Violeta Rojo
Para la crítica el término cuento se destina a un tipo específico y ya clásico de texto literario, que tiene unas características muy definidas e inmutables; mientras que el minicuento, que es un texto tan pequeño, con características tan extrañas a lo tradicional, no puede ser considerado un cuento propiamente dicho.
Epple apunta a esto diciendo:
…en general, todas estas expresiones escritas estas historias fijadas en textos, habría que considerarlas como cuentos. ¿Qué es lo que las diferencia de otras expresiones escritas que el lector se resiste a entenderlas como ficción breve? ¿Cuál es el límite entre el chiste, el aforismo, el dicho y el cuento propiamente tal? (Epple, 1984,34)
Este comentario nos da una de la claves para entender la dificultad de inserción del minicuento en el género cuento. Ésta no es debida únicamente a la brevedad extrema, sino que es su forma cambiante la que produce la duda. Efectivamente, el minicuento adopta la apariencia de otras formas literarias tanto mayores (ensayo, poesía en prosa) como menores (las llamadas formas simples, ciertos géneros o subgéneros arcaicos) e incluso de formas escritas u orales no consideradas literarias (noticias de prensa, recetas de cocina, manuales de instrucciones).
Ahora bien, ¿qué tipo de texto literario podríamos considerar un cuento? Enrique Anderson-Imbert (1979, 51) propone una amplísima definición cuando dice que un cuento es «cualquier página que decidamos llamar cuento». Quizás esta definición ocupa un campo demasiado amplio, aunque podríamos restringirla un poco diciendo que cuento es cualquier texto que el lector reconozca como tal.
Si tomamos como cierta esta aseveración, tendremos también que reconocer que el minicuento es un cuento si así lo reconoce el lector. Para mayor precisión, sin embargo, examinaremos las diferentes teorías que explican las características del cuento, para cotejar éstas con las del minicuento. No debemos olvidar, sin embargo, que el cuento como género ha engendrado una asombrosa cantidad de definiciones y caracterizaciones, ninguna de ellas concluyente. Tanto es así que Pacheco (1993) llama al cuento «el más definible y menos definible de los géneros». Empezaremos, entonces, por una pregunta.
¿Por qué los minicuentos no pueden ser cuentos?
La opinión más común y difundida sobre el minicuento, como dijimos anteriormente, es que es demasiado breve y que no alcanza suficiente espacio como para llenar ciertos parámetros o modelos indispensables al género: desarrollar personajes, tener introducción, nudo y desenlace (según los cánones más clásicos); describir escenarios o personajes, complicar la acción, resolver el conflicto (Labov y Waletzky); o identificar los personajes, crear un problema, determinar una meta, iniciar la alternativa de solución, bloquear el logro de la meta o crear un estado terminal (Beaugrande y Colby).
En suma, y conformándose con lo elemental, un cuento debería narrar una historia, por pequeña que sea, en la que unos personajes desarrollan acciones. Según esto, un minicuento no es un cuento porque es tan corto que no llega a tener espacio para describir escenario y personajes, o para complicar la acción, o para determinar una meta y bloquear su logro, ni para desarrollar un estilo literario, ni para narrar una historia y, en muchos casos, ni siquiera para relatar una anécdota. En suma, no puede llegar a ser un cuento porque no le alcanza el espacio para contar algo.
En realidad, desde un punto de vista convencional, el minicuento no es un cuento trardcional. Pero que no sea un cuento tradicional no quiere decir que no sea un cuento. Lo que sucede con el minicuento es que narra sus historias de una manera distinta, más sugerente y elíptica -mediante el uso de cuadros, relaciones intertextuales, etc.-, Pero no por eso más simple. Como dice Tomachevski: «El cuento posee, por lo general, una fábula sencilla, con una sola veta narrativa», aunque «la sencillez de la construcción de la fábula no tiene nada que ver con la complejidad y lo intrincado de las distintas situaciones» (Tomachevski, 1982,252).
