Con los ojos abiertos
—Ahora levanten los brazos y extiéndalos horizontalmente… ¡Así! ¡descansen!
Una sola fila, la línea de pantaloncitos azules se mueve, pierde simetría, manchas de sol sobre el asfalto. La masa de muchachas se convierte en un todo borroso. Once de la mañana que no pasarán nunca. El muro del Liceo permite el reposo de algunas ramas del camoruco ya mustias.
Miriam entrelaza sus piernas, apoyando los codos en las rodillas y espera al final del receso, las estudiantes parecen ignorarla en sus cuchicheos y los gestos de la coquetería. Miriam mira absorta la textura misma del asfalto, con la espalda inclinada, y la humedad tibia de sus muslos bajo el sol inclemente.
Corazón-pozo, sombrío foso de ausencia, he aquí el dolor.
Dentro de las líneas del paisaje recordaba fugaz la presencia de aquellos vagones de tren abandonados, las copas de los árboles proyectando una enorme sombra a la orilla de la avenida, ceibas, jabillos, samanes, carabalíes, y ese viento de inicio de la noche que apenas alcanzaba a levantar el dobladillo del vestido de una muchacha que pasa rumbo al parque. Él había detenido el carro allí, inesperadamente, sin consulta previa, él, con su elegancia de gesto refinado, su aroma de pinos, su historia de tres años cercanos.
Con un dedo rápido introdujo de nuevo el cassette en el radio-reproductor, y la voz melodiosa, metálica, salió de improviso en una ráfaga golpeante.
—(“Se te olvida/ que me quieres a pesar de lo que dices/ pues llevamos en el alma cicatrices/ imposibles de borrar”.)
La mano de él comenzó a pasearse por su muslo, como dando palmaditas. —Tranquilízate, Miriam, tranquilízate.
La lágrima de ella se detiene en la cuenca del lagrimal y crece, pero ya no es agua sino cristal endurecido, no es gota, es pozo profundo, no es frágil es metálica bala acerada. (—No quiero que brotes—.) La lágrima se revierte, pupila húmeda.
—Te pedí que no salieras con ella.
—¡Y salí! ¡Salí!… ¡¿Y entonces qué?!
Ahora el contacto de esa palma sobre su muslo deroga en roce violento no caricia. Se retira. Vuelve a ocupar su lugar en el volante del automóvil.
La lágrima retenida no tiene amparo ni escolta. Miriam lo mira, trata de mirarlo. Ahora lo ve… tiene tres años llamándolo “vida”… Ella descubre lo impecable del lazo de su corbata, y lo sabe desde siempre así. Negro nudo exacto, paradigmático, entre los extremos del cuello duro blanco.
No hay válvula de escape, esa gota salada quiere deslizarse por su rostro.
—¿Qué pasa, chica? ¿Te quedaste muda? ¿No tienes nada que decir ahora?
Espeso cielo gris sobre los camorucos, las ceibas, los jabillos… Corazón-pozo, sombrío foso de ausencia, he aquí el dolor.
El timbre suena, y las muchachas en medio de risas y gestos voluptuosos vuelven a formar filas, la profesora sin embargo no parece percatarse de la situación y permanece aún durante largos minutos sentada en el suelo con la cabeza gacha mirando la explanada de concreto, el silencio se generaliza. Una de las más jóvenes del grupo del primer año, una de las más audaces, decide romper la línea de fuego, y se acerca certera hasta el hombro de su profesora.
—Profesora Miriam, ya sonó el timbre…
Unos ojos se levantan a mirarla desde un lugar remoto, y después de largo desconcierto, la profesora se pone de pie, estirando sus muslos ágiles, flexionando su cintura.
—Sí… sigamos con la clase.
Los ojos de Miriam se posan distraídos sobre los rostros de sus estudiantes, y puede percibir las goticas de sudor deslizándose en las sienes.
—Coloquen las manos a ambos lados de la cintura, vamos a trotar en el lugar, para calentarnos de nuevo… ¿todas en posición? ¡empecemos!
Los brazos en relax a los lados del tórax, las piernas firmes, los senos siguiendo el movimiento de arriba hacia abajo, las palpitaciones se aceleran.
La voz del cassette parece plegarse a la situación (¡“Atiéndeme/ quiero decirte algo, que quizás no esperes/ doloroso tal vez/ Escúchame/ que aunque me duele el alma/ yo necesito hablarte/”!) En la gota-lágrima-copa-torre-cristal de roca, Miriam evoca, reteniéndolas, algunas sensaciones de la historia. Él, cabalgador, centauro, la respiración entrecortada transfigurado en héroe de otra estancia, aquel albor de sábanas, espacio interminable para el amor, sensación de sus piernas entre las suyas, piel tibia, oasis en infinito desierto, cobijo de retorno a la salida originaria, internados uno dentro del otro hasta la saciedad, sombra de espadas, cráteres de lava feroz, erupción de infinito recomienzo.
