Por: R.J. Lovera De-Sola
Jesús Sanoja Hernández logró compilar y dirigir el volumen 50 imprescindibles (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2002. XXM,618 p.). Este es un libro que va a quedar, que se va a consultar por largo tiempo, ya que nos propone todo un itinerario de comprensión de Venezuela, se puede extraer de él una suerte de teoría de Venezuela.» Se trata de una selección de los cincuenta libros que, bajo el criterio del maestro Sanoja Hernández, son fundamentales para aproximarse a una lectura de Venezuela que viaja desde Cristóbal Colón hasta José Ignacio Cabrujas” (p.X) dice Nelsón Rivera en el prólogo.
Dice Sanoja sobre su proyecto, ahora felizmente realizado: «Se necesitaba ir construyendo a pedazos con varios autores, la historia de Venezuela, y no de un solo golpe a través de un autor, para que hubiese posibilidades, diversidad de opiniones’ (p.XV), creo, apunta,» que hay un hilo rojo que une todo y es la búsqueda de un país real… Es la búsqueda del país real y del país utópico»(p.XV).
Sin embargo está consciente que «Las selecciones son (eufemismo difícil de tragar) para los selectos, entendiendo com0 selectos aquellos que se acomodan al gusto del crítico o a su particular metodología de escogencia (p.21).
Y lo que logró lo describe muy bien Stefania Mosca al escribir en su contribución a la obra: «Nos sentimos, aún hoy, en la obligación, en la deberosa tarea de recomponer la memoria: nuestra memoria” (p.183).
Este es un ejercicio que le viene muy bien» a un país en el que se glorifica a los personajes, pero se ignora su pensamiento» (p.519), como escribe Acianela Montes de Oca.
Pero penetremos en el sustancioso volumen. Este se abre en el Siglo XV con Cristóbal Colón (1451-1506) por haber sido, en su Relación del tercer viaje (1498), el primero en nombrar “nuestro paisaje… para la historia de occidente” (p. 309). Por ello es el «iniciador de las letras venezolanas” que dijo Augusto Germán Orihuela (Desde la colina. Caracas: Ministerio de Educación, 1969, p.15).
En el siglo XVI hallamos a Juan de Castellanos (1522-1607) porque a través de sus Elegías de varones ilustres de Indias (1589) fue el primero en reflejar a Venezuela en el ámbito de la poesía, fue «también el primer poeta, cronológicamente, de nuestra literatura” (p.353) acota Sanoja, y por ser quizá el escritor más laborioso que hemos tenido, constancia que requirió para la composición de sus amplias Elegías, formadas por más de cien mil versos.
En el siglo XVIII nos encontramos con varios rostros:
José Oviedo y Baños (1671-1738) quien en su Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela (1723) escribió páginas entrañables para el sentimiento de lo venezolano. Tal su descripción de Caracas.
El padre José Gunilla (1686-1750), aquel «hombre de pluma inquieta y detallista”que dice Roberto Echeto, quien en El Orinoco ilustrado y defendido (1741), nos mostró las potencialidades de la región guayanesa.
Alejandro de Humbodlt (1769-1859) representado por su Viaje a las regiones equinoccionales del nuevo continente (1814), la cual bien podría «considerarse como un poema científico pues nadie supo como él mostrar e interpretar el prodigio de nuestras tierras” (p.35). Fue Miguel Acosta Saignes quien consideró su Viaje… «uno de los libros clásicos de la cultura venezolana” (p.44 ).
Simón Rodríguez (1769-1954) quien nos mostró, sobre todo en sus Sociedades americanas (1828), hasta qué punto formamos un mundo peculiar los hispanoamericanos. Particular y misterioso, el cual requiere de cláusulas propias para ser gobernado.
Andrés Bello (1781-1865), «autor inagotable” (p.439) admite Sanoja, quien con su Gramática castellana para uso de los americanos (1847) nos enseñó a hablar y a escribir a los latinoamericanos.
