sus Obras completas (1989):
¡Quiero encontrar la sombra de mis brazos,
y hallar la fe resuelta en amarguras:
el hondo corazón de dulce llanto
perdido en el secreto de las brumas!9
La metáfora del cuerpo surge también en “Las torres y el viento” (1969), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en donde el personaje Viajero exclama:
¡Era ella! ¡Era ella! ¡Ella! ¡Luciana! ¡Luciana! (Se detiene en el umbral y mira hacia la calle). ¡Llevaba flores! ¡Está viva! ¡No murió! (Grita de nuevo). ¡Luciana! ¡Luciana! (Se oyen nuevamente las campanas). ¡Ya el cielo tiene pocas estrellas, casi es de día! ¡Justo la hora cuando ella lleva las flores! ¡Dijeron verdad las hermanas Lugo! ¡Era ella y la he visto! (Retrocede, caminando con dificultad, pero alegre. Se orienta hacia el pasadizo, mientras grita débilmente). ¡He visto a Luciana Pantoja! ¡Llevaba flores! ¡La he visto! ¡Señora Marta, venga! ¡Venga! ¡He visto a Luciana! (Penetra en el pasadizo, gritando). ¡Es alta y distinguida! ¡Llevaba un pañolón, no lloraba, fue hacia abajo! ¡Ahhhh! ¡Ahhh! (Sale semitambaleante). ¡No hay nada! ¡Ni cocina! ¡Ni cuarto! ¡Solo charcos! ¡Ruinas! (Reaccionando). ¡Pero la vi! ¡La vi! ¡Juro que la vi!…10
La metáfora de la pérdida, del duelo y de la muerte
La metáfora de la pérdida, del duelo y de la muerte aparece a menudo en sus poemas y dramas. En esos textos llenos de fuerza, el lenguaje entra en espasmos dialécticos: en el derrumbe resuenan las aguas y una luminosidad transparente baña y restaña las heridas. Así lo vemos en esta frase del personaje Brusca, de “Lo que dejó la tempestad” (1961), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977):
¿Tranquilos? ¡Hay miles de tumbas con huesos y hormigas! Y en las trincheras hombres muertos… (Se le acerca Evocativa). Yo los vi… Eran mis cuatro hombres… Jacinto tenía el chopo apretado contra el pecho y sonreía… Carmelo estiraba los brazos hacia adelante y su penacho amarillo estaba tinto de sangre… Juancito cayó boca abajo abrazando la tierra… Cómo quería la tierra… Y Bonifacio en las empalizadas trataba de buscarse las piernas que la metralla le había llevado.. Yo los vi… Y arriba volaban los zamuros…11
La metáfora de la pérdida, del duelo y de la muerte florece también en “Las torres y el viento” (1969), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en este fragmento del diálogo entre los personajes Antonio y Luciana:
Luciana: ¡Porque están muertos, Antonio María! ¡Muertos y podridos! ¡Por eso es que caminan las torres y golpean los látigos! Díselo a los demás! Ya este lugar es un ruinoso cementerio.
Antonio: (Turbado). ¡No sé de dónde llegas, Luciana! Casi no veo tus ojos. ¿Me permites que toque tus manos?
Luciana: ¿Para qué? ¡Verás que mi piel quema! ¡Que estoy de pie, viva! (Toca al viejo Antonio María). ¡Tú, en cambio, estás frío, frío, porque eres un muerto y no lo sabes! ¡Un muerto como los otros! (El viejo Antonio María retrocede lentamente). ¡Yo voy a buscar a hombres vivos para que se coloquen frente a las torres! ¡Y he de encontrarlos, ten la seguridad!12
La metáfora del viaje
La metáfora obsesiva del viaje toma cuerpo: la vida es un viaje; el poeta es un buscador de signos; vivir es cavar, marcar huellas, tropezar, abrir fosos, emprender la travesía, como leemos en este fragmento de la obra Un tal Ezequiel Zamora (1956), tomado de la edición de Aveprote (1983), en donde el personaje Madre, en el “Tercer Acto” de la obra, expresará: Viendo las tropelías que se cometen contra los pobres; cuando sé de tantas maldades regadas por los fuertes, pienso que es preferible seguir a esos que buscan justicia… Pero, ¡No! Vayámonos bien lejos! ¡Me aterra pensar que a ustedes pueda ocurrirles eso! (Señala hacia el catre).13
También encontramos la metáfora del viaje en esta frase del personaje Antonio, de “Las torres y el viento” (1969), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977): “¡Sí! Muchos la han visto de noche al frente de los indios y los conuqueros armados, cruzando selvas y montañas. Una vez yo mismo escuché sus gritos de odio en el crujir del viento. ¡Daba miedo y escalofrío!”14