En el silencio dentro del automóvil una hoja cruje, un tronco cruje y se astilla de rama adentro.
En la mirada de él no hay transparencia, sólo una superficie convexa de pupila sin matices.
—¿Dónde quieres que te lleve, Miriam?
—¿Cómo?… ¿Y no íbamos a pasar la tarde juntos?
—Estoy ocupado… No puedo… ¡Miriam, chica, entiende!
—¿Qué entienda, qué?… ¿Qué es lo que tú quieres que yo entienda?
—¡Esto! ¡El final: todo!
Los brazos de él se levantan, sus hombros se levantan, el rostro, voltea a mirar por la ventanilla. La llovizna comienza, apenas puede percibirse a través del cristal. Si la lágrima fluye no se escuchará ahora.
—Déjame aquí.
—¿Aquí?, ¿no quieres que te lleve a tu casa?
—No, estaré bien aquí… puedo caminar por el parque. —Ella abre la puerta del automóvil, no quiere que pueda ver su rostro, quiere que este instante sea borrado de la película, quiere que no pase, que no exista. Desde afuera, desde la ventanilla vuelve a mirarlo.
—¿Se acabó, verdad?… Se acabó.
Él la mira y no responde, la frase se queda flotante debajo de la sombra de las ceibas y los jabillos, entre las aguas turbias del río, entre las hojas secas y la llovizna de la noche que comienza. La frase se va, desaparece. No la oyó nadie. No estaba dirigida a nadie.
Miriam siente su falda flotando y camina rígida, señorial, percibiendo las agujitas finas sobre su piel. Hay una pequeña loma verde frente a ella; detrás, un niño juega con una enorme pelota que caerá a los pies de Miriam. Corazón-pozo, sombrío foso de ausencia, he aquí el dolor.
—Profesora, ¡la pelota!
La masa de muchachas se mueve frente a ella difusa, sólo distingue por instantes el volumen de la pelota saltando sobre las cabezas. Allí está la cesta, hay que hacerla llegar dentro.
—¡Sepárense! ¡Terminó el primer tiempo!
Pudo percibir el arranque del motor del auto a su espalda, pudo saber que el daba por asumido ese final y se dio cuenta entonces de que sus zapatos estaban mojados por la humedad del verde y la llovizna y de que la pelota del niño la había golpeado y la sombra de las ceibas, los jabillos, los samanes, los carabalíes era ahora más espesa, negra, de noche turbia. La mujer camina por la vereda descuidada, se detiene frente al banco de concreto y se sienta teniendo especial cuidado en estirar la falda, el reposo hace su rostro armónico frente a un paisaje que se oculta en el velo de la obscuridad, las lágrimas comienzan a fluir de sus ojos sin que las líneas del rostro se inmuten.
Corazón-pozo, sombrío foso de ausencia, he aquí el dolor.
La voz del bolero resuena repetitiva en sus oídos (“Se te olvida… que tenemos en el alma cicatrices/ imposibles de borrar…”).
Como una panorámica desfilan ante sus ojos tres años, y la cifra suena inconexa, absurda, un número flotando en un espacio vacío, un silencio que se compagina con esta sombra de samanes, ceibas, jabillos y carabalíes.
La mujer se pone de pie cuando ya de sus ojos no brota humedad posible, de su bolso ha extraído el pequeño pañuelo con aroma suave, toca automática las mejillas como si se tratara de un rostro que no es el suyo, y comienza serena el trayecto hacia su casa. Esta calle no es más calle conocida, esta penumbra nada dice de afectos, estas hojas, estos vientos, ahora todo es extraño, desconocido, se siente una extranjera.
Corazón-pozo. Sombrío foso de ausencia. He aquí el dolor.
—Profesora, Miriam, el receso ha sido muy largo… ¿No vamos a jugar el segundo tiempo?
La profesora Miriam está sentada en el muro que bordea la jardinera y mantiene la pelota de basketbol entre sus brazos, cuando la estudiante le habla necesita algunos segundos para entender la noción presencial de la situación, finalmente sus ojos dan alguna señal de estar en ese lugar.
—Ah ¡Sí, Martínez, tiene razón, tome la pelota!… — y dirigiéndose al grupo, que la mira curioso, se coloca el silbato cerca de la boca.
