César Rengifo
Lo fundamental, en su contenido trágico, del episodio que en las siguientes líneas se dramatiza, anduvo de boca en boca en la gente caraqueña en los duros días de la lucha emancipadora. La pluma del escritor Eduardo Blanco lo recogió y divulgó como crónica a fines del siglo XIX.
Personajes
MANUELOTE: Negro esclavo. 50 años.
PETRONA: Mujer de Manuelote. 30 años.
ROSO: Oficial insurgente, primo de don Martín.
DON MARTÍN: Un criollo insurgente.40 años.
DOS HOMBRES
BANDO
VOCES
Acción
En Caracas, en una casa vieja de sus afueras.
Época
1814
Escenario
Habitación amplia, de paredes gruesas y sucias, dividida en dos por un muro oblicuo, de los llamados muros de contención en las viejas construcciones españolas. En la parte derecha, al fondo, hay una ventana cerrada, la cual al abrirse deja ver un pedazo de calle; cerca de ella, hacia el rincón derecho, se alza un fogón rústico sobre el cual se ven ollas de barro cocido, escudillas y otros útiles como totumas, cucharas de palo, etc. Hacia ese mismo lado, en la pared lateral derecha está la puerta de entrada. Hacia el proscenio, y en la misma línea del muro que corta en dos la estancia, están una mesa y un taburete, ambos sucios y destartalados. Sobre la mesa hay un farol, una pimpina con agua y dos pocillos de estaño. En el lado izquierdo de la escena, a manera de cuartuchos, está un camastro rústico de lona y paja; junto, a la pared lateral izquierda se ve un viejo baúl. En las paredes, algunos santos, un colgador de palo y una repisa con un candil apagado.
El cuartucho y todo lo que hay en él quedan fuera de visión de cualquier persona que se mueva cerca del fogón y la puerta de entrada.
Son las cinco de la mañana. En escena –que está casi oscura– se encuentran Manuelote –quien viste un pantalón de lienzo y franela, ambas prendas muy sucias y raídas, está descalzo– y Petrona, su mujer, ataviada con falda oscura, cota con mangas hasta medio brazo y alpargatas de cocuiza; su vestimenta también luce pobre y sucia. Manuelote se halla acostado en el camastro, mientras Petrona sopla la candela cerca del fogón. A lo lejos canta un gallo y suena la campana de una iglesia. Petrona se mueve y enciende el farol que está sobre la mesa. Manuelote se incorpora perezosamente, camina hasta el taburete y se sienta. Petrona le ofrece café.
PETRONA: Toma, está cerrero. (Da café a Manuelote) ¡Hace frío! (Se arregla el paño) Pero tendré que salir. (Agarra una cesta y la sacude.)
MANUELOTE: Podías esperar un poco más. (Pausa.) Apenas son las cinco y todavía hay movimiento de tropa por la ciudad. Con esa entrada de Boves toda la noche han estado pasando por aquí gente armada y caballería. ¿No sentiste?
PETRONA: (Negando con gesto de cabeza) ¡Dormí como una piedra! (Se oyen muy lejos unos tiros.)
MANUELOTE: ¿Oyes? Las cosas siguen revueltas afuera.
PETRONA: Sin embargo, debo aprovechar la mañanita y buscar algo para comer. Aquí no hay nada, los últimos granos de café se acabaron.
MANUELOTE: Si quieres, anda, pero dudo que encuentres. Anoche vi a los soldados de Boves requisando las pulperías y llevándose cuanto encontraban. Y los dueños que se oponían eran golpeados sin misericordia. ¡A muchos hasta los sacaron amarrados para la cárcel!
PETRONA: Serían republicanos. (Arregla algo en el fogón.)
MANUELOTE: ¡Tal vez! ¡Los andan persiguiendo como conejos! ¡Parece que ayer mismo, al atardecer, empezaron los fusilamientos en la Plaza Mayor!
PETRONA: ¡Dicen los españoles que no dejarán ni uno vivo!
MANUELOTE: Daba lástima ver cómo los sacaban de sus casas sin que valieran súplicas ni llantos.
PETRONA: ¡Dios los ampare! (Pausa.) Oye, ¿y de los amos qué supiste por fin?
MANUELOTE: Lo mismo… Que las doñas y los chicos emigraron a oriente, y si son los hombres, parece que aún andan con las tropas insurgentes. Eso, si no los mataron en la fulana batalla que hubo hace días no sé dónde. ¡Dicen que fue espantosa; el tal Boves no hizo sino pasar cuchillos por los pescuezos!
PETRONA: ¿Entonces eso quiere decir que tendremos que permanecer aquí cuidando esta vieja casa y pasando penurias?
MANUELOTE: Así será hasta que Dios quiera… Pues, con esa guerra prendida y los amos huyendo o muertos, ¿qué vamos a hacer? Hasta es mejor no volver ni a
mirar siquiera la casa grande.