Simón Bolívar (1783-1830) en cuyas Cartas y discursos, la obra elegida, están los rasgos de el Libertador como escritor, «Aunque escribía sin parar, podría afirmarse con solvencia que Bolívar dividió su vida entre la refriega y la escritura, el Libertador no era considerado, a la hora de su muerte, un hombre de letras”, (p.278) acota Milagros Socorro quien nos muestra las pruebas para considerarlo como un hombre a quien como político el escribir sedujo. Sus cartas son un modelo de escritura, ellas nos siguen fascinando. Fue también un voraz lector. En fin: un político culto para quien la cultura y la acción política no estaban reñidas.
Agustín Codazzi (1793-1859) quien a través de su Resumen de la geografía de Venezuela (1841) fue el primero en trazar los rasgos de la Venezuela física y política.
Nacidos en el siglo XIX vamos a encontrar varios. Algunos cuya acción transcurrió en el XX. Hallaremos a don Fermín Toro (1806-1865), el gran teórico político quien avizoró la lucha por la justicia social y fue pionero de la descentralización. Demostró que un teórico de las ciencias del gobierno podía participar en la acción pública, que se podía dejar huella en las faenas administrativas y que se podía pensar con independencia sobre los grandes procesos sociales.
Arístides Rojas (1826-1894) quien en su Crónica de Caracas (1946) nos mostró sus cualidades de «anticuario» pero también de formador y formulador de nuestra historiografía.
Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), nuestro mayor poeta romántico, romántico crepuscular como Bécquer, quien en sus Poesías y traducciones, especialmente en su Vuelta a la patria, senos presenta como el cantor de lo más entrañable del espíritu venezolano ya que en él se confunden madre y patria, terruño y los ensueños del desterrado por el lar nativo. La Venezuela íntima, la sentida con el afecto, está en sus metros.
Henri Pittier (1857-1950) el autor del Manual de Plantas usuales de Venezuela (1926), el científico que comprendió «que la única forma para que la investigación de la flora nativa echara bases firmes en el país era creando un herbario nacional, complementado por una bien surtida biblioteca especializada, de modo que ambos sirviesen como fundamentos y puntos de referencia para las investigaciones posteriores’ (p.48) como asienta Bruno Manara.
Lisandro Alvarado (1858-1929) cuyas Obras completas nos muestran las mil conjeturas que aquel dromómano, aquel constante caminante, quien se fue por los mil senderos, se hizo; un hombre que se consideraba «liberal… aunque siempre quería ser ecléctico» (p.542), como nos lo hace ver Maruna Dagnino.
Le sigue su amigo dilecto José Gil Fortoul (1861-1943) quien debe figurar aquí no sólo por su Historia constitucional de Venezuela (1909), que aún podemos leer con delectación gracias a la belleza de su estilo y gracias a agudo examen de nuestra política en el siglo XIX.Fueron también otras sus contribuciones al sentimiento de lo nacional. Fue la gran figura intelectual entre dos siglos, un perpetuo aspirante a la belleza, a componer la vida como los acordes de una sinfonía, siempre pretendiendo «embellecer la vida».
Luis Razetti (1862-1932): quien con ¿Qué es la vida?, «avizoró mucho de lo por venir” (p.518-519) en el campo de la ciencia como nos lo hace ver Acianela Montes de Oca.
Laurean o Vallenilla Lanz (1870-19 36) de quien Cesarismo democrático es el libro significativo pero quien se coloca en un sitio destacado, dice Marianela Palacios, por el «seguimiento minucioso de la evolución sociopolítica del país… el análisis severo de la documentación… el estilo limpio, animado, elegante e incisivo, y la madura argumentación” (p.241 ).
Rufino Blanco Fombona (1874-1944) cuyo Diario suscita siempre tantas conjeturas, nos permite ver los mil rostros de su autor, aquellos que no siempre fueron visibles para un hombre de biografía turbulenta como la suya. Fue el segundo venezolano, el primero fue Miranda, pionero en tantos asuntos, en referir sus peripecias sexuales, con lo cual fue un iniciador en su tiempo. Claro está que lo hizo como un falócrata.
