¿Y el perro a quién le queda?
Cualquier abogado litigante sabe que no hay controversia judicial más sencilla que el divorcio de un par de limpios. Aunque, en una oportunidad una pareja joven me buscó para que los divorciara y lo único que tenían para repartirse era el juego de cuarto, ambos peleaban por quedarse con la cama. Al final les sugerí que se dieran un tiempo, que si ambos tenían tan buenos recuerdos de esa cama podían volver a intentarlo.
Las parejas a la hora de divorciarse no pelean por los sentimientos, pelean por los bienes materiales. Cuando el amor se acaba, se acabo; tener la pareja amarrada al lado sin quererse sólo ocurre por no perder patrimonio. Hasta los hijos se discuten como si fueran patrimonio de cada progenitor.
Si después del divorcio no están de acuerdo en que “lo mío es mío y lo tuyo es mío” pueden demandar la partición judicial de la comunidad de bienes en el tribunal civil o de protección correspondiente. Lo referente al régimen de convivencia respecto a los hijos menores de edad se dilucida en el tribunal de protección de niños, niñas y adolescentes, pero:
¿A quién le queda el perro?
Una pareja con más de 30 años de casada quiere divorciarse; no tienen hijos menores, están de acuerdo en cómo repartirse los bienes y en cómo repartirse los amigos. Están hasta de acuerdo en cómo pagar los honorarios del abogado, pero no se ponen de acuerdo sobre a quién le queda la mascota del tipo perro, de género femenino, de raza poodle, de nombre Princesa, que tiene más de diez años viviendo con ellos desde que los hijos se fueron.
Como cada uno quiere quedarse con Princesa, (me prohíben que la trate de perra) les propongo que cada uno disfrute de la mascota de forma exclusiva seis meses al año.
-No acepto, –dice la señora- él le da muy mala vida y no la cuida bien. Le da de comer las sobras de su comida y hasta cerveza lo he visto dándole. Una vez le dije que la bañara y la bañó con jabón azul, ¡con jabón azul, doctor! ¿Cómo cree que yo puedo permitir eso?
-¿Qué hablas tú? si te he visto dándole gatarina en lugar de perrarina; si le has cambiado la leche por agua con harina a pesar de que no le gusta, y las sardinas que le das son de las que nadan en la lata. Lo del jabón azul fue por apuro y necesidad; el jabón es de los que se usan para lavar la ropa de bebés, y a Princesa le gustó.
Después de mucho discutir logré un acuerdo minino de alimentación común (con menú incluido) que ambos deberán respetar durante el tiempo de convivencia con Princesa.
Volvió a atacar la señora:
-No estoy de acuerdo con que el susodicho se quede seis meses seguidos con Princesa porque me la puede corromper; yo lo he visto escondido viendo películas porno y temo que Princesa las vea por curiosidad y se deprave.
-Mire señora, el videíto porno que yo estaba viendo me lo envió su hijo y era de apenas un minuto. En cambio a usted yo la he visto manoseando mucho a Princesa en la cama y hasta he llegado a pensar que usted es zoofílica.
-¡Queeeee¡ zoofílico será su abuelo, que cogía burras en su finca y después echaba los cuentos cuando estaba borracho. Lo que se hereda no se hurta y usted es su nieto.
– Para que te enteres, llevas tres años celando a Princesa de Cosito, el perro de los vecinos, a cuenta de que es un firulais cualquiera de raza crica, y tú no quieres criar “perritos de la noche”. Pero lo que tú no sabes es que Princesa lleva años haciendo el amor con Rocky, el perro del conserje del edificio de la esquina. Si, entérate, Princesa ya no es señorita, y lo disfruta bastante.
Yo cursé la materia Medicina Legal en la universidad, pero allí no te explican primeros auxilios para aplicar en el ejercicio profesional. La señora se desmayó cuando se enteró de esa noticia y yo no sabía cómo reanimarla. Afortunadamente el marido la conocía más y logró reanimarla. Un café bien cargado en azúcar fue todo lo que le pude dar y ayudó a que la señora se recuperara suficientemente para proseguir las negociaciones.
-Eres un inmoral, un cínico, un depravado; ¿cómo has permitido que Princesa haga eso? No doctor, no puedo permitir que mi niña se quede con este pervertido.