—¡Comienza el segundo tiempo!
—Puiiiiiiii!!! —Suena el silbato.
La pelota salta casi exclusivamente entre las manos de las estudiantes más altas: Martínez y Flores, los zapatos de goma parecen rebotar contra el calor del asfalto, una mancha blanca trenzada que salta, otra, alguna azul, las rodillas flexionan y la pelota vuela.
—¡Esa cesta es mala!
—¡¿Por qué?!
—Tú empujaste a Antonieta.
—¿Yo?
—Vamos, Alejandra, todas vimos…
—Bueno, que lo decida la profesora Miriam.
—Profesora Miriam… ¿dónde está?
—No sé…
—¿Qué se hizo?
—Ah, pues, ahora sí… ¿Cómo que se fue?
—Vamos a buscarla, a lo mejor está en el baño.
—Verdad, búscala.
La cara de Martínez es una lápida, el relieve de su rostro sobre una superficie marmórea.
—¿Qué te pasa, Alejandra?
—¡Vengan!
En la superficie heterogénea del piso de granito un hilo delgado rojo es la línea conductora hasta el cuerpo de la mujer, el pequeño revólver yace cercano a su mano de uñas recortadas. La sangre brotando de su boca es como un error en el dibujo del rostro, siempre sereno a pesar de los grandes ojos abiertos.
Gol de contra-ataque para defensa vulnerable
Yo estaba enamorada de Félix, el guardameta, y los gringos se habían metido en Camboya.
A ti te gustaba Orlando, sus anteojos cuadrados, calva y acento falconiano de Menemauroa. La facultad ha sido declarada en proceso de Reforma, y en el malecón de El Milagro se cuentan las “ penas” frente a un lago inspiración de viejos poetas (“Udón Pérez y Baralt, la pareja sin igual”), olor de plátanos, cielo raído, incendiado, y las aguas de tan oscuras que no se ven.
Allí está el Félix en la cancha, defendiendo como un tigre de bengala. Los tiene confundidos con sus movimientos, se tropiezan unos con otros y él se va por arriba, siempre sonríe con el mechón cayendo sobre su frente.
Lo que te gusta de Orlando es la seriedad. El es el responsable de la “célula”. Por ti que hubiera una redada y buscaran a Orlando para tú ofrecer tu casa “concha” y así tenerlo tuyo por horas y horas.
Ese fue un tiro fenomenal.
Rivelino esta durísimo.
Se cayeron los checos con esta.
¿Quieres media pastilla para mantenernos esta noche?
Respondes con un movimiento afirmativo de cabeza.
¡Coutinho, así se juega!
Una tajada de queso americano y el resto de la jarra con limonada. El libro de filología romántica yace cadáver sobre mis piernas. Desde un balcón vecino suena “Chatarra”, la de Paul Mc Carthy. A veces salgo con Rocco, la guitarra y un cantar bajito. Arquitectura: amanecen dormidos sobre los mesoneros del taller los días en que hay entrega de “composición”. Rocco está trabajando en un proyecto de plan de viviendas para los pecadores de los Puertos de Altagracia. Las tardes de la casa de la playa son un océano de sensaciones febriles.
Correr con la tibieza de la arena en la planta de los pies, saber del agua, de luces diferentes, no tener tiempo y espacio sino abierto, y ver el cielo cambiante en le caer de la tarde, para regresar al Ciudad.
Tú mamá todavía no descubre los frascos de dexedrina, yo misma no sé donde los escondes, de todos modos sospecho que si los encuentra nunca entenderá de que se trata.
En casa sembré semillas de girasol en una maceta y esta mañana aparecieron los primeros brotes. Me regañas porque he llenado las márgenes del libro de “raíces griegas” con dibujitos burlones, y ayer nos tropezamos con Orlando en la cafetería y casi te desmayas, entonces te regañé yo, por tu obviedad (mira ¡que palabras aprendo!).
Saquearon la residencia en donde vive Rocco, esta mañana, y se lo llevaron preso, al Gato, a Alfonso, a Pedro Vicente…a casi todos los del grupo, además “La Cobra” pasó y ametralló los cristales de las ventanas, en las paredes quedaron incrustados los proyectiles… Hoy amanecieron pintas por toda la Ciudad.
El martes pasado nada más habíamos estado todos juntos viendo “La Infancia de Iván” en el cine club de Ingeniería. Por cierto que te quedaste dormida sobre mi hombro toda la película y yo pase la noche con dolores musculares.
Para mí que Félix es el mejor guardametas de la bolita del mundo, y de todas las galaxias. ¡Cómo sabe moverse! Sus ojos son lámparas atentas.