Rómulo Gallegos (1884-1969) porque en Doña Bárbara, «creó un personaje con los ribetes del mito, un ser cuya borrosa silueta resplandece hasta cegar al lector. A ello se debe que sea inapresable y por lo tanto que supere a la muerte… consiguió crear la sombra luminosa que domina su libro de la primera a la última página, un fantasma tan recóndito como las propias botijas que enterraba la devoradora de hombres” (p.471) como lo dice Luis Agüero.
Teresa de la Parra (1889-1936), quien en Las Memorias de Mama Blanca, «a lo largo de l68 páginas serenas” (p.149), dijo adiós a un mundo perdido. Escribe Marcos Salas también que las Memorias… «constituye la primera gran novela de evocación de la literatura venezolana’ (p.150), memoración que nos dará a sus hijos: Viaje al amanecer, Ana Isabel una niña decente, Cumboto.
Francisco Pimentel (1889-194) porque en sus Graves y agudos (1940) supo convocar lo doloroso y lo sonriente del espíritu venezolano. Y porque lo hizo, recalca Sanoja, de forma “creadora, rebelde y ética” (p.201).
José Rafael Pocaterra (1889-1955) quien gracias a sus Memorias de un venezolano de la decadencia (1927), «resalta como la del luchador que de mil formas se opuso al dictador Juan Vicente Gómez” (p.359), como lo escribió María Josefina Tejera, quien tan agudamente lo estudia. Ese pareció ser su destino. Después de escritas sus Memorias… ya no volvió a escribir más. Sólo palabras de circunstancias. Nunca más una narración u otra novela. Además de redactar sus Memorias… fue Pocaterra también un impecable cuentista, el mejor que hemos tenido junto con Uslar Pietri y Meneses, a través de los cuales hurgó en nuestros prototipos y creó su especial sentido de lo grotesco, con el cual bautizó a sus narraciones cortas.
José Antonio Ramos Sucre (1890-1930) quien a través de los textos, casi todos poemas en prosa, de sus Obras completas, «explora en lo más profundo el ámbito de la desolación» (p.529) como lo explora Ana María Carrano.
Fernando Paz Castillo (1893-1981) por ser El muro «el sol del sistema planetario del poeta” (p.221) que dice Rafael Arraiz Lucca en su pausado examen del universo metafísico del gran aeda quien también, lo subraya Arraiz, fue un interesante crítico y por encima de todo un lector, que es el lugar desde donde se edifica la obra literaria. Un lector porque por más que escriba un escritor sino lee, de forma impenitente, nos da la mitad de su posible escribir. Sólo los verdaderos lectores nos acercan al misterio de lo literario. Esto lo ratifica Gabriel García Márquez en largos pasajes del primer tomo de sus memorias Vivir para contarla. Fueron sus lecturas las que le permitieron crear sus universos de ficción. Y ello leyendo las obras literarias de atrás hacia delante. Y de fin a principio.
Enrique Bernardo Núñez (1895-1964) por la manera que nos muestra, en El hombre de la levita gris (1943), la forma de escribir la biografía de un hombre de poder, de un presidente. Modo que ha sido seguido después pero del cual fue pionero: el hombre colocado en su fecha y hora.
Mario Briceño Iragorry (1896-1958) cuyo Mensaje sin destino (1951) siempre resuena en nuestras reflexiones sobre la nación. Y por haber sido rebelde en la madurez no, como casi todos, en la juventud. Existe una familia de pensadores criollos que tuvieron esta constante. Briceño Iragorry los encabeza. Pero también está con ellos un hombre como Juan Pablo Pérez Alfonzo.
Andrés Eloy Blanco (1896-1955) porque si bien Poda es su libro decisivo, bien mirado aquí por Alfonzo Ramírez: «él llenó un espacio en la Venezuela viva” (p. XVI) que dice Sanoja con su forma arquetípica de participar en nuestra vida colectiva. ¡Ya quisieran los políticos de hoy poder dar cuenta de sus propios actos y de sus propios peculios como lo hizo Andrés Eloy en hora inolvidable para nuestros anales! Y porque hizo del odio al odio su lema de acción.