Oldrich Belic y Felix Vodicka en El mundo de las letras, proponen distintas clasificaciones de géneros. Una de ellas consiste en géneros escalonados según su extensión, los cuales comprenden: «ciclo de novelas, novela, novela corta, cuento, subcuento, microcuento, anécdota» (Vodicka y Belic, 1971, 114). Para estos autores, «cada una de estas formas difieren de las demás no sólo por su extensión, sino también por su construcción, por sus procedimientos específicos de composición» ([bid, 114). De acuerdo con esto, el minicuento sería una forma narrativa (o perteneciente al género narrativo) muy relacionada con el cuento, pero con una construcción y unos procedimientos de composición distintos a los del cuento. Esta diferencia es muy lógica, ya que el minicuento es un cuento no tradicional. Por ende, si bien comparte con el cuento ciertas características básicas, posee también otras que son distinta.
¿Cuáles serían, grosso modo, las características esenciales del minicuento? Para empezar, la brevedad, por supuesto, pero también la práctica de un lenguaje trabajado y preciso, la utilización de una anécdota comprimida, el uso de cuadros o “marcos de conocimiento” y el carácter proteico (es decir, las múltiples formas o géneros que puede adoptar el minicuento). En principio, todas estas características son comunes tanto al cuento como al minicuento. Y digo en principio porque, si bien la brevedad es una característica esencial del cuento, la brevedad del minicuento es extrema para los patrones usuales; de igual manera que la anécdota es más comprimida que lo normal, que la utilización de los cuadros se hace casi indispensable y que se intenta llegar a una precisión extrema del lenguaje. Incluso, el cuento disfruta de cierto carácter proteico (las distintas carrocerías del cuento, las llama Anderson-Imbert) aunque no tan evidente como en el minicuento.
Ahora bien, ¿qué es el cuento? A pesar de los cientos de teorías y definiciones de cuento que podemos encontrar, no hay ninguna absolutamente concluyente y el cuento sigue siendo “esa cosa misteriosa que se llama cuento” (Monterroso, 1989, 61). No obstante esto, hay cierta rigidez a la hora de juzgar qué texto no es un cuento. Así, una especialista como Koch (1986a y 1986b) explica que en su criterio hay dos formas distintas: el minicuento, que es simplemente un cuento muy breve y el microrrelato, que tiene otro tipo de características muy peculiares: “…estas breves piezas no caen dentro de los parámetros del cuento propiamente dicho. Por lo tanto, esa nomenclatura se ha rechazado en favor de la de ‘relato’ (Koch, 1986a, 5). Juan Bosch, por su parte, cita al crítico literario chileno Hernán Díaz Arrieta, que observa una posición similar:
…junto al cuento tradicional, al cuento “que puede contarse”, con principio, medio y fin, el conocido y clásico, existen otros que flotan, elásticos, vagos, sin contornos definidos ni organización rigurosa. Son interesantísimos y, a veces, de una extrema delicadeza; superan a menudo a sus parientes de antigua prosapia; pero ¿cómo negarlo, cómo discutirlo? Ocurre que no son cuentos; son otra cosa: divagaciones, relatos, cuadros, escenas, retratos imaginarios, estampas, trozos o momentos de vida; pero, insistimos, no son cuentos. (Citado por Bosch, 1967, 26)
El cuento, entonces, sólo deja de ser esa cosa misteriosa e indefinible, cuando se le caracteriza por negación.
El minicuento, si bien tiene muchos puntos en común con el cuento literario tradicional, posee otros distintos, que se deben a que es un subgénero que se desprende del cuento. Y, como es habitual en estos casos, transgrede algunas reglas de su antecesor.
Características del cuento y el minicuento
Trataremos ahora de explicar cuáles son los puntos en común que tendrían el cuento y el minicuento. Por supuesto, con los reparos de rigor, ya que seguimos sin tener una definición total y concluyente sobre el cuento. Como dice Anderson Imbert (1979, 51): “Es un círculo vicioso: necesitamos saber primero cuál es el alcance y significado del concepto cuyo enunciado es el vocablo ‘cuento’, pues sólo sabremos qué es el cuento después de haber analizado esos objetos”.
