La conjura será de los vocados de orfandad
—a ellos el gozo taciturno—
somos las ofrendas, nuestras
voces perdidas, el abrevadero,
las aguas del contagio.
Giraremos, balbuciendo hasta acabarnos
la garganta
—la vuelta común, inventaremos
un sonido nuevo, un bramido—
la intemperie del cansancio, atenderemos
el lugar para el rezo
—todo quejido y cada herida
deviniendo plegaria, laudo—
(seré una oración en nombres de ausentes)
Habrá en las raíces algo de beber,
mudos y crédulos entregaremos al pasado
todos los ojos
que cada verso leído sea otro que nos roban
que cada uno carcoma,
que cada lectura sea hurtada,
que lo dicho nos delate torpes de palabra.
Reinventaremos el grito
bajo las pieles curtidas
y nos ungiremos con su sangre negra
y seca
—in absentia, allí nuestro bautismo—
morirán en derredor los roncos,
los infames,
todos sus calcos
expirarán juntos un verso indescifrable
clave de mapas,
cruz de bitácoras,
silencio
***
Saldremos,
manando de bocas ulceradas agua nueva;
tendremos la fiebre vieja. Frente al fuego
en nuestros pechos tronará un zumbido;
alas de langosta;
gruñidos de manada;
las voces de un ave negra
(serán ecos animales,
reminiscencias para el reposo)
Fe
y alguna palabra tendrá sentido
: lugar
Allí nos llenaremos de verdad, hacer cuerpo,
hacer sombra,
silencio.
El alma en la boca y tendré miedo, hermano:
me tragarás vencido,
me olvidarás temprano,
me disolveré en tu boca.
—yo estaré muy lejos de tu voz, quemándome
en tus oídos, habitando el aire, percutiendo—
(antípodas sonoros, huiremos)
***
Al fondo del abismo, una osamenta
y sobre ella la roca. El altar urgente
huérfano de ungidos
—vencidas las consignas, hoy resucitará
la diosa blanca conjurada por el odio—
(mostraremos nuestros lomos tasajeados
por encima de ella, el dolor, sus sangres,
la calavera fraterna
reconociéndonos en cada pacto antiguo)
Borrarás tu nombre, yo el mío
y una voz ordenará derribarlo todo,
“Ya es la hora
—nos dice—
: se ha cumplido”
nuestra voz.
***
(Contagios)
Sin conocer mi voz
sentí vergüenza
de silencios
(que estos sordos temblores
no me llenen,
no tomen palabra)
recuperé sus viejos mapas,
repasé esas líneas con mis dedos
(que el orden no sea mi tarea)
hurgué mi piel, sólo bitácoras
-siquiera lecturas,
apenas cristales-
(Mandamientos)
Atiende a los pájaros negros,
dales de comer tus ojos cansados
-no pierdas tiempo en herraduras,
precursa lo urgente en tus oídos.
Vigila la palabra gastada,
incúbala en tu memoria
-arma el sonido de la arena
muda y cruzada por tu filo.
(Vivaques)
Ocultos, buscaremos
lo que queda por decir
sacaremos de nuestros atados
lo poco que llevamos a cuestas
-piezas caídas, uñas húmedas
veteadas de un tiempo ajeno-
el dolor se hará humo
de cada renuncia ardida
pero el calor será común
y lo sabremos en secreto.
Hogar.
***
Canto 14
dedicado a Maye Pérez
i. 25.08.2012
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres
que han sido refinados por mis hermanos vivos.
Desde temprano inhalamos las aromáticas
de benceno contra el ayuno crudo de voz.
«Respira» ordena la madre camino a la escuela.
«Desrespira» dice el hombre sucio de la bomba.
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres
que serán coloreados por mis hermanos vivos.
En su contra van el olor a viruta de lápices
y su espiral sostenido de luz que se afila.
Justo cuando tuvimos que aprender a morir
la niña descubre un libro que nos confiesa.
«Relee» ordena la maestra antes del timbre.
«Deslee» dice el teléfono antes de irse a casa.
En su contra van el olor a viruta de lápices
y su esperanza afilada de luz que expira.
Y la efímera verdad que hay tras lo combustible
despierta el apetito de la niña que lee.
Hoy ve los huesos viejos de un animal enorme
que han quedado empotrados y presos de sí mismos.
«Levántate» ordena el mechurrio como un cirio.
«Deslevántate» dicen todos los presupuestos.
Y la efímera verdad que hay tras lo combustible
es un monstruo que se come todas las verdades.
El tiempo ya espesó los hermosos cadáveres:
en su contra van el olor a viruta de lápices
y la efímera verdad que hay tras lo combustible.
ii. Gelasiano
Llegamos temprano al duelo y tarde a la paciencia:
misterios del límite magnetoestratigráfico.
Megaterio nuestro, falso tótem de lo vivo,
revelado en ese negro aceite de la piedra
que espesa lo inflamable y pereza lo infinito:
hemos conseguido un desierto a nuestra medida,
¿son estos incendios nuestra torpe zarza ardiente?
Fides quaerens intellectum: la fe busca entender
Padre de todas las perezas, suprema génesis,
ofrenda en sacrificio de tiempo y balancines,
sube y baja tu garra en medio de nuestro pecho
y extrae de nosotros alguna contrición:
un por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Bautízanos con la bilis negra y combustible
y refínanos para imitarte extinguiéndonos
en coordenadas de arena: Tacoa, Lama, Amuay.