Alberto Adriani (1898-1937) a través de su Labor venezolanista (la edición de 1946 es más amplia que la de 1937) mostró el ideario que lo llevó a ser el «introductor» (p.13 7), entre nosotros, de la planificación y por su forma prudente y elitesca de concebir la política.
Julio Garmendia (1898-1977) quien en La tienda de muñecos (1927) nos dejó su pálpito más lúcido; quien pensaba que «Una sola gota alquitranada hace recordar todo el perfume de los grandes bosques” (p.297). Garmendia, argumenta María Consuelo Fernández, «sólo publicó dos libros de relatos… Nunca actuó para lograr aprobación de los demás… El siguió su propia voz, la voz de sus recuerdos, de sus nostalgias, de sus preocupaciones más íntimas” (p.297). A partir de ello logró ser el creador del realismo fantástico en la ficción hispanoamericana.
Nacidos en el siglo XX han sido elegidos José Antonio Calcaño (1900- 978), quien en La ciudad y su música (1958), nos ofreció «una historia de la música que, en verdad, es el mejor cuento de la ciudad misma” (p. 9 3), como lo apunta Federico Pacanins.
Carlos Raul Villanueva (1900-1975), constructor del rostro contemporáneo de Caracas, quien en su libro Caracas en tres tiempos (1967) nos muestra, señala Harmia Gómez, «una misteriosa ciudad, como la tierra prometida” (p.44 7).
Mariano Picón Salas (1901-1965) por la forma como nos muestra, siempre sonriendo, gozosamente, el corazón de la nación en su Suma de Venezuela (1966 ), sobre todo en su edición ampliada de 1988.
Ángel Rosenblat (1902-1984) porque a través de sus Buenas y malas palabras (1956), «un océano de nuestra manera de hablar” (p.327) que refiere Francisco Javier Pérez, «su trabajo más notable» (p.327), aún no superado, logró mostrarnos las características de la manera como hablamos los venezolanos, y ello porque “sabía presentar el resultado de sus investigaciones y reflexiones lexicográficas de tal forma que lograra fascinar y entusiasmar” (p.325 ).
Rómulo Betancourt (1908-1981) uno de los pocos políticos entre nosotros que han hecho el recuento de su acción. Páez es el caso paradigmático. Las Memorias de Guzmán Blanco duermen en un archivo aún. Rómulo hizo el recuento escrito de parte de su acción, la más sustancial, ya que el libro fue publicado en 1956, a través de Venezuela: política y petróleo.
Miguel Otero Silva (1908-1985 ), quien en Cuando quiero llorar no lloro (1970) nos mostró el transcurrir de las generaciones contemporáneas.
Alfredo Boulton (1908-1995) quien con sus trabajos, y en especial con su Historia de la pintura en Venezuela (1964), «fundó una manera de conocer los procesos del arte nacional” (p.11); en sus investigaciones unió «metodología, intuición y goce” (p.14) anota María Estela Girardin.
Ramón Díaz Sánchez (1908-1968) quien a través de su Guzmán, elipse de una ambición de poder (1950) nos permitió ver las luces y las sombras de nuestra vida política, obra, que como explica Milagros Socorro, se nos ofrece en sus muy ricos matices, la cual desde «la tersura de su prosa, la tentación de abarcarlo todo, incluso los pensamientos del biografiado, el volumen que adoptan las molduras más nimias del paisaje sugieren, en muchas ocasiones, la presencia de una gran fabulación centrada alrededor de un arquetipo florentino» (p.494-495).
Guilllermo Meneses (1911-1978) porque en su novela El falso cuaderno de Narciso Espejo (1953), su magistral cuento La mano junto al muro (1951) y en otras páginas esenciales encontró la manera expresarse con complejidad y severidad, concisamente, seca y desnudamente.
