José Ramón Medina
EL POETA Y SU OBRA EN EL TIEMPO
La historia de José Antonio Ramos Sucre es breve como breves fueron su vida y su obra. Vida y obra intensas, sin embargo, que trascienden del ámbito histórico que les es propio hacia una más densa confrontación literaria y humana. Esta ha sido, precisamente, una de las características más relevantes, que ha encontrado, al correr de los años, una justificación precisa y elocuente de su poesía en las nuevas generaciones del país que han ido a su encuentro, fortalecidos en la eficacia y brillo de su palabra. En efecto, los jóvenes escritores agrupados en “ Sardio” (1958) se movieron alrededor de la figura y de la obra de Ramos Sucre con exaltada vehemencia e inusitada beligerancia, afortunadamente, bien conducida y mejor concretada en buenos resultados.
Carlos Augusto León, poeta del 30, de la llamada promoción de “ Elite” y del Grupo Cero de “ Teoréticos” , escribió en 1945 una breve y hermosa biografía sobre el poeta: Las piedras mágicas la tituló y fue el primer ensayo serio, biográfico y crítico, para deslindar con certeza los valores de la obra de Ramos Sucre, constituyéndose desde entonces en un libro imprescindible para el conocimiento del poeta. Después han venido otros y otros ensayos sobre el autor actualizándolo frente al discurrir de la nueva poesía venezolana; y contribuyendo así a rescatar de injusta preterición una poesía de sostenido y permanente aliento. Hoy día Ramos Sucre, revalorizado, alcanza la estatura de un adelantado de la lírica venezolana contemporánea.
Es un hecho innegable que en los jóvenes escritores que se inician a partir de 1950, la admiración por Ramos Sucre es creciente y en algunos esta admiración alcanza la jerarquía de la influencia. Es “ una influencia más que todo formal, mas no por ello menos importante. Formal porque en muchos casos falta el “pathos” de la creación ramosucreana, y no puede ser de otro modo: su tormento no es común a muchos”.1
“Ha atraído a nuevas promociones poéticas la singularidad de Ramos Sucre, que fui de los primeros en señalar. Los ha acercado a él su vida intensa y concentrada —“ vibración inmóvil” , como decía Luis Enrique Mármol— que se asfixiaba en el duro ambiente. Los ha acercado aquella expresión que cultivó el poeta y que no era la del común de sus contemporáneos, en cierto aspecto, aunque por otra parte tenía — ¡y cómo no tenerlo!— el aire de su tiempo”.2
El acercamiento de los jóvenes a la obra de Ramos Sucre cobra mayor importancia a medida que pasa el tiempo. Pareciera —como anota Paz Castillo— que los años transcurridos desde su muerte han sido, en realidad, “ años de reafirmación de su vida de escritor en la memoria de los hombres y de acercamiento, cada vez con mayor intimidad a su obra”… Esto explica la afección explícita de los nuevos. Después de un largo silencio, “ resurgió su producción a nueva existencia, sobre todo entre los jóvenes que persiguen, en arte, expresiones, si no parecidas a las suyas, muy cercanas por el espíritu lírico, a las formas depuradas de sus poemas en prosas”.3
Argenis Pérez H., uno de los últimos en referirse a la materia, ha escrito que el poeta venezolano “ está siendo objeto casi permanente de una continua revaloración, en función de su singularidad artística, sustanciada a nivel de un discurso poético nuevo, en la lírica venezolana contemporánea”.4
Ramos Sucre concilia, con admirable lucidez, el poder fundamental del narrador con la fuerza sugestiva de la poesía, contenida en un lenguaje de extraordinarias tonalidades discursivas, bajo el amparo de alucinantes manifestaciones de la imaginación creadora. Así se hace presente en buena parte de La Torre de Timón y en la totalidad de El cielo de esmalte y Las formas del fuego. El poeta de atormentadas formas, el fabulador constante, el perseguido a diario por los fantasmas invisibles de un pasado que recrea a fondo y a conciencia, ofrece, en última instancia, su prosa rica de sensaciones, recuerdos, profecías y premoniciones, como un fruto macerado en el fondo del más remoto vértigo de una irrealidad amenazante y trágica. Es la desolación del creador lo que mayormente atrae al lector de nuestros días, como un rito inexorable. La singularidad del poeta, su originalidad cenital expresada en un estilo de cortado párrafo, sirve de base a la búsqueda de que ha sido objeto por parte de las jóvenes generaciones literarias del país. De este modo, Ramos Sucre se convierte, por obra y gracia de su fuerza poética, en el autor de mayor influencia y atracción para las jóvenes generaciones en lo que va de 1950 a esta parte.
¿Qué sedujo de tal forma a esas nuevas corrientes de expresión literaria en el país? No fue, de cierto, la forma impecable en que el poeta elabora sus cuidados textos, ya oficializada en las más destacadas figuras del modernismo venezolano, obedientes al dominio expansivo de Rubén Darío. Fue, por el contrario, la parte incontaminada de su materia poética. Es decir, la fuerza incontrastable de aquella desbordada pasión imaginativa, asediada por un devastador destino de atormentado y alucinado ser, enfrentado con impredecible rebeldía al reto exterminador de un mundo hostil y negador de la existencia.
De este modo, Ramos Sucre se convierte en un antecedente sin testigos de la nueva poesía venezolana, por la trascendencia de una obra que parece surgir, como fruto de alquimia a través de las misteriosas zonas de un submundo mitologizado, de la más resonante experiencia de un hombre solitario, sometido
a las severas pruebas de un desastre emocional, particular y absoluto.
Ramos Sucre sobresale por la universalidad o cosmopolitismo de su poesía, sin ataduras visibles a una específica identidad regional o comarcana.
Esta es la vía del acercamiento que siguen los jóvenes poetas de “ Sardio” , “Tabla Redonda” y “ El techo de la ballena” . Colocan al poeta en un nivel de especial reconocimiento: es el adelantado o precursor que señala el camino.
Así se produce la sacralización del autor de La Torre de Timón, estableciéndose desde entonces como el poeta venezolano más trascendente de las últimas décadas, tanto en el ámbito poético propiamente dicho como en el narrativo.
