Mario Amengual
Jueves Santo
En los templos
los sucedáneos de los vicios.
Son billetes de treinta
la fe y la misericordia.
Por la plata
no bailan los perros,
pero sí huye toda nobleza.
En la plaza principal
el héroe ecuestre mira hacia el sur,
donde los partidos brindan argumentos
al odio y al resentimiento.
Aquí nadie camina
hacia un destino inigualable.
Eternidad
Atrás quedan
los paraísos,
los infiernos,
las redenciones,
el pánico de Pascal:
nos quedan
las manos sin nada,
el regalo inexplicable
y el silencio para siempre.
Desde el barranco
Esto es un baile sin música,
un circo sin payasos
y un tiempo que de tanto presumir
de ser el mejor de los tiempos,
es una Edad Media sin Dios
y con la muerte danzando
sólo por plata y a su antojo.
La alegría sometida
La noche comienza más temprano
en las ciudades vencidas:
los ladrones y las ratas
prescinden de la cautela
y de los pasos furtivos.
La alegría
es un enemigo replegado,
la llave
que un borracho solitario
busca en una alcantarilla.
La risa
se adereza en procacidades,
sirve de capote al desconsuelo.
No serán bondades
ajustadas en parágrafos
las que brinden a los rostros agostados
el semblante de la celebración
y el cariz exultante del espléndido ahora.
3 a. m.
La cornamenta iluminada del toro
apenas alumbra el terreno baldío,
donde sombras arruinadas
se confunden con las sombras
de unos árboles quemados.
A uno y otro lado van las sombras
entre basura hedionda
y escombros amontonados.
Con hambre, dolor guardado y rabia
se mueven las sombras
como hormigas impacientes.
De solo mirarla
se impone la noche,
ya son nada
mi desvelo y mis afanes
por esta república expoliada.
En la chispa de un instante
vuelve la gloria de saberse nada,
del saber asombrado
y de la palabra que falta.