literatura venezolana

de hoy y de siempre

María o el despotismo

Mar 10, 2025

Zulima (Lina López de Aramburu)

PERSONAJES:

DON FERMÍN
ÁNGELA, su esposa
MARÍA/ENRIQUE (sus hijos)
CARLOS PENALVER (Oficial patriota).
VANDERLINDE (Id. español).
JUANA
UN SACERDOTE
ROQUE, criado
Soldados y oficiales patriotas y españoles.

La acción pasa en Villa de Cura.

Acto primero

La escena representa una sala decente, pero modesta. A la derecha, una puerta y una ventana que da a la calle. A la izquierda, dos puertas ; y una al foro, que es la entrada principal.

ESCENA PRIMERA: María y Ángela.

Ángela. Pues no sé por qué Carlos y Fermín se empeñan en que hoy mismo tenga efecto tu matrimonio. Ayer llegaron las dispensas, y hoy, de repente, sin darme tiempo para hacer preparativos, ni convidar un pariente siquiera, disponen hacerlo sin dilación.

María. Pero, convéncete, mamá : ellos que lo disponen así, su motivo tendrán. Yo así lo creo.

Angela. Es verdad; en Carlos no lo extraño; pero en Fermín… Mas, procuremos arreglar esto. (Trata de limpiar los muebles).

María. Ya sabes, mamá, que yo sólo ambiciono ser esposa de Carlos.

Ángela. Ya lo creo: a ti te contenta eso, pero a mí no. (Movimiento en María). No, no creas que es que me disgusta tu enlace, sino que no me agrada la precipitación.

María. Pues yo sí estoy contenta hoy. Amo tanto a Carlos! Sí, madre mía: me siento muy feliz al pensar que dentro de pocos momentos voy a ser su esposa; pero quedándome siempre a tu lado, no es verdad? (La abraza).

Ángela. Sí, hija mía. No te separarás de mi lado. Quizás sea esto lo único que les deba a los españoles, porque si no fuera por la guerra, Carlos te llevaría para Caracas, y entonces ¡pobres viejos!

María. No, mamá: Carlos nunca les hubiera proporcionado ese pesar. ¡Es tan bueno!…

Ángela. Sí! Y su corazón es tan generoso, que no habría podido resistir a mis lágrimas. Tienes razón: es muy bueno; ese don es del hombre valiente.

María. Pero, es más bueno que valiente.

Ángela. Oh, María! Cuando veo que el que has elegido para esposo tuyo es un patriota y no uno de esos españoles que…

María. (Riendo) Ah! Si todos sintieran tu odio a los españoles Sin duda la libertad de nuestra patria estaría sancionada.

Ángela. Y, ¿tú crees que pasara mucho tiempo sin que eso suceda ? Qué poco conoces el carácter venezolano. Desengáñate: sin armamento, sin pertrecho, y casi sin vestir, ellos triunfarán, sabes por qué? Porque tienen a su cabeza al invicto, al inspirado Simón Bolívar, que les ha trasmitido su amor a la libertad, y los ha impulsado con sus doctrinas a pelear, con la desesperación de obtenerla. Por eso nuestros compatriotas llevan por lema: vencer o morir, porque son valientes.

María. Tienes razón. Los venezolanos pelean con el valor del león que defiende su guarida; con la tenacidad del náufrago que, viendo cercano su último instante, bracea con el incansable afán de salvar su vida; porque ellos conocen que venciendo lo salvan todo.

Ángela. Eso es lo que me hace asegurarte que triunfaremos, y que muy pronto será un hecho la independencia Sur-americana.

María. Oh! Ya lo creo. La fe de los patriotas en su triunfo es tan grande como la de un niño en su madre.

Ángela. Debemos tenerla, porque esa es nuestra áncora de salvación.

María. No te hagas tantas ilusiones, porque, ¡cuánta sangre y cuántas lágrimas , tendremos que verter, antes de ver triunfante en todo el continente la enseña tricolor.

Ángela. No lo niego; pero, así y todo, los patriotas sabrán lanzarlos de nuestro suelo como merecen, por usurpadores.

María. Te olvidas, mamá, de que corre por tus venas sangre española.

Ángela. ¿Quién se acuerda de eso? (Se queda pensativa).

María. Te ciega el amor patrio, y te olvidas de que debemos prepararnos. Papa y Carlos deben venir pronto.

