Antes de llegar los aviones que incendian las ciudades
Si mueren esos niños dormidos bajo la madrugada de
lirios abiertos,
si mueren esos muros bajo la luna de musgos,
para no herirnos cruelmente debes enterrarlo todo,
callado sepulturero.
El clavel y la reja florida preguntan por el olvido,
mientras las mariposas esperan besar cadáveres
sobre las húmedas yerbas.
Sepulturero que vas a sentir la caída de los muros
y el grito de los niños aplastados,
¿ enterrarás la madrugada
en la tumba de la niebla?
Si todo muere bajo esa lejana luna de musgos,
para no herirnos cruelmente debes enterrarlo todo,
callado sepulturero.
¡Cuidado con olvidar los niños que saben a trigo!
¡Cuidado con olvidar los muros que saben a historia!
¡Cuidado con olvidar la madrugada que sabe a herida flauta!
Canto final a una muchacha del puerto
Llegarás por el sendero de las nubes mutiladas en invierno
a la otra parte del mundo que te aguarda.
El brillo de tus ojos dirá su despedida a todos los marinos
borrachos que creen tener mares en la luna;
y la brisa irá contigo vigilando tu silencio|
sobre los montes de olivos.
Bebe de ese vino que tiene el color de los cerrojos antiguos:
en Venus la pena inmensa es llevar la garganta como
un pájaro muerto,
seca como un pájaro muerto de cantar.
Morirán los calendarios como siempre y otras muchachas
como tú pensarán en la muerte.
Lamento no acompañarte dulce muchacha de doloroso azúcar.
Quemarán tu recuerdo frente al mar, mar indolente de
consentirte desgarrada:
sin tu marinero que colme tu soledad,
sin panes de corazones descubiertos,
sin un balandro que lleve a Filipinas
y a tus playas de verdes cocos que se beben los ángeles.
Sé de tu cabellera que tiene el peso de una mariposa nocturna,
de tu olor y de tu torso caído en las madrugadas,
de aquel abanico de palomas que movías a manera
de un ensueño
sobre mi rostro asombrado.
Llegarás por el sendero de crueles vientos invernales
a la otra parte del mundo que te aguarda.
Te aguarda, con la corona de un Rey caído,
con el oro fundido en agua cristalina,
con trajes de finas sedas hechos azules aires,
con el ruido de este mundo que hondamente te hiere
transformado en la mínima presencia de un grillo sin canto.
Te aguarda, la Nada.
Entonces verás que estás limpia de todo
entre las vírgenes que no han amanecido aún.
En los cuatro siglos de Valencia
I
Antes de tu nacer, de tu raza de piedra, eras la selva
con inquieto diamente en las hojas tropicales.
la eternidad olfateaba la cáscara vacía de los muertos volcanes
y el fuego era soplado, como una noche roja,
por los indios desnudos.
El fuego allí crecía, tenía alas perversas,
derrumbaba los ceibos como negros lingotes planetarios
pasaba por los ríos despertando esas bestias fluviales
que se arrancan del pecho toda la oscuridad.
Antes de tu nacer, de tu raza de piedra, el viento detenía
las águilas nocturnas;
las buenas, se quedaban, pero las malas nunca cerraron su plumaje
para seguir llevando pellejos a las cuevas.
Tu raza de piedra es raza de ciclones.
En la entraña de la piedra dormida deja el tiempo,
a menudo, la lengua de los astros,
se amamantan los astros
en esas grandes tetas de tiniebla
y después, con mil golpes, saliendo de lo oscuro
del fondo de los dioses minerales, como salvajes monos enlutados,
los astros se iluminan, abandonan las capas de los muertos,
la tiniebla heredada en el rudo contacto con la noche,
con la muerte,
con el fondo del mar.
Los astros se iluminan y en finos movimientos
penetran silenciosos entre las anchas hojas del tabaco,
allá en los precipicios, vestidos con espejos, penetran sin romper
la luminosa patria del rocío.
II
Ahora está construida la claridad del mundo.
La raza de la piedra tendrá su corazón:
¿Una ciudad? ¿Un sueño?
¿Un mordisco profundo en los volcanes?
Tendrá nueva ciudad la raza de la piedra
en cuanto llegue el hombre
con espesa armadura de caimanes,
blanco, como la nieve, con botas españolas.