Félix se convierte en una pared y la pelota no pasa, Félix teje esa pared con la agilidad de sus piernas, salta, corre, mueve el mechón de cabello, tiene risa de muchacho sano- zanahoria.
Tu muerdes el pedazo de pan con queso americano, hipnotizada, no das cuenta del paso por la garganta, del sabor de ese amarillo. Trato de fijar la mirada en las líneas del texto sobre mis piernas, abierto hace horas en la materia a examen, pero las letras saltan, crecen, se disuelven, pasan a convertirse en un jeroglífico desconocido.
Mis ojos, desde atrás de los cristales, vuelven al tórax de Félix, la torso de Félix, a las piernas de Félix- (¿cómo serán las de Rocco?). La pelota viene y va por el campo, la tiene Coutinho. La juega a ritmo de samba con pasito corto, esquivando con la espalda al enemigo.
– ¡Vamos Coutinho! ¡Estamos contigo! ¡No te dejes dar un gol de contra ataque!
Esta tarde repartimos los volantes contra la invasión a Camboya. Orlando habló desde una tarima que improvisamos en el pasillo frente al auditorio, también aludió al asunto de La Cobra. Ya soltaron a los muchachos, pero los maltrataron, Alfonso nos leyó algunas páginas de su diario en donde cuenta el asunto por dentro.
Después nos fugamos de la clase de latín para ir a ver “El Submarino Amarillo” en el cine Roxy. Ando con la carta de Jesús Que recibí esta mañana para mostrártela, con él pasé unas lindas vacaciones en Lecherías y ahora escribe. El hielo de la limonada se ha derretido y no hay más en la nevera. Comienza diciendo: “desde que te fuiste ando en una depre…” Tú me muestras que el hecho de que no haya escrito la palabra completa es un indicio de que no está decidido a nada, y yo me pongo de pie par ir a buscar a la nevera un hielo que no existe y así disimular mi desilusión.
Hoy nos tomaremos el pasillo de la Escuela de Letras, el Enano Siniestro nos ensayó el coro (“Maldigo la poesía concebida como un lujo/ primordial por los neutrales/”), cantaremos y después Alfonso, encaramado en el escritorio – tarima leerá la parte de su diario, relativa al allanamiento y los desmanes de la policía y La Cobra.
Yo creo que la clave es Roberto Rivelino. Mira como patea. El equipo traza la estrategia alrededor de Roberto. El es el hombre- eje del partido. De acuerdo, tú dices: Pelé. Bien. Pelé vuela, no es humano, es un antílope, piernas y brazos largísimo, si Pelé toma la pelota no hay para más nadie. Pero Rivelino es más cerebral, hace las jugadas conectadas, su estrategia es como un ballet.
Jesús sabe besar muy bien. De que sabe, y cuando mueve las pestañotas, esas amarillas y lo mira a una… se me olvida hasta la hamburguesa del “Rey Rosca”, y el examen de Lingüística II, y las tesis de Saussure, el Manifiesto de Bretón y… lo que sea. Jesús estudia ingeniería en la Universidad de Oriente. Y ¡hay que ver lo que cuesta atravesar un pasillo de ingeniería aquí en hora de receso!, hay que llenarse de coraje y decirle al corazón ¡andando! Teresa dice que lo que ocurre es que hay muy pocas mujeres en esa facultad, y entonces es como con los presos o los soldados encuartelados. Yo no sé, pero procuro evitar el trance las más de las veces.
De visitar a los camaradas en la cárcel me molesta la requisa. Las mujeres policías te palpan toda, como si se pudiera esconder algo en el último rincón, hasta allí quieren meterte los dedos, y después viene eso de revisar los paquetes, comida, libros y cigarrillos… y hay que tragar grueso cuando las ves deshacer con agresividad exagerada los empaques que una ha preparado con tantas ganas a jugar la imaginación.
-¡Fíjate lo que te dije: el lateral no regresó y dejó la defensa vulnerable! ¡Ahora el enemigo avanza!
– No te preocupes, Pelé se está tomando un tiempito de ventaja.
– Ahí viene su pase maestro.
– Mira como cabecea ese cruce de Rivelino.
– Gerson… ¡durísimo ahí!
– Este es tu gol, ¡Gerson!
Me levanto emocionada y el libro de Filología Románica cae al piso.
– Pelé, ¡dale ese paso a Carlos Alberto!
– ¡Mira la cara de asombro de los italianos!
– ¡Eso, Carlos Alberto, así!
Nos abrazamos en un sólo grito:
¡Goooooooooolllllll!