Ángela. Es verdad. Pero, dime: ¿no debo decir tampoco que ellos tienen la culpa de que tu boda sea tan triste?

María. ¿Y eso qué importa? Ser esposa de Carlos es cuanto deseo.

Ángela. Ya lo creo; como tú le amas, tienes con eso; pero como yo te amo a ti…, me desagrada esta tristeza Pero, vamos a disponer tus galas de desposada. (Váse)

María. Pronto iré.

ESCENA SEGUNDA. María. —Después Carlos.

María. Dios mío! Siento mi corazón agitarse de una manera desesperada No sé por qué pero, al mismo tiempo que mi alma se dilata de felicidad, un secreto presentimiento me hace estremecer. Me amenazará, alguna desgracia? ¡Ah, Carlos mío! Tú has llegado a ser mi sueño, mi ilusión; tu dulce amor es el que le da vida a mi vida. Pero, ya lo comprendo lo que me agita y me hace estremecer es que mi suerte va a unirse a la tuya para, siempre, y no es suficiente mi pecho para guardar tanta dicha. (Viendo a Carlos) Ah!

Carlos  (Entrando, le toma la mano apasionadamente) Bien mío! Mi María!

María. Amado Carlos!

Carlos. Pero, qué descuidada estás. ¿No me esperabas?

María: ¿A qué preguntarme eso cuando sabes que eres tú mi solo pensamiento? Pero aún

es temprano; me dijiste que a las seis y sólo son las tres.

Carlos. Es verdad; pero Don Fermín y yo hemos resuelto hacerlo lo más pronto posible. Él fue a prevenir el párroco y yo vine a avisarles a ustedes.

María. ¿Y eso por qué, Carlos?

Carlos. Porque yo no tengo otro deseo que llamarte mi esposa. ¿Te pesa el adelanto, María?

María. No, Carlos; al contrario. Te amo tanto!

Carlos. Sí, mi María: dentro de breves instantes serás mi esposa para siempre, y nadie, caro bien mío, podrá arrebatarme tu amor, porque tú morirás primero que faltar a la fe que has de jurarme en el altar.

María. Oh! Gracias, Carlos mío; haces bien en no dudar, que nadie, nadie, te arrebatará el amor de tu María. Y si por desgracia no fueras hoy mi esposo, ninguno llegaría a serlo jamás.

Carlos. (Con pasión) Escucha, ángel mío: te amo tanto, que en todos los momentos de mi vida, por peligrosos que sean, tu dulce recuerdo es siempre el hermano inseparable de tu pobre Carlos. Cuando en medio de la azarosa vida que lleva el militar alzado para defender los derechos de la libertad, me hallo al frente de un inmenso peligro, de esos que absorben por completo nuestro pensamiento, tu recuerdo, siempre fijo en mi memoria, es el talismán que me anima en esa hora terrible.

María. Carlos, ¡Cómo no amarte!

Carlos. Cuando en medio del combate cruzan 1as balas por encima de mi cabeza, y, enardecido por el ardor que se siente en ese momento, avanzo impulsando a los soldados a quitar al enemigo que me estorba, tu imagen, mi dulce María, pasa envuelta en ese torbellino impetuoso que me agita; al abrir mis labios para decir: —»Avancen! Vencer o  morir!», mi corazón pronuncia dulcemente tu nombre, y tu recuerdo me anima y da valor en ese instante.

María. Carlos mío! Cuánto me amas! Qué feliz es tu María!

Carlos. Pues bien: aceleremos el instante de nuestra dicha, porque un momento que perdimos puede arrebatárnosla, tal vez para siempre.

María. Carlos! Por qué?

Carlos. Escucha: como eres una mujer pensador ay me amas, no debo ocultarte nada.

María. Sí, habla: dímelo todo, por Dios.

Carlos. Los españoles han tomado a La Victoria. Y sé que avanzan hacia aquí. Tú sabes que este pueblo me fue entregado por los republicanos para custodiarle. Mi deber debo cumplirle; pero, antes, quiero llamarte mi esposa.

María. ¡Los realistas! ¡Dios eterno!

Carlos. Ellos avanzan con valor indomable, abastecidos de pertrecho y de hombres que quitan sin reparo los obstáculos. Yo debo estar listo para hacerles frente.

María. ¿Y llegarán aquí? ¿Te veré salir al combate apenas seas mi esposo? Eso sería horrible, cruel!

