literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Pedro Sotillo

Abr 12, 2025

La gracia excesiva

Madre, se rompe el cántaro
por la frescura que lloraste en él.

Si subiera por veredas escondidas,
por las abras en flor de la montaña,
llevando esta ansiedad de mimo y sueño,
nunca la vida me brindara el zumo
que fluye de tu voz y de tus actos.

Pusiste en el hervor de mis tumultos
el don preclaro de la luz perfecta.
Cántaro leve que voló en mis hombros;
mil auroras y mil atardeceres
se empaparon en él.

Su aliento puro derramó en mi carne;
fluyó y su canto penetró en mi sueño,
hasta dejarme el inmortal rocío
de los claros jardines de la infancia.

Ya el cántaro se rompe
de tanta gracia que vertiste en él.

De tus caminos de bondad mi planta
rompió la curva generosa y dócil;
pero el sutil efluvio,
el bien aquel que me sembraste, madre,
fundió mis anarquías en tristeza.

Me diste el ramo del rosal casero,
la delicia frutal del alborozo,
la dulce candidez de la esperanza,
el sereno valor de la amargura.

Me sembraste la noche de quimeras
y limpia aspiración puse en mis brazos.

En el hueco de angustia de mi pecho,
el rumor y el olor de tus macetas
aún méceme con brisas de cariño
el vano corazón de las congojas.

Si ahora se triza el cántaro, mi madre,
no es que las quiebras del camino busco,
ni que mis manos aflojó el hastío,
es que era poco a contener, mi madre,
la gracia viva que vertiste en él.

***

Ventas del Mercado

Ventas del Mercado. Inmensa sordina,
revuelo de faldas y golpes de cesta,
muchacha que pasa, que mira ladina
y rapaz que al hurto furtivo se apresta.

Jamonas ilustres caras de tocino,
que dejan tras ellas un enorme cauce
y un joven imberbe de hablar femenino
y procaz y antigua esbeltez de sauce.

Viejos cargadores de puestos seguros
que en las rinconeras muerden el cigarro;
un rayo que escapa de los ojos duros
anima un momento los rostros de barro.

Las viejas mendigas recogen desechos
que esconden ligeras en sus busacones
y pronto se pierden –cuerpos contrahechos-
tendiendo las manos, mascando oraciones.

Los chicos pregones de la lotería
que gorgoritean los primeros premios
y nos asesinan en la fantasía
apuros posibles y actuales premios.

Y el olor intenso de las hortalizas
y la huerta mínima que está en cada venta.
La muchacha fresca que nos da sonrisas
y la compañera que el caso comenta.

Y la vieja isleña –una diosa copia,
una diosa nueva, algo fea y basta-
canta la leyenda de la cornucopia
al vaciar solemne su burda canasta.

Y el sabio herbolario. Su rostro es tan serio
como el de esos ídolos del yerto Indostán:
toda su leyenda, todo su misterio
en versos insignes contó Valle Inclán.

Ventas del Mercado. Rumores gregarios,
todos los prodigios de la actividad.
Ventas del Mercado. Humildes santuarios
de los nuevos mitos de la huma.

***

Saludo a Luis Churión (fragmento)

Luis de los versos, compañero ilustre,
Aquí no tienes que dejar tu Washington,
Cuando la luz de tu sonrisa yanqui
Se encienda en un claror venezolano.

Por ti Caracas vestirá perenne
El mismo traje que le viste un mayo,
Cuando sembraste en el terrón fecundo
Catorce palmas de inmortal penacho.

El mismo empeño de las noches viejas
Acune la sordina de tus pasos;
Y así divagues, vagabundo en éxtasis
De tu paisaje y tu interior milagro.

Luis de las rimas y del buen camino
Por donde cruzan los rebaños mansos,
Que en los ojos del bien de tus corderos
El verbo se me vuelve humilde y claro.
Tú bien te sabes, Luis Churión, la senda.

Tú me devuelves, Luis Churión, la aurora:
Catorce estrellas su mejor presagio,
Y ese afán de creer y de creer
Que se iba en las estelas de los barbos.

Del Austro ahora, viajador, nos traes
Un eco vivo del rumor sagrado.

***

Aguas crecidas

Resoplando y gritando hacia el mundo
el tropel de quebradas!
Convulsiones de oro terral
que en espumas convierte la orilla.

Me lo dices:
-El campo
todo canta con voz de quebrada
cuando el ciclo derrumba aguaceros.

La alegría
¡cómo salta y arrastra yerbajos
y rompe canciones
al pegarle al barranco en el pecho!

Y la voz de los montes
te dispara su flecha sapiente:
-No te bañes con agua crecida!

Esta flor
qué fija se queda
ausente del agua!

(¡Que se mire en el canto de un pájaro!)

Ya ni salgo de noche.
Mi pozo quedó sin lucero y
a buscarlo en caminos nocturnos,
en tus ojos prefiero buscarlo.

Ni un brizna de luna en el agua.
Ni una estrella sedienta en el alba.
¡No te bañes en agua crecida!

En el bongo se quedó tiritando el rocío.
Con el sol
dará vueltas el cantar del jagüey
que te enhebra la noche del pelo.

Así, blanca y morena,
con sol y con luna,
bajo el vuelco sonoro del cántaro.
Con luz de canto
y tibior de casa.

Si te bañas con agua crecida,
te me vuelves de oro, muchacha.

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