Hay problemas que no tienen solución judicial; conflictos entre hermanos, socios, vecinos y demás, que no pueden ser resueltos por un juez conforme a derecho. Pensé intentar una acción mero-declarativa a ver si un juez civil decidía el régimen de convivencia para Princesa, (aunque para mis adentros ya estaba empezando a llamarla “la perra esa”) pero no estaba convencido. Al final les sugerí que acudieran a un centro de resolución de conflictos, donde podrían ser mejor atendidos con alguna solución equitativa.
Un mes después llamé por teléfono al señor averiguando como seguían sus planes de divorcio y me respondió:
-Doctor, lo hemos pensado muy bien y decidimos no divorciarnos todavía. Le vamos a dar un año a Princesa para que madure más y pueda soportar el trauma psicológico que implica nuestra separación. Todo sea por Princesa. ¿Cuántos son sus honorarios
Ahí mismito
En memoria de Domingo Montes de Oca
Dicen que Aguada Grande es el pueblo de las dos mentiras, porque no tiene agua ni es grande; El Piñal no tiene piñas, en La Grita la gente habla pasito y San Cristóbal, tanto la sultana del rio Torbes en Táchira como la de Leonardo Pereira en Aregue son de nombre falso; Al pobre Cristóbal lo sacaron del santoral en el concilio Vaticano II, por allá en el año 1965, por ni siquiera existir. Se pusieron a investigar y resultó ser una leyenda el cuento del santo que cargó en sus hombros a Jesús cuando era niño para cruzar un rio. Pero no todos los nombres de pueblos son mentirosos, El Empedrado, en el municipio Torres del estado Lara, si le hace honor a su nombre; ahí si hay piedras y de todos los tamaños.
La zona metropolitana de Palmarito debe ser una de las más grandes del país; Toda finca que queda a una o dos horas de la capital de la parroquia Montañas Verdes se dice que queda “en Palmarito”. Cuando uno andaba por el campo y preguntaba por una dirección invariablemente el informante levantaban el brazo con el dedo índice extendido y señalaba “ahí mismito”; ya uno sabia que en esos casos había que dibujar una parábola imaginaria de hasta donde subía el dedo y caía, allá, allá, allá lejos, a la distancia de media hora, allá mismo era el sitio.
Cuando el doctor Domingo Alberto Montes de Oca Martínez entró a mi despacho a solicitarme una inspección judicial “ahí mismito en El Empedrado” yo pagué la novatada y le creí que era ahí mismito.
Rememorando sus andanzas en infinidad de campañas electorales, nos montamos en un desvencijado jeep que poco le faltaba para tener calcomanías de Teodoro pegadas en las ventanas. Buscamos un guardia nacional que nos acompañara y nos dirigimos ¨”ahí mismito” después del Empedrado a dejar constancia de una ocupación en una finca. En la casa del solicitante nos detuvimos en una parada técnica de algunos minutos y un café mientras llegaban las bestias que nos trasladarían a toda la comitiva hasta el sitio de la inspección; una hora después ya le sabia el nombre a todos los pollitos de la gallina de la casa y nada que aparecían los jumentos. Domingo me estaba explicando como por quinta vez la situación con los animales cuando ocurrió algo inusual. El guardia nacional que nos acompañaba no aguantó más la perdedera de tiempo y sin mediar palabra agarró su fusil y dio la orden de marchar “a paso de vencedores”. Domingo y yo lo vimos arrancar tan decidido que optamos por seguirlo a pie. Aproximadamente a un kilometro más adelante lo encontramos sentado en una piedra, con el fusil en las rodillas y la lengua afuera. De ahí en adelante todo el trayecto fue la retaguardia del grupo.
Rato largo después de andar caminando cruzamos un sector de montaña extraño. El paisaje `parecía la cima de los tepuyes cubierto en su totalidad de piedras lisas parecidas a las lajas. El secretario del tribunal pagó caro su osadía de ir “ahí mismito” con sus botas Loblan y entre tantas piedras largó el tacón de una bota. Otro tramo más de difícil caminata y llegamos al sitio a inspeccionar: Cuatro palos levantados con una lona encima y una fogata con una olla de sopa.
-¿Esto es todo Domingo? ¿Tremenda caminata para dejar constancia nada más que de esto?
Creo que Domingo debió perder ese día unos tres kilos de peso corporal; un kilo en la caminata de ida, otro kilo en la caminata de regreso y un kilo de la pena de habernos hecho caminar tanto por tan toca cosa.
Ahora si, en la fogata se preparó el cafecito vaquero y aparecieron dos mulas para el retorno. Me asignaron una a mí y la otra estaba entre el secretario destaconado o el guardia que cubría la retaguardia. Se optó por dársela al guardia que era el que soportaba el peso del fusil.