Empecemos por la más clásica de las definiciones de cuento: “El cuento es una narración, fingida en todo o en parte, creada por un autor, que se puede leer en menos de una hora y cuyos elementos contribuyen a crear un solo efecto” (Menton, 1964). Si nos basamos en esta definición, llegaríamos a la conclusión de que el minicuento es, efectivamente, un cuento. Los minicuentos son narraciones ficcionales, creadas por un autor, obviamente se pueden leer en menos de una hora y, efectivamente, su brevedad y condensación contribuyen a crear un solo efecto.
Sin embargo, el minicuento tiene también otras características: es más breve de lo habitual, muchas veces se puede leer en menos de un minuto y a veces tiene características de otros géneros. Aunque, como veremos a continuación, comparte las categorías del cuento.
Pacheco (1993) define las categorías del cuento así: narratividad, ficcionalidad, extensión (breve), unicidad de concepción y recepción, intensidad de efecto, economía, condensación y rigor. Todas son aplicables al minicuento, aunque quizás no de una manera evidente. Empecemos por la narratividad y la ficcionalidad. Pacheco define la narratividad explicando que “En tanto relato, y valga por legítimo el juego de palabras, todo cuento debe dar cuenta de una secuencia de acciones realizadas por personajes- (no necesariamente humanos) en un ámbito de tiempo y espacio”. Pero al dar esta definición el mismo Pacheco reconoce que es una categoría demasiado amplia, y que en ella podrían entrar entonces formas como “los chistes y las noticias del periódico, los partes militares y los informes técnicos, los expedientes judiciales y las narraciones deportivas”. Dado esto, la única manera de que se llegue al cuento es uniendo a la categoría de narratividad la de ficcionalidad y es ésta la que convierte la narración de una serie de acciones en un hecho literario. En suma, una historia sólo se convierte en un cuento si es ficcional.
Exactamente esto sucede con el minicuento. En el minicuento se narran acciones, o por lo menos una acción, realizada por un personaje, a veces no definido, y ni siquiera nombrado, pero personaje al fin, en un es pacto y en un tiempo. A veces esta narración tiene la forma de un chiste (un ejemplo claro sería “Cuento cubano” de Guillermo Cabrera Infante), pero no se queda en la primera categoría porque existe la ficcionalidad, que lo convierte en un producto literario. “Cuento cubano” narra un chiste, pero con una intención y calidad literaria de tan alto nivel, que pasa a ser otra cosa, una forma literaria, un minicuento. Algo parecido sucede con el cuento “Tabú” de Enrique Anderson-Imbert. Sobre esto dice Gerlach (1989, 76):
We might wish to deny ‘Taboo’ the status of story and call it a joke. Most readers will, after all, laugh before wondering whether it is a story. But ‘Taboo’ feels, to some extent, like a story. It has the voltage of a story; a whisper promptly leads to death. It recites an event, a rather striking one. And it is certainly complete.
La tercera categoría de la que habla Pacheco es la extensión, esto es, en nuestro caso, la brevedad, que genera directamente a su vez otras cuatro categorías: intensidad del efecto, economía, condensación y rigor, y genera indirectamente la restante: unicidad de concepción y recepción. La brevedad, entonces, es la característica más evidente tanto del cuento como del minicuento y la que genera a su vez casi todas las demás características. Pacheco apunta a una “relativa brevedad”, atendiendo a que son cuentos tanto los minicuentos de una página como los cuentos que tienen cincuenta páginas.
La unidad de concepción y la de recepción se relacionan, respectivamente, con el proceso creativo de la escritura y con la lectura, o la recepción del lector. Puede entenderse diciendo que el autor, debido a las características de concentración del cuento, “lanza” su historia de un golpe, y de la misma manera la recibe el lector.
