literatura venezolana

de hoy y de siempre

Cuentos de Eduardo Sifontes

Oct 12, 2024

Violeta se mira en el espejo

Da media vuelta y sonríe sosteniendo la asfixia por sobre todas las cosas, es el mejor reflejo de lo sucedido durante las mil vueltas donde paró los relojes en un minuto y treinta y nueve segundos. La competencia fue interesante de principio a fin y a la vez se abre una interrogante: si María Elena Silva dio su brazo a torcer, situación que aprovechó Maruja para irse adelante sola. Violeta sólo tenía que cuidarse de María Elena y nadie más, basándose en la experiencia, pero de repente contó con otro enemigo: Maruja; y a partir de ese momento, su tren de carrera comenzó a decaer llegando al extremo de tener que ceder terreno ante el poderoso avance de Maruja Torres. Bueno, ya todo está resuelto, Violeta haciendo alarde de su potencia gira los treinta y nueve segundos frente al espejo después de este hecho bastante significativo. Y sonríe. Maruja lloró al saber la decisión y Maruja con los aplausos; luego esta muchacha sería pasada a la morgue. Después vino la contienda entre Violeta y María Elena, que hicieron estremecer al planeta a cuarenta y cinco siglos en el tiempo y quinientos kilómetros en el espacio. Sin embargo la acción sigue montada; ignorando que pasa, Violeta sigue a un impulso irresistible: mirarse en el espejo pensando en segmentos la muerte de Samuel. Y en un punto, al norte de Monte Piedad, Samuel Rojas capta el pensamiento y apenas Violeta escucha la orden se convierte en un rayo que pega en el hermoso edificio donde reside Samuel, reduciéndolo a escombros. Cualquier otro mortal hubiera sido muerto con esa explosión y hasta el pedazo de Samuel cayó, cayó sin fuerzas, pero el amor es eterno: Violeta y él se besan entre los escombros de los cuales salen pompas de jabón en todos los colores.

El vapor y los gases forman ese fenómeno extraordinario que culmina con las fuertes detonaciones de las pompas al estallar y el amor de la muchacha continúa profundizando el aspecto al mismo tiempo que otros ojos siguen con interés toda la acción de los juegos sexuales entre ella y Samuel; son los ojos de María Elena Silva, cubiertos de brillante hielo, con la misma expresión de una vez en que escribió su nombre y apellido en la mano de Samuel. Violeta y Samuel Rojas dan saltos al impulso telepático, por dimensiones y por espacios, dicen cosas de sangre y huesos de héroes, mientras María Elena se masturba allá en Barcelona o Puerto La Cruz, llorando frente al espejo donde antes sonreía Violeta, así, varias o miles de veces le sucederá lo mismo: no poder descifrar su variación según las diferentes fases del absurdo o la fantasía y la carrera contra el tiempo.

Y todo el mundo lee en las páginas deportivas de los periódicos: foto leyenda: En la gráfica puede verse a la señorita Violeta X, ganadora de la I Carrera Contra el Tiempo; al lado, su novio vestido de acróbata, señor Samuel Rojas, quien es profesional en planteamientos de resurrecciones y aprovecha para invitar al público en general a presenciar su próxima muerte y otra etapa de sobrevivencia. Después del desarrollo de la noticia, Violeta y Samuel se besan en los ojos, intermitentes, entre reflectores, flash, tropezones, gritos de alegrías, fanfarrias y descargas de luces verdes, azules, amarillas, rojas. Aplausos. EL SECRETO DE LA RESURRECCIÓN, MAGIA, FANTASÍA, MUERTE y VICTORIA ESTÁ EN EL AMOR, señalan los periódicos a grandes titulares en el momento que Samuel hace demostraciones de acrobacia sobre la mesa de cirugía, Violeta llora en la sala de emergencias y el cuerpo de médicos y enfermeras aplauden las acrobacias, con anestésicos, desinfectantes y bisturíes en mano. Violeta con un cigarrillo le quema los ojos a Samuel hasta que éste muere de muerte natural, el invocador de prodigios, cambiando de colores sus labios. Y se procede a la operación quirúrgica de aquel magnífico cuerpo como exhaustivo estudio del corazón y la memoria Samuelística. Es toda la historia.