Vicente Gerbasi (1913-1992), quien «persiguió fantasmas que han de haber sido del desarraigo: Canoabo, Florencia, el padre… las perdidas raíces de toda posible certidumbre… La autenticidad de esos símbolos hizo algo más que crear un mundo individual para el poeta, allí donde éste no tenía ninguno; hizo más, también, que entroncar la poesía venezolana con la literatura universal. Descubrió, para cada uno de nosotros, la noche donde la conciencia pugna por ser relámpago extasiado; es espacio fugaz, la intemperie donde el hombre debe y acaso puede hacerse de un destino» (p.6-7) según Hermán Carrera. Fue así como nos dio a Mi padre el inmigrante (1945).
Luis Beltrán Guerrero (1914-1997) de quien sólo los diez y siete volúmenes de sus Candideces (l962-95), «bastarían para situar a su autor entre los clásicos contemporáneos del humanidad” (p.506) como sugiere Luis Alberto Crespo o como asegura Sanoja «Es difícil encontrar un periodista-cronista-crítico literario que haya incursionado en tantos temas y estudiado tantos autores” (p.511).
César Renfigo (1915-1980) porque si bien Lo que dejó la tempestad (1961) es su obra más significativa a través de su dramaturgia logró construir «un friso histórico» (p.336) como escribe Juan Carlos Chirinos.
Alfredo Armas Alfonzo (1921-1990) quien a través de El osario de Dios (1969) escribió uno de nuestros libros ejemplares, una suerte de Cien años de soledad venezolanos, en él demarcó, como dice Marianela Balbi, «los verdaderos signos de la fragmentariedad, el inobjetable valor de las voces del “otro, los auténticos términos del diálogo de la periferia” (p.421); porque siempre dominaron en sus escrituras el tema de la muerte y los recovecos de la memoria (p.419). Al leerlo hay que tener en cuenta lo que dice Sanoja «Y conste que lo que aparece como “regional” no tiene mucho que ver con los límites geográficos y sí, en cambio, con la construcción de una región narrativa por donde desfilan más que los habitantes, los seres habitados por fantasmas y evocaciones, pasiones y memorias en una confusión de edades” (p.426), por ello la lectura de sus universos nos hace pensar tantas veces en la Santa María onettiana o en el Macondo del Gabito. Y por ello nos hacen pensar también en las tierras sureñas del norte que noveló el maestro de todos ellos: Faulkner.
De Aquiles Nazoa (1926-1976) se escoge aquí su Caracas física y espiritual (1967). Pero como enfatiza Luis Britto García «Aquiles fue un poeta… fue además un poeta popular… era en oportunidades complejo pero siempre transparente… fue un humorista… fue un revolucionario… De allí su poética franciscana, que celebra las cosas y las existencias más sencillas… fue un segregado» (p.479-480).
Orlando Araujo (1927-1987) por lograr en su Narrativa venezolana contemporánea (1972) hacer “juicios, es apasionado. No sigue un orden metodológico. Es buscador de signos, relacionadorde textos, guía de sentidos” (p.182) como apunta Stefania Mosca.
De Francisco Herrera Luque (1927-1991) se eligió La luna de Fausto (1983). A este psiquiatra «El éxito editorial lo ubicó en una posición difícil en el mundo literario venezolano: los lectores se volvían fanáticos de sus libros, pero la crítica académica siempre le negó el reconocimiento, al considerarlo casi un autor comercial… El desdén de la crítica cambió con la aparición de La luna de Fausto… Hoy ha sido revaluada… como el libro más acabado del autor” (p.26-27) dice Gonzalo Jiménez. Herrera Luque hizo sus libros confesando que «Escribir es noventa por ciento de transpiración y diez por ciento de inspiración. Al escribir hago psicoterapia colectiva” (p.29). También confesó: «No sé cuál es la diferencia entre la novela histórica y la historia novelada, pero la experiencia me indica lo siguiente: mis obras se diferencian de uno y otro ejemplo. Son ellas un estudio profundo y detenido de nuestra historia y no se quedan en el puro recrear fenomenológico, porque hay reflexión constante sobre el futuro. Mis obras son historia y ficción, sin ser historia pura ni pura ficción. Y esto es lo que yo llamo historia fabulada” (p.29-30).