Al respecto dice Francisco Pérez Perdomo: “ Entre los escritores venezolanos tal vez sea José Antonio Ramos Sucre el más admirado por las últimas promociones poéticas del país”.5
Y Ludovico Silva recuerda que el contacto con las prosas de Ramos Sucre de los poetas de la generación de 1958 tuvo un efecto revolucionario: “Al contacto con este gran poeta, los jóvenes creadores sintieron que había, décadas atrás, quienes los respaldaran en su empeño de transformar los esquemas poéticos que, de una u otra manera, pese a la revolución del grupo “Viernes” persistía en nuestras letras. No solamente se desterró el temor sacramental a los metros y a la rima (desterrados en cuanto a “obligación”, por supuesto, y no de un modo absoluto), sino que de una vez por todas comenzaron a surgir por doquier libros de poesía (en prosas), entre los cuales Los cuadernos del destierro, de Rafael Cadenas, se destaca como paradigma. Se volvió, bajo este impacto, a leer a Rimbaud y a los surrealistas y se asimiló en nuestro país de una vez por todas el espíritu de la lírica moderna. Corresponde a Ramos Sucre, de este modo, un sitial como gran adelantado, y por ello no debe sorprender a nadie que en su época fuese considerado como un ente extraño poseído por calenturas y demonios. Lo que había hecho no era otra cosa que incorporar la poesía venezolana a la modernidad. Su cultura y sus dones poéticos le ayudaron, aunque la fragilidad y la cortedad de su existencia —“antes de tiempo y casi en flor cortada” , que diría Garcilaso— le impidieron llevar su revolución hasta el punto en que sólo pudieron llevarla después grandes poetas como Vallejo y Neruda”.6
“Un rasgo positivo de las nuevas generaciones venezolanas —agrega el mismo ensayista— lo constituye el reconocimiento de la grandeza de Ramos Sucre como poeta. Hoy, sólo los rezagados continúan llamándolo “prosista” , implicando con ello el vergonzante juicio de valor de que Ramos Sucre, a fin de cuentas, no fue poeta porque no escribió versos. Pienso que hubiera podido hacerlos con alto grado de perfección, y por ello mismo, pienso también que en esa misma medida se eleva el valor de sus textos, tal como lo conocemos. Fue perfectamente consciente de su tarea, y tuvo un propósito muy definido, que sólo hasta ahora ha venido a ser valorado en su justa dimensión. Ello constituye una lección para todos nosotros. Con el antecedente de Ramos Sucre, ya no se le podrá jamás perdonar a ningún poeta venezolano el no ser perfectamente consciente de los recursos que emplea y de la situación histórica en que vive”.7
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José Antonio Ramos Sucre escribió una obra señalada por su evidente originalidad en el medio venezolano en que tuvo lugar. En tal virtud es una obra de especiales méritos que sobresale por sobre otras de sus contemporáneos. De aquí surge, inequívocamente, la figura del autor como un creador impar, susceptible de ser considerado entre los primeros nombres de la literatura nacional que se inicia en los años fecundos del 900. Su prosa, densa, castigada, enfrentada a todo exceso en busca de la eficacia en la comunicación escrita, rigurosa en el exacto cumplimiento de su cometido, revela en primeros planos las singularidades de un espíritu dotado de amplias facultades para el arte literario.
No es, por eso, extraño que la generalidad de quienes se han acercado al estudio de su poesía, destaque, en primer lugar, las excelencias de esa obra literaria como manifestación de una indiscutible personalidad creadora, revelada en la amplitud generosa de un gran dominio del intelecto y la cultura. Y que por eso mismo se trate de ubicar insistentemente, a largos años distantes de su vida, en un sitio de privilegio y de recordación en el panorama de las letras nacionales y latinoamericanas.
Esa característica de excepción ya no se pone en duda en nuestros días, cuando se ha realizado, a todo lo largo y ancho de estos años, una como especie de revalorización del autor y de su prosa poética, conceptuada entre las de mayor brillo y consistencia de las que haya dado muestras la literatura venezolana contemporánea.
Félix Armando Núñez, autor de un sobrio y ponderado prólogo a sus Obras, escribe al respecto: “Hay en las letras venezolanas y de Hispanoamérica una obra aparte: la de José Antonio Ramos Sucre. Su valor, entrevisto por los mejores de sus compatriotas y contemporáneos, se estima más cada día a partir de su muerte”.8
Con similar énfasis al de Núñez se pronuncia Francisco Pérez Perdomo, cuando aborda la peripecia de colocar al estudiado en el sitio de honor que le corresponde. Pérez Perdomo se refiere a la obra del poeta más allá del ámbito exclusivamente nacional, considerándolo como creador de una poesía que trasciende al mundo continental. Así expresa que Ramos Sucre resulta “ uno de los (poetas) más renovadores que haya producido la poesía latinoamericana”.9
Y otro ensayista y poeta de las nuevas promociones literarias del país, Eugenio Montejo, precisando el alcance de la obra de Ramos Sucre, la califica como “ una de las tentativas más audaces a que se haya consagrado creador alguno entre nosotros durante el presente siglo” . “ Por esto, puede decirse” —añade— “que en sus páginas se verifica una posibilidad superior raramente alcanzada entre nosotros” . Sin embargo, esa obra, así definida, “ escapó sustancialmente a sus contemporáneos”.10
Por otra parte —y paralelamente al hecho mencionado— la polémica en torno a José Antonio Ramos Sucre no se ha cerrado aún entre nosotros. Pareciera, al contrario, que mientras más transcurre el tiempo más se avivan los extremos de un debate que siendo crítico y literario a un tiempo invade igualmente
el terreno de la vida personal del autor y, aún más, su intimidad.
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El hombre, pero en mayor razón el hombre de letras, responde inequívocamente a las características inherentes a su propia formación intelectual. El caso de Ramos Sucre es más ilustrativo y elocuente que muchos otros en este sentido. Su formación humanística, que arranca de la infancia y se acendra en el curso de sus años mayores, le habrá de suplir la más amplia base, histórica y estética, para su afán creador.
Por otra parte, Ramos Sucre responde, con seguridad de esforzado que entrevé desde su exilio humano otras perspectivas estéticas, a aquellas incitaciones particulares de que es objeto por parte del condicionamiento literario de su tiempo. Ramos Sucre es un hombre del modernismo, tal vez de un modernismo tardío, pero que adelanta el paso suficiente hacia otras mayores conquistas de su trabajo intelectual. Por eso labrará con fervor inusitado la perfección lingüística de su estilo. Por eso tenderá a evadirse sistemáticamente del agobio insular de una literatura que poco o nada aportaba a su vehemencia de adelantado.
No fue, en tal sentido, un seguidor inconsistente y sin prestancia de fórmulas caducas, que ya anunciaban cansancio y pobreza en la repetición. Aspiraba, por el contrario, a otros aires contagiosos, a otros sucesos de mayor envergadura que lo condujeran a la experiencia solar de la palabra. Su esoterismo, su evasión, su búsqueda enconada de otra realidad, distinta a la percibida cotidianamente en el tráfago de la vecindad caraqueña de su tiempo, lo acerca al vértice modernista, al ritual parnasiano de la “torre de marfil” o del “arte por el arte” , a la entonación hermética de los simbolistas; pero, al propio tiempo, le procura ese reconfortante espacio para diluir el ardor indeleble en la fragua del lenguaje, enriquecido en el tráfico constante del estudio, y esa inefable condición del esteta que se reconcilia soberanamente con su propia e inexcusable revelación personal: ese mundo que va por dentro y anima al hombre en su hazaña constante del vivir y del crear.
Ramos Sucre no se desliga de la praxis de su tiempo, pero tampoco se deja conducir ni limitar por sus expresiones. Por el contrario, aspira a resolver su enfrentamiento con el mundo, en una sólida y gallarda manifestación de individualismo estético tendido hacia el futuro, hacia más abiertas y vastas claridades, buenas para alimentar la fe del hombre en la eficacia y perdurabilidad del arte literario. Lo menos afín con Ramos Sucre es el nacionalismo, cerrado a los francos aires del exterior. De allí el carácter cosmopolita de su prosa. La cual era una respuesta a un posible mundo —real o ficticio— a que lo condenaban las experiencias del momento venezolano de comienzos de siglo, cruzado, de una parte, por la vencida estética de un modernismo a la venezolana y de otra por la tentativa criollizante de la más significativa literatura de la época. Pero no se trata de un desligamiento que reniegue del gentilicio: en buena parte de la narración se percibirá un hálito de esencias venezolanas que pugnan por manifestar su ascendencia o tradición, sólo que la tentativa mayor que apunta hacia lo universal arrastrará inevitablemente, como un torrente poderoso, ese brote insular de la prosa. Buena parte de su libro La Torre de Timón alude a la circunstancia venezolana con cierto apego y simpatía, demostrando que las raíces del poeta no estaban del todo desasistidas de la nutriente fuerza telúrica que depara la consistencia y perennidad de un esfuerzo que conjuga lo emotivo y racional, lo real y lo irreal, lo cierto y lo imaginario.