PETRONA: ¡Tienes razón! (Abre la ventana) Ya está claro del todo, ahora sí. …Saldré. Ojalá encuentre aunque sea un poco de yuca o una cuartilla de maíz. (Apaga el farol.)
MANUELOTE: ¡Ojalá! Pero no vayas muy lejos. (Se pone de pie) Déjame ver afuera por si acaso. (Abre la puerta de la calle y echa un vistazo) ¡No hay ni un alma por esas calles!
PETRONA: Cuida de que no se apague la candela, pues no hay yesca. (Sale con cierto sigilo.)
MANUELOTE: ¡No te preocupes, mujer!
(Manuelote cierra la puerta, toma unos leños del suelo y comienza a partirlos con el machete, luego empleando el cuchillo, saca algunos y los coloca convenientemente. Con sumo cuidado sopla y atiza, cuando hace eso se oyen unos toques leves en la ventana como si alguien rasguñara la madera. Manuelote se inquieta y detiene sus manipulaciones con las astillas. Los toques se repiten, esta vez con más apuro, receloso, Manuelote va y abre la ventana. Afuera aparece un hombre con sombrero negro y embozado en una capa oscura, apenas deja ver algo de su rostro.)
MANUELOTE: (Sorprendido) ¡Teniente Roso! ¿Qué hace por aquí?
ROSO: ¡Ábreme rápido! ¡Necesito hablarte!
MANUELOTE: ¡Sí! ¡Cómo no!
(Abre la puerta, entra Roso, viste pantalón claro, botas a media pierna, blusa azul cerrada, sombrero y capa, en la mano lleva una pistola la cual guarda al entrar.)
ROSO: ¿Hay alguien más aquí?
MANUELOTE: No, señor.
ROSO: ¡Mejor así! (Se quita la capa.)
MANUELOTE: ¿Qué ocurre? ¡Lo hacía a usted lejos! Me dijeron que andaba con su primo don Martín en los ejércitos insurgentes.
ROSO: Sí, pero… ¿no sabes lo del combate de La Puerta el 15 de junio?
MANUELOTE: ¡Algo he oído!
ROSO: ¡Nos derrotaron! Estamos fugitivos. ¡Aún ni sé cómo pudimos regresar a Caracas sin ser interceptados por los asesinos de Boves! A duras penas hemos cruzado campos y montañas andando de día y de noche…
MANUELOTE: ¿Y don Martín?
ROSO: ¡Está herido de gravedad!
MANUELOTE: ¡Válgame Dios! ¡Cómo va a ser! (Se santigua.)
ROSO: ¡Sí, un lanzazo en el pecho! De eso quiero hablarte…
MANUELOTE: ¡Diga usted!
ROSO: Don Martín siempre te ha tenido por un esclavo de confianza.
MANUELOTE: ¡Así ha sido!
ROSO: Dice que eres un negro fiel. Hasta te ha dado a cuidar esta casa junto con tu mujer, considerando que sufriste una grave enfermedad.
MANUELOTE: ¡Así es como usted dice!
(Afuera, a lo lejos, se oyen tiros.)
ROSO: ¿Puede don Martín seguir confiando en ti?
MANUELOTE: ¿Confiar en mí el amo? Pues, ¿por qué no?
ROSO: Ahora está perseguido. Si Boves lo encuentra lo fusilará, como a tantos. ¿No oyes los disparos?
MANUELOTE: Sí, suena en varios sitios. ¡Desde anoche no han cesado!
ROSO: ¡Son los fusilamientos! ¡Y todavía hay más de cien de los nuestros en el banquillo, les va a faltar pólvora!
MANUELOTE: (Persignándose) ¡Que Dios los ampare con su santo poder!
ROSO: ¡Quieren acabarnos! Pero todo no está perdido, aún hay esperanzas, por eso debemos seguir viviendo… ¡Y luchando!
MANUELOTE: ¡Así debe ser como usted dice!
ROSO: Algún día venceremos. (Pausa.) Pero, tenemos que evitar caer en manos del enemigo.
MANUELOTE: Naturalmente. ¡Hay que esperar de Dios!
ROSO: ¡Manuelote! ¿Podemos confiar en ti? ¿Nos ayudarías?
MANUELOTE: ¿Ayudarlos? ¿Yo? ¡Qué cosas dice usted!
ROSO: ¡Sí! ¡Tú! ¿Cuidarías aquí a don Martín? ¿Te atreverías?
MANUELOTE: ¿A don Martín? ¿Dónde está?
ROSO: Afuera, en la quebrada, junto a los cujíes…
MANUELOTE: ¡Santo Dios! ¡El amo allí!
ROSO: Su herida lo tiene postrado… No podemos avanzar más con él así… ¡Y necesitamos llegar hasta La Guaira!