José Vicente Abreu (1927-1987) en Se llamaba SN (1964) supo convocar en su página la «Voz de excluidos, segregados, encarcelados, que desesperada y tal vez inútilmente trataba de hacerse oír “en la Venezuela que vendrá» (p. 216). Sacrificio, que como recalca Manuel Bermúdez, tiene mucho de místico por la grandeza en saber soportar la tortura que llevó a la perfección interior a aquella vida.
De Juan Nuño (1927-1995) se toma aquí La veneración de las astucias (1990) como el libro más representativo de este hombre quien siempre escribió sus numerosos trabajados dejando claro su actitud analítica, su sentido discrepante el cual pudo construir gracias a su universal cultura, tan amplia que hay quien dijo que lo había leído todo. Es ejemplar la presentación que de él hace en este libro Argenis Martínez, logra penetrar en la esencia del Nuño pensador, en su «pasión combativa” (p.371), en su «pasión crítica indoblegable” (p.371).
Carlos Contramaestre (1933), el autor de La mudanza del encanto, es para Sanoja «un extraño. Estaba más allá de la línea formal de Sardio y más acá de la pura estridencia. Extraño, aunque entrañable… fue también Rafael José Muñoz” (p.569).
José Ignacio Cabrunas (1937-1995), «Llevaba en la frente la marca de Marx, en la búsqueda los trazos de Rengifo, en los adentros el juramento renovador” (p.74); atormentado, como en las páginas de El país según Cabrujas o en los mejores diálogos de Acto cultural o El día que me quieras, «situado entre la utopía de Pío Miranda y el fracaso político de su propia generación» (p.75), «Como Nuño y Ludovico Silva… fue un gran incitador, de esos que entran a escena pidiendo pelea … dejando extensa e intensa obra” (p.76 ).
Ludovico Silva (1937-1988): aparece aquí por su Anti manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos (1975), por ser este libro un «ejercicio de heterodoxia, en un tiempo tan aplastado por dogmas, ideologías y demás endriagos”.
¿Críticas? En verdad no están todos. O al lector le faltan nombres que no debían dejar de estar. Tal Francisco Miranda y su Diario de viajes (1771-92. 4 vols) el cual nos permite observar como un venezolano vio directamente el mundo de la ilustración, participando en él. Con él escribió el Precursor la obra en prosa más importante de todo el período colonial, nuestra mayor obra autobiográfica, redactada en castellano y no en ninguno de los otros idiomas que habló aquella figura cosmopolita.
Rafael María Baralt con su prosa maestra, recomendada por Ramos Sucre para formar el estilo (Obra poética. México: Fondo de Cultura Económica, 1999,p.457 y 487). Pese a ello reconoce Sanoja «yo creo que la Historia de Venezuela, de Baralt, debía haber entrado y no entró” (p.XV).