También esto tiene que hacer con el ambiente político que se cierne, como una pesada losa, sobre el quehacer intelectual de aquellos hombres a quienes les tocó vivir en carne propia la tremenda experiencia de la dictadura gomecista. Expresión de una juventud literaria marginada, Ramos Sucre también, como otros tantos de sus compañeros de generación, tuvo que apelar a un esfuerzo que rehúye el enfrentamiento virtual de la realidad por las vías de la evasión y la universalidad del contenido de su obra.
La diversidad de los ambientes exóticos reducidos a una reminiscente prosodia de inmediatez o el logro mayor de aquel desfile inusitado de los más extraños personajes extraídos de la historia pasada, que tan a fondo conocía en su peregrinaje humanista, son formas de una irrealidad, de una abstracción forzada por el empeño multisecular de su desbordada fantasía, a través de un desolador espacio, que llena de congojas y amarguras al espíritu contrito. Con tal de no estar aquí, en este momento, la imaginación del poeta lo hace vagar inconteniblemente por todas partes y por todos los tiempos. Es un cosmopolitismo sustentado en una continua aventura, en un desmesurado viaje que abarca y disemina a capricho en su escritura las más conspicuas edades del mundo y de la historia: Grecia, Roma, Bizancio, la Edad Antigua, la Edad Media, el Renacimiento. Actores son los hombres y los pueblos. Actor es el mismo poeta encarnando distintos personajes. El introvertido se trueca en un extrovertido que asume los más diversos papeles de la escena. La literatura clásica le presta, asimismo, motivos para su acendramiento literario y muchos son los temas recreados por la tenaz y fecunda fantasía del autor. Apasionadamente se funden en su prosa nombres de poetas y artistas. Pasa insensiblemente de Goethe y Dante a Leopardi y Cervantes, de Leonardo a Tiziano y Durero, de Homero a Plutarco y Ovidio. Los tiempos, los personajes, los paisajes, se confunden animadamente desde el fondo resonante de la prosa castigada a profundidad.
Parecía pasar a propósito de un lugar histórico a otro, de la leyenda a la reseña circunstanciada de los sucesos más insólitos, de la Edad Antigua a la Edad Media y de ésta al Renacimiento para hacer el señalamiento de aquellas figuras inverosímiles que deambulan con el rigor de los perseguidos en sus páginas veraces. No hay sosiego ni esperanza en sus testimonios. Todo parece regido por el fatum ineluctable de la tragedia. Un soplo de crueldad inexorable domina el amplio espectro documental de la ficción narrativa.
Como un lector culto, más aún: como un humanista enardecido por la pasión y la porfía de la alienación en el tiempo histórico, pleno de resonancias seculares, se nos aparece este poeta venezolano. Esa actitud, es el signo permanente de su evasión hacia el pasado, donde convoca los más extraños ritos y sucesos. El símbolo preside su expresión literaria, animada por un cierto tono decadentista que es perceptible, de manera inequívoca, en el juego crepuscular de sus imágenes, rescatadas del incendio solar del trópico americano al rememorar edades y paisajes de otras latitudes, donde la niebla y la imprecisa circunstancia de “ otra realidad” dan la impresión de sustituir el mundo real por el mundo imaginado. Sin que el autor lo pueda evitar, su estilo tiende a un significativo rebuscamiento de la expresión que lo acerca demasiado al preciosismo modernista. El uso del adjetivo complementario o explicativo, la insistencia en los términos raros y fuera del tiempo, ya inutilizados a veces por la misma vigencia del pasado, que se da sobre todo en sus dos últimos libros, es característico de esta tendencia que, de alguna forma, lo acerca a las huestes rubenianas, ya en franca decadencia a finales de la segunda década del siglo. Pero de esta tentación lo salva, finalmente, su conciencia de escritor comprometido con un esfuerzo de mayor envergadura, desasido de la obediencia formal y lógica a una determinada escuela. Y ha sido precisamente esta revelación la que ha llevado a algunos autores —no sin cierta exageración— a ubicar al poeta venezolano entre los precursores de la vanguardia y del surrealismo11. Lo cual sólo puede explicarse por la calidad de su poesía inscrita en los cuadros más rigurosos del hermetismo y del simbolismo en general.
LA UBICACIÓN ESTÉTICA
La ubicación específica de Ramos Sucre en una corriente estética determinada ha sido motivo de duda y discusión por parte de los críticos y ensayistas que se han ocupado de su obra. En verdad la ubicación precisa, el encasillamiento tal vez, no importa tanto, lo que importa es la trascendencia y vigencia de su poesía. ¿Romántico, modernista, parnasiano? De todo eso tendrá Ramos Sucre, como espíritu que fue forjado en múltiples disciplinas del conocimiento que lo llevó a penetrar en mundos tan diversos.
“Si fuéramos a inscribir a José Antonio Ramos Sucre en una agrupación —dice Paz Castillo—, tendríamos, por fuerza, que hacerlo en la de los parnasianos, por lo que respecta al estilo, no por su concepción poética —amor a los temas medioevales: reminiscencias de Shakespeare y de Dante— que más bien lo inclina hacia el lado estremecido de los románticos”.12
Ya está dicho que la adjetivación y el lenguaje recóndito en Ramos Sucre forman parte de su original estilo y lo ubican, con las naturales reservas expresadas por algunos estudiosos de su obra, en el campo del modernismo. Pensamos que este carácter de su obra lo acerca bastante, aunque tal vez no haya habido conocimiento entre ellos, al mexicano Ramón López Velarde que por la misma época escribe una poesía de tónica parecida al poeta venezolano, en ciertos característicos pasajes de su obra.
Dos elementos sobresalen para considerar a Ramos Sucre en el campo del modernismo: su evidente tendencia a la evasión de la realidad y el cuido acendrado que ponía en la expresión formal de su poesía en prosa, enmarcada en el preciso campo del simbolismo.
“A través de su hermosa y preciosa adjetivación nos parecía emprender el característico viaje simbolista “muy siglo dieciocho y muy antiguo”; pero la armadura formal, la perfección estilística ha comenzado a dejarnos ver sus hendiduras. Ramos Sucre, a pesar de arrastrar, literariamente, toda una tradición de modernidad francesa y modernismo hispanoamericano, es en realidad un poeta volcado por entero hacia el siglo XX”13. De este modo Ludovico Silva encuentra a la par, una filiación francesa (con antecedentes expresos en los parnasianos y muy cerca de Baudelaire y Rimbaud), y un cierto arraigo modernista en la poesía de Ramos Sucre; pero al propio tiempo descubre que ella está lanzada hacia el futuro, a proyectarse más allá de su tiempo histórico. La vigencia actual de esa poesía, su modernidad contemporánea que hace volver cada día más los ojos hacia ella, es una prueba indiscutible de la certeza de ese juicio.
Por otra parte está la pertenencia de la obra del venezolano, por influencias y por razones propias de su aspiración universalista para la poesía, a un estadio netamente europeo. De allí que “Su genio pudo superar con creces el simple nivel de las influencias literarias, y su obra posee sustantividad propia. No obstante, esa superación no alcanzó el nivel de la total transformación. Ramos Sucre pertenece, definitivamente, a un panorama europeo de cultura. Ni siquiera pertenece, pese a su limpio y culto castellano, a un horizonte que pudiéramos denominar “ hispánico” . Sus raíces, y su obra misma, son tan americanos como pudieran ser uruguayos Les chantes de Maldoror, de Lautréamont. Son raíces afincadas en el centro de Europa. ¿Es esto una objeción?”.14
Por lo demás —y consecuente con el criterio expuesto— Ludovico Silva aclara que “al contrario con los grandes modelos franceses se fraguó la poderosa originalidad del lenguaje poético de Ramos Sucre. De haber sido tan sólo uno de tantos imitadores, las nuevas generaciones poéticas venezolanas (tan exigentes con nuestra tradición) no verían en él un maestro y un antecesor”.15
“Por adjetivante —expresa Carlos Augusto León— se diría cerca del Modernismo elocuente y exuberante. Pero ciertamente se acerca más al simbolismo y al cuidado formal de los Parnasianos”.16
Ludovico Silva conviene en señalar que “Ramos Sucre debe ser considerado como un poeta de vanguardia. Sin duda, el poeta más avanzado de su generación. Su poesía puede leerse hoy con delicia, sin tener la sensación de estar estudiando a un poeta pretérico”17. Es decir, es un contemporáneo, actual por la consistencia de su poesía.