La metáfora de la sequía
La metáfora de la sequía está conectada con la muerte, el sufrimiento, la soledad y el miedo. Cuando desaparece el agua, cuando se guarda de ella apenas la memoria del contacto, el poeta es consciente de que vive en un tiempo distinto, ese tiempo del despojo, de la soledad y del dolor, en íntima relación con el deseo y la pasión, como lo observamos en el parlamento del personaje Herido, en “Un tal Ezequiel Zamora” (1956), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977):
(Jadea fuerte, con respiración fatigada) ¡Quemaron la sabana! ¡Me ahogo! (…) (Semincorporándose). ¡Qué sed tengo! ¡Qué sed! ¡Qué sed! ¡Zamora tiene sed de sangre…! ¡La sangre hierve con la sangre! (…) ¡Quítenle ese sol a Zamora! Todosvamos a arder… ¡somos un pajonal reseco! (…) ¡Sangre! ¡Venezuela es un río de sangre¡ ¡Cabo, deme agua, que ya la candela me llegó a la garganta!15
La metáfora de la sequía aparece también en “Los hombres de los cantos amargos” (1967), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en donde el personaje Birongo exclama:
(A Pascualón). ¡A eso vamos! (A Mindiola). ¡Busca toda la yesca y los tizones que haya y dáselos a estos…! (Señala a los negros que han llegado con Pascualón) (Mindiola procede a hacer lo ordenado por Birongo. Este habla a Pascualón y Mindiola al mismo tiempo). ¡Ahora vamos a pelear nosotros como los buenos! (Se tercia una canana repleta de cartuchos. Habla a los negros que han recibido tizones y yesca de Mindiola). ¡Ustedes y los otros a sus puestos¡ ¡Péguenle candela al monte desde abajo, aprovechando el viento!… Sopla fuerte… Es mucho el que irá achicharrado para el otro mundo (Los negros salen, llega Popó. Birongo, Ganga, Mindiola y Pascualón se sorprenden).16
La metáfora del despojo
Esta metáfora del despojo se complementa con la soledad: el poeta, en su madurez de hombre y de creador, agobiado por el peso del tiempo, regresa a sus ágiles cacerías con polvo de cansancio y escolta de sombras. Ahora la soledad habitada –soledad compartida– gravita sobre sus anchos hombros y la siente con el punzante dolor del regreso, de la nostalgia. Así lo advertimos en este fragmento de “Ahora” (1942), tomado de sus Obras completas (1989):
Los traficantes de todas las guerras.
Los que han vivido siempre amasando
la sangre, el sudor, las angustias.
Los que han pisoteado violentos e impasibles
el derecho a la vida de todos los de abajo.
¡Los cuervos, los pulpos, los vampiros!17
La metáfora del despojo está presente también en “Las mariposas de la oscuridad” (1954), tomado del libro Teatro y Sociedad. César Rengifo (2015), en la expresión del personaje Madre:
(Continuando). ¡Yo misma no hago sino sentirme cada día más y más enferma! ¡El río cuando creció nos llevó el conuquito de la vega de abajo que es lo único que nos han arrendado para sembrar, y hasta la peste que vino nos mató las gallinas. Debemos no sé cuánto en la pulpería… No tenemos ni ropa, ni alpargatas siquiera… Yuro carga unos zapatos regalados… Muchas veces no hay en la casa ni qué comer.18
La metáfora de la lucha
La metáfora de la lucha es otro leitmotiv de sus obras. Sus páginas y sus lienzos reflejan ese continuo batallar por la defensa de los más sagrados derechos de los seres humanos, en esa embestida denodada contra las iniquidades, en una actitud que refleja su pasión por la justicia y denota su afección al pensamiento revolucionario de la izquierda venezolana, como lo observamos en este fragmento del poema “Ahora” (1942), tomado de sus Obras completas (1989):
¡HAY QUE LUCHAR!
Luchar sí, por el hombre,
por lo que es el hombre,
por lo que será el hombre!
¡Con el dolor naciendo más allá de la calma
y la esperanza con el dolor prendido
como una flor inmensa al corazón de las angustias!
¡Con el dolor por ver la tierra herida
Y oír gritar la sangre en los más claros ecos!
Con el dolor, en fin, de hombres elementales
y humanos, tendremos que decir:
¡HAY QUE LUCHAR!
