Jaque mate
Según un estudio científico que alguna vez leí, unos investigadores tomaron bebes africanos, europeos, asiáticos, latinos, etc y les enseñaron las mismas fotos de mujeres de distintas razas; para sorpresa de los racistas, todos se emocionaron por la misma mujer, la nórdica.
No soy muy fanático del ajedrez, pero en estos tiempos aburridos de pandemia me invitaron a jugar y sin mucha complicación me puse una segunda mascarilla y acepté. El amigo gentilmente me cedió el derecho a elegir entre las negras o las blancas. Sin pensarlo mucho, rememoré mis primeras pasiones y elegí:
-Dame la nórdica.
Comenzamos a colocar las piezas en el tablero y yo como buen rey escandinavo empecé a detallar a mi reina blanca mientras daba instrucciones a mi ejército. Era joven, dulce, tímida, alta, delgada, rubia natural, sin aditivos químicos, ojos entre marrón, gris, verde, celeste y amarillo, nariz suficiente para respirar y de modales recatados. Me gustó tanto que enseguida imaginé ganar con el jaque pastor para quedar desocupados rápido y salir a pasearla en mis caballos y llevarla a ¿dormir? en cualquiera de mis dos torres del castillo.
Como me tocaba salir primero, me preparé para dar las primeras ordenes. Respiré profundo e Inflé mi pecho, tanto que sonaron mis medallas; mirando de reojo a mi walkiria vi como se estremecía de pudor al tiempo que yo, con una mano, empujaba al peón que tenía adelante diciéndole: “adelanta una casilla”.
Le tocó el turno de jugar a mi contrincante y también desplazó uno de sus peones. La posibilidad del jaque pastor se me hizo patente y adelanté uno de mis alfiles. Le correspondió mover nuevamente a mi oponente y ocurrió lo insólito. Desde el fondo del tablero saltó al centro del tablero la reina negra. Más alta que mi reina, menos cintura, cabello largo ensortijado, pecho con dos compartimientos adicionales de oxígeno, labios tirando a bemba y una mirada que ni con lentes oscuros ocultaban el deseo; aunque llevaba vestido holgado era fácil imaginar sus piernas y el inmenso bulto que sostenían. Amedrentado por tanta belleza di una orden casi inaudible a todos mis peones: “ataquen”.
Antes de que mis peones atacaran, la reina de ébano comenzó unos movimientos exóticos dentro de su cuadro mientras soltaba el lazo de su corpiño. Ninguno de mis peones se movió salvo para subir y bajar sus ojos por el cuerpo de la diosa africana. Cuando volví a dar la orden de atacar los muérganos se pusieron a hacer trencito alrededor de la reina danzarina. En cinco minutos estaban todos derrotados a sus pies.
Yo empecé a sudar frio y a levantar algo más que el ánimo. Mi reina por el contrario, perdió totalmente su autoestima; me preguntó la clave secreta de mi tarjeta de débito y se preparó para lo peor. Lealmente tomé la mano de mi reina y ordené a mis caballeros que atacaran, volviendo a ocurrir algo espeluznante. La reina negra comenzó a proferir unos extraños rituales ancestrales y mis caballos empezaron a bailar y caminar de lado. A la orden de una frase ininteligible los equinos corcovearon tumbando a los jinetes y se fueron corriendo libres a rienda suelta.
Desesperado le pregunté a mi reina si ella sabía algo de brujería y tristemente me contestó que ella seducía con perfumes caros no con pócimas mágicas. Llamé a los alfiles y les expliqué la gravedad de la situación: “Cuidado con una vaina, rodilla en tierra, ahí tengo unas camionetas toyota nuevecitas para regalar, mosca…”. Encaletadamente sobornamos a los alfiles con las coronas reales y les ordenamos el ataque. Efectivamente mis alfiles atacaron ferozmente el ejército negro, hasta que la reina negra sacó de su falda par de pasaportes del imperio ya con la foto de los alfiles, visa y programa de protección de testigos. Más nunca los volvimos a ver.
Sólo nos quedaban las dos torres y las camionetas que no se llevaron los alfiles. Le propuse a mi reina dialogar y negociar con la reina negra a ver si nos dejaba ir a cambio de las dos torres exquisitamente amobladas y una de las camionetas (mi reina se empeñó que una de las camionetas era para ella).
En ajedrez, Jaque es una jugada mediante la cual una de las piezas amenaza directamente al rey contrario teniendo la obligación de avisárselo. Cuando la amenaza es irreversible y no hay escapatoria para el rey entonces el jaque se convierte en Mate y termina el juego.
