Vicente Tejera (1738-1816)
Aquel sagrado profeta
Que desde el cayado al cetro
Midió la inmensa distancia
Que hay de lo humilde a lo excelso;
Aquel que de la fiereza
Del León (Alcides nuevo)
En guarda de su ganado
Dominó bárbaro esfuerzo;
Aquel que triunfó valiente
Del disforme filisteo
Postrando el Nembrod altivo
De su espíritu soberbio;
Aquel a quien las doncellas
De Jerusalén le dieron
Con repetidos aplausos
La gloria del vencimiento;
Aquel que al suave halago
De bien pulsado instrumento
Mitigó en Saúl furores.
Gano en Jonatás afecto;
Aquel, en fin, Rey Ungido
Para el escogido pueblo,
David amado de Dios,
Erario de sus secretos;
Este a quien la poderosa
Mano de Dios con exceso
Le colmó de beneficios,
Le llenó de privilegios;
Este, irritando el divino
Enojo, por seguir necio
El hechizo de lo hermoso.
El apacible embeleso;
Este, pues, que eslabonando
Culpa a culpa, yerro a yerro,
Doro con un homicidio
La ofensa de un adulterio;
Después que Natam le avisa,
En la parábola envuelto,
De su pecado el debido
Justísimo juicio recto;
Después que con dos palabras
Lavó el torpe borrón feo,
Y un pequé al Señor trocó
En compasiones los ceños;
Después ya que del letal,
Torpe, venenoso sueño
Que le tenía ofuscada
La luz del entendimiento;
De su detestable culpa
Y como el herido siervo
A la fuente de piedades
Acude por su remedio.
En el íntimo retiro
De su ya abrasado pecho,
Lanzando tristes gemidos.
Vertiendo suspiros tiernos,
Prorrumpe en dulces, amantes
Métricos sabios consejos.
En que de piedad y culpa
Hace divino compuesto;
Compadeceos de mí.
Señor, dice, y Dios Supremo,
Según que de vuestra grande
Misericordia lo espero.
Grande espero, aunque tan grande
Toda la imploro, pues veo
Que mi ofensa casi iguala
Vuestra piedad en lo inmenso;
De mi malicia el abismo
Invoca con nobles ruegos
Abismos hoy de piedades
Que aneguen mis desaciertos.
De mi iniquidad la mancha
Contagió de tal veneno
Que entrándose por los ojos
Se hizo, hasta del alma dueño.
Borre, Señor, una sola
Misericordia, aunque advierto
Que es tan grande que ya a toda
Su gran multitud apelo.
Si de vuestras compasiones
Es acreedor sólo un yerro
¿Qué piedad estará ociosa
A vista de mis defectos?
No sólo, Señor, no sólo
Lavar la mancha pretendo,
Sino también los dañados
Hábitos que el vicio ha impreso.
Aquí tenéis en mis ojos
Ríos del dolor que vierto:
Moved, Señor, estas aguas,
Que clamo herido y enfermo.
Y cuando veáis que digno
En dulce llanto me anego.
De mi iniquidad lavadme,
Limpiadme del borrón feo.
En aquestas largas olas
Sumergidme, que en su seno
Hallará tranquilidades
Este derrotado leño.
Merezca por importuno.
Si no por fino, mi ruego,
Vierta la piedra piedades
Pues veis que clamo sediento.
Si no hay disculpa que baste
A mi delito, a lo menos
Sea disculpa de él mismo
El cabal conocimiento.
Tendré así alguna esperanza
De que ya borrarlo puedo.
Pues mi iniquidad conozco.
Pues mi ingratitud confieso.
De día y de noche siempre
En continuo afán inquieto,
De mi confusión fabrico
Armas contra mi sosiego.
En la guerra que me hace
No me da tremas, que adverso
Cuando más de mí lo arrojo
Más me duplica el tormento.
Contra mí siempre irritado
En incesante desvelo,
Voraz gusano me aflige
Con cruel remordimiento.
Pero, Señor, lo que más
Enardece mis afectos,
Lo que más crece el dolor
Y aumenta mi atrevimiento.
Es ¡qué pesar! el que ingrato
Profane vuestro respeto,
Y en presencia vuestra osado
Corrí a mi vergüenza el velo.