Mañana: nos aplazarán en Filología Románica.
Me imagino la cara de Álvaro cuando vea como le quemaron los pantalones en la tintorería… lo peor fue el descaro de la vieja Mendoza, me dijo: Sí tiene razón… es la marca de la plancha… y encendió un Belmont suave. Yo miraba aquella figura oval, casi triangular, oscura en la pierna derecha del pantalón. Pero no hay garantía, (ella no respeta lo que se lee en el recibo azul) y me hablaba de pagar el daño con una cantidad que no da ni para comprar un parcho de la misma tela.
De verdad que no sé cual será la reacción de Álvaro, diez años viviendo con él y todavía, no sé seguramente se pondrá furioso y tirará la puerta. Lo usará como pretexto para desaparecer el fin de semana… al final cualquier cosa le sirve para hacerlo. Me pregunto por qué considera que necesita un pretexto si lo extraño sería justamente lo contrario, que la pasara con nosotros… la escena teatral podría titularse: “Introducción- prólogo para huir misteriosamente antes que enfrentar fin de semana con familia…” todos los viernes al mediodía cuando me dispongo a levantar la loza de la mesa después del almuerzo y traer el café de la cocina, todo mi cuerpo (oídos, corazón, etc.) automáticamente adquiere la disposición necesaria para escuchar el discurso de Álvaro alusivo a la circunstancia, desde una tarea imprevista de la oficina hasta la enfermedad de alguna tía que no estaba entre las ramas del árbol genealógico del que tengo información hasta ahora, como resultado él ha terminado por poseer la familia más fructífera, inesperada y de mala salud que pueda haber nacido sobre la faz de la tierra.
No sabía si aceptar o el pantalón de vuelta a casa… se armó tal discusión en la tintorería y todos me miraban, me incomodó, pero… Álvaro insistió tanto en que le tuviera listo el pantalón de lino crudo para esta tarde… claro, hoy es viernes… viernes de fuga… ya lo sé… No importa, hoy juega Maradona, sí, hoy sigue el Mundial. Veo a Maradona en la pantalla y lo demás lo soporto. Diego Armando Maradona y el mundo pueden caerse.
Pero debería ir pensando a dónde me llevo a los niños mañana sábado. Antes, tenía el escape a casa de papá, pero desde hace tres domingos ese se me acabó. Lo acabé yo, cuestión de orgullo. Sí, a pesar de todo a una le quedan gramos de orgullo, miligramos… lástima que sean para con el papá de una, justamente, que al final es el único qué… no sé, los hombres… Eso tampoco me gusta pensarlo, porque bien claro está que Álvaro no puede ser considerado justamente como un prototipo de hombre, como el modelo único quiero decir, eso sería injusto… con los otros, claro… En fin, papá. Papá y mi orgullo.
En cuanto Álvaro realizaba su escena teatral y daba el portazo, ya yo tenía listo a los niños y la señora Paulita para llenar el tanque de la gasolina y arrancar a Maracaibo, creo que batí todos los records de carreteras, para estar de regreso el domingo, para tenerlos a todos acomodaditos, por la llegada de Álvaro, lunes de madrugada como si no hubiera pasado nada. ¿Y qué más hacía?, esta ciudad no es la mía… y parece que diez años ni siquiera han servido para que me acostumbre a ella.
Con esto de la tintorería y la vieja Mendoza me sentí como cuando el coreano le dio la patada a Marradota al comenzar el Mundial, ya Diego había mostrado sus alas, y el público lo aclamaba, cuando vino Cho Kwang- Rae y le dio un golpe bajo… yo sentía que él podía responder y seguir el balón, pero debía coger aire y volver a respirar antes… han debido declararlo penalti, pero no, creo que él árbitro lo dejó pasar… Yo creo que podía ganar la pelea en la tintorería, pero me sentí intimidada… y las miradas… a la vez, allá en el fondo de mi estómago no había como mucha disposición para defender el pantalón, el lino, las pretensiones elegantes de Álvaro… y ahora, sin Maracaibo. ¿Lo que pasó?, muy sencillo… cuando iniciábamos el almuerzo y yo me sentaba a Álvarito sobre las rodillas para darle la sopa, mientras la señora Paulita se encargaba de Carlos Alberto y Felicia, sentí la mirada de papá… desde que llegué supe que algo iba a pasar entre nosotros… lo encontré en la sala leyendo el “Panorama”, y al saludarlo me respondió con una especie de rugido corto que le conozco hace años y que señala: bilis, mal humor, oscuridad… me aparté… Desde que mamá murió está más susceptible que nunca, pero se soporta y demasiada paciencia demuestra con todo, creo. Labarito sacudió el plato y el contenido de auyama licuada saltó, nos bañó a todos, me apresuré a mojar una servilleta y secar lo que podía, pero papá ya estaba nervioso y dijo que no sé qué cosa con estos niños, y de la vida, y de… no sé, no recuerdo, o no quiero… el asunto pasó, Felicia le tiró un tenedor a Alberto, Álvarito no quiso comer más, y yo terminé dejándolos en el patio con el morrocoy y la manguera… y por supuesto, después de los gritos y rugidos, y el chapoteo, me fui al baño del cuarto de servicio, cerré la puerta, y me puse a llorar como una boba, sentada sobre el inodoro, cuando hago eso ¡santo remedio! , me lavo la cara y puedo salir afuera otra vez a la batalla. Y más ahora con el Mundial, y Platiní y Maradona y Burruchaga dando la nota.