Arturo Uslar Pietri una figura central, un vigía siempre en vigilia, hombre cenital, ecuménico (¿qué sino son los Valores humanos?), sin el cual no se puede entender a Venezuela ni menos el país contemporáneo en cualquiera de sus caras: él fue el venezolano más singular del siglo XX, una personalidad que escapa a cualquier clasificación, «el cerebro mejor organizado de nuestra generación», que dijo Otero Silva. En cualquier de las áreas que se desee la presencia del maestro Uslar Pietri está presente. Veamos el campo creativo: sus cuentos, cinco colecciones magistrales, en los que se registra todo un modo de abordar la realidad propio de la literatura hispanoamericana; así como también en la novela como lo encontramos en Las lanzas coloradas, El camino de El Dorado o La isla de Robinson con penetrantes miradas sobre nuestros interrogantes básicos, los senderos de la dictadura en Oficio de difuntos o los rasguños de la actividad política en las dos novelas de El laberinto de la fortuna. En sus cuentos y novelas es un maestro de nuestra literatura. Fue crítico literario en Letras y hombres de Venezuela; lo vemos como avezado periodista (¿medio siglo del Pizarrón no bastan?), político (Materiales para la construcción de Venezuela es uno de sus títulos cuando estuvo en la arena pública), economista (Sumario de la economía venezolana o Petróleo de vida o muerte), viajero cautivado por las mil visiones (¿es que se pueden cerrar estos 50 imprescindibles sin mencionar Tierra venezolana?), teatral (¿No es Chuo Gil unolos dramas más universales de nuestro teatro), televisiva (¿qué son Raíces venezolanas o Cuéntame a Venezuela?), educador como en Educar para Venezuela, historiador en El Hacer y deshacer de Venezuela, crítico de arte en Giotto y compañía incluso poeta en sus horas mas calladas: ¿no son de antología su prosa poética Escritura y su poema Aniversario (de El hombre que voy siendo)?¿No es de honda hermosura su soliloquio poético Corro de las horas (de Manoa)?
Y que no se podía vertebrar una interpretación como la que está en 50 imprescindibles sin Uslar lo hallamos dentro del mismo libro en el cual hay veinte y siete referencias a él. Dos solamente en la p.277 y cuatro en la p.291. Lo cual explica por qué nuestra historia, y nuestras vivencias como sociedad, no se pueden trazar sin su presencia, sin referirse a él, sin consultarlo, sin citarlo.
Augusto Mijares refutador de la tesis cesarista en nuestra historia; quien fijó los límites de lo afirmativo venezolano, precisó la tradición de la sociedad civil y la «continuidad espiritual de Venezuela», expositor en sus obras de una teoría de Venezuela.
Salvador Garmendia el primer narrador del país desde 1959 cuando publicó Los pequeños seres y cuentista insuperado con obras perfectas como el relato Tan desnuda como una piedra (de sus Cuentos cómicos). Más grande, denso, penetrante de lo que hemos visto hasta ahora, con obras profundas y certeras como La mala vida o Los pies de barro o más de dos docenas de cuentos irreprochables. Fue el creador indiscutido de nuestra literatura urbana. Desde él ella se espiga plenamente.
Tomás Polanco Alcántara quien a través de biografías nos ha vuelto a contar nuestra historia, en base a documentación de primera mano, desde los días de la Compañía Guipuzcoana, durante los cuales nació Miranda (1750), hasta Uslar Pietri, quien murió en 2001. Así ha formado toda una nueva historia de Venezuela la cual hemos conocido a través de los diversos capítulos que entrañan cada libro, cada biografía. Es un mural de nuestro pretérito el que nos ha ofrecido a través de sus libros. Y con contribuciones novedosas en cada caso. Pasar´sn muchas décadas para que lo dicho por Polanco, para que las conclusiones a las que ha llegado con Miranda, Bolívar, Páez, Guzmán Blanco, Gómez, Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll, Augusto Mijares, Parra Pérez, Parra León, Eugenio Mendoza, Uslar Pietri se superen. Polanco es el más grande biógrafo nacido en tierra venezolana, quien posee el buril de la historia, la paciencia para desentrañar archivos y bibliotecas, la diligencia para encaminarse tras un dato, un documento o un libro, sabiduría para comprender a cada hombre y cada época, vastos conocimientos en lo que a política internacional se refiere lo cual le permite colocar cada uno de sus biografiados en su tiempo y en su hora. Ahora trabaja en la biografía de Rómulo Betancourt.
Nos faltan Román Chalbaud, Isaac Chocrón e incluso Rodolfo Santana.¿Es que acaso nuestra realidad se puede mirar toda sin el teatro? ¿O sólo con Rengifo y Cabrujas? Nos faltan también aquí Ramón J. Velásquez, Guillermo Morón y J.L. Salcedo Bastardo quienes nos han dado visiones precisas, coherentes, largas, detalladas, de la realidad venezolana.