¿Qué furia me desbocó
Para que atrevido y ciego
Rompiese al temor las riendas
De todo un Dios en desprecio?
Contra Vos sólo pequé,
(Con qué dolor, qué lo siento!)
Oh! ¿Cómo al decirlo el labio
No en la congoja fallezco?
Contra Vos sólo pequé.
Aunque ultrajé desatento,
A sus servicios ingrato,
De Urías el honor terso.
Contra Vos sólo pequé.
Aunque cruel y sangriento
Hice a la pluma cuchillo
Del más inocente cuello.
Contra Vos sólo pequé.
Pues si en mi culpa contemplo
Hoy vuestra ofensa y su agravio,
Este pesa mucho menos.
Contra Vos sólo pequé,
Pues si recáteme atento
De los ojos de los hombres
No me escondí de los vuestros.
Contra Vos sólo pequé,
Pues siendo yo Rey no tengo
Sino vuestro tribunal
En donde actuar mi proceso.
Para Vos sólo pequé,
Diré también, porque intento
Sacar, pues de mí le arrojo,
La triaca del veneno.
Para Vos sólo pequé,
Pues al atributo excelso
De vuestra piedad le di
Donde lucir con exceso.
Pues usándola conmigo.
Como confiado espero,
Si fuese el provecho mío
Ha de ser el honor vuestro.
Con gloria de vuestro nombre
Cederá, si hoy a ver llego
Justificáis las palabras
En que fío mis consuelos.
Voz es vuestra que en cualquier
Hora que llegue el lamento
Del que peca a vuestro oído
Tendrá amparo en vuestro pecho.
Ya clamo regando el llanto
De mi estrado el pavimento,
Ya el pan de lágrimas sólo
A mis labios le concedo.
Conozca el mundo que Vos
Sois en todo verdadero,
Y que vuestras promisiones
Son inviolables decretos.
Y cuando el impío intente
Fundar contrario argumento,
Baste lo que obráis conmigo
Para convencerle necio.
Yo el más ingrato de todos
Constar haré al Universo
Vuestra piedad, porque aplauda
En juicio su vencimiento.
Perdonadme por quien sois.
Dulcísimo, amado dueño;
Y si no basta mi llanto,
Señor, para enterneceros;
Si no basta confesaros
Por mi parte mi tropiezo,
Y por la vuestra la gloria
Que adquirís en mi remedio;
Aun tengo para inclinar
De vuestra clemencia el peso,
Sin disculpar la caída.
Disculpas para el tropiezo —
Cuando yo fuera algún ángel
Sin mezcla de aquel grosero
Material de tierra y agua
Que animó ya vuestro aliento,
Menos excusable fuera
Mi delito, y mucho menos
Digno de las compasiones
Qué implora mi noble ruego.
Pero, Señor, atended
Al frágil vidrio, al grosero
Barro, tan pronto a lo malo.
Tan tardo para lo bueno.
Mirad que fui concebido
En pecado, cuyo incendio
Se señoreó del alma
Desde mi primer aliento —
De mis padres heredé
En mi natural infecto
Aquel fomes que me impele
Del vicio a los devaneos.
¿Qué mucho que haya caído
Quien lleva consigo mesmo
Tan cerca del apetito
Las violencias a el deseo?
Quebróse el vaso; no era
De oro ni metal; al fuego
Sensual se derritió
La hechura de vuestros dedos.
Era blanda cera: pues,
¿Qué mucho que al torpe incendio
Titubease el edificio
De tan flacos fundamentos?
Mas, ¡oh, cuan necio! aquí acuso
A mi natural, si advierto
Que en vuestra gracia tenía
Armas para el vencimiento;
Pues si a los auxilios de ésta
Atendiera, considero
Que para triunfar del vicio
Me sobraba poco esfuerzo —
Para otros aun tuviera
Esta razón valimiento,
No paro mí en quien vertisteis
Favores, Señor, sin cuento.
No para mí, zagal pobre,
Que ensalzasteis Vos al regio
Trono, trocando al pellico
De la púrpura lo excelso.
No para mí, pues me hicisteis
Cifra de vuestros secretos,
Fiándome lo escondido
En los más altos misterios.
¿Qué lealtad no requería
Tal compañía? ¿A qué feudo
No era deudor este honor
En que Vos me habíais puesto?
Todas las fuerzas del mundo
Debían ser flacos medios
Para poder desunirme
De tan grave valimiento.