MANUELOTE: ¡Hasta La Guaira! ¡Todo está invadido de soldados de Boves!
ROSO: ¡A pesar de eso debemos seguir! Nos aguarda allí una goleta que ha de conducirnos a Curazao. Una vez curado don Martín volveremos a reunirnos con la gente de Bolívar. (Pausa.) Pero si no llegamos esta noche al puerto ya no habrá esperanzas, ¡y don Martín puede ser muerto! Sabemos que lo buscan incansablemente, ¡Boves lo cuenta como una presa codiciada!
MANUELOTE: ¡Pobre amo. Hay que traerlo pronto! Aquí estará bien escondido, yo lo cuidaré… Si él confió en mí, ¡lo cuidaré!
ROSO: ¡Eso esperaba de ti! Será por poco tiempo, mientras consigo unas mulas y medicamentos.
MANUELOTE: Vamos a buscarlo… (Hace un gesto de ir.)
ROSO: (Lo detiene por un brazo) ¡No salgas tú! Espera aquí, ya lo traeremos. (Sale rápido.)
MANUELOTE: ¡Qué guerra ésta! ¡Qué guerra!
(Entrejunta la puerta de la calle que Roso dejó abierta. Luego va al cuartucho y arregla un poco el camastro. La puerta se abre y entra Roso seguido por dos hombres quienes traen a don Martín sobre una hamaca y cubierto con una cobija azul.)
ROSO: Aquí está, ¿dónde lo acostamos?
MANUELOTE: ¡Por aquí, por aquí!
(Los guía hasta el camastro, los hombres colocan en él a don Martín quien está inconsciente. Don Martín viste un traje parecido al de Roso, pero carga presillas de alta graduación y jubón rojo. Lleva la cabeza y el pecho vendados.)
ROSO: (A Manuelote) ¡Mucho cuidado! Te lo confío, que nadie lo vea… yo voy hacia Tacagua a buscar las mulas, en cuanto las consiga, vuelvo por él…! ¡Cierra bien la puerta!
(Después de palpar a don Martín y arroparlo hasta el pecho con la cobija, Roso sale seguido por los dos hombres. Manuelote cierra la puerta tras ellos y vuelve hasta don Martín, lo mira con mucho cuidado, luego va y llena un pocillo de agua y trata de hacer que tome. Pero don Martín permanece inmóvil. Manuelote se encamina al fogón y atiza el fuego, cuando hace eso, tocan a la puerta.)
MANUELOTE: (Receloso) ¿Quién es?
PETRONA: (Desde afuera) ¡Yo, Petrona! (Grita) ¡Vengo cansada!
MANUELOTE: (Abriendo la puerta) ¡No hables recio!
PETRONA: ¿Por qué?
MANUELOTE: ¡Por nada!
PETRONA: (Yendo hacia el fogón) ¡Si vieras la cantidad de gente hambrienta que hay por esas calles buscando lo que sea! ¡Parece el fin del mundo! Y los soldados de Boves sacando presos para matarlos… ¡Andan muchos bandos! (Pone la cesta en el fogón y comienza a quitarse el pañuelo de la cabeza) Se ven papeles en las paredes con los nombres de los que buscan. Dicen que hay anotados muchos y que quien se atreva a esconder a alguno también lo… (Se pasa la mano por el cuello.)
MANUELOTE: ¡Ah! Pero deben ser cosas de la gente…
PETRONA: ¡Quién sabe! Aún vengo con miedo… (Nerviosa, bebe agua. A lo lejos se oyen tambores y cornetas, luego ruido de gente que habla y grita.) ¿No oyes? ¡Es uno de los bandos! (Rápido abre la ventana, se ve pasar gente y soldados, a lo lejos, luego de un redoble de tambor, una voz grita:)
VOZ: ¡Al pregonero! ¡Al pregonero! ¡José Tomás Boves, Jefe Supremo de los Ejércitos del Rey avisa a todos los habitantes de esta ciudad de Caracas que será recompensado con cinco mil pesos todo aquel que entregue vivos o muertos a los cabecillas facciosos que, alzándose en armas contra la gran nación española y su legítimo soberano, han sumido a esta Provincia en terribles calamidades…!
(Pausa. Redobla el tambor.)
MANUELOTE: ¡Cierra la ventana!
PETRONA: Déjame escuchar más…
VOZ: ¡Al pregonero! ¡Al pregonero! ¡Atención: cinco mil pesos para quien entregue vivos o muertos a los siguientes facciosos que pueden estar ocultos en esta ciudad y llamados Antonio Alvoces, Valentín Cienfuegos, Nicolás Jaramillo, Domingo Torres, Francisco Granados, Martín Tovar…!
PETRONA: (Cerrando la ventana con miedo y persignándose) ¡¿Oíste? Nombraron a don Martín!
(Afuera redobla el tambor y el murmullo se aleja.)