El uso y el manejo del adjetivo insólito —que es una herencia inestimable del modernismo, inicialmente— sirve a Ángel Rama para ubicar a Ramos Sucre en el campo de la vanguardia. De allí que sea “ esta búsqueda del adjetivo la que le confiere a Ramos Sucre su lugar vanguardista y su excepcional intensidad”18. De modo que lo que para unos es signo del modernismo en el poeta, para Rama constituye connotación de vanguardismo. De allí que insista en señalar que Ramos Sucre busca el “valor impersonal” de la escritura “ al posponer el uso del adjetivo al sustantivo, en lugar de anteponerlo con su carga emocional y subjetiva” . Por lo cual “Hay aquí un vuelco sensible respecto a la estética modernista, lo que aproxima al autor a la estética del vanguardismo. Pero como tal vuelco se hace utilizando los mismos recursos del modernismo, se instauran ambigüedades en la recepción del mensaje”.19
Oponiendo las formas poéticas de Ramos Sucre a los dictados del surrealismo, Ludovico Silva tiene esta importante advertencia: “Para él la labor literaria implica un arduo trabajo consciente. En este sentido, su temperamento es clásico”.20
Por su parte, ya Carlos Augusto León había advertido: “Cuando los escritores jóvenes abrieron la “Válvula”, por donde escaparía, a trazar remolinos y extrañas formas en el aire, la contenida inquietud de las nuevas generaciones, Ramos Sucre les dio muestras de estímulos y simpatía. En el primer número de la revista válvula, primero y único, hay un poema suyo. Fue él quien instó a los jóvenes a fundar una religión sin sacrificio, sin clero y sin altar. Esa suerte de llamado tenía en sus labios sonido de clarines”.21
Tres ensayistas —Gustavo Luis Carrera, Oswaldo Larrazábal Henríquez y Argenis Pérez H.— están de acuerdo, por su parte en reconocer la ascendencia romántica del sistema poético de Ramos Sucre. Para Gustavo Luis Carrera el simbolismo de Ramos Sucre es de clara estirpe romántica. Así, al profundizar en las vinculaciones simbólicas del poeta, como una forma de expresión romántica, observa que en sus textos sobresale “la importancia básica del símbolo como sustento anímico e instrumental”, y que no se trata solamente “del recurso simbólico como parte constitutiva de un modo de creación caracterizado en su producto final”22. Para lo cual ayuda, en toda tentativa “de acercamiento conceptual a la obra poética de José Antonio Ramos Sucre: sus propias entregas, dispersas y no pocas veces oblicuas, de autocaracterización espiritual y sensible en función de la escritura”.23
Ese símbolo, caracterizador del discurso poético, afirma su expresión en fundamentales raíces de tipo romántico. Se trata, en definitiva, de un evidente “cuadro de caracterizada sensibilidad romántica” que encuentra un “invalorable refuerzo” en el “ auto perfil” del poeta”.24
Esta vía de acercamiento “ entre la noción del símbolo sostenida por los románticos y la evidenciada, y hasta declarada, por Ramos Sucre, puede conducir a significativos resultados”25. Pero se aclara, a este propósito, que “aun en la más pura coincidencia espiritual y estética con la postura romántica, Ramos Sucre no podía dejar de ser hombre de su época, curado del espejismo de la retórica y del artificio de la belleza vacua de la palabra por la palabra”.26
A estas alturas el ensayista da por resuelto “un cuadro de evidente conexión doctrinaria y simbólica de nuestro poeta con postulados románticos” ; pero de tales consideraciones también se deriva algo que debe subrayarse: “en la producción poética de Ramos Sucre, el símbolo llega a ser el único verdadero sustento estético definido y suficiente como para servir de columna básica de su obra de quimérica huida, como él mismo la llamó alguna vez”27. “A fin de cuentas —concluye Carrera—, no debe sorprender la profunda y decisiva correspondencia entre Ramos Sucre y la estética romántica del sueño, de la subjetividad y del símbolo”28.
Dentro del mismo contexto ideológico anteriormente expuesto, se muestra Oswaldo Larrazábal Henríquez en su ensayo titulado “Buscando la huella de la expresión poética de José Antonio Ramos Sucre” , presentado, lo mismo que el de Carrera, en el III Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana. Sólo que Larrazábal hace hincapié en la vinculación romántica de Ramos Sucre con un nutrido grupo de poetas venezolanos que le antecedieron o fueron contemporáneos. Tal es el caso, entre otros, de Cruz María Salmerón Acosta y Luis Enrique Mármol, que junto con Ramos Sucre podrían ser llamados “poetas de lo predestinado, poetas de la desgracia vital”29, que no deja de ser un elemento de connotación romántica.
Por otra parte, el mismo Larrazábal asienta que no es cierto que Ramos Sucre fuera una especie de isla entre sus compañeros de generación o sea de aquellos que nacen alrededor del 900. “Quizás pueda decirse que fue un diferente en su generación, pero no debe señalarse como caso aislado y hasta curioso dentro de la producción poética nacional. Las raíces poéticas de Ramos Sucre habían tenido un profundo arraigo en nuestra poesía, y sus consecuencias expresivas también las han tenido”30.
En lo que respecta a su grupo generacional, Ramos Sucre difiere de Jacinto Fombona Pachano, de Andrés Eloy Blanco, de Fernando Paz Castillo, de Luis Barrios Cruz, de Enrique Planchart, de Enrique Soublette, de Juan Santaella, de Sergio Medina y de José Tadeo Arreaza Calatrava, quienes constituyen el núcleo central de los poetas representativos de aquella generación. Pero por las mismas razones que se diferencia de los nombrados se asemeja a Luis Enrique Mármol y a Cruz María Salmerón Acosta, por razones que son de orden existencial y más de contenido que de forma poética”31.
Larrazábal acude a la forma cómo se expresa Ramos Sucre para significar su diferencia con sus compañeros; y por ella concluye en que “podría decirse que Ramos Sucre pasa de una esencia romántica a una expresión decantada modernista que lo lleva a un claro parnasianismo”32.
“Con esto aclarado —continúa Larrazábal— puede establecerse toda una línea de seguimiento en la forma expresiva de José Antonio Ramos Sucre a partir de textos conocidos y significativos que permiten determinar su presencia expresiva y su angustia existencial en ejemplos históricos dentro de la poesía venezolana”33.
Tales huellas se encuentran, según el ensayista, aun en los primeros románticos, como es el caso de Abigaíl Lozano con su poema “A la noche”. Igual ocurre entre los poetas del llamado segundo romanticismo, con Miguel Sánchez Pesquera y su poema “La tumba del marino”. Con mayor precisión se verifica esta vinculación con una de las grandes figuras parnasianas de Venezuela, Gabriel Muñoz y su poema “En el cementerio”. Hay semejanzas también con Alfredo Arvelo Larriva y su poema “El Guijarro”; “y tratándose de los posteriores el vanguardismo de Otto De Sola tiene una firme base de contenido, de expresión y de intención con la poesía de Ramos Sucre”34. Otros señalamientos se hacen con respecto a Juan Antonio Pérez Bonalde; y entre sus coetáneos se mencionan a Jacinto Gutiérrez Coll y Juan Miguel Alarcón.