Recorrida la mitad del trayecto de regreso la solidaridad se apoderó de mí. Transitando la ladera de una montaña la silla de mi mula se empezó a ladear justo hacia el lado del barranco. Como pude la enderecé y a los metros se volvió a ladear hacia el lado que dolería más la caída. Paren el mundo que me quiero bajar; mejor denle la mula al secretario que viene cojeando. Seguí todo el resto del trayecto a pie.
Varias semanas después me encontré con el guardia nacional en el punto de control de Atarigua. Al reconocerlo saque mi mano por la ventana y lo saludé. No sé donde averiguaría que soy hijo de Betty Gómez, pero por la contundencia del gesto con que sacudió su brazo al verme juraría que le estaba enviando un saludo a mi mamá.
Así era Domingo, capaz de caminar horas por el monte para defender un campesino desamparado o buscar un voto.
En otra ocasión me trasladé con otro abogado al Empedrado a realizar una inspección judicial de una cerca removida. “Eso es ahí mismito, antes del Empedrado”, y efectivamente fue antes del Empedrado, pero no ahí mismito. Antes del Empedrado nos desviamos a la derecha por carretera de tierra casi media hora hasta llegar a la finca del solicitante. Mientras preparaban las bestias me quedé mirando al fondo una montaña empinada a mi izquierda que culminaba en una pared de piedra y una planicie bastante lejos de donde nos encontrábamos. Cuando notaron mi curiosidad me dijeron:
-Para allá es que vamos.
Realmente no creí que fuéramos a ir tan lejos montaña arriba y pensé que lo decían para burlarse del juez citadino. Esa vez si tuve compasión de las botas Loblan del secretario y se quedó en la casa de la finca. Montamos los animales y para mi sorpresa efectivamente empezamos a subir un camino empinado y repleto de piedras. Al rato de estar cabalgando salimos a un claro del bosque y noto que a mi derecha había un profundo barranco. El sendero bordeaba la pared de piedra que había visto desde abajo y apenas se podía mirar allá chiquiticos la casa de la finca y los peones conversando con el secretario. Afortunadamente nos volvimos a internar en la vegetación espesa y seguimos el sendero cada vez más lejos del barranco. Un buen trecho después por fin llegamos a la cerca supuestamente removida; se veía bien estable, solida y con varios años de uso. Como no parecía una cerca nueva pregunté:
-¿Esta es la cerca removida? A lo que respondieron con un tajante sí.
-¿Y por donde pasaba antes?
-Por allá detrás de la cerca.
Como todo eso estaba tan solo opté por brincar la cerca y buscar el sitio donde estaba originalmente. Al estar del lado de adentro me señalaron un sitio. Cuando llegué al sitio me señalaron otro más adelante, y otro, y otro, hasta que tras media hora de camino a pie llegamos a otro barranco profundo e intransitable. Ahí constaté que todo era mentira. La cerca nunca había sido removida. Media vuelta y retornar de otro viaje perdido.
Cuando bajaba de regreso pasé el segundo susto aterrador; en un momento la mula se detuvo frente a una especie de cornisa que para mí fue como de metro y medio. Yo buscaba la palanca de retroceso y no la encontraba por ningún lado. Pasé lo que me pareció un minuto meditando aquello de a2+b2=c2, hasta que alguien pasó por detrás y le dio una nalgada a la bestia. En lugar de gritar Geronimoooo llamé fue a Pitagoras. Cada vez que recuerdo ese brinco le quito como diez centímetros a la altura; ya voy como por cincuenta centímetros apenas.
Tiempo después, abrieron el tribunal agrario en el Tocuyo con competencia en el Municipio Torres y se acabaron las inspecciones agrarias del tribunal de municipio. La única competencia agraria que me quedó fue la de recepcionista telefónico. El tribunal segundo agrario del estado Lara estaba proyectado para quedar en mi cubículo del Palacio de Justicia de Carora y por esa razón en la guía telefónica del poder judicial nacional aparecía el número telefónico del tribunal primero del municipio Torres como teléfono del tribunal segundo agrario con sede en el Tocuyo. Innumerables veces contesté el teléfono de mi despacho y preguntaban si era el tribunal agrario; cuando me interrogaban ¿entonces donde queda el tribunal agrario? les respondía:
-Ahí mismito, en el Tocuyo.
