literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Samuel González Seijas

Ago 21, 2024

Responsorial

Líbranos, Señor, de los que están haciendo arder la casa.

Líbranos de los que persiguen blandiendo puñales negros.

Líbranos de venerar altares impuestos;
de la bondad con hambre de lobo.

Líbranos de la astucia carroñera.

Líbranos de la voz que viaja en círculos,
de la palabra que secuestra.

Con tu brazo cierra las bocas que dicen destrucción;
ahoga de facto a los mentores de la muerte.

***

Cuando voy al abasto

Voy de compras
cuando ya ha caído la tarde
y los abastos,
las panaderías se iluminan
de azul, de blanco azul
como las clínicas.

Nadie me detiene, nada me toca
paso de largo por las basuras
y los postes de luz,
los charcos que nunca se borran.

Voy repitiendo una lista,
un carrusel de nombres en la mente
que, por jugar así,
terminan por cambiar de nombre.

Voy por queso y compro mantequilla,
me habían dicho jamón
pero vienen leche o huevos,
pan o leche por tomates solos.

No es distracción ni desdén
sino tiempo que me cambia
en metáfora los ojos
y la cabeza en árbol de pájaros.

Me he devuelto muchas veces
a completar lo anotado en la lista,
muchísimas he retrocedido,
tantas veces de nuevo en la puerta
torniquete.

Y recupero la comanda
y completo las bolsas y, solo ya,
de regreso a casa me acuerdo del gasto,
y de la sangre del dinero y del sudor,
y del reloj de las preguntas.

Me acuerdo de los avisos y los recortes
del día de fin de mes,
que es mi única línea del horizonte.
Recuerdo todo eso y enciendo
el aire si voy en el carro
o silbo una tonada si voy a pie.

***

La basura

No es que vengan tiempos duros, es que ya llegaron

El camión de la basura, el monstruo de los detritos
Por una maniobra muy bien calculada
Ha dejado toda su carga en la puerta de la casa
Bloqueando tus salidas cotidianas a la vida
Oscureciendo de facto la luz en las ventanas

No te queda más que ir a desempolvar tu pala
Los viejos instrumentos, el rastrillo, los guantes
Las grandes bolsas negras que ya no usabas
Las botas para el fango y la vieja pero aún entera braga

Ponte a palear, Urbano, no te queda nada
Sino esta tarea de tener que arrimar desechos de un poder
El más innombrable de todos
Que ha vomitado en tu puerta sus entrañas

Vas viendo cómo la ciudad se convierte en otra cosa
Una calle que se ha vuelto demasiado larga
Conducida por decreto a nuevas ruinas
Pasada, como esa comida muchas horas deshielada

Asómate si puedes y mira cómo tus vecinos trabajan
Ellos también concentrados en barrer inmundicias
Mira sus espaldas y sus rodillas dobladas
Y sus muecas de asco y sus narices a dos dedos trancadas

Siéntete en paz, silva para ti mismo una tonada
Piensa en la cantidad y volumen de desgracias
Que seguirán dejando a la puerta de las casas
Y a todo lo largo de la conocida cuadra

Enciende tu cigarrillo
y traga, traga

***

Estoy solo, dejado,
como piedra de vientos.
Qué aire suena, y qué silencio.
Atado a Dureza
deambulo por senderos de un bosque blanco.
Desde esta cerrazón, apenas me es dado mirar
cómo marchan frente a mí
las hormigas del desdén.

***

Todo el cielo ofrecido como regalo y aun no basta.
Solo cuenta esperar, postrarse o huir. Sumarle manos al ruego.
Todo en ti es inminencia, lejanía, anuncio sin estallido.
El perdón, aire susurrado al oído y arena viajada la salvación.

***

Yesca húmeda no enciende, solo la insistencia trabajada,
la paciencia entre carbones.
Permanecer en la espera hasta que madure en su árbol:
alguna tarde, verla caer.
La espera es un cuerpo de ceniza que gozamos en su hora.

***

De súbito la lluvia,
el aguacero de odios,
la oscuridad sin orillas.
Braceamos a contracuerpo,
a codazos en el agua común,
ahogados hundiéndonos.
En la turba en el vórtice en el deslave
apenas nos orienta
una mano que tropieza entre cabos sueltos.

***

Pido en sueños que soples
fuego sobre esto.
Granizada ardiente, lava derramándose
Ruego para que sacudas el mal frío, la miasma de los que ahora ríen.

***

Me sigue de cerca el otro.
Como yo, no tiene escapatoria: lo obliga el descampado.
Rechazo su impertinencia, su estar inevitable, su presencia de acoso.
El odio que supura, su blandura repugnante, diluye, ciega, ensordece.

***

Soy distancia incurable,
lejanía irredimible,
horizonte espejeante.
Me he vuelto
mechón de humo,
cabellera de vientos.
Ni yo ni nadie me alcanza.
Tal vez me halle en la corriente
o en un aire de precipicios,
en el cuenco de ninguna parte.

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