Más enfático al respecto en la vinculación de Ramos Sucre y el romanticismo se muestra Argenis Pérez H. “La estética romántica de José Antonio Ramos Sucre” titula el ensayo que dedica a la materia. Su visión personal del quehacer poético de Ramos Sucre —dice— se dirige a intentar demostrar “la funcionalidad estética de los códigos románticos en los signos artísticos de nuestro poeta, como premisa indispensable para comprender su modernidad”35. Con lo cual da como un hecho la premisa del contenido romántico en la poesía de Ramos Sucre. Por eso habrá de afirmar, como conclusión de su estudio, que la escritura del poeta venezolano “tiene su origen en las fuentes de la lírica moderna de occidente: el romanticismo de raíz alemana. De allí arranca, a su vez, el sistema poético y la originalidad imperturbable de José Antonio Ramos Sucre”36.
Finalmente hay que poner de relieve cierta exageración crítica, no asentada en fundamentos razonables, al señalar a Ramos Sucre como un ejemplo del surrealismo venezolano en la década del 20, según sugiere Stefan Baciu en su Antología de la poesía surrealista latinoamericana (1974). Es una apreciación inexacta, en efecto, como conviene en señalar Ángel Rama al observar que, de este modo, Ramos Sucre pasa “ a la todavía más equívoca categoría de precursor del surrealismo”37.
En todo caso —y es acertado comentarlo— Ramos Sucre constituye un antecedente de la poesía de años posteriores que se escribe en Venezuela, no sólo por el valor de novedad de su poesía, no del todo discernida justamente en su momento histórico, sino principalmente por el afán de universalidad en su expresión y contenido que lo llevó a la búsqueda de fuentes literarias más allá del esquema localista que le brindaban las letras de su propio país; y quizás, también, por su cerrado y pertinaz individualismo, de impenetrable soledad —en lo personal— frente a la indagación externa. Ya está dicho que su ubicación encuadra mejor en cierta corriente del simbolismo francés, por entonces no enteramente definida en nuestro medio, y a su tendencia por conseguir una expresión propia, original, que se separara de las formas comunes del modernismo o del postmodernismo entonces en boga entre nosotros, o de la corriente del criollismo que por esos años preconizaran con tanto entusiasmo Urbaneja Achelpohl y sus compañeros de contienda literaria.
Por eso, conviene adelantarse en señalar que la obra de Ramos Sucre se realiza totalmente en un período característico de la poesía venezolana: el que va del modernismo al postmodernismo y de éste a las nuevas formas insurgentes de la vanguardia. Pero movido por un intransigente individualismo que lo acompañará toda la vida, la tendencia creadora del poeta no se inscribirá definitivamente en ninguna de esas tres corrientes manifiestas, sin dejar por eso de apreciarlas y de brindarles consideración y cercanía. Optará por el contrario, intentar el desarrollo singular de una personal manifestación poética, refractaria a la alineación de grupos. Buscará ubicarse, así, en una línea expresiva de muy específicas características. El aliento le viene de otra parte, de muy lejos, como ya se ha dicho.
Sin embargo, Ramos Sucre no está, tampoco, demasiado distante del modernismo. Cierta percepción de su escritura nos acerca a esa experiencia, especialmente en cuanto al cuido de la forma (derivada igualmente de los parnasianos) como al proceso seguido en el uso de la adjetivación. Podría pensarse que son elementos externos al fondo mismo de la poesía, pero elementos al fin que juegan un papel fundamental en la factura del poema. En todo caso hay que advertir que el modernismo de Ramos Sucre es, al mismo tiempo, distinto, por ejemplo, del de Arreaza Calatrava y Alfredo Arvelo Larriva. Y expresamente distante del criollismo de Urbaneja Achelpohl. Un ejemplo de similitud entre esta poética y la de otros modernistas, en este caso españoles, que tuvieron también su fuente en el simbolismo francés, lo hallamos en el caso de Don Ramón del Valle Inclán, especialmente en las Sonatas de Otoño. Valdría la pena intentar un esclarecimiento de estas afinidades líricas. Allí tenemos aguas de la mejor densidad para bucear. Eso significaría algo nuevo sobre Ramos Sucre. Para lo cual sería necesario tomar en cuenta las necesarias variaciones motivadoras, y agregar a ello cualidades de “tempo” , de “ritmo”, de “temperamento”.
En todo caso, las consecuencias de la actitud y la orientación del poeta venezolano, sólo se verán más tarde con entera y precisa perspectiva. Mientras tanto la voz de Nerval parece oírse, allá en el fondo remoto del mundo poético de Ramos Sucre; lo mismo que sucederá en la iniciación y en algunos rasgos maduros de la poesía de Enrique Planchart, como ya hemos dicho. Ambos poetas, cada uno en su estilo y por rumbo propio, buscaron en las fuentes de origen francés los fundamentos esenciales de su creación lírica.
LA SOLEDAD CREADORA
Vida y poesía se manifiestan con mayor intensidad en el caso de Ramos Sucre. Es imposible tratar de desvincular una cosa de la otra. Para conocer la vida del poeta, la vida entera y verdadera, sobre todo en la trágica dimensión que asumió como desolado y fatídico testimonio, hay que acudir a sus poemas todos, a sus libros, porque en ellos —y sólo en ellos— encontraremos la palpitación verídica de aquel ser de tan ardida y vibradora poesía.
Ramos Sucre, el solitario en permanente exilio, es una constante, desde luego,en los estudios sobre el poeta, como una identificación entre su vida y su obra. Ya en Trizas de papel, luego recogido en La Torre de Timón, está su “Elogio de la soledad” , como punto de partida para enjuiciar este sentimiento persistente de su poesía. Pero tal vez sea su poema “El solterón”, de La Torre de Timón, el que contenga lo que puede considerarse como confesión raigal en torno a la soledad del hombre.
Por otra parte están sus cartas, tan patéticamente descarnadas, que son un clamor, un asidero, para luchar contra la soledad y por donde se siente cruzar, lo mismo que en su poesía, “la amenaza del tiempo y de la soledad”. Sin embargo, a pesar de todo y pese al insistente rumor que corre sobre esta circunstancia, hay que recordar que desde el punto de vista material y espiritual el poeta no estaba solo, su soledad era de otra especie, y así lo demuestra la admiración, el respeto y el afecto que le tributaban sus compañeros de letras, sus contemporáneos y sus alumnos.
Ya en otra parte de este prólogo nos hemos referido a las amistades que Ramos Sucre tuvo en Caracas, y a que no estaba desligado del ambiente literario de la época, participando en las tertulias y reuniones que hacían los intelectuales de entonces. Su soledad era una soledad interior. “Ramos Sucre no estaba solo, en el sentido de aislado o segregado (…) En el precario ambiente cultural de entonces (…) tenía la admiración, el cariño de sus compañeros de letras, de sus amigos, de sus “paisanos”. Era, por otra parte, cordial y amigo de conversar. Hasta nuestro tiempo llega el eco de sus dichos“. Fue un solitario, pero no hosco ni sombrío, sino más bien risueño y locuaz” , dijo D. Badaraco Bermúdez en julio de 1930, nada menos que ante la tierra de Cumaná que se abría para recibir los restos del “cumanés insigne”.