Ese Macondo llamado Carora
Desde que escuché que Carora es una especie de Macondo particular para algunos intelectuales caroreños, decidí volver a leer la novela Cien Años de Soledad, del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, buscando indicios de similitudes entre esos dos espacios de locura, ficción, realidad y soledad que constituyen Macondo y Carora. Treinta y cinco años después de su primera lectura volví a deleitarme en su envolvente mundo, esta vez viéndolo desde la óptica de que Macondo queda en Carora y de que Gabriel García Márquez se crió en el barrio Torrellas y no en Aracataca.
En el ámbito geográfico parecen coincidir en algo; los dos son pueblos de provincia ubicados al norte de Suramérica, calurosos, polvorientos, bordeados por un rio y con una sierra a uno de sus lados. Aureliano Segundo se hizo rico y despilfarrador criando ganado igual que lo han hecho muchos caroreños. La compañía bananera que llegó a explotar un producto nuevo en Macondo bien se asemeja a la compañía que llegó sembrando vides y produciendo excelentes vinos en Carora, aunque afortunadamente esta última no ha tenido que asesinar tres mil caroreños como sí ocurrió con la compañía bananera en Macondo.
Si la familia Buendía es el eje de Macondo en Cien Años de Soledad, en Carora se pueden escribir varias novelas con las historia de la familia Zubillaga. Desde la llegada de don Agustín Luis Zubillaga Irady con la Compañía Guipuzcoana en la época de la colonia, comenzó una saga de insignes personajes que con su valía le han dado renombre a la región, destacando como intelectuales, ganaderos, profesionales, comerciantes, deportistas y en todo lo que tenga que ver con el progreso; fundaron ganaderías, periódicos, revistas, un centro de inseminación artificial de ganado y hasta contribuyeron firmemente en la creación de la raza Carora de ganado bovino. Es esta la razón por lo que el apellido Zubillaga lo encontramos hoy nombrando plazas, calles, un hospital pediátrico, el parque de feria, un matadero industrial y otros sitios públicos. No en balde podemos decir que el faro intelectual de Carora durante todo el siglo XX fue Chío Zubillaga, siguiendo el camino comenzado en el siglo XIX por su tío Antonio María Zubillaga, que en uno de los baúles traídos de España por su padre Agustín Luis Zubillaga Irady, comenzó la creación del valioso e importante Archivo Zubillaga. Años después Amaranta Úrsula se iría a estudiar a Bélgica con un viejo baúl similar al de don Agustín, que su madre Fernanda del Carpio trajo desde Bogotá y que finalmente regresaría a Macondo hasta el final de los días.
Si José Arcadio Buendía caminó dos semanas y varios días por la selva buscando el mar y encontró, a doce kilómetros de la costa, un viejo y esquelético galeón español, no es difícil imaginar a Chío Zubillaga remontar el rio Tocuyo buscando una salida al mar y encontrar por los lados de Siquisique un viejo y destartalado buque fluvial de rueda de madera de los que surcaban el caudaloso rio en el siglo XIX.
Cuando los diecisiete hijos que tuvo el coronel Aureliano Buendía con diferentes madres, coincidieron juntos en Macondo para visitar y conocer a su papá, resulta inevitable pensar en Salvador Álvarez pasando lista en la plaza Bolívar de Carora a las docenas de hijos que tuvo con otras docenas de madres, y que dio origen a la rama de los Álvarez “listeros”
Cuando José Arcadio Buendía fundó Macondo no planificó ningún cementerio porque allí nadie se moría. El cementerio fue inaugurado con la muerte de Melquiades. Desde entonces en dicho cementerio están enterrados Melquiades, Pietro Crespi, José Arcadio Buendía padre e hijo, los Buendía, los Zubillaga, los Herrera, los Álvarez, los Oropeza, los Montes de Oca, los Riera, los Ferrer, los Crespo, los Meléndez, los Piña, y muchos otros. No es el único cementerio que existe en Carora, el otro es el Cementerio de Voces del escritor Leonardo Pereira Meléndez, que aunque no narra cien años de soledad, si narra la soledad en que quedó el poeta desde la muerte de su hermano Luis.
Melquiades murió en Singapur, pero como no soportó la soledad regresó a Macondo para morir por segunda vez e inaugurar el cementerio. Parece que su segunda muerte tampoco le gustó y regresó nuevamente del más allá para esta vez residenciarse en Carora. Ahora sigue escribiendo sus pergaminos desde el barrio Torrellas, y aunque a veces sus escritos siguen siendo tan indescifrables como los pergaminos originales, no hay duda que serán fuente obligatoria de consulta para los cronistas del futuro.