Prendí el televisor y me senté. Afuera estaba Paulita cuidándomelos y desde el lugar yo podía voltear y estar pendiente. Papá pasó cerca, venía de su estudio, con los lentes en la punta de la nariz y un libro en la mano pasó, volvió al rato, me miraba. Yo no podía quitar los ojos de la pantalla. Maradona voló sobre Shumacher y Forsters para meter el gol… Papá me muestra la portada de un libro y me pregunta no sé qué cosa… vuelve a preguntar… esquivo sus preguntas con monosílabos… la pelota corre… los argentinos la persiguen… Maradona arriba… papá se coloca entre le televisor y yo, me pregunta ahora cuándo fue la última vez que leí un libro, el titular de los periódicos, guardo silencio… ya sé a dónde va… se sienta, ironiza… Yo llegué a pensar que tú eras inteligente- dice, y me mira desde el “Monte Sinaí”… yo callo… “Tú mamá en cambio, siempre estuvo más clara que yo, ella nunca lo pensó… sigo callada, tengo ganas de ir a vomitar al baño del cuarto de servicio… me gustaría que él se fuera y me dejara ver a Maradona, pienso…ojalá no sea otro embarazo, pienso otra vez, pero me río conmigo, será por “obra y gracia del espíritu santo”, ironizo conmigo; me quiero ir, no miro a papá, pero volteo de un lado y le hablo a la señora Paulita que está afuera en el patio: – Paulita, arréglemelos, que ya nos vamos.
Logro ponerme de pie. Papá no se interpone, sigue mirándome como desde el Monte Sinaí pero, de reojo descubro algo que llaman conmiseración en su mirada, y entonces, quisiera tener poderes mágicos y ya no estar aquí, pero hay que lavarles la cara, y arreglarles los tirantes, y casi explicarles por qué de pronto… Estamos ya en el carro, papá se queda parado en la reja, y me voy sin despedirme, los niños sí, cada uno le dio un beso al abuelo… Yo no sé como manejo, llorando toda la vía… Coro, escogí regresar por Coro por la recta, para pensar en la recta, o para poder pensar en otra cosa, o justamente no dejarme pensar en nada. Porque si pienso existo, y… ¿para qué quiero existir?… se hace oscuro y me duele la espalda.
A dónde los llevaré mañana… al Parque Metropolitano, ¿a que vean las jaulas de los monos vacías?… a lo mejor al Acuario, a las diez y a las cuatro hacen número con las toninas mientras le dan de comer sardinas… pero ellos han visto eso mil veces y no van a aceptar.
Me fui al mercado y compré en la pescadería los mejores bocachicas que encontré. Hice gala de la preparación de bocachicas rellenas las más deliciosas deliciosas que he comido desde la cocina de mí abuela misma, allá en El Saladillo a medía cuadra de la Basílica de la Chiquinquirá. Y no es que amparara ninguna esperanza, sabía de anteojito que Álvaro jamás iba a renunciar a su escena teatral de los viernes, pero… me empeñé en hacérselo hoy menos fácil… obligarlo a afinar el recurso, nada más.
La casa como una “tacita de plata” y con los niños, todo previsto, par que no hubiera situaciones demasiado exhacerbantes y ruidosas, hasta acosté a dormir a Albertico más temprano para que el padre no tuviera ni, que verlo (cuando Alberto nació, Álvaro reaccionó con violencia pero fue ignorando la situación en la medida en que los médicos dijeron que él niño podría, más lentamente de lo normal, ir adaptándose a la vida cotidiana como los otros… él puso demasiado optimismo, y ahora su actitud es francamente agresiva hacía el pequeño, al punto en que refiero evitarle su presencia). Me vestí como le gusta, no estuve ni irónica ni irritable (tengo algunos métodos “arbolarios” para aparentar serenidad.