***

Variaciones de frecuencias

Consigo dominarme, canto lo mejor que puedo para cambiar mis impresiones, hasta la última gota de sangre, y la imagen viva hace de fragmentaciones: espadas y dientes de oro muy afilados, actos de magia, fliscornos que estremecen el cielo, párpados que flotan, falsas maniobras. Y hay que seguir el ritual.

Alicia también consigue dominarse. Cada coito de pie, definitivo, apretado en la mirada, puede producir variaciones de frecuencias en la última etapa envolvente de su pelo tan largo, como un escape infinito, azul, para desviar la ruta de mi mano que recorre su espalda. Me acuesto con ella; me observa con los ojos por encima de sus lentes anti-sol. Alicia, en el amor, se tira un pedo y del culo le salen burbujas de colores. Este orgasmo, gradual, es bello, para aterrorizar gustos burgueses. Alguien hace una señal de detenernos. Nos cagamos de la risa, con puros toques de magia. Alicia gravita en cada coito, no baja de las nubes.

Ella deja escapar señales de vida, imágenes descontinuas, sus ojos magníficos, el mar y las espumas sobre las rocas. Eduardus Sifonti homo domini lupus animus injuriando u ofendendi en eyaculación, sublime, gestos de lengua mordida, un rayo de luna iluminado el rostro feliz de Alicia, luego la ropa, un medio saludo y adiós a las estrellas, orgasmo feliz, orgasmo especial y adiós para siempre porque ya sabemos que desde arriba Dios nos empuja al abismo con su dedo único. Ciao, Alicia, adiós para siempre.

***

Ensayo para un cuento de un bichito que se derrumbó

Julio Luz de Muerte llegó a un ojo de agua para lavar la cuenca ensangrentada de su ojo derecho que en ese mismo instante chorreaba sobre el agua fresca. Veintiún años, agudo de entendimiento, a pesar de su ojo destrozado, Julio monologa adentrándose más y más en el río dejando atrás un gran charco de sangre, vuelos de pájaros asustados y siempre el recuerdo de Silverio Odesa, Ricardo, Damelis, las veces en que fueron a regar con sus huesos tierras de otras partes. De repente se sobresalta. Viene alguien, un hombre con un gran número de ilusiones y fantasmas.

—¡Jujujuyyy!, –grita el hombre–. Dime jovencito, ¿qué haces, tan arruinado y con un ojo roto?

—Vivir.

—¿Cómo quieres?

—Más o menos como me imagino que vives tú.

Establecido el diálogo, Julio Luz de Muerte y el forastero optimista caminan montaña arriba desconociendo la forma como se llevó a cabo este encuentro en estas selvas desprovistas del más insignificante manto de humus.

—¿Y ese ojo?

—Fue un rayo de luz…

—¡Já, já…! ¿Un rayo de luz?

Y a través de preguntas, respuestas y risas se inicia el fortalecimiento de los caracteres, mediante prácticas continuas destinadas a borrarlas por la soledad, obscuridad, ruidos, etc.

El hombre da un salto, enciende un fósforo, lo acerca al ojo vacío de Julio y le pregunta:

—¿Tienes novia?

—¿Con esta cara?

—No, con la otra.

—¿Es que tengo otra? (busca burlonamente).

—Sí, lo que eras antes de ser lo que eres.

—¡Ya cambia! Antecedentes… Sí, tenía una novia, todos los jóvenes han tenido novias… yo también… pero ahora soy uno que llena las filas de los ex-enamorados.

—¡Ex-enamorados! Eres original para los nombres de las cosas. Pero aún eres joven. ¿Qué te pasa?

Se produce un período de transición entre la descripción mental del perfil de su novia y la irregular intensidad con que mira la forma del forastero, su volumen: de repente pirámide, cilindro y hasta forma de esfera. Y todo debido a un solo ojo.

—Ya te dije –dice Julio–, una vez tuve una novia llamada Lucía y yo veía flores en sus ojos tan distantes, tan más allá del horizonte. Una vez, después de hacerle el amor, ella prefirió un mundo extraño y laberíntico bajo la superficie de nuestro planeta. Desde ese día la música y el sudor de Lucía lo llevo en la sangre. Aburrido ¿verdad?