El coronel Aureliano Buendía hizo treinta y dos guerras que perdió. En Carora vive un descendiente del único hijo del coronel Aureliano Buendía que escapó a la matanza de los que llevaban la cruz de ceniza en la frente. Aureliano Amador escapó por la sierra oriental y se escondió un tiempo en la lejana ciudad de Carora antes de regresar a Macondo para que lo asesinaran con el correspondiente tiro en la frente. En memoria de su abuelo solitario usa el seudónimo de Míster Solo. Afortunadamente, cada vez que un fantasma le atormenta, en vez de irse a la guerra agarra una máquina de escribir y publica un libro. No sabemos si también hace pescaditos de oro.
José Arcadio Buendía funda Macondo huyendo del fantasma de su compadre Prudencio Aguilar, al cual mató por una discusión después de una pelea de gallos, del gallo de las espuelas de oro, que años después retrataría el historiador Guillermo Morón. Los cuatro años, once meses y dos días de aguacero que cayeron sobre Macondo fueron similares a las toneladas de agua que cayeron sobre la antigua Atarigua cuando la represa la inundó, para calmar la sed de los torrenses y la sed de escritura de Juan Páez Ávila.
Si los pergaminos de Melquiades guardan el secreto de la historia de los Buendía, en Carora basta con recopilar todas las excelentes elegías y obituarios que ha escrito Gerardo Pérez González para tener la historia más completa de todos los personajes difuntos de la comarca.
Úrsula Iguarán estuvo más de un año usando un pantalón de castidad para evitar salir embarazada de su marido por el temor a que un hijo le naciera con cola de cochino debido al parentesco que tenia con José Arcadio Buendía. Si nos dejamos llevar por los famosos palos u horcones sembrados en los patios traseros de algunas casas de Carora podemos concluir que algunos niños con rabo de cochino debieron haber nacido por esos lares. En Carora no he sabido de nadie que haya usado un pantalón de castidad, pero si he sabido de algunos y algunas que utilizan una ropa interior y medias tan matapasiones que les garantizan castidad eterna.
Cuando el fundador José Arcadio Buendía falleció, cayó sobre Macondo una lluvia de minúsculas flores amarillas durante toda la noche hasta cubrir totalmente las calles y techos del pueblo. En Carora ha llovido granizo justamente a la hora de los entierros. Habrá que averiguar el acta de defunción del enterrado de ese día tormentoso para rastrear su partida de nacimiento en Macondo.
Los amores de Meme Buendía con Mauricio Babilonia fueron delatados por decenas de mariposas amarillas que revoloteaban estos dos personajes. En Carora existió un mecánico del central azucarero que era perseguido por zancudos fosforescentes cuando visita un amor prohibido, justamente entre siete y ocho de la noche.
En Macondo hubo una epidemia de insomnio que duró varios años. El insomnio degeneró en olvido y todos sus habitantes se olvidaron de todo. Afortunadamente reapareció por el pueblo Melquiades con un antídoto para la epidemia y logró que todos los macondianos recuperaran el sueño y la memoria. En Carora hay una peste igual desde hace más de veinte años; muchos habitantes sufren de insomnio esperando que llegué el agua por las tuberías y ese insomnio ha degenerado en amnesia para olvidar quieren son los responsables de la mala vida. Ojala Orlando Álvarez Crespo encuentre en sus pergaminos la cura para esa peste y la empiece a distribuir mezclada en los helados que vende.
Úrsula Iguarán vivió más de cien años; prometió y cumplió no morirse hasta que no escampara el aguacero que duró cuatro años, once meses y dos días. En Carora hay más de una matrona que ha prometido no morirse hasta no ver el fin de este régimen que amenaza la destrucción de Macondo. Dios quiera y vivan para contarlo.
Hay tres personajes que se le escaparon a Gabo o tuvo que omitirlos intencionalmente para no sobrepasar las quinientas páginas en la novela. Emma Rosa Iguarán, prima hermana de Úrsula, que desde su soledad de la zona colonial conoce todas las historias que le contaba a Melquiades en el camino de la ciénaga. El poeta Gorkín Camacaro, empeñado en difundir la cultura y la discusión política de Macondo desde la revista Carohana y su grupo Selecto, y Fernando Álvarez Briceño, que por andar investigando y curioseando con los gitanos no pudo ver el ascenso al cielo de Remedios, la bella.