MANUELOTE: Sí… ¡Lo nombraron! (Bajando la voz) ¡Boves lo busca!
PETRONA: ¿Te fijaste cuánto ofrecen por su cabeza? ¡Cinco mil pesos!
MANUELOTE: ¡Parece mentira! ¡Tanto dinero! (Pausa.) ¡Pero no lo encontrarán!
PETRONA: ¡Ojalá que no! (Pausa.) Pero… el que lo encuentre…
MANUELOTE: ¿Qué?
PETRONA: ¡Se hará rico!
MANUELOTE: No pagan nada… ¡Son embustes!
PETRONA: ¡Sí pagan! Yo sé de una vieja que cuando Monteverde ocupó a Caracas, entregó a uno y le pagaron… ¡Está rica no sé dónde!
MANUELOTE: ¡Siempre crees en cuentos! (Pausa.) Ah, pero… ¿Qué trajiste? (Le muestra la cesta.)
PETRONA: ¡Sólo maíz y un poco de salón de chivo! Más nada había… ¡Umm! y si vieras cuánto tuve que caminar… (Se oye nuevamente el tambor y pasos de soldados y gente.) (Nerviosa) ¡Parece que buscan por aquí! ¡Dicen que Boves no quiere dejar ni un sólo insurgente vivo! ¡Ni uno solo!
MANUELOTE: ¡No podrá matarlos a todos!
PETRONA: ¡Quién sabe…! Eso de ir contra nuestro señor el Rey es muy serio… ¿No escuchaste en la misa del domingo?
MANUELOTE: ¡No!
PETRONA: Dijo el señor cura que todos se condenarán… Hasta a don Martín lo espera el infierno, ¡Qué horror!
MANUELOTE: (Asomándose a la ventana) ¡Quedó sola otra vez la calle! (Pausa sostenida.) (Cierra la ventana.)
PETRONA: ¡Gracias a Dios!
MANUELOTE: (Luego de una pausa) ¡Petrona!
PETRONA: ¡¿Qué?! (Saca de la cesta el chivo y el maíz.)
MANUELOTE: Prepara un caldo con el chivo…
PETRONA: ¿Caldo? ¿Para qué? (Termina de quitarse el pañuelo de la cabeza.)
MANUELOTE: ¡Pues, porque sí!
PETRONA: Lo que son las cosas, ¡nunca te ha gustado el caldo de chivo!
MANUELOTE: Pero ahora va a hacer falta…
PETRONA: ¿Tienes tanta, hambre? (Camina hacia el cuartucho con el paño en la mano) Caldo de chivo sin verduras no sabe a nada… (Al avanzar ve a don Martín). ¡Ah! ¡Qué susto! ¡¿Don Martín aquí?! (A Manuelote) ¿Por qué está ahí? ¿Cómo vino?
MANUELOTE: ¡El teniente Roso lo trajo!
PETRONA: ¡Dios mío!
MANUELOTE: (Acercándose a Petrona) ¡Nadie debe saber que está aquí! ¡¿Oyes?! ¡Nadie!
PETRONA: ¡Ah, si lo encuentran pueden matarnos también! (Pausa. Petrona se muestra muy nerviosa) ¿Por qué lo dejaste traer? No has debido…
MANUELOTE: (Interrumpiéndola y alzando los hombros) ¿Esta no es su casa? ¡Soy su servidor!, ¡su esclavo! Además…
PETRONA: ¡Tengo miedo! ¡Nos matarán! ¡Vi en la plaza la horca, los fusiles, las lanzas! Oí las súplicas de los condenados, los llantos de sus hijos y sus mujeres… Boves no perdona… ¿Por qué no se te ocurrió algo para negarte a recibirlo?
MANUELOTE: ¿Qué podía decir?
PETRONA: ¡Cualquier cosa! ¡Que hay soldados rondando…! En fin… Algo…
MANUELOTE: ¡No se me ocurrió! Pero no tengas miedo, nada sucederá…
PETRONA: ¡Quién sabe! (Pausa.) ¡No veo por qué vamos a exponernos nosotros! ¡Por qué correr ese peligro!
MANUELOTE: ¡Quédate tranquila y cocina el caldo! (Le tiende una olla de barro.)
PETRONA: ¡No sabes lo que haces! (Airada) ¡Por qué razón lo trajeron!
MANUELOTE: ¡Tuvieron confianza en mí! ¡Confianza en el esclavo Manuelote…! ¿Te das cuenta?
PETRONA: ¡Tonterías! ¡Cuando pase todo ni te lo agradecerán! ¡Ya verás!
MANUELOTE: ¡Puede ser! Pero no lo hice por eso. (Pausa prolongada.)
PETRONA: ¿Está muy herido?
MANUELOTE: (Tomando por un brazo a Petrona y conduciéndola cerca de don Martín) Tiene un lanzazo en el pecho… Es grave… ¡Perdió el sentido!