¡Luchar por nuestra tierra, por nuestro pan,
por nuestro hijo, luchar para vivir
con la paz y en la paz de los hombres!19
La metáfora de la lucha también está presente en “Los hombres de los cantos amargos” (1967), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en este fragmento del diálogo entre los personajes Pascualón, Birongo, Mindiola y Popó:
Pascualón: ¡Sé dónde conseguir unos machetes, iré a buscarlos!
Birongo: ¡Cogeremos las montañas arriba, desde ellas bajaremos a atacar las haciendas!
Mindiola: ¡Y pelearemos cantando, pero no canciones alegres, sino amargas, como tenemos la sangre! (A Pascualón). ¡Vamos a buscar los machetes! (Sale seguido por Pascualón).
Popó: (Como alucinada). ¡Soñé una vez esto que va a pasar! ¡Lo soñé! ¡Los negros corríamos dando gritos y bailando bajo una lluvia de fuego y tizones!… ¡A lo lejos una música inmensa de tambores nos llamaba!20
La metáfora de la angustia
La angustia que invade a ratos sus páginas no es solo causada por la de la nostalgia y la soledad, pues una suerte de congoja metafísica le crece desde el fondo: la de haber lanzado desde su arco las flechas acuminosas de las preguntas sin respuesta. El poeta siente que el mundo se le escapa, inasible y movedizo. Siente la inevitable presencia de la sombra, como lo observamos en este fragmento de “Inicial” (1942), tomado de sus Obras completas (1989):
Angustia, angustia de querer hallarse a sí misma –como quien persigue la voz en una profunda oscuridad–, angustia por encontrarle el más limpio y creador sentido a sus sacrificios. Angustia, angustia total: he ahí nuestra generación: paréntesis, torturado paréntesis entre dos épocas.21
Encontramos también la metáfora de la angustia en “Un tal Ezequiel Zamora” (1956), en este fragmento del diálogo entre los personajes Francisca y Madre, tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977):
Francisca: Hay que ser fuerte, también por allá tenemos muchas angustias. No pasa noche sin que velemos a alguno, o sepamos que en cualquier lugar mataron a fulano o a zutano…
Madre: (Santiguándose) Bien dicen que esto es el fin del mundo.
Francisca: Así es, por mi parte vivo pensando cómo vamos a comer mañana o qué nos irá a suceder…
Madre: Esos pensamientos me atormentan a cada instante… Y no puedo desahogarme con nadie.
Francisca: Te comprendo, tampoco hablo de mis angustias para no preocupar a los hombres viejos que aún quedan en la casa…22
La metáfora de la guerra
El conflicto armado (en los avatares de la Independencia o en los cruentos días zamoranos) estalla como una granada en el corazón del poeta y la metáfora de la guerra invade algunas de sus obras: son textos evocadores de las trincheras, de los campos de batalla, de los conflictos humanos en esos aciagos tiempos. Ahora la guerra libera fuerzas escondidas, transforma a los seres y suscita asociaciones poéticas que establecen sorprendentes tonalidades. Las imágenes están unidas al círculo de hierro de la violencia, doblegadas por el peso de la muerte, como leemos en este fragmento de “Lo que dejó la tempestad” (1961), tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977), en donde el personaje Perro (un guerrillero que canta por los caminos) apunta:
Y fue entonces cuando intervino el diablo. ¡Sí, el diablo, pues mi chopo ni disparó! Sin embargo vi cómo Zamora caía de espaldas, muerto, muerto… ¡Muerto para siempre! Y es eso precisamente lo misterioso… (Inquietud). Les juro que la bala estaba intacta en el chopo… completamente intacta (Pausa). El diablo ha debido estar detrás de mí, dicen que acompañaba siempre a las doce fieras… Por eso quizás sentí un escalofrío cuando apreté el gatillo… Aquello me produjo espanto. ¡Entonces hui! ¡Hui tanto que ni yo mismo me encontraba! ¡Fui a las iglesias de todos los pueblos! ¡Recé! ¡Hice promesas!… ¡La guerra concluyó!… Muerto Zamora, los ricos se entendieron. Un viejo soldado federal me explicó luego… Con el pueblo triunfante todo habría cambiado… Y óigame bien, yo era el asesino de Zamora. Pero mi chopo no disparó… La Federación fracasó y yo era el asesino…
La miseria quedó sobre el pueblo y yo era el culpable… La injusticia siguió por el campo y yo la había ayudado… ¿Cuántos hombres han muerto sobre esta tierra con la bala que mató a Zamora? Por eso rezo y por eso canto canciones tristes sobre esa guerra que el pueblo perdió…23
También observamos la presencia de la metáfora de la guerra en este fragmento de la cantata Esa espiga sembrada en Carabobo (1971), tomado de la reedición de Fundarte (2011), en donde el diálogo entre los personajes rememora el fragor del combate:
Oficial II:
¡Los grandes héroes muertos que venían
a combatir también en Carabobo!