Si Aureliano Babilonia, sin salir de Macondo, ni de su casa, aprendió sánscrito, ingles, francés y algo de latín y griego, en Carora el chueco Rafael Oropeza y Juan Ure aprendieron cuatro idiomas (sin contar caroreño), sin haber salido nunca del municipio Torres. Ure hasta se dio el gusto de discutir de cerveza con un alemán en idioma alemán.
Carora ha sobrevivido más de cien años a la soledad, a la sequia, al viento, a la guerra, al diablo, a la maldición del fraile, a las inundaciones, las pestes y hasta a los terremotos. La fortaleza y pujanza de sus habitantes ha permitido su pasado esplendoroso, pasado glorioso que duró hasta el mandato de aquel alcalde que descubrió que Macondo no existe, que Carora es sólo una invención de Chío Zubillaga, y que entonces había que hacer una constituyente municipal para darle forma jurídica a lo que hasta entonces sólo era una novela de Gabriel García Márquez
Barco a vapor en el Río Tocuyo
Durante buena parte del siglo XIX y comienzos del siglo XX los barcos a vapor jugaron un papel de primer orden en el desarrollo del río Mississippi en los Estado Unidos, transportando pasajeros y mercancías. Pero no fue sólo ese tipo de carga convencional la que transportaron esos soberbios barcos, por cuanto fue un hecho cierto y documentado que algunos de esos navíos fueron utilizados como casinos y burdeles flotantes. La posibilidad de desplazamiento por el rio les permitía recoger pasajeros en la orilla de un estado o condado donde estuvieran prohibidos ciertos vicios y llevarlos a la orilla contraria del rio a otro estado o condado donde sí estaban permitidos esos vicios. Esa misma movilidad fluvial también les permitía evadir impuestos locales alegando que la riqueza se había producido en otro estado rio arriba, rio abajo o rio al frente.
Los Showboats fueron barcos a vapor convertidos en verdaderos teatros flotantes, que se pusieron de moda en el rio Mississippi a partir de 1831, entrando en decadencia durante la Guerra Civil norteamericana entre los años 1861 a 1865, aunque en 1878 volvieron a florecer hasta comienzos del siglo XX. En pleno siglo XXI todavía existen barcos a vapor surcando el rio Mississippi pero en labores básicamente turísticas.
Uno de esos últimos showboats de nombre Water Queen decidió detenerse a comienzos del siglo XX en la ciudad de New Orleans por encontrarse en estado de quiebra. Era tal su estado ruinoso que los propietarios optaron por dárselo en pago al capitán y los cocineros por todos los salarios atrasados.
El capitán Otis Chapman era un corpulento navegante muchísimo más oscuro que el blanco algodón de la hacienda donde había nacido. Al consultar con sus marineros el provecho que pudieran sacarle al barco, algunos propusieron convertirlo en un burdel naval que surcara las costas del Caribe. La mayor parte de la tripulación desertó en el acto, pero Otis y el jefe de cocina, otro avezado marino oriundo de Ohio, un poco más claro que Otis, y de nombre Regis decidieron emprender la conquista de las costas caribeñas.
En la misma New Orleans cambiaron el nombre del barco por el de Princesa del Sol y sin mucho trabajo reclutaron cinco jóvenes aventureras que no cambiaban de color por el intenso sol, y una madame, algo mayorcita ya pero en pleno ejercicio, llamada La Tuerta. La Tuerta ya era famosa en el delta del Mississippi por esa época, porque tenía la característica de no poder mentir en la cama; cuando realmente estaba excitada de verdad se le abría el ojo tuerto. En las costas de Matamoros hicieron su primera parada exitosa de seis meses y renovaron personal femenino. Luego siguieron otras estadías semestrales en Tampico, Veracruz, Cancún, Bluefields, Colón, Cartagena, Barranquilla y Puerto Cabello con el éxito suficiente para sobrevivir y ahorrar algunos cobres.
Cuando estaba terminando la pasantía del Princesa del Sol en Puerto Cabello, algún trujan le habló al capitán Otis Chapman de una tal Carora.
-Ahí si hay real mi samba, esos ganaderos te dan lo que sea por tu ganado. Puedes llegar a esos ricos territorios surcando el rio Tocuyo monte adentro, entrándole por la desembocadura que queda más al oeste de aquí.
Fueron tantas las maravillas de Carora que le hablaron al capital del barco a vapor que averiguó la forma de llegar a ese dorado contemporáneo, y le confirmaron que el rio Tocuyo efectivamente era navegable.
La Tuerta comenzó a hacer planes económicos para su retiro y entusiasmó a todas sus chicas que ya se veían conociendo a Rómulo Gallegos para que les escribiera su futura Doña Bárbara inspirada en alguna de ellas.
