Yoyiana Ahumada Licea
Estás rodeada. Por donde mires hay cientos de objetos. Parecen animales salvajes acechándote para saltar sobre ti. Objetos que fuiste colocando a manera de santuario durante diez años. Llegaste a ese apartamento despoblado y triste. Lo fuiste coloreando. ¿Ves? Hasta pintaste las paredes de amarillo.
Dos amigas han venido a ayudarte, te piden que te sientes, que te quedes tranquila. “Esto es muy duro, déjate ayudar”, insisten. No saben cómo deshacer diez años. Tú tampoco. Es que… las cosas no quieren quedarse quietas, parecen no tener sitio. Las mueves de una a otra caja. Alteras el contenido. Vuelves a tomarlas en tus manos. Es arrancarte del sitio, despellejarte a través de los objetos que han ido rodando de casa en casa.
—Esa es de adornos varios.
Lo de los libros es otra historia. Hambre de Daína Chaviano está autografiado. No es justo. Qué mujer tan encantadora. Recuerdo cuando vino a Caracas, trabajaba en una de las tantas revistas por las que pasé y aquí nos visitaban muchos escritores. También vino el autor del libro sobre Pablo Escobar, lo trajo la editorial y fui su ataché de prensa y de la ciudad. Fuimos al Juan Sebastian Bar. ¿Te acuerdas de cómo festejó la sopa de cebolla —memorable— y los tequeños? Podré con tanta memoria, me digo mientras guardo por tercera vez un caballito despintado y en estado de deterioro que me empeño en defender. Tira eso. No te lo lleves a la nueva vida, me dice mi amiga Pepi.
Vuelvo a lo de los libros, me niego a despedazar mi biblioteca, pero mi culpa socialista y mi nuevo camino al desapego me lo impiden… Pero en realidad H no lee narrativa, nunca tiene tiempo. Bueno, sí Hermann Hesse, pero es lector detenido en un tiempo. ¡No sé qué tiene con esta novela! Cada vez que te escribe algo lo hace encarnando al Lobo Estepario. No me disgusta, aunque después de la tercera cerveza los garabatos son ininteligibles.
Mucho más tarde descubrí que quería ser loba. Este era mi primer aullido.
¡Qué empeño! Te dejas caer en el sofá que no se irá contigo.
¿Por qué el color amarillo será pavoso en el teatro?
H no estaba acostumbrado, no miraba los espacios. Tú lo enseñaste a gustar de las atmósferas. Un cuadro aquí, un adorno… Él se fue dejando llevar. Te costó creer que era posible ser “mi amor, mi cómplice y todo… y ser mucho más que dos…”, y cuando lo hiciste te convenciste de que el amor se había inventado con ustedes. Coco te puso. Puppy lo nombraste. Más ridículos y hay que volverlos estatuas de Madame Tussó.
FLASH BACK. INTERIOR DE ANEXO. NOCHE.
Imposible mayor prueba de cariño. Esa noche venían de Los Techitos, bebedero ubicado en la bajada de Venevisión. Siguieron el bochinche y terminaron apiñados en “el huequito” que era su casa. La cantidad de destornilladores que bebieron te afectó y te fuiste en vómito. Terminaste desmayada en sus brazos como en la escena de telenovela que ambos escribían.
E era tu mejor amigo. B, cercana. Eso hacía prohibido con P mayúscula un acercamiento, otro. Mediaste, los escuchaste. Pidieron consejos. Lo intentaron muchas veces. Y estuviste para los dos. Estaban rotos. Volcanes sin limpiar.
—No es no…
“Ábreme un espacio”, dijo. Yo cursaba mi maestría de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar, eso y escribir en televisión era suficiente, él no entraba en la ecuación. No era posible.
—No estaba enamorada de ti.
Hubo café un lunes y el miércoles ya iban por comida francesa en el precioso rinconcito galo que había en los bajos de la casa. Éramos colineros. “Te voy a preparar un salmoncito…”.
FLASH FORWARD. INTERIOR APTO SALA. DÍA.
Las paredes amarillas lucen tres cuadros hermosos y un retrato de gran formato en blanco y negro de ella.
¿Cuántas cajas me iba a llevar? Aún no había hablado con E. Cada vez que intentaba traer el tema a colación, sabía lo que venía. “Tenemos que hablar, H”.
—Hoy es domingo, Coco.
Tienes que correr, tengo que correr a toda velocidad… Sabe amargo el licor de las cosas perdidas…
Había comenzado a beber desde el lunes. Cuando se deshacen las cosas, las costuras se ven con lentes de aumento.
¿Y si hacemos una carne mechada? Pero si prefieres mi salsa para pasta y tú te quedas sentadita…
La hora del ritual coincidía con sus reuniones impostergables. El tiempo les daba la espalda.
Te quedabas con el cuchillo en alto recordando el texto de Acto cultural. “Las mujeres de Ejido cortan tomate”. Yo estaba tan lejos de mí.
Me sentía miserable. Lloraba por las rodillas hasta los domingos, sumando malquerencias. Recordé una frase dicha en medio de la segunda reconciliación: “Cuando dejes de quererme”.
—Son las 11 de la mañana, ¿tú crees que te falte mucho?