En cuanto a economía, condensación y rigor, están íntimamente relacionadas con la brevedad. La brevedad genera que se narren las historias de una manera concisa y breve. Pero, también podría decirse que el interés de “echar un cuento” de la manera más concisa (económica) y breve (condensada) hace que se narre brevemente. Esto es importante porque la brevedad, la economía, la condensación y el rigor se deben unas a otras y no se sabe cuál fue la característica primigenia.
Estas son las características más propias del cuento y todas se relacionan con cierta rapidez y deslumbramiento y también con la elipsis, con lo no dicho.
En un cuento hay cosas que no hace falta decir y que incluso no se deben decir, ya que se estropearían la economía y la condensación. A su vez, la economía y la condensación, ese tener que decir “todo y sólo lo necesario para lograr su cometido” (Pacheco, 1993), generan el rigor en el estilo y en el narrar. Augusto Monterroso en una entrevista explica, a la pregunta de cómo llega a una escritura tan económica, lo siguiente:
Tachando. Tres renglones tachados valen más que uno añadido. Además, imagino que porque así es como pienso y hablo. Por otra parte, si se logra que no se note afectada, la concisión es algo elegante. Los adornos y las reiteraciones no son elegantes ni necesarios. Julio César inventó el telégrafo dos mil años antes que Morse con su mensaje: “Vine, vi, vencí”. Y es seguro que lo escribió así por razones literarias de ritmo. En realidad, las dos primeras palabras sobran; pero César conocía su oficio de escritor y no prescindió de ellas en honor del ritmo y la elegancia de la frase. En esto de la concisión no se trata tan sólo de suprimir palabras. Hay que dejar las indispensables para que la cosa además de tener sentido suene bien”. (Monterroso, 1989, 68)
Podemos, entonces, y siguiendo la larga tradición de la metaforización de las teorías del cuento, ver al cuento como si fuera una pelota. Tenemos una pelota llamada cuento. Esa pelota narra una historia ficcional, de tal manera que es como si el autor estuviera lanzándola a un contrincante. El contrincante es el lector. La pelota es pequeña (extensión), se lanza de un solo impulso (unicidad de concepción), se recibe de una sola vez (unicidad de recepción), el lector siente un impacto (intensidad del efecto), porque lo que atrapa es redondo, sólido, fuerte (economía, condensación, rigor).
Ahora bien, si nos imaginamos el cuento como una pelota de fútbol y el minicuento como una pelota de béisbol, podríamos pensar que quizás el impacto que recibe el lector será mayor en el caso del minicuento, ya que la masa está más concentrada y adquiere más velocidad, por ende, golpea más fuerte.
Los minicuentos tienen el elemento narrativo; el elemento ficcional; su extensión es breve -más que la habitual- y esta extrema brevedad genera que se agudicen los demás rasgos: la unicidad de concepción y recepción se acentúan, la intensidad del efecto es mayor, y, por supuesto la economía es más grande, igual que el rigor y la condensación más apretada, ya que las palabras a utilizar son pocas y el espacio es menor. Además, puede ser reconstruido lineal y cronológicamente, narra una acción ejecutada por personajes, se desarrolla dentro de un eje temporal, despierta en el narrador el criterio de interés, posee intensidad, la historia es recuperable desde el punto de vista cognoscitivo y provoca impacto en el lector.
Según esto, entonces, el minicuento posee todas las características del cuento, pero a escala más reducida.
Minicuentos con fábula y sin fábula
A pesar de que el minicuento y el cuento tengan características en común, sigue habiendo reticencia en considerar un cuento textos como “El dinosaurio” de Augusto Monterroso. No sólo es demasiado breve, sino que aparentemente no está «contando» ninguna historia sino solamente registrando un hecho, una situación. Sin embargo, para Bosch (1967,9), “el cuento es un género literario escueto, al extremo de que un cuento no puede construirse sobre más de un hecho”. Opinión que coincide con la de Matthews (1993) “…el cuento (…) muestra una acción, en un lugar y un tiempo determinados. Un cuento se ocupa de un solo personaje, de un evento único, de una única emoción, de una serie de emociones evocadas por una situación única”.