Si hoy día es insólito ver una fragata en una autopista, imagínense a comienzos de siglo XX ver un barco a vapor surcando el rio Tocuyo. El Princesa del Sol eclipsó a los ribereños del rio Tocuyo durante varias semanas navegando rio arriba. Hasta hubo una caravana de unos diez peñeros que lo acompañaron varios kilómetros siguiendo el exótico vapor. Dos semanas después, ya casi sin vapor, el Princesa del Sol ancló en una playa cercana a la población de Rio Tocuyo, en las proximidades de Carora, en el estado Lara venezolano.
El funcionamiento del “Club Social, Deportivo, Cultural, Familiar y de Beneficencia Princesa del Sol” fue todo un éxito inmediato. Ganaderos y hacendados de todo el distrito comenzaron a curiosear el imponente barco y su dilecta tripulación, corriendo la voz de su esplendoroso servicio. Fue tanto el entusiasmo que despertó en la comarca, que dos hermanos de Barrio Nuevo se aventuraron a ir en burra hasta Rio Tocuyo a disfrutar de los placeres importados. Cuales Caballeros Templarios de la Edad Media, llegaron los dos mozalbetes montados en la vieja burra de la familia una tarde de mucho sol. Cuando quisieron entrar descubrieron que el servicio era muy caro y no tenían plata para los dos, ni siquiera para uno. El lunes popular de los cines todavía no existía. Con la sola gratuidad del perfume que salía del interior del navío tuvieron que regresarse los muchachos, practicando con su vehículo de tracción de sangre lo que no pudieron disfrutar en el harén flotante.
Como había que promocionar más la mercancía, el ingenioso capitán Otis Chapman ideo una barca plana impulsada por dos remeros-guardaespaldas que acompañaran dos o tres de las chicas de La Tuerta, en paños menores, por el rio Morere, cercano al rio Tocuyo, pasando varias veces al día en ida y vuelta por la ribera que da a la ciudad de Carora. Cuentan que no había nada más refrescante que ver pasar esas mulatas caribeñas con los calzones largos de gaza mojados, por el rio o por el sudor, muchas veces hasta con el torso desnudo.
Chonto Herrera era un joven de la Zona Colonial de Carora que a sus veinte años todavía no había probado ciertos placeres de la vida (los mismos que querían probar los hermanos de Barrio Nuevo). Sus padres (y él mismo), estaban angustiados porque no sabían si le gustaban las mujeres o los hombres. A esa edad todavía no estaba seguro de su masculinidad y ya lo daban por perdido para la multiplicación de la especie.
Una tarde en que Chonto Herrera pasaba por el puente Bolívar, sobre el rio Morere, camino a la Otra Banda, vió pasar la insólita barcaza. Una joven negra inverosímil, de nombre Amparo, y con más curvas que la carretera para Barquisimeto, resolvió todas las dudas de la familia Herrera. A Chonto le pareció que la barcaza necesitaba una vela para propulsarla y enseguida ofreció su mástil desconocido. Muchos lo escucharon pasar corriendo y sonriente hacia su casa gritando: “Soy hombre, soy hombre”.
Dos días después, y sin esperar a que papá Chusmón Herrera regresara de la finca de Montaña Verde para pedirle dinero, Chonto agarró todos sus ahorros y se fue a descubrir el Princesa del Sol.
La Tuerta vio entrar aquel muchacho alto, flaco, colorado, y fue personalmente a atenderlo. Le ofreció toda una serie de servicios que el muchacho no entendía. El sólo buscaba con la mirada a Amparo. Cuando la muchacha, natural de Barranquilla, apareció arrecostada al espaldar de un sofá y cruzó miradas con Chonto, supo que ya no tendría que esperar que Rómulo Gallegos le escribiera una novela. Juan Páez Ávila la escribiría.
Tres días duró encerrado Chonto en la habitación con Amparo. Cada cuatro horas aprendía algo nuevo, y aunque le ofrecieron cursar otras materias en otros salones del barco, este no quiso salir de su templo. Como el lunes ya no tenía plata ni para regresar a Carora, le dieron la cola en la barcaza a cambio de que pregonara a viva voz los servicios del Princesa del Sol por las riberas del rio.
Un mes después Chonto ya había liquidado todos sus ahorros, los de su hermanita, los de su mamá, había dado en prenda su caballo y había sacado un fiado exorbitante en la tienda de Flavio Herrera. Doña Elvira de Herrera no paraba de rezar en la iglesia San Juan Bautista por el feliz rescate de su hijo, y ansiosa esperaba el viernes la llegada de Chusmón para que tomara cartas definitivas en el asunto.