Sentimos no encontrar a Pablo Vila autor con cuya Geografía de Venezuela podemos echar una mirada contemporánea a nuestro rostro físico. Es el continuador de Codazzi. Cada siglo debe escribirse una nueva geografía parecen decirnos ambos. Ahora se hacen presentes los trabajos de Pedro Cunill Grau.
¿Sustituciones? En general estamos de acuerdo con la selección pero habríamos sacado a Codazzi y colocado por él a Pablo Vila con un acápite para Pedro Cunil Grau. Leo está contenido con Job Pim (p.XVII). Hubiéramos quitado a Carlos Contramestre y puesto a Arturo Uslar Pietri mucho más decisivo. Y qué no se nos diga ahora que el maestro de La visita en el tiempo, obra cumbre si las tenemos, no fue escogido por estar vivo, ¿fue ello un error? ¿Se quiso construir un cementerio literario? ¿Sólo muertos los venezolanos creadores tienen valor? ¿Por ello se denomina a Uslar «el sobreviviente» (p.142)? ¿Se ha reparado en los vacíos y lagunas que hay en las obras de recuento histórico que excluyen a los vivos? ¿Por qué no ha arraigado entre nosotros el cultivo de la historia contemporánea, tanto del pasado político como la de los universos creadores?
Otra observación: no se puede criticar a Oviedo y Baños que haya abrevado en Fray Pedro Simón, tampoco se puede decir que lo haya plagiado en base a conceptos contemporáneos. En verdad Fray Pedro Simón había partido de Fray Pedro de Aguado, este si el primer historiador de Venezuela. Además el concepto de plagio, el modo de citar otras obras, el uso escrupuloso de fuentes, no existían para entonces, para los años anteriores a 1723 cuando Oviedo compuso su Historia. Aunque la Historia de Aguado sólo se haya impreso en 1906 su original manuscrito fue conocido por los historiadores del pasado. Fue redactada en 1581 por un Franciscano y en la congregación había un sentido de continuidad de la historia escrita: Fray Pedro Simón también fue Franciscano. Y la historiografía venezolana tiene alto tinte Franciscano: Aguado, Simón, Antonio Caulín y Oviedo y Baños, aunque civil, fue síndico de los conventos venezolanos de esa orden.
Conviene para futuras ediciones de estos 50 imprescindibles repasar con cuidado las líneas del volumen para corregir las erratas. Advertimos las que hemos anotado en nuestra lectura: donde dice «anticuado» (p.XM) con relación a Arístides Rojas debe decir anticuario; el segundo tomo de la Historia de la pintura en Venezuela de Alfredo Boulton se publicó en 1968 y no en 1958 (p.15); Imágenes del occidente venezolano fue escrito por Arturo Uslar Pietri, cosa que se omite (p.19); donde se dice Marisela Álvarez debe leerse Mariela Álvarez (p.147); Teresa de la Parra nació en 1889, año en el cual Zulima publicó su segundo libro (p.154 ). Hacemos esta observación porque la primera obligación del historiador es fechar, dice Pierre Vilar, si ello no se hace con exactitud es imposible examinar los procesos; Picón Salas no fue el fundador del Papel Literario de El Nacional (p.162)sino Juan Liscano, otro de los excluidos de este libro; Laureano Vallenilla Lanz estuvo al frente de El Nuevo diario hasta 1931 (p.248); las Buenas y malas palabras de Ángel Rosenblat no fueron impresas en «once tomos» (p.321) sino en cuatro, dos en la edición de Monte Ávila Editores (1989); en la p.386 donde se lee «José Bernardo» debe leerse Enrique Bernardo Núñez; la edición de Amado Alonso de la Gramática de Bello fue impresa en 1952 (p.431); no es «dronómano» (p.545) sino dromómano, de lo cual padecieron don Simón Rodríguez y Lisandro Alvarado; donde se lee «conocido» (p.462) creemos que debe leerse concebido.