PETRONA: Seguramente morirá. (Se acerca a don Martín y lo toca) ¡Está prendido en fiebre y desencajado!
MANUELOTE: Roso volverá a buscarlo. Lo sacará hacia Curazao.
PETRONA: ¿Así como está?
MANUELOTE: ¡Debe salir esta noche!
PETRONA: ¡Ojalá así sea y se lo lleve! Estoy nerviosa. Tengo las manos frías. (Con nerviosidad se pone a preparar algo en una olla de barro cocido.)
MANUELOTE: Nada ocurrirá… (Pausa larga.) ¿Te pico más leña?
PETRONA: No hace falta… Pero agua sí. ¿Por qué no la buscas?
MANUELOTE: (Hace la intención de tomar una vasija, pero se detiene e incorpora) ¡No, no debo salir de aquí hasta que venga Roso, el amo puede necesitar algo!
PETRONA: ¿Qué va a necesitar? Como no sea una vela y que le recen.
MANUELOTE: ¡No piensas sino en lo malo! ¡Cállate y haz que quede bueno el caldo, le daremos un poco!
PETRONA: ¡Caldo! ¡Caldo! ¡Umm!
MANUELOTE: (Pausa. Camina y saca del baúl unas alpargatas, toma un tirapié y una aguja regresando hacia el taburete donde se sienta comenzando a coser una alpargata) ¡Yo veré si por fin coso mis alpargatas!
PETRONA: ¡Las mías tampoco sirven ya! (Alza un pie) ¡Si esto sigue así vamos a andar desnudos! (Con sorna) Y gracias que aún medio comemos. (Pausa. Se vuelve hacia Manuelote) ¡Manuelote!
MANUELOTE: ¿Qué quieres…?
PETRONA: ¿Por qué somos así?
MANUELOTE: ¿Cómo?
PETRONA: Pues… ¡Esclavos y pobres…!
MANUELOTE: ¡Quién sabe!
PETRONA: Si fuéramos libres y ricos… ¡Ah!
MANUELOTE: (Siempre cosiendo su alpargata) Muy bueno sería…
PETRONA: No nos mandaría nadie, ¿verdad?
MANUELOTE: ¡Nadie!
PETRONA: Y podríamos comer sabroso como los mantuanos y dormir en cama buena con sábanas y almohadas.
(Pausa.) ¡Ah! ¡Imagínate por un momento: ¡yo, libre de ir por donde quiera y hacer lo que me dé la gana! Sucedería como en esos sueños, que según me has contado, tenías cuando niño… ¿Te acuerdas?
MANUELOTE: Sí. (Pausa.) Eran sueños muy bonitos… A veces me veía libre y sobre un caballo blanco corriendo por caminos llenos de flores y de sol; luego subía por cerros y montañas y seguía subiendo, subiendo y llegaba a las nubes, pero seguía y seguía hasta alcanzar a las estrellas; y la risa me brotaba sabrosa porque estaba alegre, muy alegre…
PETRONA: ¡Y tan fácil que sería dejar de ser esclavos y que hasta tuvieras tu caballo blanco!
MANUELOTE: ¿Fácil? ¡Jumm! ¡Qué cosas tontas hablas!
PETRONA: No son cosas tontas. (Pausa.) Pues… Si quisiéramos…
MANUELOTE: Si quisiéramos… ¿Qué?
PETRONA: Podríamos ser ricos…
MANUELOTE: ¿Ricos? ¡No me hagas reír, mujer! (Sonríe. En el camastro, don Martín abre los ojos e incorpora la cabeza.)
PETRONA: ¡Siempre has sido un zoquete! ¿No crees que podríamos tener dinero algún día?
MANUELOTE: ¡No veo cómo! Aunque dicen que después de esta guerra y si ganan los de aquí, las cosas van a cambiar.
PETRONA: No hablo de eso, me refiero a ser ricos pronto, ¡sin esperar mucho!
MANUELOTE: ¡Serás bruja, mujer!
PETRONA: ¿No te has dado cuenta?
MANUELOTE: ¿De qué, Petrona?
PETRONA: Pues de eso… De que si quisiéramos…
MANUELOTE: Hablas mucho y no te entiendo… (Cose con cuidado.)
PETRONA: ¡Porque eres un negro escaso! ¿No oíste lo que dijo el pregón?
MANUELOTE: ¿Soy sordo, acaso?
PETRONA: ¡Pues ahí lo tienes! (Pausa.) Con sólo decir…
MANUELOTE: (Poniéndole atención) ¿Decir qué?
PETRONA: ¿No adivinas?
MANUELOTE: Aún no…
PETRONA: Pues… pues, que don Martín se esconde en esta casa…
MANUELOTE: (Dejando la alpargata, el tirapié y la aguja sobre la mesa y poniéndose de pie) ¡Petrona! (Pausa.) ¡¿Cómo puede ocurrírsete eso?! ¡¿Cómo?!
