José Ygnacio Ochoa
I
Alberto Hernández aparenta ser un tipo normal y corriente, pues estudió, se graduó, trabajó (se embragó dando clases en el aula e inventando vainas) y hasta se jubiló como cualesquiera otro mortal. Pero ojo, el asunto no se queda allí, Alberto escribe y lamentablemente todo aquel que escribe pasa a ser una categoría extraña, es decir siempre será sospechoso. Sospechoso de qué, no lo sabemos pero sospechoso es sospechoso. Más si usa esa barbita incipiente, curtida por el tiempo porque hasta blanquecina se le tornó. Digo sospechoso porque cuando se escribe como escribe él, el Alberto. Entonces Hernández no es normal. Escribe una «supuesta» novela, Elena o el relato imposible («Umbra/HH» Editores en Pereira Colombia, diciembre 2020) que por su estructura lo parece. Como cuando caes en la trampa y no te percatas, entonces es una novela. Pero cuando lees detenidamente esta forma discursiva y te encantas con unas líneas que parecieran por momentos, si te descuidas, unos poemas. Sigues leyendo, luego, descubres que en intervalos existe una fuerte dosis de teoría. De paso la explica. Más adelante aparecen unas canciones. Todo se conjuga para ser una expresión, una manifestación acompañada inevitablemente con la palabra. El sentido poético es innegable en cada una de las construcciones de Alberto Hernández, están pensadas y sobre todo sentidas. En ocasiones se percibe que se está ante un auténtico relato. Insisto en esto porque, no es fácil. ¿Quién dice entonces qué es la verdad o lo absoluto? Definitivamente el tipo no es normal. Antes de comenzar con la lectura de la novela usted se encuentra con cuatro detalles que deseo resaltar. El primero tiene que ver con el subtítulo o los subtítulos de la novela entre paréntesis, dice: Texto de corrección continua es decir le da al lector la posibilidad de reconstruir la novela tantas veces sea necesario y más abajo igualmente entre paréntesis escribe Novela/homenajes, claro no tenía para brindar a tanta concurrencia que decidió rendirles una participación en este contertulio. En tercera instancia aparece la dedicatoria, a Hernán por su silencio, eso creemos y a Camila su nieta de un año quien lo ayudó a escribir, no le digo pues que el asunto no es normal. Y para finalizar con los detalles, está el prólogo en donde el narrador decide largarse y deja al lector con la responsabilidad de darle el otro sentido a la novela.
II
La vida quizá sea así, fragmentada como nos la presenta Alberto Hernández en Elena o el relato imposible. La vida hecha de figuras, de a ratos con pinceladas en la humanidad de quien participa en un juego. Estructura a su antojo lo extraño, como extraño es el acontecimiento de cada día. En el capítulo nueve dice: La estructura, sí. El tiempo y el espacio no son elementos estáticos, se mueven. Uno puede cortarlos, picarlos en pedazos, porque la vida es así, fragmentaria. Uno no vive de corrido, esa vaina es embuste. Pues volteemos y apreciemos nuestro alrededor. Los tiempos no son reales se trastocan. Y sigue lo extraño. Mantiene conversaciones constantes con unos tipos que, debe ser difícil tenerlos a todos reunidos y darles de comer y de beber, imagínense ustedes la lista: un tal Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Villoro, Bolaño, Cortázar, Volpi, Saramago, Juan Rulfo, Cabrera Infante, Paz, Arreola, Sábato y otros de acá de Venezuela: Ednodio Quintero, Gallegos, Núñez, González León, Liendo, Massiani, Meneses, Otero Silva y pare usted de contar. Percátense de estos intersticios:
PRIMERA PARTE
Uno
Enciendo la novela y aparece el rostro de mi padre.
Pues así comienza la novela de Hernández.