Cuando junto con mi reina nos acercarnos a la reina negra para negociar, esta insospechadamente me cerró el paso amenazándome: Jaque. Yo le dije que se tranquilizara, que teníamos mucho tablero para salir corriendo, que queríamos negociar. Entonces la reina negra realizó su mejor jugada; lentamente se volteó dándome la espalda y luego de algunos segundos se levantó la falda y tocó el piso con sus manos. El paisaje era mejor a como lo había imaginado. En ese momento mi reina nórdica se transformó radicalmente y reaccionó como podía esperarse; en vez de agredir a la reina negra por falta de respeto y exhibicionista me entró a golpes a mí por haberle visto las nalgas a otra mujer. Me abofeteó, me rasguñó, me tumbó la peluca de una sola cachetada, me golpeó con los puños cerrados mi pecho, creo que en ese momento invocó al dios Thor, porque sus puños parecían martillos, sus ojos multicolores se volvieron sólo rojos, me pateó y me correteó. Como pude me escondí detrás de una de las torres y la tumbó a patadas. Traté de huir en uno de los caballos negros pero al ver la furia que me perseguía estos salieron corriendo lejísimo. En vano traté de explicarme de todas las formas posibles, pero no hubo razón científica que valiera. Entre golpes, patadas, gritos y empujones logró sacarme del tablero.
Jaque Mate.
Prismacolor
A Blanca Álvarez de Gil le compraban todos los días el diario El Caroreño y se los guardaban semanas o meses hasta que fuera a Carora a leerlo y no perderle el hilo a la dinámica de la ciudad. Yo de vez en cuando encontraba los paquetes de periódicos y también aprovechaba para leerlos. Un domingo en la mañana leyendo la sección de obituarios encontré uno que llamó mi atención: “Ha fallecido cristianamente Mateo Álvarez (Prismacolor)…” !Prismacolor! ¿A quién se le ocurre ponerle ese apodo a una persona? Lo único que se me ocurrió fue que el difunto fuera pintor o dibujante a crayón o profesor de dibujo y pintura y sus alumnos lo hubieran bautizado con ese sobrenombre. Quedé intrigado y comencé a indagar la historia de Prismacolor.
Mateo Álvarez era un mecánico automotriz que vivía y trabajaba por los lados del cementerio de Carora, en la avenida Torrellas (avenida de apenas dos cuadras, pero avenida al fin). Estaba casado con una hermosa mujer de nombre Ceferina que se dedicaba a elaborar exquisita dulcería. Aunque eran un matrimonio feliz y tenían ya cinco años de casados no habían podido tener hijos porque los médicos habían diagnosticado que el buen Mateo pertenecía a la categoría arbórea del mamón macho. Aun así siguieron practicando mucho tiempo con la luz apagada pero la velita prendida a todos los santos.
Pasado el tiempo Mateo comenzó a sentirse culpable por la infertilidad de la pareja y empezó a ahogar sus espermatozoides en alcohol. Todas las noches se iba a beber al bar Los Leones, ubicado a unos cien metros de una de las entradas del cementerio, para regresar borracho y así justificar la falta de ganas de buscar el ansiado vástago.
Por esos días regresó de Valencia un antiguo novio de Ceferina de su época de estudiante del liceo Egidio Montesinos. El hombre ahora era ingeniero, alto, blanquito, bien parecido y bastante pícaro. Cuando casualmente encontró a Ceferina, con unos buenos kilitos de más, en la venta de catalinas, renacieron los sueños que quedaron por hacer en el jardín del liceo.
Todas las mañanas el ingeniero abandonaba un rato la obra que estaba construyendo por La Represa y se iba calladamente a comer catalinas para volver a enamorar a Ceferina. Tantas fueron las ganas que le puso a la conquista el osado ingeniero, que al poco tiempo logró cambiar la catalina de Ceferina por el otro nombre del mismo producto de la misma fabricante. Nadie entendió por qué la dulcería de Catalina comenzó a ser más dulce.
Con el transcurrir de la felicidad extramatrimonial convinieron que todas las noches, cuando Mateo se fuera para el bar, Catalina llamaría a su amante para que la fuera a visitar. El ingeniero tomaba la previsión de ir a pie, para que no reconocieran su carro, enfundado en una chaqueta larga negra con capucha que insólitamente se subía para que no identificaran su rostro.
Una noche que Mateo iba entrando a Los Leones vio pasar por la acera contraria un extraño hombre vestido totalmente de negro con una capucha puesta. Al salir bastante prendido del bar volvió encontrar la extraña figura en dirección contraria y se volvió a sorprender. Al día siguiente se enteró que en una casa por la calle Monagas había fallecido una antigua maestra de escuela. La semana siguiente la escena se repitió y un hombre apareció suicidado por el Yabal. Mateo comenzó a conjeturar que la extraña figura negra que varias veces había observado era la Parca.