PETRONA: ¿Y a ti no se te ha ocurrido? ¡Dime!
MANUELOTE: ¡No! ¡Qué va a ocurrírseme!
PETRONA: Porque no piensas… Siempre te has conformado… ¿No estás cansado de ser un esclavo? ¿De vivir como vivimos? ¿De comer mendrugos y vestir harapos? (Pausa.) ¡Cuando el pregonero decía lo de los cinco mil pesos no hice sino pensar en todo cuanto se podía hacer con ellos!
MANUELOTE: No sigas hablando de eso. ¿Por qué se te vienen esas ideas a la cabeza? ¿Estás loca, acaso?
PETRONA: ¡El loco eres tú! Habernos expuesto a la horca aceptando aquí a ese… a ese insurgente, pues, por más que sea el amo, ¡es un insurgente! ¿Te das cuenta?
MANUELOTE: ¡Estás loca! ¡Y bien loca! ¡Eso es!
PETRONA: Lo que digo es natural… ¿Acaso una no tiene derecho a mejorar? (Don Martín vuelve a abrir los ojos, oye y mueve la cabeza con inquietud.) ¡Todavía soy joven!
MANUELOTE: ¡Pero eso que piensas es feo! ¡Muy feo! Roso confió en mí… Además, si a ver vamos, don Martín no ha sido malo conmigo.
PETRONA: ¿Qué amo es bueno? (Con sarcasmo) ¿Crees que él haría por ti lo que tú haces por él ahora? (Pausa.) Muchos lo dicen: ¡Esos blancos mantuanos no quieren sino sacar de aquí a los españoles para mandar y apretar más duro! ¿No es por eso que muchos indios y negros como nosotros están con Boves? Eso dicen y yo lo creo. (Con sorna) ¡Claro que lo creo!
MANUELOTE: Hablan muchas cosas: hasta murmuran que si gana ese Bolívar habrá libertad para todos. Que habrá igualdad… Que los negros… ¡En fin!…
PETRONA: ¿Crees eso? ¡Zoquete! ¡Negro zoquete! ¡Siéntate a esperarlo para que veas! ¡Ja, ja, ja! ¡Manuelote!
MANUELOTE: ¡Chiss! ¡Cállate! (Se acerca a don Martín y lo ve. Éste se hace el dormido.)
PETRONA: ¡Bah! Está como muerto… ¡Pronto morirá y todo será inútil!… ¿Te das cuenta? Siempre va a morirse… A lo mejor ya se está muriendo… (Pausa.) A nadie aprovechará su muerte. En cambio… Si nosotros…
MANUELOTE: No sigas pensando en eso… ¡No debes ni decirlo! (Pausa.) ¡Prometí cuidarlo!
PETRONA: Siempre piensas en los demás y nunca en ti. ¿Por qué vamos a sacrificarnos por un rico blanco? ¿Por qué? ¿Qué nos han dado ellos a nosotros como no sean palos y maltratos? ¿Te han dado algo a ti? ¡Contesta!
MANUELOTE: (Dudando) ¡Nada!
PETRONA: ¿Ves? ¿Entonces?
MANUELOTE: Pero eso de entregar a don Martín sería un proceder malo, ¡muy malo! (Pausa.) Además… Pienso…
PETRONA: ¿En qué?
MANUELOTE: Pues… Lo veo tirado allí, herido, perseguido y recuerdo lo bien que vivía con su mujer, sus hijos y su casa grande y se me ocurre que algo bueno debe haber en eso que ellos pretenden para que todo lo hubiera sacrificado así… ¿No crees?
PETRONA: ¡Qué ideas tan raras tienes…! ¿Imaginas que en ese pleito de ricos y españoles nos tocará algo bueno a nosotros, negro esclavo?
MANUELOTE: Yo no entiendo de nada, soy un negro escaso, bruto… Pero, es lo que me digo, ¿por qué va a estar don Martín así sin necesidad? ¿Por qué tantos como él se han lanzado a pelear? ¿Por qué? ¡Desde que lo trajeron me pregunto eso!
PETRONA: Y yo me pregunto: ¿por qué soy tan tonta discutiendo contigo? ¡A ti hay que hacerte las cosas como siempre! (Comienza a arreglarse el pañuelo en la cabeza y toma el paño en actitud de salir) ¡No he debido decirte nada!
(Manuelote viendo lo que Petrona hace y acercándose:)
MANUELOTE: ¿Qué pretendes hacer?
PETRONA: ¡Salir!
MANUELOTE: ¿A qué?
PETRONA: ¡Iré a la Comandancia de Armas!
MANUELOTE: (Con sorpresa, angustiado) ¡Petrona!
PETRONA: ¡Y ahora mismo!