En sus ojos capté cierto desconcierto, pero su actitud de apuro era la misma de todos los viernes. Efectivamente, el pantalón de lino con la marca de la quemadura le sirvió como material apara sus fines, y aún cuando yo intenté pronunciar mis parlamentos con la velocidad que la escena me exigía, Álvaro estuvo saliendo del apartamento con su maletín y su aroma de “hombre de mundo”, a las dos y media de la tarde, como es habitual. El portazo de rigor se escuchó, y por primera vez me doy cuenta de que los niños ya hacen oído sordo al mismo, e igualmente Paulita.
Corrí entonces al receptor del televisor. Pasaban los comerciales antes del juego. Felicia está recortando con su tijera escolar el suplemento de muñequitos del periódico, va por el fantasma… recuerdo que a mí me gustaba leerlo. Le pido a Felicia que me busque en la habitación los periódicos que su papá dejó tirados en el piso, va y los trae. Evidentemente el regaño de papá ha hecho efecto, no recuerdo desde cuando no reviso un periódico. Enciendo un Belmont, una bocanada, y estoy en el periódico. Leo avisos y cuanta cosa hay, cambió la diagramación y el tipo de titulaciones. De pronto me sorprende un nombre que me remueve cosas atrás. Rocco, un antiguo compañero de juerga universitaria, aparece protestando con un grupo vecinal, hablan de la zona verde y el riego de contaminación por un asunto de una fábrica de jabón que se construye cerca de sus edificios. No ha cambiado mucho el Rocco… suspiro, doblo, y… prefiero volver a Diego Armando Maradona, quien ahora se pasea como un pavor real por el campo de juego, con sus piernas de roca, tiene la sonrisa de los campesinos, sin tapujos, que brota sola.
Paulita me dice que los niños quieren bajar al parque y que ella puede llevarlos y comprarles helados en la esquina para la merienda. Le doy algún dinero y la veo cargar a Álvarito y ponerle abrigo, se lo quito y lo hago yo misma. Felicia le hala los cabellos a Alberto, la regaño y le recojo el suyo en un acola de caballo. Un beso a cada quien, y salen todos. Entonces, intento ya sola concentrarme en le partido que comienza… no puedo, algo no me deja. Apago y voy al cuarto. Me acuesto vestida sobre el cubrecamas. Enciendo otro cigarrillo. Me desvisto. Mi cama huele a mí, tiene mi olor. Palpo mis senos y están firmes. Amamantar a los niños no cambió las cosas, y han sido tres, ellos vuelven a su lugar, y tengo los pezones aún rosados. Nunca imaginé que los treinta y cinco fueran tan lujuriosos. Me sorprenden mis humedades. Ya sea que piense en Maradonna o en Ignacio, el muchacho que pesa las verduras en el supermercado de arriba… En cambio mi cuello está tenso. Por ahí tengo un libro de acupuntura digital (he podido nombrarle ese a papá).
Deberían publicar avisos clasificados masajistas hombres… Que idioteces pienso… ¿por qué se dirá lubricar? Suena como a motor de carro. Debería irme a duchar ahora, y salir… sí, salir. Cuando muchacha me escapaba a la playa, eran playas muy cerca de Maracaibo, playa de lago, ahora nadie se baña allí, están prohibidas… hay contaminación, demasiada… se acabó el lago, las playas, esa luz…
Me baño… el maletín está allí tentándome… hace meses que lo pienso, creo que hasta he sentido vergüenza de pensarlo… a lo mejor otro lugar, hasta otro nombre… lo decido: un par de pantalones, ropa interior… el dinero que me queda para el mes… y … No, mejor dejo el dinero a Paulita, los niños… Dejaré la luz del balcón encendida para que no se tropiecen al entrar…
Tengo un saltico en el estómago, como cuando organizábamos un mitin contra los gringos en Camboya… me llevo esta foto de los niños, fue a la salida del circo. Alberto tenía sueltas las trenzas de los zapatos, loco que es.
La conserje se me quedó mirando raro ¿o será idea mía?… y ahora, ¿a dónde? Tengo que buscar un avía en donde no me tropiece con Paulita y los niños.
La gente grita: ¡gooolll! Y todos los edificios vibran… ¿quién habrá anotado? Aquí en esta plaza, estaré a salvo, y si me siento puedo pensar un poco… en este banco de arena aprendió a caminar Felicia, yo la dejaba allí y me sentaba a leer cartas, a revisar la prensa. Cartas, un día dejé de escribirlas, no tenía nada distinto que contar…Enciendo un cigarrillo y miro las parejas abrazadas en los bancos, podría reinventar sus diálogos una y otra vez, siempre se dice lo mismo… siempre.