Cinco minutos duro la preocupación de Chusmón delante de doña Elvira. La confirmación de que su hijo era hombre y que lo mandaban a él con permiso superior para un burdel no producían en el soberbio ganadero otra cosa que una profunda y disimulada alegría.
El sábado en la madrugada salió Chusmón en viaje expreso hacia el ya famoso Princesa del Sol. Había prometido estar de regreso con su hijo esa misma noche. El domingo no había vuelto, el lunes tampoco. Doña Elvira temía que se hubieran extraviado en el camino o que los hubieran reclutado para alguna de las montoneras de la época. El martes rezó todo el día, el miércoles la Virgen le susurró con una leve briza que entró de la Plaza Bolívar que los hombres de su casa lo que estaban era alzados, más compenetrados y orgullosos que nunca. El jueves organizó en la iglesia a dos docenas de mujeres víctimas de situaciones parecidas y el viernes arrancaron en procesión, no muy religiosa, a poner orden en la comarca. En Rio Tocuyo se les unieron otras decenas de mujeres preocupadas por el vicio reinante en su territorio y partieron en busca del barco de juegos, apuestas y perdición.
Ya era de noche cuando la avanzada de la moral y la familia llegó a la puerta del barco. Sin mediar palabra alguna doña Elvira entró con una antorcha en la mano. Encontró a Chusmón en la mesa de naipes explicando el juego de pericón. La pelea comenzó, otras señoras entraron con actitud violenta en busca de sus hombres. Chusmón explicó que Chonto estaba tan enamorado que llevaba una semana rogándole que cambiara y sin poder convencerlo de que regresara a casa. Una vecina de doña Elvira le dio una cachetada a su marido y lanzó su antorcha contra el bar. Las llamas se expandieron rápidamente por todo el salón y las caroreñas con sus hombres lograron salir a tiempo de evitar la asfixia. Doña Elvira agarró a Chonto por la oreja y se lo llevó regañándolo: “Prefiero que seas marico a que seas putañero”.
El capitán Otis Chapman logró levar anclas y poner las maquinas a máxima velocidad para evitar la feroz agresión y huir rio abajo en dirección al mar Caribe. Fue tanto el daño causado por el incendio del bar y la potencia excesiva desplegada en sus calderas en el desesperado escape, que muchos kilómetros rio abajo, y cuando ya estaban a salvo de la turba, la caldera explotó. El capitán recordó que en un accidente igual en el rio Mississippi había fallecido el hermano del escritor Mark Twain y ordenó el desalojo inmediato sin que nadie se las tirara de valiente. El barco siguió rodando solo hasta que se estrelló en una curva de un paraje inaccesible de esos desolados parajes. Una insólita lluvia comenzó a caer y terminó de apagar el incendio, pero no pudo evitar la muerte y abandono definitivo del casino-burdel flotante más exuberante que hubiera conocido esas tierras.
El legendario capitán norteamericano tomó las siete mujeres que le quedaban junto a la tripulación y emprendió por varias rutas la larga travesía hasta Puerto Cabello, donde trabajaron el tiempo suficiente para comprar el pasaje de regreso a sus respectivos países. Más nunca se supo de ellos.
El suceso fue tan vergonzoso que los protagonistas prefirieron callarlo. A finales de marzo de 2001 encontraron los increíbles restos del Princesa del Sol en un recodo del rio Tocuyo, en la región serrana de Viloria, Municipio Unión del estado Falcón, limítrofe con el municipio Urdaneta del estado Lara, sin que nadie haya podido explicar la razón de su existencia allí.
En una finca de Montaña Verde se hizo famosa una mulata hermosa que nadie sabe de dónde salió ni cómo llegó allí. Tuvo seis vástagos con el primogénito del dueño de la finca, que nunca la llevo para Carora donde estaba casado con una prima que le dio otras cuatro hijas. Los seis niños campesinos al nacer lloraban con un inconfundible acento barranquillero.
Algunos ribereños del rio Tocuyo contaban, aunque nadie les creyó, que cuando eran niños vieron pasar un barco a vapor en llamas por el rio, y que escucharon como en la proa una vieja loca gritaba, con los ojos bien abiertos, la célebre e implacable maldición que desde entonces atormenta a muchos hombres de Carora:
-“Más nunca va haber un burdel bueno en esta tierra.”