MANUELOTE: (Interrumpiéndole la puerta) ¡No saldrás!
PETRONA: ¿Que no? (Pausa.) ¡Quítate, estoy decidida! (Trata de apartarlo) ¡Lo he pensado bien! ¡Ya estoy cansada de ser una esclava, menos que una basura! ¡Hay una oportunidad y debemos aprovecharla! (Pausa.) No tengo sino que decir unas cuantas palabras y seremos ricos… ¡Ricos! ¿Sabes lo que eso significa? ¡Anda! ¡Quítate! ¡Déjame salir! ¡Estoy resuelta!
MANUELOTE: ¡No lo creo! (Mueve la cabeza con rabia y pena) ¡No creo que seas capaz de hacer eso. (Pausa.) Piensa Petrona…
PETRONA: ¡Ya lo he hecho por ti y por mí!
MANUELOTE: ¡Déjalo! ¡Te lo suplico! No pagarán nada. (Pausa.) Además, ¡él confió en mí!
PETRONA: ¡Zoquete! ¿No te das cuenta? ¡Son cinco mil pesos!
MANUELOTE: (Reflexivo) Si lo prenden aquí… Fíjate lo que puede suceder…
PETRONA: ¿Qué? ¡Di!
MANUELOTE: Pues que también me lleven a mí… ¡Seré ahorcado…!
PETRONA: ¡No! ¡Eso no ocurrirá! (Pausa.) ¡Diré que tú me mandaste a delatarlo y nada te harán!
MANUELOTE: ¡No puedes hacer eso! (Lleva a Petrona por un brazo hasta don Martín.)
PETRONA: (Indiferente) Va a morir de todos modos. ¡Ya está casi muerto y va a ser una muerte inútil!
(Vuelve con intención de ganar la puerta. Manuelote, rápido, la agarra por un brazo.)
MANUELOTE: ¡Ven acá! ¡No irás!
PETRONA: (Debatiéndose) ¡Suéltame o grito! (Alzando la voz) ¡Será peor, peor para ti!
MANUELOTE: (Soltándola con rapidez) ¡No debes ir! ¡Además no van a creerte! Eres una esclava… ¡Dicen que los esclavos somos embusteros!
PETRONA: ¡Já! Los traeré aquí y verás si no me creen… (Don Martín en el camastro se mueve y gime. Manuelote va rápido donde él y lo palpa, don Martín queda inmóvil.) ¡Ya verás, mañana seremos ricos! ¡Ricos!
(Aprovechando que Manuelote está con don Martín sale a la calle, rápido, dando un portazo.)
MANUELOTE: (Asombrado y confuso) ¡Dios mío! ¡Petrona, Petrona! ¡Devuélvete! (Corre hacia la puerta y desde el umbral grita) ¡Petrona! ¡Espera, espera! ¡Te acompañaré… ¡Tienes razón…! ¡Los cinco mil pesos deben ser nuestros! (Regresa al cuartucho. Mira a don Martín y luego con premura toma algo del baúl, lo esconde bajo la franela y sale corriendo hacia la calle, llamando.)
MANUELOTE: ¡Petrona! ¡Petrona! ¡Espera, iremos juntos, oye lo que debes decir! (Su voz se pierde) ¡Oye! ¡oye!
(Una vez ido Manuelote, don Martín se medio incorpora presa de ansiedad, quiere ponerse de pie, pero no puede. Insiste en sus movimientos y cae del camastro. Ya en el suelo, comienza a arrastrarse con grandes esfuerzos).
DON MARTÍN: ¡Debo huir! ¡Huir rápido! Esos miserables… (Sigue arrastrándose hacia la puerta) ¡Ay…! ¡Ay…! ¡Ay…!
(Cuando se medio incorpora sobre las piernas, tras grandes esfuerzos, la puerta se abre y entra, con la cabeza baja, silencioso y grave, Manuelote, al mirar en el suelo a don Martín, se asombra.)
MANUELOTE: ¡Ah! …¡Don Martín!
DON MARTÍN: (Viéndolo fijamente) ¡Cobardes! ¿Ya me vendieron, verdad? ¿Ya me vendieron, verdad? ¿Ya fue ésa a buscar a los secuaces de Boves, ¿no? ¡Pronto estarán aquí para matarme! ¡Sí, negros infames…! ¡Y todo por unos cuántos pesos!
MANUELOTE: (Con asombro y susto) ¡Don Martín! ¡Mi amo!
DON MARTÍN: ¡Miserables! ¡Pero no me cogerán vivo, no! ¡No! (Con gran trabajo saca una pistola y la martilla, luego con rapidez la lleva a su sien y aprieta el gatillo. El arma pitonea y no dispara, don Martín arroja con furia la pistola.)
MANUELOTE: (Quien ha hecho un gesto como para contener a don Martín, pero a la vez paralizado por la violencia y rapidez del acto de aquél) ¡Don Martín!