Y porque amáis la verdad,
Aunque contra mí la veo,
Fiscal que me está acusando,
No me he de excusar al yerro.
Discúlpense los que incautos
Por ignorancia ofendieron.
No yo en quien las advertencias
Antes se dieron al riesgo.
Que yo no tengo disculpa
Ni algún descargo os ofrezco
Pues a vuestra vista ingrato
Os atropellé el respeto.
No la tengo, pues estéril
Al fecundísimo riego,
De indecibles beneficios
Produje espinas protervo.
O si a quien tan mal se había
De probar con Dios tan bueno,
La que le sirvió de cuna
Fuera sepulcro funesto.
Pero, Señor, ya que vive
Este animado segmento.
No la desesperación
Sea en su ruina el efecto.
Hieles hay para sacar
Tanta mancha, y en el fuego
De vuestro amor llamas puras
Que inflamen mi helado pecho.
Anegúese mi malicia
En este piélago inmenso
De piedad, a quien no pueden
Contrapesar mis defectos.
Oíd, oíd, Padre amado.
De este pródigo el lamento,
Sabed que llagado y pobre
Busca en Vos sólo el remedio.
Aplicad de mis heridas
El saludable, sangriento
Hisopo de la pasión
Que ha de padecer el Verbo.
De aquel que ha de descender
De vuestra mente al materno
Claustro de una intacta Virgen
En donde ha de tomar puerto.
De Aquel, de Aquel que en el ara
De una cruz, manso cordero,
Ha de ser por mis pecados
Hostia Que os aplaque el ceño.
Bañado en aquella sangre
Que ha de derramar, espero
Sera para mi dolencia
Satisfacción y remedio.
Y si de aquesta promesa,
Señor, no ha llegado el tiempo,
Revelado me tenéis
Este inmutable decreto.
Y así ya a contemplación
De tan infinito precio.
Como presente a los ojos
Me alcanza el merecimiento.
Este hisopo limpiara
Mi maldad, satisfaciendo
Por las deudas a que yo
Dar recompensa no puedo.
Agraviar puedo, mas no
Satisfacer, si no apelo
A este inagotable erario,
Mineral de los misterios.
Y pues tanto sus estolas
En los siglos venideros
Han de blanquear en la sangre
Del inmolado Cordero,
Sea, entre tantos felices,
Yo, Señor, uno de aquellos:
Lavadme, y sobre la nieve
Mas blanco quedar espero.
Poderosa es vuestra diestra
A darme el candor primero,
Y bien podéis hacer limpio
Al más inmundo concepto.
O si os mereciese yo
Tanto favor, qué contento
Les daría a mis oídos
De tal gracia el privilegio!
O si la voz que ha de oír
Una mujer que el ungüento
Ha de derramar, lograse
Escucharla en dulces ecos.
Cuando en esta paz dichosa
Mi alma se vea, qué incienso
En mentales sacrificios
Quemara encendido el pecho!
Del gozo de mi recobro
Hasta mis molidos huesos.
Humillados por la culpa.
Darán saltos de contento.
Festejarán la noticia
De mi recobro sabiendo
Que ocupo entre los amigos
Vuestros, otra vez, ya puesto.
Y cuando esto no merezca
Estaré, Señor, contento
Con servir en vuestra casa
De un humilde jornalero.
Apartad, Señor, los ojos
No de mí, ni del extremo
De mi miseria, que es esta
Con la que a piedad os muevo.
Sino de aquellos enormes
Pecados del adulterio,
Y homicidio que a la ruina
Del alma me condujeron.
Apartadlos de las feas
Imágenes que en el lienzo
Que dibujó vuestra gracia
Borraros a Vos pudieron.
Apartadlos de este monstruo
De mi maldad, porque temo
Que ya vuestras tolerancias
Le dupliquen escarmientos.
Borrad todas las maldades
Que los vicios imprimieron,
Sin que quede ni aun vestigio
De sombras de este bosquejo.
Y porque a mi corazón
Le contemplo tan enfermo
De su contagio, que dudo
Pueda ya quedar perfecto.
Criad en mí, pues podéis,
Otro corazón de nuevo,
Que limpio de imperfecciones
Sea de la gracia asiento.