Un día, durante el cafecito matutino, Mateo le comentó sus sospechas macabras a Ceferina. Al ver la expresión de susto de su esposa supuso que se debía a lo espeluznante del comentario. Desde ese momento la señora comenzó a beber el café cerrero.
La noche siguiente Mateo volvió a ver pasar la sombra negra camino al bar y se puso alerta. Meditó un poco la situación y siguió su camino a ver si una cerveza le despejaba las dudas. Simultáneamente, y en su lecho nupcial, Ceferina desahogo las ganas con su enamorado y aprovecho un descanso para contarle las sospechas de su marido. Analizados los acontecimientos, convinieron dejar de verse durante un tiempo. De regreso a su casa, cerca del cementerio, el enigmático ingeniero pasó frente al bar Los Leones, justo en el momento en que Mateo salía paloteado del bar. Al verlo Mateo decidió seguirlo con el fin de desenmascarar lo que él creía era la muerte caminante. El ingeniero sintió los pasos que lo seguían y se sintió descubierto en su adulterio. Aminoró la marcha a ver qué ocurría; Mateo se detuvo. Como el amante presintió que el encuentro y reclamo sería inevitablemente violento se las ingenió para salir ganando. Respiró profundo, levantó la cabeza encapuchada y solemnemente comenzó a caminar por todo el centro de la calle en dirección al cementerio. Al llegar al camposanto vio abierta la puerta de la antesala que da a la iglesia Coromoto y entró a esconderse en un rincón. A Mateo le pasó la borrachera inmediatamente. Ahora si estaba seguro que había visto muchas veces pasar la muerte frente a él. Asustado recordó los cuentos de muertos y aparecidos que le contaba Orlando Álvarez Crespo en la Barranca de la muerte, especialmente uno que se refería a un ánima en pena que había cerca de la tumba de Chencho Piña pero que nadie sabía quién era ni que tumba era. Animado por el poco alcohol que todavía le quedaba en su sangre decidió perseguir la parca para saber de qué tumba era que salía a llevarse cristianos para al día siguiente sellarla. Cuando llegó a la puerta de la recamara de entrada al cementerio tardó unos minutos en seguir su camino. Adentro, en la esquina, su rival seguía esperando el encuentro. Armado de valor Mateo puso un pie dentro del recinto, luego el otro, hasta que se irguió totalmente en la puerta. Al mirar hacia su izquierda no vio nada, pero al mirar hacia la derecha escuchó un grito estentóreo que salió de una sombra que se le vino encima. Uuuuuuuaaaaaah, fue la voz tronante que salió de la capucha.
Nadie sabe quién tiene el record de 100 metros planos en la ciudad de Carora, pero si alguien hubiera cronometrado el tiempo que tardó Mateo en llegar desde el cementerio al bar Los Leones seguramente pasaría a la historia de los record regionales. En el bar lo vieron llegar blanco, de allí cambio a amarillo…a naranja…a rojo …a violeta…a azul…a verde…a marrón… en un minuto su rostro pasó por toda la gama de colores del estuche de doce crayones Prismacolor. Desde entonces más nadie conoció a Mateo con su nombre de pila.
Mateo se hizo famoso en toda la ciudad. En el bar Los Leones hasta le asignaron una mesa fija para que la gente fuera a escuchar sus encuentros cara a cara con la muerte y cómo había salido vivo de los valientes encontronazos, y aunque siempre cambiaba las características del anima en pena varias veces vista, siempre coincidía al terminar: “Y hasta bonita es la muerte”.
A los nueve meses del susto parió Ceferina. Una preciosa niña blanquita, bonita y cariñosa llenó de felicidad la casa donde se reparaban automóviles y se fabricaba la mejor dulcería de la ciudad. Un año después nació un niño negrito, al otro año uno indiecito, dos años después nació otra niña pelirroja y finalmente nació un niño amarillito. Todos atribuyeron que con el susto se había destapado la obstrucción de los genitales que le impedía a Prismacolor embarazar a su mujer, y la diversidad de razas y colores de su prole era debida a su misma naturaleza policromática.
La antesala del cementerio, donde Prismacolor se enfrentó con la muerte y vivió para contarlo, se convirtió en un sitio enigmático por el cual nadie quería pasar. Por su misma falta de uso decidieron utilizarla como mausoleo y enterrar allí los restos mortales del gran guitarrista Alirio Díaz, permaneciendo desde entonces cerrado al público.
Alguien desconocido recordó recientemente la odisea de Prismacolor con la parca, al recordman de los 100 metros planos en Carora, y como digno homenaje al héroe multivencedor de la muerte, en una esquinita de la puerta de madera derecha del cementerio, donde se escondió la sombra macabra, alguien trazó doce rayitas de colores con crayones Prismacolor.