literatura venezolana

de hoy y de siempre

Con pies de plomero

Ago 23, 2021

José Pulido

El silencio no existe

Es la primera vez en años que Antonio se queda solo en el apartamento. Su esposa y sus dos hijos se adelantaron y gozan sumergidos en un bululú de tíos y primos en la isla de Margarita. La familia de su esposa tiene una casa en la playa y todos los años se reúnen ahí hasta que se fastidian del océano y del pescado frito.

Él tuvo que rezagarse porque debe trabajar dos días más, pero ya los alcanzará. Mientras tanto tiene dos noches para disfrutar del silencio que reina en el apartamento. Podrá quedarse dormido en el sofá viendo televisión sin que ninguna pelota rebote en su frente.

Esta primera noche en soledad será inolvidable: mantiene bajo el volumen del televisor mientras selecciona un canal con película. Hay tanto silencio que los grillos del cerro cantan y se aparean en sus orejas. Piensa que no existe el silencio absoluto. Siempre se oye algún rumor. Inclusive, escucha sonidos de índole estrafalaria cuando traga. De repente, sin que lo haya pensado o lo haya temido, siente otra presencia en el apartamento:

-Plup.

Es como el eco de una enorme garganta que traga junto con la suya.

-Plup.

Un escalofrío le recorre la nuca. Voltea asustado, plup, con ganas de salir corriendo. No es nada. Nunca deja de sentir temor en la soledad. Plup. Inventa un concepto: es un espejismo auditivo. Trata de concentrarse en una película de los años setenta. Los hombres usan camisas floreadas. Se va interesando en la trama pero ahora escucha más nítidamente el plup plup plup que corre por toda la casa.

Aguza los oídos y se levanta para buscar la causa del sonido. Llega al baño y escudriña: no hay goteo en el lavamanos ni en la bañera. Camina hacia la cocina y ante la cercanía el plup se transforma en ¡plop! ¡plop! ¡plop!. Es el grifo del fregadero que está goteando con fastidiosa monotonía.

Si su esposa y los niños estuvieran en casa con su bulla habitual, no escucharía ese ¡plop! y podría recorrer canales y más canales después que los tiburoncitos devoraran la pizza y se durmieran tirados en el sofá. Además, ningún miedo le duraría más de cinco minutos, porque la verdad es que cuando algo le asusta en mitad de la noche, abraza a su esposa para darse ánimos. Y ella se emociona creyendo que es un gesto muy romántico.

“Antonio sigue tan enamorado de mí… de repente me abraza con tanta pasión que casi me ahoga”, le cuenta orgullosa a sus amigas. Nunca le confesará a su esposa que la abraza por miedo. Él la ama y la necesita. La necesita siempre.

-Si ella estuviera aquí arreglaría ese grifo… -murmura

 

La llave inglesa

Antonio está “cazando” a que llegue el vecino para pedirle prestada su llave inglesa. Cuando escucha el chasquido de las llaves en la puerta de al lado, se asoma esgrimiendo un saludo. Su vecino, Enrique, lo mira y le responde:

-¿Y esas ojeras? Tienes cara de trasnochado…

-Es que un grifo no me dejaba dormir con su goteo infernal y trabajé toda la noche. Pude repararlo, pero ahora el fregadero está tapado. Creo que las canillas se obstruyeron completamente… ¿me puedes prestar tu llave inglesa para ver si destapo eso?

Enrique sonríe con aire de experto comprensivo ante novato estúpido.

-La llave inglesa no es suficiente… dame un segundo para buscar las herramientas y te ayudo.

Antonio lo mira agradecido. En menos que canta un gallo, Enrique entra al apartamento con su caja de herramientas.

-No se sabe quién inventó la llave inglesa, pero el primero en desarrollarla fue un inglés llamado Edwin Beard Budding, más o menos en el año 1830-comenta Enrique. Le gusta dárselas de erudito.

Antonio le sigue la corriente:

-Por eso se llama llave inglesa ¿no?

-Sí, pero en 1892 un sueco llamado Johan Petter Johansson la patentó y ahora la llave inglesa es en realidad una llave sueca… ¿qué te parece?

Antonio mira a Enrique pensando que seguirá hablando del tema, pero su vecino está hipnotizado y atrapado por el televisor: se enfrentan el Real Madrid y el Barcelona. Enrique deja las herramientas en el piso y se sienta en el sofá. Antonio se deja caer a su lado.