III
¿Quiénes son los personajes de Elena o el relato imposible? No sé. Por momentos creo que soy yo, el lector, el que siente y padece las múltiples historias, las que salen de Galina, Ortiz, Valle Claro, Cuevas de Altamira, Castillete de Reverón, México o Argentina. El Narrador menciona a sus ausentes como si estuvieran compartiendo con él la historia contada, su historia de hace años. La realidad se alterna en su mundo interior imaginado con la cotidianidad de su casa. Hablan tres instantes en simultáneo: Un mundo externo que lo une el televisor, otro mundo que no necesita traductores: Su casa con el taller, la ventana y el cuarto. Un tercer mundo el espacio movido por su imaginación, la del narrador protagonista. Por allí aparecen su padre, el que …respira bajo tierra, el que …me mira desde el recuadro de la urna desde el comienzo hasta el final de la novela como una suerte de Melquíades, el mismo de Cien años de soledad de García Márquez, aparece por momentos su mamá, su abuela, Remigio Bartolomé, Alfredo, el caletero estaba ronco de tanto llorar por dentro, Justica o Valentina Smith, la del sida, Roberto Guía, el mudo y la infaltable Elena, la de los sueños de todos, la del cáncer en las tetas la que no quiere nadie o la Elena de Sánchez Peláez o aquella Elena con su antiguo olor corporal que jamás desaparecerá de tu vida. Elena de todos. Elena de nadie: Nunca la besé, pero lo he imaginado. Sueño que la beso. Como todos soñamos besar a la maestra del cuarto grado y que hoy la vemos y no se parece en nada a la de entonces o cuando soñamos encontrarnos con Meryl Streep, la de los Puentes de Madison pero sin Clint Eastwood o encontrarnos con Paz Vegas la de Lucia y el sexo sin Tristán Ulloa. En todo caso siempre habrá una Elena en nuestros sueños para fantasear con ella y perpetuar los momentos únicos entre ella como personaje y el lector que descubre su lado nostálgico como cuando Elena entra al baño y espera que el agua la limpie del desgaste. Es la sensualidad de la palabra dibujada en Elena: Desde que le toque las teticas me mira raro, pero no deja de sonreírme. A veces le tengo miedo. Todo concentrado en un ensueño como la conversación que se festeja en el inconsciente con la única garantía de no perder la memoria iluminada por el pudor y el candor de la ingenuidad. Sensualidad, religión y humor se fusionan en la historia. Es un cortejo constante que manifiesta la claridad del sentimiento amoroso del protagonista. De hecho pensaba más en Elena que en los problemas de Pitágoras. El amor se describe de una manera singular y hasta extraña, hombre que no sepa sobar a una mujer es imperdonable, allí está concentrado el encanto.
IV
La novela Elena o el relato imposible de Alberto Hernández está creada para despertar la imaginación, además de la complicidad entre el lector (el otro) con las historias (im)posibles contenidas en ella: personajes que viven bajo el agua, alguien que muere tres veces y otro atropellado por todos, una ciudad que respira, el narrador que se maquilla, alguien afirma que la realidad y los géneros no existen, la coexistencia de epígrafes con poemas. Un juego con la teoría y las formas de escritura. La existencia de una voz que de alguna manera indica un camino sugerido. Se establece una conversación entre la voz-teórica con la voz del escritor que a su vez es el protagonista, en todo caso fluctúa en tres estados con el agregado de algunas alucinaciones cinematográficas. El tiempo y el espacio no son estáticos, se mueven con la lectura. En el capítulo once se trastoca el tiempo de Elena de la juventud pasa a la otra Elena acabada y vieja. Se enfrenta a la sombra, su sombra. Hernández goza con cada uno de los personajes: Deja que el lector sea quien termine de desarrollarlos. Igual pasa con las historias y los espacios esbozados en la novela. El lector (en tanto personaje también, así lo sugiere el ritmo de la novela)) será quien tenga la última palabra cada vez que se enfrente al placer de la lectura de Elena o el relato imposible.