(Óyese un rumor de viento fuerte que pasa, luego un himno)
Oficial I:
¡De todo el continente estremecido
llegaron sombras fuertes a ese campo!
¡Fotutos, atabales y guaruras,
lanzas, machetes, corazón y cantos!
¡Espuelas de esplendores removidos
y oscuras flechas de perfil violento!
Oficial II:
Bolívar los miró desfilar graves…
Entre un rumor de sangres y tormentos…
Y escuchó desgajarse una tormenta
cuando alguien lo dijo recio:
Coro:
¡Carabobo!
Soldados:
¡Y presente!24
La metáfora del amor
La metáfora del amor es una constante en sus obras, en las cuales florece con su fuerza genésica que acoge y eterniza cuando el hombre anhela el arco máximo del oro: sin ella, el hombre sería un ser disperso; con ella, se sostiene a través de las tormentas del cielo y las borrascas de la vida: es cuerpo y alma, como lo observamos en estos versos de “El sendero apasionado” (1940), tomado de sus Obras completas (1989):
Crepúsculo fugaz, tibio, sonoro,
sobre esta pena azul, inconfundible,
que va desde la frente a lo invisible
espiga de dolor donde te añoro.25
Aparece también la metáfora del amor en “Las torres y el viento” (1969), en este fragmento del diálogo entre los personajes Hermana Lugo I y Hermana Lugo II, tomado del volumen Teatro de César Rengifo (1977):
Hermana Lugo II: (A la otra). ¿Ves? Ahora todo está arreglado y limpio. Hasta hay macetas con flores y cuadritos en las paredes. ¡Ya no se conoce la vieja posada! ¡Parece como si la casa misma fuese nueva!
Hermana Lugo I: Está enamorada, no hay dudas, se nota con solo ver todo esto (Canta alegre)
“Si el corazón no sientes
en el costado,
es que el amor, mi niña,
¡te lo ha robado!
¡te lo ha robado!”
(Cesa de cantar y simula tomar con las manos algo). ¡Qué primoroso florero! ¡Debe habérselo regalado él!
Hermana Lugo II: ¡Cómo cambia el amor a ciertas mujeres! Pues, te lo había dicho, Luciana llegó aquí con una gran decepción. Se le veía en el rostro.26
EPÍLOGO, DESPEDIDA PARA UN INCONFORME
Con estas breves notas para una despedida pretendemos cerrar –por ahora– el círculo hermenéutico que hemos trazado en torno a la vida y la obra de César Rengifo, en un peregrinaje impresionista, afectivo (y esperamos que efectivo) por el universo creativo de este cantor de estrellas, de este orfebre de mágicos espejos, de este rapsoda contumaz que conjugó su obra en tiempo diluido, atravesando los cristales del agua, los silencios, los laberintos constelados por donde el corazón irradia como luna entre las nubes. En ese recorrido hemos estado convencidos de que, como lo sugiere Álvaro Mutis (1965)27: “El único sentido de la poesía y del arte, en su expresión más pura, es el de permitirnos un goce sagrado, por lo efímero, de algunos instantes de plenitud pasada”.
Así hemos querido dejar al poeta: erguido, batiéndose siempre contra los molinos de viento de la incomprensión y la superficialidad, inconforme con su obra y su entorno, enfrentándose con los grandes monstruos sociales, iconoclasta derribando ídolos, ridiculizando la gravedad de los moralistas profesionales, la engreída desfachatez de los conductores de hombres, deshilvanando supersticiones, solazándose en los mitos, pero en actitud desmitificadora, riéndose de los conceptos esclerosados y codificados, en esa constante oscilación borrosa entre el mundo real y la imaginación desbordada. Porque el poeta, como lo afirma Luis Barrera Linares (2005):
… no es un hablante cualquiera que manifiesta su manera particular de conformar el universo a través de los textos que produce. Más que eso, es un vocero autorizado socialmente para actuar como (re)productor de imaginarios colectivos y esos imaginarios se materializan en los textos literarios que pone a disposición de los lectores. De esa manera, sin que sea necesaria o intencionalmente su propósito principal, por la vía de la ficción ofrece también modos de organizar la realidad histórica. Y también puede contribuir en la reconstrucción de hechos no registrados (o, al menos, registrados de otra manera) por lo que se conoce como “historia oficial”.28
En esa dimensión reside ahora nuestro poeta: firme, férreamente firme, allá, en la detenida errancia donde ahora se encuentra su perfil de ave enjaulada, porque su vida (en la realidad y en la ficción) estuvo hecha a la imagen y semejanza de la eternidad que dejaron sus páginas y sus lienzos, en los cuales el juego de la creación simbólica se repite en un sentido ritual a veces olvidado, o se inventa, restituyendo secretos enlaces o siguiendo íntimas apetencias, con un trasfondo igualmente mágico, en el cual continuamente deslumbra la ironía y el humor, en ese inquebrantable juego de espejos en donde las palabras siempre afianzan la expresión múltiple y diversa de la realidad.