Mejor camino un poco, eso ayuda a que vengan ideas a la cabeza, detrás del edificio del rectorado hay un lugar de comida rápida donde siempre hay mucha gente joven, me acercaré allí. Me gusta ver a los muchachos riéndose y diciendo cosas graciosas, me gusta tanto como ver a Maradona haciendo maromas en el campo. Aquí comen, los niños entran a la piscina de pelotas, y uno está como fuera del mundo, como si allá afuera, después de3 los cristales, todo fuese una película.
Me gustaría tener el pelo como esa niña, un afro, un esponjadito, no tiene ni que peinarse, y esta ropa toda suelta y graciosa… debía tener quince años ahora y no cuando los tuve… o también cuando los tuve… bien, no debería ser injusta, era ¡tan divertido!
Me tomo un café, hago mi cola, para oír conversaciones y risas. Un claro grande por favor… gracias… tomo una mesa con buena vista sobre la panorámica del lugar. Amarillos, rojos, azules, ¡que audaces son con el color! Ojalá lo sean también con la vida… En la venta de galletas hay carteles enormes con unos gatos que se burlan de la gente que hace dieta… les haré caso y me como unos doscientos gramos de chocolate… los de cáncer comemos chocolates, eso dicen los astrólogos de las revistas “ligeras”. Ojalá Paulina se acuerde de que no debe dejar a Felicia comer tanto chocolate, hoy no había amanecido bien del estómago, y después no duerme sino con pesadillas.
… Debe estar a mitad el juego de la final, ¡pensar que hoy se decidía el Mundial y yo aquí abandonando a mi ídolo!… podría caminar hasta la arepera de Mayantigo, allí tiene un televisor pequeño, frente al cual la gente se arrebata.
En esta barra no es muy fácil mantenerse a flote, y yo debo estar cómica con mi maletín a cuestas. De paso se me sientas el borrachito al lado y lo primero que hace es decirme al oído: “cosa rica” ¡hazme tú el favor!, lo que me faltaba. El muchacho que abre las arepas y les pone el relleno me mira y se ríe en un gesto de complicidad. Pero… ahí están los gloriosos uniformes de rayas azules y blancas contra las franelas verdes de los alemanes y ¡que vivan las Malvinas! ¿Qué más da?… Allí va Valdano, ese metió un gol contra Bulgaria como un Dios… sigue, la pelota la tienen los alemanes… (El borrachito se me sienta en la de al lado y ya viene el primer codazo). Diego Armando Maradona con la pierna izquierda usa la zurda como estilete…
Pido un café claro grande, como para disimular mi estadía en la barra… el muchacho le dice al borrachito que me deje tranquila. Ruggeri está buscando centro, él también con los belgas se ganó un derechazo… ¡Ay va Maradona, que saltó!… Me tomo el café sin darme cuenta… Está oscureciendo, ¡¡habrá regresado Paulita con los niños?… Aquí hay un teléfono público, debo tener un sencillo, y así me quito de encima el borrachito del hombro… casi se cae… ¡Aló, aló… ¿Paulita? ¿Cómo están todos? ¿Merendaron?…¡señora! me dice el de las arepas… Señora, mire, no se la pierda… Volteo y veo a Maradona en la pantalla haciendo un pase maestro para darle la pelota a Burruchaga… Es tú mamá, yo quiero hablarle – mamá, yo quiero cenar mi sándwich con pasta de hígado y Paulita no me deja… Burruchaga corre, va hacía la mitad de la cancha… mi amor, no te puede dejar porque tu estás mal del estómago… Mamá, Alberto se cayó en el parque y se rompió la rodilla ¿fue mucho?… tiene un poquito de sangre… Burruchaga sigue, tiene encima a Shumecher y Briegel, la cámara se acerca en plano americano, están en el momento decisivo del partido, de aquí de aquí a la copa… ¡Mama, vente, no me duermo si no vienes, voy a tener pesadillas… ¡Así, así Burruchaga! ¡gooolll! Todo el Mayantigo se levanta en un solo grito, el muchacho suelta la arepa y el borrachito se me viene a recostar encima, yo estoy de pie con el auricular del teléfono, paralizada:-Mamá, mamá, ¿te vienes?
La cámara se mueve en una zona de alejamiento, y estoy allí, con el auricular en la mano, mientras a Burruchaga lo llevan en hombros sus compañeros, por el campo de juego.