Ambos parecen bañados por una luz divina: casi ni parpadean. El partido se termina con empate a un gol y al fin se dedican a destapar el fregadero. Cuando todo está listo Enrique se despide y Antonio se queda como anonadado, mirando el charco sucio que han dejado en el piso. Tiene que salir a las seis de la mañana para el aeropuerto. Debe limpiar el despelote antes de viajar. Riega detergente por todas partes y se faja con unos trapos a quitar la mugre. Se imagina que está lavando y puliendo su carro. Se siente satisfecho y aliviado cuando todo huele a pino y despide brillos inusitados. Se va a la cama. Ajusta el despertador para las cinco de la mañana. Casi inmediatamente cierra los ojos. No hay un plop que lo moleste. Pero está tan agotado que no se despertaría ni con una explosión. Comienza a soñar que está en la playa. Que su esposa le pone en las manos un plato lleno de ostras y le da una llave inglesa para que las abra.

 

Cuando venga tu hermana

-Imagínate –le dice Eliodoro Parfum a Juancho Ponqué- el sábado naufragué a las cinco de la mañana y mi mamá me despertó a las seis y media. Me despertó es un decir: ella me sacudió y me amasó como si yo fuera una pelota de harina en una tabla y me gritó espantosamente ¡arregla el inodoro que viene tu hermana!. Este que estás observando se hallaba tan enratonado que ni con el mayor esfuerzo recordatorio pude ubicar quién era yo y mucho menos quién era esa hermana que presuntamente iba a visitar nuestro hogar… también medité durante un segundo ¿de dónde salió esta vieja matrona tan agresiva y perversa? pero yo amo la vida y sé cuidarme hasta cuando padezco de amnesia.

Juancho Ponqué es de pocas palabras y sus comentarios jamás han sido inteligentes. Se limita a sonreír después que comenta:

-Madre hay una sola, afortunadamente.

Eliodoro Parfum continúa su cuento:

-Mi hermana estudia desde hace dos años en Inglaterra y llamó para decir que llegaba la semana próxima, pero mi madre me despertó siete días antes para que activara mi talento en función de un inodoro tapado y tupido. Aparte de trasnochado y con resaca me hallaba convaleciente porque había lidiado todo el mes con el doloroso despecho que ya tú conoces: Juanitica rompió conmigo por tu culpa, porque eres un borracho que me sonsaca. Y en vez de llorarla y olvidarla como es debido, tuve que ponerme a destapar el inodoro: yo que andaba trancado de dolor… yo que apenas podía respirar de melancolía y tristeza.

-¿Por qué lo llamarán inodoro si ahí es donde se desatan los peores olores que genera el ser humano? Me refiero también a cuando uno lo abraza y vomita -expone Juancho Ponqué.

-Yo me sé el cuento: la reina virgen Isabel I de Inglaterra era muy delicada de nariz, detestaba los malos olores. Se la pasaba histérica en un reino donde todos comían frijoles con chorizos. Y por eso, un poeta ahijado suyo inventó para ella el inodoro. Se llamaba John Harington.

-El inodoro tiene más nombres que el diablo… -dice Juancho Ponqué.

-Sí: se llama water, water close, John, inodoro, retrete, excusado, pero la verdad es que cuatro mil y pico de años atrás ya los griegos usaban algo parecido. Y no necesitaban destaparlo o arreglarlo porque tenía un tremendo canal de desagüe que a veces era un río… imagínate que tienes el inodoro al lado del Amazonas y jalas una palanquita para que el río pase por debajo de tu humanidad.

-Arrastra todo. Como los ríos crecidos que se llevan las vacas, las neveras, los techos. Bueno, compinche: ¿y ahora qué hacemos? ¿cuál es el programa de hoy?

-Por ahora nada: tenemos que ir al aeropuerto a buscar a mi hermana. ¿No querías conocerla? Tú me dijiste como veinte veces que deseabas conocerla.

-¿Se parece a ti o a tu mamá?

-A ninguno de los dos.

-Entonces sí voy.

 

Ave de paso

Las películas de terror son siempre iguales: una familia se muda a una casa donde las tuberías tiemblan y sueltan largos gemidos y las llaves de paso se quejan. Alguien abre un grifo y brota un chorro de aguas negras. Apenas una mujer entra al baño y activa la ducha, comienza la tina a llenarse de sangre o se aparece un tipo con cara de loco drogado y un cuchillo enorme de cocinero.

Martina se ríe de sus pensamientos, pero sigue pensando en ese tipo de cosas, porque el lavamanos de su baño ha estado silbando toda la mañana y la llave de paso interior está botando agua. No se atreve a llamar a un plomero porque la última vez que lo hizo le costó un mes de sueldo. En esa ocasión le dijo a su amiga Doralba que la acompañara porque siempre es incómodo para una mujer sola recibir a un hombre en casa. El plomero era un hombre cincuentón y de todas maneras les echaba a ambas unas miradas como de recluso a la hora del baño.

Precisamente ha llamado a Doralba para que la ayude el fin de semana con ese trabajo. No debe ser muy difícil cambiar una llave de paso. Con Rodrigo nunca tenía esos problemas. El reparaba todo en tan poco tiempo que parecía un mago. Y ningún hombre la molestaba. Ahora todos mascullan algún mal piropo y hasta son groseros con ella. Por eso ha sentido tantos deseos de llorar hoy, cuando la llave de paso casi inunda el apartamento.