Ya hace dos mil quinientos millones de años
que tu enorme cuerpo megatérico se hundía
en la brea huyendo de alguna muerte imposible:
tu apocalipsis también comenzó por el fuego.
Antes de que este paisaje se llamara Amuay
tus padres y cachorros lloraron los incendios.
Y en lugar de desaparecer, todos se hundieron
para volver hoy, inflamables, como venganza
de la carne sin luto de los huesitos negros.
Encima de tus restos levantamos la casa.
¿Cómo no querer matarnos, bestia originaria?
Hemos pretendido vivir de refinar los duelos
prehistóricos de tus muertos, tasados por barril.
Dominical fue el latigazo ardiente en Tacoa y
madrugada del sábado en Amuay. No descansas.
Misterios del límite magnetoestratigráfico:
llegamos temprano al duelo y tarde a la paciencia.
iii. Amuay
Dueña de los vientos y las aguas encontradas,
en tu lengua hubo tantos nombres para el fuego.
Nadie podría trazarte sin escupir cenizas
que sacudimos hace ya veintisiete años.
«¡Olvida!» dijeron con el poder calcinado.
«¡Recuerda!» dijeron tras morder las nuevas urnas.
Región de los vientos y las aguas encontradas,
en tu lengua hubo tantos tiempos para el fuego.
Desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
las velas de tus muertos con puntas de cardón.
La alquimia de un jugo residual de bajo azufre
cartografía tus fronteras con nuestro infierno.
«¡Vive!» mandan los cuerpos que hay años abajo.
«¡Muere!» mandan los que olvidan cuerpos arriba.
Desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
los ojos de tus muertos con puntas de cardón.
Tus escapularios encendidos por la brisa,
tragedia repetida de un volcán improvisado,
no bastan para traducir la crueldad del olvido
ni el duelo repetido en madrugadas de incendio.
«¡Despierta!» ordenan los muros cuando estallan.
«¡Duerme!» ordenan los huesos cuando aparecen.
Tus escapularios encendidos por la brisa,
tragedia improvisada de un volcán repetido.
Dueña de los vientos y las aguas encontradas,
desde mil novecientos ochenta y cinco apagan
tus escapularios encendidos por la brisa.
***
Megatherium, not yet
Divina Poesía, / tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada /
con el silencio de la selva umbría, tiempo es que vuelvas ya a esa culta Europa
que tu nativa rustiquez desama.
Mientras, nosotros venceremos.
Haremos un secreto milenario de ese nuestro ocio de chicle:
haremos una bomba honda, rosada.
Masticaremos: así usaremos la boca en silencio
masquemos, masquemos, masquemos
como si en la intermitencia se nos fuera la vida
y venceremos
que el hedor a canela|tutti-frutti no permita
que la idea se nos salga vuelta idea
que ni siquiera entre un nuevo bocado: masquemos, mastiquemos, masticados.
Venceremos, venceremos, venceremos.
Treparemos hasta la insomne epifanía del mamón para decir,
decir (chupando), decir (encandilados), decir (en mamón macho):
Este es el aposento, / testigo de un dolor nunca explicado, del drama fugitivo
de un momento (y en un violento fin inesperado | lanzarnos de cara contra el suelo
porque ni el buen mamón nos ha escuchado)
mas venceremos.
Resolveremos la gran novela común:
daremos cuerpo a las ficciones acordadas
y sin miedo narraremos las noveletas de la patria, de la muerte
porque tenemos épica, señora
porque sabemos exportar ejércitos
y nos aseguramos de que en nuestros billetes
por fin sonrían un negrito, una niñita, un indiecito,
¡tamboré!
Perezosos gigantes
junto a otras especies en extinción.
Por eso, con suerte, venceremos.
Vuelva, d.p., a sus ciudades con canal para ciclistas
porque acá tenemos soberanía subterránea
chicle negro y pesado que mueve al autobús, al tanque y al ministro
venceremos.
Mil perezosos gigantes se han derretido debajo de mi casa desde el Pleistoceno.
Un millar de megaterios abrasados, hidrocarburos, combustibles,
una manada de megaterios vuelta chorro negro, Mene Grande.
Zumaque 1, venceremos.
Ya no habrá alocuciones, d.p., sino comunicados:
memoranda, notificación y último aviso.
No habrá tiempo para leer, usted perdone,
pero lleve el control de las circulares numeradas,
venga mañana a las cinco y pida un número,
hablaremos con usted y con la tierra en lenguas muertas
(pachamamabrasandomegatheriums)
y venceremos.
Nuestra bomba de chicle cooperante, colectiva y vuelta masa
esfera fucsia que explotará contra un zarcillo
punzante, afilado, verde oliva.
No un pendiente… no, señora: un zarcillo
un zar menudito que destella con el dorado de las caponas
que contrasta tanto verde oliva en derredor:
bomba de chicle, bomba de gasolina, bomba de tiempo, venceremos.
El hombrenuevo tiene 2.000 años
(o un poco más), d.p, 25 siglos, más o menos
(o un poco más)
Pero todavía no, D.P.
Megatherium, not yet,
not yet. Not yet.
Espera un poco, un poquito más.
Deja que pase | otro ratito | de felicidad
y venceremos.
“Venceremos, venceremos, venceremos”;
Perezosos gigantes: venceremos…
todos, como los megaterios, algún día caducaremos
de nuevo
expiraremos
venceremos,
venceremos,
venceremos.