Parada en medio de la sala. Sus pies descalzos sobre el suelo de granito. Sus pies, que danzaron todos los viernes —porque se llegaba de la calle, se sacaba uno el mundo de El Nacional y el otro el de Venevisión de encima y comenzaba la ceremonia. Caraotas negras, siempre. Ella la de las especias: punto de comino, el frasco mágico de la mezcla, él, el cortador oficial del ají dulce, hilos de ají dulce y cebolla que se doraba. ¿Quién trajo hoy ciboulette para alguna preparación exótica? Y la ensalada de alcachofas… Carne mechada, que tenía que quedar cortada sin trazos de grasa, y como a las diez ya estaba lista la salsa para pasta.
Seis guiones de cine. Finales a cuatro manos. No, no le pongas mi nombre a la protagonista. ¿Cómo voy a tener cuatro tetas?
“Compré el CD de Ana Belén. ¿Te acuerdas del concierto de Ana Belén, Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat y Víctor Manuel en el Poliedro?… ‘El gusto es nuestro’”. ¡Síííí…!
Lía con tu pelo un edredón de terciopelo… Estoy escribiendo una obra, ¿quieres leer…? Silencio. Listas las caraotas. ¿A cuáles festivales mando el guion de Lluvia?
“Tengo una sorpresa, siéntate…”. Empezaba la hora del performance. Salían trajes danzantes. Y trepaba por el sofá rojo punzó, deformación del llamado rouge ponceau, rojo amapola silvestre de la Francia del siglo XIX.
Algo se detuvo en punto muerto, cantaba Fito Páez. Venía como un golpe de martillo a mi cabeza. No, no. Yo quería bailar. “Te vi… fumabas unos chinos en Madrid. No hacías otra cosa que escribir… Yo simplemente te vi…”.
¿Y el sofá? No puedo dejar el sofá, es mi ancla. El sofá rojo punzó, sí, lo sé, una tela horrenda, un color como de burdel barato, pero lo mando a forrar cuando pueda… Ese sofá de mis papás, el bastión que me protegió el 11 de abril, cuando te fuiste a defender el canal 8. Cuando yo me quedé aterrada sosteniendo una pastilla de lexotanil.
Ya allí había tanto abismo.
—Tengo tres días sin bañarme, ni siquiera me traje el cepillo de dientes… ¿Te falta mucho?
Colgué. Tengo las tripas afuera. Hace más de un mes que estoy planeando la división. Es decir, lo que me voy a llevar para desarmar este nosotros en un yo con yo. Todos los días me siento ante estas putas paredes para desmontar mi vida.
¿Cómo divido la memoria musical? Yo quiero el disco de Serrat por Tarres, pero tú también, cómo te lo pregunto. Si la voz está atascada. Una de mis favoritas de José Alfredo Jiménez que se parece tanto a estos años. “Cuando te hablen de amor… y de ilusiones…”. ¿Cuándo se deja de amar? ¿Se deja? Me fui porque me estaba traicionando. No podías dormir con una extraña. Eso era una alienígena que se adhería al extremo de la cama king size.
No tengo sitio, y los peroles no sé dónde los voy a meter. A casa de mi mamá no vuelvo. No puedo irme al Junko.
¿Cómo te explico que al camión se le pinchó un caucho y que el vecino de arriba que era de escasas palabras y rostro adusto me vio arrastrando el sofá, como el hombre del bacalao, y me ofreció su camioneta?
¡¿Cómo le dices al padre de tus dos embarazos fallidos que se queda bajo techo —en las telenovelas que escribimos siempre se iba el hombre— que yo debería llevarme la nevera que compré con mi sueldo de El Nacional? ¿Qué es lo justo en una separación de bienes?
FLASH BACK. PARO PETROLERO 2002. INTERIOR DÍA.
El del lado de la cocina. Ella sentada en un taburete del lado de afuera. El mesón es la frontera. El borde que apenas contiene.
Mañana vienen mis compañeros del canal. No les gustan los periodistas.
—Me voy de ti. Del funcionario que me mira como enemiga de la patria.
—Nos mentimos, todo el 2002 nos mentimos. Incluso cuando fuimos a Margarita.
Tú a las reuniones de Pdvsa, la Pdvsa destruida de la que me culpas y yo a las Asambleas de Ciudadanos con Teodoro, que no está de acuerdo con el paro petrolero ni con el disparadero en el que estamos. Tú vicepresidente de Programación del canal 8, yo no pienso conducir un programa allí. Seguiré siendo profesora del Conac, en Catia, en la Casa Hogar de las Niñas en El Junquito.
A ti nunca te importó la política. Nunca votaste. Cédula vencida. Ahora redentorista.
—Quédate con la nevera, el sofá de cuero y la mesa de centro, con la que me llevé el dedo meñique.
¡Isadora, mueve los velos; quiebra el aire apacible; danza sobre la mesa, Isadora!
Todas las paredes vacías como me lo pediste mientras subías de La Guaira. El eco de los insultos. Del odio en tu boca de cachorro.
¿De verdad nunca te puso una mano encima?, me preguntan todos.
Hoy es viernes y no habrá ritual de caraotas, tampoco nueva coreografía. Perdiste los derechos sobre tu guion y yo de verdad no me alegro. Sólo te veo como un paisaje. Como si nunca me hubieras sucedido. Yo canto otra de José Alfredo. “En el tren de la ausencia me voy… Mi boleto no tiene regreso…”.