Carlos. Pero necesario.

María. ¡Necesario!

Carlos. Sí, María! Porque este pueblo ha sido entregado para custodiarle, a mi honor como caballero, a mi valor como soldado.

María. Es verdad pero y si una bala…

Carlos. Y eso, ¿qué importa? Si en ese instante una bala me parte el corazón, habré muerto defendiendo mi puesto; habré muerto sosteniendo mi honor; habré muerto defendiéndote a ti, dulce amor mío; y sobre todo, habré muerto salvando mi patria.

María. ¡Qué horrible epitalamio el que me espera! (Llora).

Carlos. Aún es tiempo: no se hará la boda. Es bien triste, en verdad, no ofrecerte sino la esperanza de llorar sobre mi tumba… María, adiós (Vase).

María. (Corre y Je detiene). ¡Carlos! ¡Esposo mío! Ven: las antorchas deben arder en el altar; ven, amado mío, ven a recibirme por esposa.

Carlos. (Le toma las manos y las estrecha contra su corazón). Antes, óyeme. Varias veces te he referido la muerte que los españoles dieron a mi padre, viejo ya, enfermo y ciego, por el solo delito de tener amigos patriotas. Mi madre, que amaba a su esposo con toda el alma, fue a implorar de rodillas el perdón del pobre ciego. Y, ¿lo creerás tú? Mi desgraciada madre fue detenida; y después, obligada a presenciar el asesinato de su querido compañero, ejecutado entre chistes y algazara.

María. ¡Qué honor!

Carlos. Fue inmenso su martirio; y no pudiendo resistir tales emociones, tres días después dejó de existir!

María. ¡Pobre e infeliz señora!

Carlos. Yo estaba estudiando; y al recibir tan rudo golpe, juré sobre sus tumbas vengarlo. Inmediatamente me fui a incorporar a 1as filas revolucionarias, decidido a derramar mi sangre, para limpiar mi patria de tan cenagosas almas.

María. Tienes razón. Ese juramento es sagrado y debes cumplirle.

Carlos. La suerte me trajo a este pueblo, y aquí te conocí. Tú sabes el profundo amor que me inspiraste. Me amaste tú; y juré hacerte mi dulce compañera.

María. ¡Pobre Carlos! Cuánto has sufrido!

Carlos. Por eso, al saber que se acercaban los españoles, rogué a tu padre enardecidamente que me concediera el favor de hacerte mi esposa hoy mismo, porque, ¿lo creerás?, a veces me figuro, para mayor desesperación, que como tú eres mi sola dicha en el mundo, mi único bien en la tierra, ellos vendrán arrancarte de mis brazos. Y, Oh, María! entonces moriría de dolor…

María. Desecha esos temores. ¿No te amo con todo mi corazón? ¿ No voy a ser tu esposa dentro de poco?

Carlos. Yo era rico y feliz con mis padres; y en pocas horas quedé huérfano y pobre. ¿Qué tiene de extraño que tema me arrebaten el tesoro que poseo?

María. Eso no sucederá jamás, porque yo no puedo vivir sin tu amor. Y voy a disponerme para irnos lo más pronto a la iglesia.

Carlos. Mi dulce María: si la desgracia impidiera que fueras ahora mi esposa, ¿faltarías a la fe jurada?

María. Jamás, jamás moriría antes que faltar a mis juramentos, Carlos. ¡Tuya o  de Dios!

Carlos. Basta, ángel mío. Ve y vuelve pronto, que te espero con ansiedad.

ESCENA TERCERA. Carlos. —Después, Fermín.

Carlos. Sí!, el enemigo sé que ha salido de La Victoria y avanza hacia aquí. Mis avanzadas están ya alertadas pero temo una sorpresa. Estoy intranquilo; pero antes de todo deseo hacer a María mi esposa, pues todo me sobresalta con la idea de perderla. Sí, mi María: yo no podría sobrevivir a tu pérdida. Yo pelearé hasta morir para salvar mi único tesoro, que eres tú. El enemigo trae fuerzas bien equipadas Yo apenas cuento con un puñado de hombres mal armados. Mas… yo no desespero, y pelearé hasta salvar mi patria.

Fermín. (Entrando). Carlos!

Carlos. Padre!

