Sobre la piel oscura de la tierra
el suavísimo vello de la hierba
se estremece
en la brisa.
Soplan ráfagas tiernas
y cada ramo vibra al oído del silencio.
El rocío se derrama y salta entre los gajos,
su afelpada nota, memoria de la lluvia
y en cada gota luz, íntima luz.
La chispa despereza su fulgor escondido
y se esparce, crecida en el follaje.
Parece que se alzara de la tierra
pero viene del cielo traspasando la noche,
cetelleante como una inmensa fuente
cantando en el espacio.
Es el instante matinal
en que la flor responde a un ímpetu de savia
—antes durmió enroscada
entre los filamentos de su pequeña cárcel—.
Imperceptiblemente rompe los verdes muros
y una fuerza que sube de la raíz oscura
desciñe el nudo blando de su corola tierna.
La flor es un secreto que sólo se revela por su
aroma.
Pero allí está desnuda,
libre y sola en la brisa cuando la abeja ronda.
La flor al fin se entrega.
Nació para esta dádiva.
ACUARELA
Parece un cuadro la ventana,
un caprichoso cuadro chino;
dos líneas vafas, la montaña,
dos pinceladas, los dos pinos.
El cielo vasto tiene un tinte
de sol ya muerto, desvaído…
De un suave azul desfalleciente
cuyo matiz se ha presentido.
Tan solo el agua, tiene alma,
sus leves ondas muestran vida;
y en la tersura de su calma
en el remanso adormecida
pule sus verdes la montaña
y se contempla estremecida.
MELODÍA PARA RECREO DEL MAR
La arena silba en la embriaguez del viento.
Su resonancia lija precipicios
y en veinte siglos hará que las mareas
alcancen la pradera.
En la coral del viento, con su caja de música,
la niñez se alboroza.
Caen bañistas del cielo entreabriendo sus alas
para saltar a empaparse en la lluvia del mar.
Las altas olas doblan esbeltos cuellos vírgenes,
sacuden sus cabellos y se marchan.
Solo contra las rocas se elevan y se encienden sus bengalas.
Caen jazmines al agua.
Un galeón atraviesa la oceánica delicia
de un sueño en que no existe despertar.
En la cabaña, oculta se abrazan los amantes.
La escala va siguiendo los ritmos de la luna.
Después de los naufragios
un pescador rescata criaturas invisibles.
La noche explora el tiempo con sus lámparas.
Sin acompañamiento de violines,
acordes como ráfagas.
Se retiran las playas, las nubes, las gaviotas.
Rostros desdibujados respiran en la sombra
cuando el viento ejecuta su escala interminable.
La bahía se duerme, arrullada, tranquila.
Frente al mar tenebroso, el faro, como un nauta.
Muy lejos de ser crítico de poesía, pero al leer los poemas de la poetisa Mercedes, sentí una refrescante y acuciosa mirada por un entorno natural que se antoja inmediato, cercano en tu mismo espacio en la ventana, el jardín o quizás el patio, trastocado todo con la magia de la palabra.
Muy buena tu apreciación, y gracias por las palabras. Lástima que es una poeta que, pese a su trayectoria, poco está difundida en estos espacios virtuales. Hay trabajos sobre ella, pero no tanto los poemas, no tanto como quisiéramos.