NOTAS
1 Ver: Ricoeur, Paul (2001). La metáfora viva. Trotta, Madrid. En esta obra el autor expresa que: A través de la metáfora se crea una tensión entre la sumisión a lo real (mimesis) que siempre pertenece a toda acción humana concreta, y el trabajo creador que es la poesía misma. Por tanto, la mimesis es poeisis y recíprocamente (p. 56). La concepción metafórica de César Rengifo parece coincidir con la percepción de José Lezama Lima (1995), quien, en su obra Interrogando a Lezama Lima, al respecto señala: En toda metáfora hay como la suprema intención de lograr una analogía, de tender una red para las semejanzas, para precisar cada uno de sus instantes con un parecido… Entre la carta oscura entregada por la metáfora, precisa sobre sí y misteriosa en sus decisiones asociativas y el reconocimiento de la imagen, se cumple la vivencia oblicua (p. 142).
2 Lubio Cardozo. “Un escollo sobre la poesía de César Rengifo”, en Actual, revista de la Dirección de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes. Talleres Gráficos Universitarios. Mérida, 1989, pp. 198-199. Disponible en: http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/actualinvestigacion/ article/view/2192. Última consulta: mayo 21 de 2015.
3 César Rengifo. Obras completas (8 tomos). Ediciones de Dirección de Cultura y Extensión de la Universidad de Los Andes, Mérida, 1989, p. 417.
4 César Rengifo. Teatro de César Rengifo. Casa de Las Américas, colección La Honda, La Habana, 1977, p. 367.
5 Ibid., p. 250.
6 Ibid., p. 25.
7 C. Rengifo, Obras…, op. cit., pp. 475-476.
8 César Rengifo, Esa espiga sembrada en Carabobo. Fundación para la Cultura y las Artes, colección César Rengifo, n.° 8, Caracas, 2011, p. 35.
9 C. Rengifo, Obras…, op. cit., pp. 595-596.
10 C. Rengifo, Teatro de…, op. cit., p. 412.
11 Ibid., p. 200.
12 Ibid., p. 403.
13 César Rengifo. Un tal Zamora. Drama con un prólogo en dos cuadros y tres actos. Ediciones del VI Festival Nacional de Teatro-Asociación Venezolana de Profesionales de Teatro (Aveprote). Caracas, 1983, p. 58.
14 C. Rengifo, Obras…, op. cit., p. 399.
15 C. Rengifo, Teatro de…, op. cit., pp. 161-162.
16 Ibid., p. 81.
17 C. Rengifo, Obras…, op. cit., p. 256.
18 César Rengifo, Teatro y …, op. cit., p. 29.
19 C. Rengifo, Obras…, op. cit., p. 168.
20 C. Rengifo, Teatro de…, op. cit., pp. 54-55.
21 C. Rengifo, Obras…, op. cit., p. 645.
22 C. Rengifo, Teatro de…, op. cit., p. 145.
23 Ibid., p. 206.
24 César Rengifo. Esa espiga sembrada en Carabobo. Fundación para la Cultura y las Artes, colección César Rengifo, n.° 8, Caracas, 2011, pp. 19-20.
25 C. Rengifo, Obras…, op. cit., p. 187.
26 C. Rengifo, Teatro de…, op. cit., p. 380.
27 Consultar: Álvaro Mutis. “La desesperanza”, Conferencia en la Universidad Nacional Autónoma. Ediciones UNAM, México, 1965.
28 Luis Barrera Linares. “La ficción como discurso histórico”, en Revista de Literatura Hispanoamericana, Segunda Época, n.° 50 (enero-junio de 2005). Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Universidad del Zulia, Maracaibo, 2005, p. 53.