Fermín. Hijo mío: creo una temeridad querer realizar hoy tu enlace con María. Ella a mi lado y amándote como te ama, te guardará su amor y sus promesas lo mismo que si fuera tu esposa. Verdad que dentro de tres días ibas a realizarle; pero al saber que el enemigo se mueve, tratas de violentarle. ¿Temes acaso una sorpresa?

Carlos. ¿Y os oponéis, padre mío? ¿No me ofreciste hablar con el padre José?

Fermín. Sí te lo ofrecí; y dejé allá a Enrique con mis instrucciones, porque me urgía hablarte.

Carlos. ¿.Tenéis alguna noticia que os haya hecho desistir? (Sobresaltado). Hablad, por Dios!

Fermín. No, ninguna: quería hablarte sobre el matrimonio, lo que te he dicho.

CJarlos. Pues bien: esperadme mientras voy a dar una revisada a mis fuerzas; pronto estaré aquí. Por lo que respecta a mi enlace con María, no me neguéis, padre mío, este favor. Otorgadle a un pobre militar que siempre está al borde de la tumba.

Fermín. Así se hará, si tanto lo deseas. Vuelve pronto, que estaremos dispuestos para ir al templo.

Carlos. Voy, pues. (Vase).

ESCENA CUARTA. Fermín. —Después, Enrique.

Fermín. No hay duda: los enemigos ganan terreno. Todos están sobresaltados con los triunfos que obtienen ¡Pobres republicanos! ¡Y pobre Carlos! Si el enemigo se dirige hacia aquí, tu derrota es inevitable, pues no cuentas sino con una escasa fuerza, falta de pertrecho. A ti  no te queda otro recurso que evacuar el pueblo e irte a reunir con los otros republicanos. Yo no debía consentir en que se haga hoy este matrimonio, en el estado ele alarma en que se está; pero, qué hacer! ¡Pobres muchachos! Todo lo tenían dispuesto para dentro de tres días. Su felicidad dicen que está basada en él. ¿Cómo oponerme? ¡Se aman tanto! Pero, aquí esta Enrique.

Enrique. Papá: el padre José tiene todo dispuesto, y espera a los novios. Pero, ¿do están?

Fermín. Tu hermana se está arreglando dentro. Carlos vendrá pronto.

Enrique. ¡Qué linda quedara María con su traje de desposada! ¡La quiero tanto! Tú también, verdad?

Feemín. Sí, hijo mío: la quiero con toda el alma; pero hoy siento mezclado ese cariño con un no sé qué de compasión. ¡Pobre hija mía!

Enrique. ¡Compasión! ¿Por qué? ¿Carlos no la ama, y ella no ama a Carlos? ¿A qué compadecerla?

Fermín. Es verdad  pero siento tristeza.

Enrique. Yo creo que cuando dos seres se aman como ellos, y se unen para siempre, deben disfrutar de una dicha incomparable.

Fermín. Si, hijo mío: es cierto. Pero siento que el corazón se me oprime al pensar en ella.

Enriue. ¿Por qué, siendo tan querida de Carlos y de nosotros? Pero, voy por ella, para que, al verla, se disipen tus temores. (Vase).

ESCENA QUINTA. Fermín, Carlos, Enrique, María, Ángela, Juana y Roque.

Carlos. (Entrando). Padre mío: ¿Dónde está María? Se hace tarde, Fermín. Enrique Fue por ellas; pero, helas aquí.

(Salen. María, que corre y abraza a su padre; éste la besa con ternura. Ángela, Enrique, y Juana).

Fermín. Partamos, pues.

(Se van todos, menos Juana. Al salir por el foro, aparecerá Roque en la escena, y corriendo seguirá a aquéllos).

ESCENA SEXTA. Juana.—Después, Roque.

Juana. Gracias a Dios que al fin va María a casarse con Carlos. ¡Cuánto me alegro!, porque sé que está contenta mi buena y querida María. Desde que la mecí en la cuna, le profeso un afecto de madre. Y si quiero tanto a Carlos es porque conozco que la quiere mucho. Me parece que los veo como amorosas palomitas. Se aman tanto! (Se sienten carreras y tiros). Pero, ¡qué escucho! Tiros… carreras… gritos! Dios eterno!, ¡qué será! Ángela, María, todos, ¿dónde estarán? (Entra Roque corriendo y jadeante. Juana corre a su encuentro). Roque: ¿qué tiros son esos, y esas carreras y alborotos? ¿En dónde quedo  la familia? Roque. Juana, escóndeme: tengo miedo, mucho miedo. Yo he visto los españoles ahí mismo.