“Eso coincide con el recuerdo que guardan quienes estuvieron cerca de él: Paz Castillo, Sotillo —en El Universal, que éste dirigía, publicaba Ramos Sucre sus poemas— , Arroyo Lameda, Mijares, sus conterráneos los Martínez Centeno, Dionisio López Orihuela. Así lo quisieron y admiraron Rómulo Gallegos, Enrique Bernardo Núñez, Julio y Enrique Planchart, Rodolfo Moleiro, José Tadeo Arreaza Calatrava, Andrés Eloy Blanco, su fraterno Salmerón Acosta y otros, ya físicamente desaparecidos. Así lo conocimos. No estaba, pues, “solo”. Solo estaba, sin duda, el “mundo de letras” como tal, isla de tenue luz en medio a la sombría represión erigida en sistema. Así ha estado, por lo demás, casi siempre en nuestra historia”.38
“Su soledad no acepta explicaciones fáciles. No era un solitario “solo” —valga el pleonasmo— sino rodeado de amigos y familiares. No era un solitario porque su obra no se comprendiese, ni porque “idealizaba” a la mujer, sino aparte de todo eso. (Y esto no niega, sino afirma la presencia del hosco ambiente, su influencia sutil y profunda. ¿De dónde vino su soledad impenetrable”? se pregunta Carlos Augusto León).39
Ya ha sido anotado que la inmersión de Ramos Sucre en la búsqueda y el aquilatamiento de su cultura, lo condujo con mayor empeño hacia el retraimiento y la soledad, afirmándose cada vez más en su desarraigo y evasión. Fue el alto precio que tuvo que pagar por su conducta de inconforme perenne. Al respecto se manifiesta Ángel Rama de este modo: “La corona que rodea a Ramos Sucre insiste en su soledad altiva, en su plural conocimiento de lenguas extranjeras, en su amplia y variada lectura que hizo de él uno de los hombres cultos bien equipados intelectualmente (…) Es sabido que esa devoción la
pagó con soledad y sufrimiento”.40
Ya se ha definido, con bastante frecuencia, la poesía de Ramos Sucre como la de un solitario. Pero ¿qué poeta no lo es? Sin embargo en Ramos Sucre la soledad es más entrañable, más apartadiza, más ensimismada, más doliente y dramática. “Ser solitario —expresa Carlos Augusto León— es algo más que estar solo. Es tener una soledad donde los otros no pueden penetrar, semejante a la que rodea, en su más hondo sentido, al nacimiento y a la muerte. Es en cierto modo una voluntad de estar solo, agravada —tal es el caso— por influencias exteriores, pero que no arranca necesaria ni únicamente de ellas”.41
El poeta define desde el principio, en La Torre de Timón el ámbito de su poesía. Ya el propio título del libro alude a esa circunstancia: soledad y evasión en el círculo cerrado de la Torre de marfil. Por eso afirma Ludovico Silva: “José Antonio Ramos Sucre es probablemente el poeta venezolano que mayormente ha experimentado y descrito el sentimiento de la soledad”42. Pérez Perdomo, a su turno, había expresado que “ Ramos Sucre es un poeta alucinado que sufre en su soledad”.43
A su vez, para Fernando Paz Castillo, genéricamente, Ramos Sucre es “El solitario de La Torre de Timón” , que en 1925 vive “en su torre, anacrónicamente en su torre de libros, ajeno a la vida cotidiana y a la vida moderna”. Para justificar y escudarse en su retraimiento repetía: “mis maestros vienen de muy lejos” , “pero, cosa rara, este espíritu recio, esta alma ascética, tiene una emotividad enfermiza de escritor moderno”. Esto dice Paz Castillo situando al poeta en la época tumultuosa y estridente de los comienzos de la vanguardia en Venezuela.44
La soledad es así uno de los temas fundamentales de la poesía de Ramos Sucre. De esta forma fue advertido, en vida del poeta, por sus contemporáneos compañeros y críticos que se encargaron de estudiar con empeño y simpatía su obra. Asimismo se expresa Carlos Augusto León en Las Piedras Mágicas (1945), dedicándole un capítulo al tratamiento especial del punto, bajo el título de “La soledad sin remedio”, en forma esclarecedora y analítica. Fernando Paz Castillo retoma el tema, ya insinuado en sus primeros estudios, y completa su visión del mismo en el opúsculo sobre el poeta que tituló, precisamente, José Antonio Ramos Sucre, el solitario de “La Torre de Timón” (1973).
Entre los críticos de las últimas generaciones Ludovico Silva aporta nuevos elementos para la consideración crítica del tema. Al efecto expresa que en el poeta coexistían dos personajes en tensión galvánica. “Eran su Yo personal y su Yo histórico. Semejante dicotomía constituye, a mi juicio, la huella fundamental que aquel gran poeta dejó en sus libros. El sentimiento común a esos dos personajes era el de la soledad. Porque si el Yo personal, de clara naturaleza fáustica, conducía lentamente al poeta hacia esas “vacías tinieblas” de que nos habla desde el Preludio de su primer libro, también el otro Yo, el histórico, lo conducía insensiblemente al suicidio mental”.45
En parecida tónica escribe Carlos Augusto León en Las Piedras Mágicas (1945): “En José Antonio Ramos Sucre actuaron, en un comienzo, razones de ambiente, influencias externas, las cuales, unidas a su tremenda vocación de saber, lo llevaron a la soledad”. Por eso, “Nos dejó en su obra la historia de una soledad sin remedio y del tremendo esfuerzo por evadirse de su lucha contra el tiempo y el espacio, de su caída sobre la tierra de donde pensaba alejarse”.46
Sin embargo, “no todo en sí fue evasión”. Porque “su soledad tenía los ojos abiertos. Abierto al mundo estaba su solitario corazón”47. De allí el tormento y el dolor de su vida diaria, frente a un mundo enemigo y extraño. Por la vía del estudio y del conocimiento fue distanciándose y aislándose en la cerrada noche de su soledad. Ciertamente, como escribe Ludovico Silva, “acumuló una suma de saber humanístico que, paradójicamente, terminó por hacerlo sentirse solo, como una isla abandonada”.48
LA DESOLADA COMPETENCIA: EL DESARRAIGO
El tema de la evasión en los poetas modernistas es la huida de la realidad hacia otro tiempo y otro espacio. Se configura, de esta forma, una especie de irrealidad poética: la creación misma. El fenómeno en el caso de Ramos Sucre, tiene otro carácter, otras dimensiones y distinta significación. A este respecto observa Francisco Pérez Perdomo: “En el proceso fabulador de Ramos Sucre se establece una extraña corriente y reciprocidad entre lo real e imaginario, o viceversa, movilizándose lo inmóvil e inmovilizándose la movible”49. Con parecida referencia se había pronunciado a su vez Augusto Mijares al decir “Anotemos el poder con que el autor maneja el movimiento y el reposo”50. Con otra intuición semejante se expresaba el mismo Augusto Mijares al señalar que el poeta “convive con los personajes de Dante, Shakespeare y Homero y quiere afirmar que en ellos tienen una realidad más cierta y más legítima que la del transeúnte callejero”51. Y el propio Carlos Augusto León, había escrito en Las Piedras Mágicas: “una vasta muchedumbre de desventurados, en innúmeros países de dolor, forman la obra de Ramos Sucre. ¡Tantas desventuras juntas no son sino mil rostros de la suya verdadera”52.