DON MARTÍN: ¡Ah, todo está contra mí…! ¿Por qué no me matas tú? ¿Por qué no lo haces antes de que lleguen los hombres de Boves? ¡También te pagarán si me entregas muerto! ¡Apresúrate! ¡Coge un machete y hazlo, ya debe venir Petrona, con la gente de ese asturiano…!
MANUELOTE: No tema, nadie vendrá…
DON MARTÍN: ¡No mientas, ladino! Oí lo que hablaron… ¿Acaso no fue ella a venderme?
MANUELOTE: Sí, fue…
DON MARTÍN: ¿Entonces…?
MANUELOTE: Ella fue… Sí… (Pausa.) Pero… ¡No pudo llegar!
DON MARTÍN: ¡Mentira! ¡Mentira! ¿Por qué no pudo llegar? ¿Por qué?
MANUELOTE: (Con lentitud saca un cuchillo que llevaba escondido bajo la franela y lo tira al suelo, cerca de don Martín, gritándole sordamente) ¡Por esto!
(Don Martín mira a Manuelote y al cuchillo.)
DON MARTÍN: (Espantado y como sin comprender) ¡¿Cómo?! ¡Manuelote! ¡Manuelote! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿La mataste?! (Manuelote afirma con un leve gesto de cabeza.) ¡Ah, Manuelote! ¡Manuelote!
(Se desmaya. Afuera se oye ruido, luego tocan en la ventana, suavemente. Y Manuelote al oír rompe su estatismo y rápidamente toma en brazos, semicargado a don Martín y lo lleva al camastro. Recoge el cuchillo y lo guarda bajo su franela, luego va a la ventana y la abre, se asoma Roso.)
ROSO: ¡Soy yo, abre!
(Manuelote cierra la ventana y sin hablar abre la puerta. Entra Roso seguido por dos hombres.)
ROSO: (A Manuelote) Venimos por don Martín, ya conseguimos las mulas y los medicamentos.
MANUELOTE: (Señalando hacia el cuartucho) ¡Está tranquilo!
ROSO: (A los hombres) Llévenlo con mucho cuidado. (A Manuelote) ¿Alguna novedad?
MANUELOTE: ¡Ninguna!
(Los hombres ponen a don Martín en la hamaca y caminan hacia la puerta.)
ROSO: Bueno, Manuelote, ¡Adiós! Si logramos llegar a Curazao, nos habremos salvado. ¡Algún día regresaremos para verle de nuevo la cara a Boves!
MANUELOTE: ¡Ojalá!
ROSO: Esta noche estaremos en La Guaira. (Saca una bolsa de dinero y se la tiende a Manuelote. Éste la rechaza con un gesto sobrio.) ¡Ah, Manuelote! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Siempre me acordaré de ti, te has expuesto por nuestra causa! (Guarda la bolsa y sale siguiendo al grupo que lleva a don Martín. Desde el umbral de la puerta se vuelve y dice a Manuelote) ¡Que Dios te acompañe! (Sale.)
(Manuelote lo ve irse en silencio, luego cierra la puerta y grave y apesadumbrado se deja caer en el taburete. Vuelve la cabeza y con gran pesar mira toda la estancia, fijando brevemente la vista en el fogón . Luego se toma la cabeza entre las manos y deja escapar un profundo sollozo, hondo, prolongado. Permanece en esta actitud unos segundos. A lo lejos suena una corneta. Manuelote alza la cabeza y mira toda la habitación, con lentitud se pone de pie y camina hacia el cuartucho, anda despacio y como sobrecogido por una terrible soledad. Se detiene antes de llegar al camastro y vuelve su vista por doquier. De pronto descubre, en el suelo, junto al viejo baúl, la pistola de don Martín, sorprendido se agacha y la recoge mirándola con sumo cuidado.)
(Se oye otra vez la corneta lejana.)
(Manuelote, como presa de una resolución y reteniendo en una mano la pistola, abre el baúl y saca de él un viejo sombrero raído que se coloca en la cabeza, después toma una cobija muy usada y se la echa en el hombro comenzando a caminar con lentitud, pero resueltamente hacia el fogón. Allí toma el machete y va hacia la puerta, antes de llegar a ella se vuelve y mira tristemente la estancia, bajando la vista a la pistola.)
MANUELOTE: (Habla con lentitud y gravedad) ¡Debe haber algo por lo cual mueren y se sacrifican tantos! (Pausa.) ¡Debe ser algo grande! (Abre la puerta, pero siempre mirando la estancia) ¡Me iré a esa guerra! ¡Quizás haya un puesto para mí junto a esa gente que manda Bolívar!
(Sale. La puerta queda abierta movida por el viento, a lo lejos redobla un tambor y una corneta toca atención mientras cae el telón.)
FIN DE LA OBRA