Corazón dócil y humilde
Que inseparable en su centro
Tenga esculpida la justa
Norma de vuestros preceptos.
Y porque este corazón
Cuerpo no sea imperfecto,
Inanimado reloj.
Desacordado instrumento,
Vivificadlo, animadlo
Con un espíritu recto,
Renovando sus fervores
De la caridad el fuego.
Dadme un espíritu que
Sin violencia, a Vos derecho
Vaya como la saeta
Al norte, y la piedra al centro.
Posea, pues, mis entrañas,
Y a esta noguera del pecho
Avive tibios ardores,
Encienda helados afectos.
Menos infelicidad
Sería privarme luego
De la vida, o reducirme
Al polvo y nada primeros.
Que aunque rectísimamente,
Pues volví la espalda necio
A vuestra cara, pudierais
Hacer conmigo lo mesmo.
Entre quien sois y quien soy
No hay igual procedimiento,
Y la piedad a la culpa
Tiene en Vos muy grande exceso
No de Vos, de mí, Señor,
Me habéis de anprtar, viviendo
Todo yo fuera de mí
Porque en Vos viva de asiento.
Volvedme, Señor, aquella
Alegría, aquel contento
Que poseía mi alma
En mis mentales excesos.
Aquel inefable gozo
Que antes tenía sabiendo
Que nacería el Mesías
De mi linaje heredero.
Cuyo día lo desearon
Ansiosos aunque de lejos
Mirar patriarcas y reyes.
Bien Que no lo consiguieron.
Violo en espíritu el padre
De los creyentes, que a imperio
De tanta dicha dio salto
De placer y de contento.
Yo también de tanta gloria
Logré parte, cuando a excesos
De vuestra dignación tuve
Noticias de este misterio.
Si por la culpa perdí
A esta alegría el derecho
Cobrélo restitüido
En vuestra gracia mi afecto,
Conforme establece en ella
(A mi flaco ser atento)
Espíritu principal
De honrados nobles respetos.
No sólo mi corazón
Os pide espíritu nuevo,
Sino que otro principal
Le sirva de fundamento.
Espíritu que valiente,
Constante, advertido y recto,
Un instante no me aparte
De los divinos preceptos.
Preciso es, que este edificio
Lo reedifiquéis de nuevo,
Zanjando de las virtudes
La solidez y el esfuerzo
Con esto mis confianzas
Conseguirán que repuesto
En la primera alegría
Vuestro nombre alabe eterno.
¿Qué no haré yo, o dejaré
De hacer en servicio vuestro
Para obligar con servicios
Cuanto irrité con desprecios?
Mi palabra os doy, Señor,
De escarmentar en mí mesmo,
Ya que las ajenas ruinas
No me sirvieron de ejemplo.
Armará, Señor, mi diestra
De vuestra justicia el celo,
Y fiscal de mis tibiezas
Sera mi agradecimiento
Y pues sé que en gloria vuestra
Cede en la tierra y el cielo
Que la descarriada oveja
Vuelva al redil de su dueño,
A este fin aplicaré
De mi doctrina el desvelo
Ilustrando sequedades
De torpes entendimientos.
Enseñaré a los inicuos
Vuestro camino, y al eco
De mi instrucción seguirán
Las sendas de los preceptos.
Se convertirán los impíos
Pues vibraré contra ellos
Desde el arco de mis labios
De su ingratitud los yerros.
Pero entre aquestas promesas.
Oh ¡cómo me asusta el fiero
Bárbaro ejemplo que di
Con mi pecado a mi reinos
Cuando pasando de una
A otra traición, los alientos
Vitales quité al mejor
Vasallo de mis imperios!
Paréceme que su sangre
Clama contra mí, y al Cielo
Como la de Abel le pide
La venganza, que ya temo.
Por tanto, Señor, libradme
De las instancias que haciendo
Esta contra mí en la justa
Indignación que merezco.
No pretendo que en mí deje
De ejecutarse el decreto
Que recta vuestra justicia
Fulminó para escarmiento;
Pero suplicóos que medie
Vuestra piedad, sacudiendo
Con vara florida el golpe,
No con afilado acero.
Agradecida mi lengua
Elogiaré a un mismo tiempo
Vuestra justicia y piedad
Con atributos excelsos.
Publicaré en honra vuestra
Que reverente os venero
Benigno, amoroso padre,
Si juez rigoroso os temo.