El mismo Pérez Perdomo, en fecha más reciente a la de Mijares, coincide en señalar: “Son las suyas, como hemos visto, figuraciones que corren a menudo en planos reales y paralelamente imaginarios, que se invaden y en última instancia se supeditan mientras que en otros casos esas categorías permanecen incólumes, estables en su existencia, y lo real y lo imaginario se mueven sin subordinarse, no obstante sus intensas oscilaciones y relaciones”.53
De este modo se manifiesta una de las más características, originales y ricas modulaciones expresivas de lo poético en Ramos Sucre, y, al mismo tiempo, una variante de la intensa vibración interior que lo movía a verter en el poema aquella desolada inclinación a la huida de la áspera inminencia de la realidad que atormentaba su espíritu sensible.
De allí que la evasión y el cosmopolitismo —extremos de una misma y única confluencia: el escapismo ante el tormento de la vida cotidiana— han sido temas constantes en el enjuiciamiento crítico de Ramos Sucre. Pero hay que aclarar —si hiciere falta— que ni evasión ni cosmopolitismo pueden ser un reproche literario en el caso de Ramos Sucre. Simplemente denotan la constatación de un hecho creador, porque, en definitiva, ambas manifestaciones son formas válidas plenamente en el ámbito de la creación literaria, como lo es, a su vez, el regionalismo o la tendencia nativista, una de las alternativas presentes en el momento venezolano en que el poeta hace acto de presencia.
Su desarraigo, tan manifiesto y enervante, no es pues, simple metáfora o mera formulación estética (como pudo ser en el caso de los modernistas la evasión), sino un sentimiento poderoso que domina desde la propia intimidad del ser, en forma desgarrada y dramática, con luctuoso y sensitivo clamor. Por eso, más que una simple evasión estética, asumida en favor del arte por el arte y el cultivo de la torre de marfil, la manifestación vital del poeta que trasciende a su arte es la del desarraigo. De allí lo dicho por Francisco Pérez Perdomo: “… la rareza de Ramos Sucre no se manifiesta como en muchos de los parnasianos y simbolistas franceses que seguramente leyó con devoción, en alguna señalada excentricidad sino en un consciente desarraigo”.54
De ese hecho deriva, precisamente, el drama permanente de su vida, que por igual afectó —y trascendió— su conducta existencial y su poesía. Y el desarraigo es mayor cuando toca al ámbito de una sensibilidad exacerbada como la suya, víctima del insomnio y de su enfermiza búsqueda de soledad. “En toda la poesía de Ramos Sucre —señala Osvaldo Larrazábal Henríquez—es posible destacar la manifiesta incompatibilidad entre él mismo y el mundo que le tocó vivir”. De esta manera Ramos Sucre “sería un inconforme, pero un inconforme sui géneris, ya que no pudo adaptar el mundo a sus ideales”.55
Y más concreto aún, se afirmará con énfasis: “Todo lo que Ramos Sucre consigna parece pertenecer a un esquema predeterminado por él mismo para trasladar su yo angustiado ante una realidad que no puede condicionar con su modo de vida, pero que necesita expresar como manera de liberación humana”56.
Para Gustavo Luis Carrera, Ramos Sucre es “aquel irreductible habitante de reinos distantes, siempre en lo alto y siempre a solas”57. Sobre este punto observará Ángel Rama que se trata “de un poeta que buscó paisajes exóticos, revistió historias mitológicas, se trasladó a culturas distantes”, como vía para huir de aquella realidad que lo lastimaba tanto, como expresa en el “Preludio” de La Torre de Timón”: “Porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta
amarguras”58.
De este modo sería pertinente estar de acuerdo con Félix Armando Núñez, cuando escribe que “No nos curamos de lo que nos obsesiona sino sublimándolo de alguna manera, o por evasión imaginativa” , como se evidencia en el caso del poeta venezolano, para el cual la violencia cotidiana constituía la principal causa de evasión.59
Aquel mundo de afuera, en permanente enfrentamiento a su mundo interior, enardecía su carácter y temperamento, con el consiguiente rechazo simultáneo. Era también una manera de acercarse a las formas del misterio que procura la imaginación creadora. Al mismo tiempo el poeta busca —mediante el juego de la fantasía— transformar el mundo exterior en un mundo interior, que se recrea sobre el paisaje de la propia desolación.
Otra era entonces, la proyección del “yo” personal en la pura realidad literaria. “En la poesía, —nos dice José Balza— Ramos Sucre propondría un mundo paralelo (pero tramado en cada línea que escribiera) sobre concepto y ejecución de la escritura”.60
Ya Paz Castillo se había expresado en parecidos términos en 1930: “Para el autor de La Torre de Timón el mundo exterior no existe. La vida para él es una serie de cerebraciones más o menos arbitrarias: digo la vida y no el arte, porque su arte es un traslado fiel de su manera de vivir, incomprendida y maniática”.61
Sobre su fuga en el tiempo advierte Jesús Sanoja Hernández: “Ramos Sucre odia el activismo, el despliegue del yo sobre la masa social y el ambiente contemporáneo, fluctúa entre la aceptación hostil de la actualidad y el goce y la infección de lo remotamente acaecido. Beatriz, Don Quijote, Kligsor, Ulises, Amadís, Nausicaa o Penélope son sus personajes, su contemporaneidad mitologizada, en vez de Rubén Darío, Clemenceau, Juan Vicente Gómez o las heroínas dannunzianas. Hay en él una adhesión volátil a la realidad, en atisbo de lo que ya fue y está precipitado y de cuyas cenizas puede componerse una nueva figura, reconstruirse una crónica fabulosa, engrandecer formas ya mutiladas o en exterminio”. No es el presente real sino otro tiempo al que acude el poeta para instaurar sus efusiones poéticas, en forma tal que al través de su prosa “se han juntado idioma y universo en una representación incompatible con la cruda riqueza de la actualidad y del emplazamento testimonial”.62
Refiriéndose al contraste entre el poeta y el ambiente histórico que le toca enfrentar, Ludovico Silva señala por su parte que su mundo era “un mundo introyectado y lanzado hacia las paredes del alma, un acorralamiento existencial propio de una mente alucinada. Pero ello no significa que el mundo circundante no haya influido en esa alma atormentada. A veces el rechazo total es también la total respuesta (…) Esa respuesta que, dialécticamente, se presenta como un rechazo, constituye uno de los rasgos más genuinos de la poesía de Ramos Sucre”.63
Precisando el alcance de la evasión en Ramos Sucre, Guillermo Sucre observa que su obra “no es ni una elaboración candorosa, regocijada en sí misma, ni una elaboración preciosista”. Advierte que “es cierto que casi todos sus poemas están inspirados en temas del pasado, y de un pasado americano. Pero nada o muy poco hay en ello de recreación arqueológica, a la manera de muchos modernistas, ni tampoco de búsqueda de un color local, a la manera de los románticos. Sus poemas no son “helénicos” ni “romanos”, “medievales” o “ renacentistas”.
Insiste Sucre que “ su procedimiento y sus objetivos son distintos: de la historia o de la literatura misma tomaba unos pocos elementos, un pormenor o un detalle todavía no congelado por la erudición o susceptible de ser visto como una experiencia todavía viva, y con ellos creaba una situación nueva. Esta situación tiene con frecuencia un carácter novelesco: hay una cierta trama, una acción y personaje, reconocibles o no en su identidad. La situación puede ser explícita o implícitamente discernible en sus fuentes (Homero, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, la literatura caballeresca, la poesía provenzal, la cábala y la alquimia, la historia de España, la Edad Media, el Renacimiento, etc.), pero también puede ser más ambigua y aun desdibujada, hasta el punto de que el lector no llega a precisar del todo si está en el pasado o en el presente”.64
El principio de la evasión comienza en plena adolescencia, cuando la lectura sustituye todo otro goce de la edad y lo declara un solitario. Busca amparo, sobre todo en la Mitología y en la Historia. La Historia, especialmente, va a brindarle, al principio, un camino propicio para su desasimiento de la realidad foránea, y más tarde “una salida a su tormento”. “La historia fue para él escala de evasión. Se dio a evocar tiempos y países lejanos, para escapar a la tremenda realidad”.65
“De otras épocas se sentía él. Golpeado por sí mismo, por el duro ambiente, miró hacia los tiempos idos. Era una forma de evadirse, una forma de olvidar, el pensar en aquellos tiempos, el reconstruir sus hombres y sus cosas”.66
Por eso no es difícil concluir en que “la imaginación poética en Ramos Sucre se aparta de lo real, recurriendo (…) a la nostalgia del pasado y a los espacios estéticos que le ofrece la historia literaria para realizar a nivel de coherencia estética la vocación de su generación”.67
Sus poemas nos trasladan a otras épocas y a otros lugares, de extrañas sugestiones, a través del símbolo y la imagen de concisos reflejos. El uso del símbolo es, sin duda, la manera a través de la cual el poeta expresa su enmascaramiento de la realidad, o su intención al menos de eludirla.