Todo se ha ido deteriorando desde que Rodrigo no está. Y eso que ella no es perezosa y trata de solucionar los problemas. Llave de paso. Eso la entristece más porque se parece a la frase “ave de paso”. Rodrigo fue un ave de paso. Qué lástima. Era su gran amor y lo perdió de un día para otro. Suena el teléfono. Es Doralba.

-¿Vas a venir el fin de semana?- le pregunta.

-Si… ¿quieres que lleve algo? ¿una botella de vino? ¿un helado?

-Trae lo que se te antoje.

-Está bien; pero no te llamaba por eso.

-¿No? ¿necesitas algo en especial?

-No. Te llamaba porque vi a Rodrigo. Está de lo más acabado… demacrado… no sé.

-¿Rodrigo? Qué casualidad. Y cuéntame un detalle: ¿andaba solo o estaba con ella?

-Estaba con ella.

-¿La viste desmejorada o sigue siendo bonita?

-Bellísima… perdóname, pero tú sabes que tu hermana cuida tanto su apariencia y tiene un físico envidiable. Esa se va a ver bien toda la eternidad. Bueno, manita: ya hablaremos de esas tonteras el fin de semana.

-Si… aquí te espero, Doralba. Gracias por la llamada. Y no te preocupes que ya eso para mí es clavo pasado.

-Sí chica, yo lo sé: clavo pasado.

 

A comprar tocan

-Sifón es ese tubo curvo que tiene un codo ¿no?- le pregunta Sofía al dependiente de la ferretería. Él es un joven bastante amable, aunque parece aburrido.

-Sí: la parte curva se llama codo. Destapar el sifón no es difícil, pero tampoco es una cosa que se resuelve en cinco minutos: hay que tener paciencia. Cierra la llave de paso para cortar el agua, quita el codo y le saca lo que esté atorado. Si no quiere destapar todo eso puede poner el sifón nuevo y ya está.

-Eso es lo que quiero: que me venda un sifón nuevo -dice ella. Casi se sonroja cuando el dependiente trae una cajita con el sifón. Es verdad que se le ha obstruido una parte de la cañería en su apartamento, pero cada vez que puede va a esa ferretería porque se siente fascinada por algún aspecto de ese dependiente. Todavía no tiene muy claro por qué le gusta tan arrebatadoramente ese hombre, que siendo joven no se le ve la frescura. Pero su sonrisa es ligeramente juguetona. ¿Graciosa? ¿Será eso?

Aunque es una mujer de atractivo evidente, el ferretero no parece notarlo. Ni siquiera en los instantes en que ella despliega su sonrisa más seductora.

Su hermano Alfredo conoce bastante al dependiente ferretero: ambos estudian economía en semestres distintos, pero conversan en la universidad. ¿Por qué no se lo ha presentado? porque ella es terca y no quiere deberle favores a su hermano. Eso es como venderle el alma al diablo.

Sofía abre su cartera, suspira y paga el sifón. Sonríe un poquito pensando que en materia de sifones sólo el sifón de cerveza le parece medio interesante. El dependiente la observa ahora con una pizca de interés.

-¿Usted no es la hermana de Alfredo? -le pregunta. “Al fin se mueve el ajedrez” piensa ella.

-Si. Soy la hermana de Alfredo. ¿Usted conoce a mi hermano?. “Soy una hipócrita pisa pasito”, dice para sus adentros.

-Lo conozco: somos muy amigos.

-Caramba. Y no nos han presentado… (ella alarga la mano y él se la estrecha) yo me llamo Sofía.

-Arnoldo Maggie… para servirle.

Se quedan un momento en silencio sin saber qué más decir. Sofía mira el reloj.

-Espero que mi hermano lo invite a la casa algún día o que nos veamos por ahí en alguna de sus fiestas, porque para fiestas Alfredo está mandado a hacer.

-Sí… es verdad. Bueno: en este negocio estamos a la orden.

Sofía sale y se va para su apartamento. Al llegar se pone sus pantuflas rosadas ridículas y llama al celular de Alfredo. Le dice a bocajarro: Arnoldo Maggie se ha dado cuenta de que tu hermana existe. Alfredo se ríe y le dice que eso no le va a servir de nada. ¿Por qué eres tan odioso? comenta ella. Alfredo deja de bromear y le suelta la explicación:

-Arnoldo está comprometido con la hija del dueño de la ferretería. ¿Recuerdas a la catira preciosa de ojos verdes que atendía los primeros meses?

-¿La del cuerpazo que te hizo comprar como cuarenta alicates?

-Sí, hermanita: se casa con ella.

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