—Sí, aburrido. Ser una sola persona, pero si uno lograra multiplicarse y joder contra esa maldita soledad que nos llena.

—Se puede ver que has estado mucho tiempo solo, pero no te aflijas que aunque somos sólo dos personas, estos momentos, esta recorrida, esta fuga intentaremos pasarlas bien sin aburrirnos. Además, te contaré que no existo.

—¿Cómo es eso?

—Sí, prácticamente no existo. Se quemó el Registro Civil donde estaba inscrito. Sin embargo existo para ti y eso basta.

El forastero calló, se metió las manos a los bolsillos y caminaba revoleando los ojos hacia arriba, hacia los lados. Esto le causó pánico a Julio Luz de Muerte. Sin ser capaz de reaccionar sino hasta que le dio vueltas al revólver, que llevaba en la chaqueta, a manera de ruleta rusa y el señor forastero quebró el silencio y sugirió:

—Y así… prácticamente no existes, en la sociedad, oye, no eres tú solo, a miles de personas les ha sucedido lo mismo.

–Bueno –dijo Julio–, y de ahí parte mi vida, cuidándome de los policías, de las autoridades, no puedo pasar fronteras… porque no existo.

Julio se sienta cabizbajo y al rato se da cuenta que está frente al ojo de agua, atrás y delante charcos de sangre, recuerda que no se ha movido del sitio, no ha visto a ningún ser humano y menos dialogado aún. A los veintiún años, agudo de entendimiento, a pesar de su ojo destrozado, Julio Luz de Muerte frente al agua fresca es víctima de un ataque de locura y corre desesperadamente hacia todas las direcciones.

***

Eduardo vuelve a morir

La cabeza en mal estado, lentes de seguridad por casos de cuerpos extraños en los ojos, Eduardo Sifontes respira por una de sus heridas. Tres cuartos de terreno. Buen tiempo. Seis brazos bien presentados y fuertes.

Eduardo Sifontes, derechazos, naturales con el de pecho y adornos en el primer enemigo. Media puñalada. Ovación y vuelta. Faena variada al cuarto. Dos mordiscos, puñaladas y descabellado al segundo golpe. Ovación, dos orejas, ojo y vuelta.

Samuel Rojas, faena variada y larga al segundo enemigo. Desplantes. Balazos. Ovación, dos orejas, corazón y vuelta. Valiente en el quinto, con pases de todas las marcas. Latigazos. Ovación, tres dedos, uña y vuelta.

Julio y Elsa, faena adornada y aplaudida al tercer esbirro. Puñalada y descabellado al sexto intento. Ovación, dos ojos y vuelta. En el último, Eduardo fue volteado y realizó faena de aliño. Bofetadas y balazos. Aplausos.

Eduardo Sifontes, multiplicado, se frota los ojos, le han caído cuerpos extraños, se agarra de las barandas cuando baja por las escaleras fijas para retardar la circulación y la propagación del veneno en movimiento. Sueños, sobresaltos e intentos de suicidio. Aplausos. Ovación. Eduardo vuelve a morir. A pesar de que un gran número de personas había visitado el depósito de cadáveres para ver si podían identificar a un delator ejecutado, la policía no tenía pista cierta acerca de la identidad de la víctima ni del victimario. Entre los curiosos yo rompí tres vidrios y un espejo; se voltearon todos e hicieron un círculo en torno a mí pero la policía disolvió la multitud y a pistolas, revólveres y ametralladoras me colocaron de espalda a la pared. El pronóstico fue bastante claro. Se realizó la tortura a un ritmo más elevado aún que el espacio y el tiempo. Sentí la necesidad de averiguar qué había en el fondo de todo esto, lejos de toda autoridad que no fuera mi propia conciencia. La sabiduría emergió en uniformes de cuadritos rojos y verdes; y sus rostros y cinco manos fantasmas me llevaron a un callejón sin salida. Hay voces a los lados, escojo otra calle. Este aislamiento me acostumbra, acorta mi evasión. Y el retraso se acentúa.

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