Juana. Jesús! Ave María purísima! ¿Qué buscan esos hombres aquí?

Roque. Escóndeme, Juana: escóndeme, por Dios! (Temblando)

Juana. ¿Dónde he de esconderte, muchacho, si ellos cuando entran registran hasta el último rincón! Lo mejor que puedes hacer es coger un fusil e irte a pelear.

Roque. (Dando un salto atrás, asustado) A pelear yo?

Juana. Sí. Vete con Carlos (Demostrará agitación.)

Roque. (Lloriqueando) Sí: ya va él a dejar los arrullos de su esposa, para ir a que le maten.

Juana. Calla, imbécil… Pero, no llegan y siguen los tiros ¡Dios mío!

Roque. Juana, voy a meterme en el baúl. Ven para que le eches llave. (Sale corriendo)

ESCENA SÉPTIMA. Juana, María, Ángela, Fermín, Enrique.

(María entrara desesperada; Ángela, Fermín y Enrique tratan de contenerla.)

Juana. (Recibiéndola en sus brazos) ¡María, querida María!

María. ¡Juana! ¿Y mi Carlos? ¿En dónde está? Mi adorado esposo, ¿a dónde ha ido? ¿Por qué me deja?

(Se oyen los tiros cerca y los vítores)

Voces (Dentro). ¡Viva la libertad! ¡Viva la Patria! ¡Viva Simón Bolívar!

Masía. ¡Dios mío! Le van a matar! Dejadme ir a morir con él.

Fermín. Hija de mi corazón: ten valor y resignación!

(Ella reclina su cabeza en el hombro de Juana, que la tendrá abrazada, y llora. Ángela estará cerrando la ventana y asegurando la puerta que da a la calle.)

Juana. Pero, decidme, Don Fermín, lo que ha pasado.

Fermín. Salimos de aquí para el templo; y ya en él, sentimos alertas, tiros, carreras. Carlos, desalentado, tomo  a María de la mano, y poniéndola en mis brazos, me dijo: «Padre mío: en vuestros brazos dejo depositado el único tesoro que poseo en la tierra: guárdamela. Y tú, María: consérvame tu fe y tus juramentos, y espera a tu esposo», y corrió a unirse a sus tropas. Los realistas han sorprendido esta Villa; y los pobres patriotas pelean desesperados. ¿No oís?

(Se sienten tiros ya en la calle, casi al pie de la ventana; y los vítores patriotas se van alejando. Ya se sienten los gritos realistas).

Voces. (Dentro) ¡Viva el Rey Fernando VII!

María. ¡Dios Todopoderoso! Protege a mi Carlos. ¡Salva a mi esposo!

Ángela. Ven, Fermín; ven, Enrique: los patriotas se han alejado. Ya los españoles están en la Villa; ya se sienten los golpes para romper las puertas y empezar el saqueo. Venid, que al entrar y veros, pueden en el primer ímpetu mataros. (Se los lleva y vuelve prontamente.)

ESCENA OCTAVA. Juana, María, Ángela, Vanderlinde, soldados.

Juana. Los golpes, Ángela, son ya en esta calle. Cielos! ¡Qué haremos!

María. Dios mío! ¡Salva a mi Carlos!

(Se sienten golpes en la puerta que tratan de forzar por fuera.)

Ángela. Juana: mira, fuerzan la puerta. Ya cede hija mía! Van a entrar… mira!

(Ángela trata de cubrir a María con su cuerpo. La puerta se abre en el momento en que María se desprende de Juana.)

María. (Desesperada) ¡Carlos! ¡Carlos mío! Adiós! (Entra un oficial español, seguido de soldados) (Aquélla, asustada) Ah!

Ángela. (Al oficial) ¡Piedad, Señor!

Vanderlinde. ¡Dios mío, qué he hecho! Nada temáis, señora!

Ángela. (Juntando las manos) Oh! Gracias caballero, gracias!

Vanderlinde. (Viendo a María) Me deslumbra su hermosura. (A los soldados) Venid. (Vanse).

María. (Arrojándose en los brazos de su madre) ¡Madre mía, tengo miedo!

Ángela. ¡Dios nos salve!

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