Tanto que yo dudaré.
En tan distantes extremos,
Si os tomaré compasivo,
Si os amaré justiciero.
A este sagrado retiro
Prófugo acogerme quiero;
Ved, si ejecutáis el golpe,
Que de barro me habéis hecho.
León sois, pero también
Sois dulcísimo Cordero;
No los bramidos me asusten,
Llámenme balidos tiernos.
Mi lengua elocuente alabe
Vuestra justicia, pues debo
El honor a Vuestra Gracia
De nombrarme amigo vuestro.
Mas, como el noble tributo
De alabanzas daros puedo.
Si me hizo la culpa indigno
De tan reverente obsequio.
O si mis labios alado
Serafín con sacro fuego
Purificase y rompiese
A la lengua el nudo terco-
Mas, lo que no haga su mano
Que ha de hacer la vuestra espero,
Que sabe hacer elocuente
Al más rudo infante tierno-
Restituid a mis labios
El antiguo don primero
De acabaros, y mi lengua
No cesara de este empleo.
De día y de noche oiréis
Mis cánticos, que, discretos,
Vuestra bondad y justicia
Alabarán como debo.
De vuestras misericordias
Cantaré, Señor, lo inmenso,
Y en los retiros del alma
Dejará mi voz los ecos.
Al son de templada lira.
En bien acordados versos,
Continua vuestra alabanza
Se estará en mi boca oyendo;
Y porque a tan alto asunto
No podré dar desempeño,
Convidaré de los coros
Celestiales los acentos-
Desde el pececillo mudo
Hasta el Serafín supremo.
Todos os han de alabar
En gloria del nombre vuestro.
No pasara en las palabras
Mi noble agradecimiento,
Pues rendirá con las obras
El fruto del buen ejemplo.
Acompañarán mis voces
Los sacrificios diversos
De las reses que devora
Sobre vuestro altar el fuego;
Pero bien sé que no son
Los que os aplacan más estos.
Que a gustar vos, a millares
Los ofreciera en el templo.
No hay sacrificio más digno,
Señor, a los ojos vuestros
Que un espíritu afligido
Del dolor de sus defectos-
Que poco despreciaréis
De un corazón los afectos,
Que, contrito y humillado,
Se os postra con rendimiento-
Corazón que lo ha movido
De la penitencia el ruego,
Sin la cual ninguna ofrenda .
Aplacara vuestro ceño-
Por este real camino
De la contrición espero,
Seguro ya en vuestra gracia,
De mi salvación el puesto-
Cierto es que no dejaréis
De aceptar y complaceros
En el noble sacrificio
De estos mentales inciensos.
Y para que éste lo pueda
Ofrecer en vuestro templo,
Prestaos, Señor, con Sión
Benigno, amoroso dueño-
Según la voluntad vuestra
Que Te habéis mostrado, siendo
En favorecerla franco,
Como veloz a su ruego-
Pónganse ya en perfección
Los altos muros soberbios
Que a Jerusalén les sirvan
De adorno y defensa a un tiempo.
Sírvanles de antemural
Al sagrado alcázar regio
De Sión, en donde el arca
Depositada la tengo.
Hasta tanto que se ponga
En perfección regio templo.
Que en lustre y grandeza exceda
Todos los del universo;
Y cuando gustéis se erija
Y consagre a nombre vuestro
Rindiendo Tiro y Sidón
Piedras, metales y leños-
Allí sí que aceptaréis
Las ofrendas; y al lamento
Responderéis compasivo
Del siempre querido pueblo-
Allí sí que aceptaréis
Los holocaustos o inciensos
Que arderán en vuestras aras
De los perfumes Sabeos-
Allí sí que os bañaréis
En alegría y contento,
Al ver manchar los altares
La sangre de los becerros-
Mas ¡ay de mí! que la fuerza
De beneficios me ha hecho
Ingrato, pues nunca pude
Pagar mi agradecimiento-
No dejaré de quejarme
De la injuria que padezco,
Si me hace desconocido
Mi propio conocimiento-
En los inmensos favores
Que he recibido, confieso
Que sólo puedo pagarlos.
Señor, con reconocerlos.
Pero supla, pues mis fuerzas
No son Atlante a este peso,
El grande exceso que hay de
Vuestra piedad a mi yerro.