Pero a pesar de esto, es también indudable que existen minicuentos que aparentemente no tienen personaje (ya que éste no está desarrollado), en los que el evento es demasiado escueto y la emoción está simplemente sugerida. Hay casos extremos de minicuentos que son una simple enumeración, los hay que son un juego de palabras. En suma, hay minicuentos que tienen una situación narrativa única (como en los cuentos) pero también hay el caso de minicuentos en los que se nota la ausencia de una historia narrativa aparente.
Dado esto, podríamos postular, siguiendo a Tomashevski, que en el cuento hay dos tipos distintos: los minicuentos con fábula y los minicuentos sin fábula aparente. Para él, la diferencia entre obras con fábula y sin fábula está dada por la disposición de los elementos temáticos. Según su teoría (1982, 182) el tema “es una unidad compuesta de pequeños elementos temáticos” y estos elementos temáticos pueden disponerse de dos maneras: “a) un nexo causal-temporal liga el material temático” (cuentos, novelas y poemas épicos) o “b) los hechos son narrados como simultáneos, en una diversa sucesión de los temas, sin un nexo causal interno” (obras sin fábula, poesía descriptiva y didáctica, lírica, viajes). Para nuestros fines preferimos utilizar el término fábula según lo utiliza Kayser: el argumento de la obra, “la reducción del desarrollo de la acción a extrema sencillez” (Kayser, 1976, 98).
Epple (1990, 18) dice sobre los minicuentos: “Lo que distingue es estos textos es la existencia de una situación narrativa única formulada en un espacio imaginaria y en su decurso temporal, aunque algunos elementos de esta tríada (acción, espacio, tiempo) estén simplemente sugeridos”. Podríamos pensar, entonces, que hay minicuentos que son narraciones completas, o con fábula y minicuentos, que son narraciones incompletas, o sin fábula aparente. Estas últimas sí tienen fábula, pero ella, para desplegarse, necesita de la activa participación del lector.
En los tres minicuentos citados: “El dinosaurio”, “Había una vez” y “Dolores zeugmáticos” podemos observar este fenómeno. En los tres, aparentemente no sucede nada, pero en realidad sí hay acciones (como lo evidencian los verbos despertó, salió, llevándose, había, empezaba); hay referencias espaciales (allí, la puerta) y de tiempo (cuando, todavía, había una vez). Estas historias se narran mediante un mecanismo de elipsis y son inteligibles como narraciones gracias a la intervención del lector. En ellas lo implícito, lo no dicho, lo sugerido, es lo que conforma la narración, son minicuentos sin fábula aparente. Mientras que “Venganza”, de Ednodio Quintero, es un minicuento con fábula. Si comparamos los tres primeros minicuentos con el último, veremos que el mecanismo de elipsis está presente en los tres, pero en los sin fábula aparente la elipsis hace prácticamente invisible la narración, mientras que en el último la elipsis es la que genera el final sorpresivo.
Los minicuentos podrían ser comparados con un iceberg, sólo se ve una parte, pero las nueve partes restantes existen, son las que conforman y sostienen el cuento, pero están sumergidas, no se ven a simple vista. En el caso de los minicuentos sin fábula aparente esto es más evidente, no son cuentos sin argumento sino cuentos con una fábula implícita, que no está en el nivel superficial y que necesita del lector para surgir. La fábula se sugiere, pero es necesario que haya un lector que la complete.
Es posible que aquí esté uno de los impedimentos para que el minicuento sea considerado un cuento. El argumento es parte esencial del cuento. “… acción, trama y conflicto son una y la misma cosa. Todo cuento narra una acción conflictiva y sólo en la trama la situación adquiere movimiento de cuento (…. ) la trama puede ser más o menos simple, más o menos compleja, pero nunca falta en un cuento”, dice Anderson Imbert (1979, 131). Opinión con la que coincide Mathews (1993): “el cuento no es nada si no hay una historia que contar; hasta puede decirse que el cuento no es nada si no tiene una trama…”. En algunos minicuentos tenemos una trama no evidente, no aparente, que hay que desentrañar, y eso da la impresión de que no existe.