Esta es una tentativa visible en Ramos Sucre: forjar otra realidad a expensas de la realidad verdadera mediante un proceso que se apoya en la imaginación y el mito constante y que tiene en el símbolo su exacto vehículo expresivo. “El símbolo parece sugerir, y en Ramos Sucre se nos muestra con clara evidencia, espacios más vastos, de mayor lontananza en las edades y en las literaturas, cuanto más áspera sea la cifra de lo real, cuanto más agobiante resulte la cauda del tiempo presente. De ello surge, sin duda, esa dialéctica de la evasión, que será una actitud tan característica del movimiento simbolista”68, al cual adhirió con todas sus fuerzas de creador el temperamento atormentado del poeta de Las formas del fuego.
Paz Castillo reafirma este concepto: “…en él se confunden en un plano de elevación estética su mundo real: su pequeño mundo real y su vasto mundo de ensueños. Nunca llegó a vivir, totalmente, en la realidad…”69
El ensayista insiste en que el escapismo de Ramos Sucre, lo conducía, por sinceridad artística, “hacia un mundo inactual creado a conciencia: rincón umbroso de escape, vuelta acaso al medroso escondite de los primeros años de su juventud vigilada, retiro fabricado por su propia voluntad enferma (…) Tanta tensión de pensamiento, tenía, necesariamente, que estallar. Su sistema nervioso no podía resistir, sin crujidas violentas, el máximum de esfuerzo a que lo sometía”.70
Recuerda el mismo Paz Castillo que Ramos Sucre solía expresar: “Yo vivo en el pasado”. “En un pasado que no tiene tiempo…” Por eso, él, que vivía en el pasado, allí encontraba la resonancia necesaria para ser voz de profundos clamores, el escenario o telón de fondo para la expresión virtual de su poesía. Y algo más: la fuerza de su creación tan personal y única, como expresa el propio Paz Castillo, resaltando esta extemporaneidad como el elemento efectivo de su concepción artística.71
Por eso el poeta se nos presenta en su obra, “en momentos de su vida, real y sentimental, dentro del ambiente onírico de su arte. Ambiente creado por la lectura frecuente de Homero, de Dante, de Shakespeare, de Goethe, de Hugo y de Balzac. Por ello en sus imaginaciones abunda una mezcla de paganía y de teología, y desfilan personajes que representan una idea de la Edad Media, delRenacimiento y del Romanticismo. Personajes que corresponden a una Divina Comedia, a una Leyenda de Siglos o a una Comedia Humana”. Sin embargo, tampoco este mundo de abstracciones lo hace feliz. Porque el autor “pertenece a la estirpe de los poetas que, como Baudelaire y Nerval, viven con una terrible nostalgia de un pasado que apenas existe en los vagos espacios de la subconsciencia. Reclaman, por ello, el consuelo de una soledad material, que tampoco llega a satisfacerlos, porque el sosiego que necesitan es el del espíritu”.
“La poesía es, por lo tanto, divertimiento de sus congojas y a la vez testimonio de los sufrimientos de una humanidad hermosa, pero triste, en la cual sin embargo, no falta la esperanza”71. No es hipotético pensar que el poeta fuera acumulando experiencias negativas frente al proceso de acomodación en el medio venezolano. Una sensibilidad como la suya siempre estaba expuesta a los más contradictorios enfrentamientos a un medio contrario a sí mismo, que lo negaba o perseguía, y cuya respuesta no podía ser otra que el repliegue hacia el mundo interior, profundo y desolado.
A propósito escribe Pérez Perdomo: “El desencanto, la vigilia y la soledad se van apoderando del poeta. Como en su poema “El extranjero”, fue también él un extranjero en su propia tierra y, por eso, resolvió “esconderse para el sufrimiento”72. Pero, por reversión, esta fuga ante la constante aspereza exterior lleva a un proceso que lo conduce en última instancia, al robustecimiento de la individualidad. “El desarraigo y el exilio dentro de su propio país, a que lo condena el medio, van afirmando en Ramos Sucre a uno de los humanistas más sólidos de su tiempo. Antes de los cuarenta años ya está en posesión de una cultura prodigiosa, acaso excesiva para su edad, y que no se constituye en peso muerto y árido sobre su imaginación creadora y la ahoga, sino que, al contrario, lo estimula y lo desencadena”.73
Como dice Jesús Sanoja Hernández, él abordaba la realidad “a través de lo imaginario o fabuloso, que se mueve en un escenario generalmente brumoso, ceniciento y nórdico”, los cuales “son elementos para entender la vida del maldito por la poesía”.74
Esos dos planos, reales e irreales, se funden en una sola materialización expresiva, donde lo fantástico predomina sobre lo objetivo. Para Pérez Perdomo “Ramos Sucre se refiere generalmente a una realidad presunta e hipotética (a algo que por sus características convencionales parece serlo), situada las más de las veces en un tiempo y espacio remotos”75. Es el signo inequívoco de la evasión que predomina en su poesía. Por lo cual se concluye “ que, como en los solipsistas, su realidad parece no encontrarse fuera sino dentro de él mismo”. Sin embargo no siempre la fuga imaginaria niega el tiempo o el lugar en el tiempo, ya que “existen también, sin duda, obvias y explícitas referencias y espacios geográficos y tiempos históricos inmediatos, como innumerables alusiones alegorizadas de los mismos”76. Precisamente, la alegoría dota de un atributo de cambio al poema y enmascara, a su vez, en cierta forma a la realidad aludida, o la esconde.
“El movimiento, signo molesto de la realidad, perturba a Ramos Sucre” , escribe Carlos Augusto León. Igual cuenta el poeta cuando expresa “Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras”. (Preludio. La Torre de Timón). “Toda la obra de José Antonio Ramos Sucre es una terca insistencia en ese sentimiento”, agrega Carlos Augusto León. De ahí arranca, ciertamente, el proceso de la evasión en el poeta, porque en él está vivo “el odio y el desprecio para la materia, en general, pues el tormento de José Antonio Ramos Sucre, al llevarlo a la evasión, le señalaba un rumbo no material, el camino del espíritu tal como él lo concebía en su idealismo filosófico”.77
Ramos Sucre —insiste Carlos Augusto León— se declaró en rebeldía contra la vida material (…) Colocado así, en el camino del “espíritu puro”, en lucha contra la materia, fue como realizó su obra…” Es por lo cual “En su poesía (…) esa lucha asume una forma precisa. A semejanza de Prometeo, empeñado en una lucha sobrehumana, se declaró en guerra contra el tiempo y el espacio. Como los dioses inflexibles, la materia, de la cual tiempo y espacio son formas, le da su buitre devorador”.78
La relación entre la realidad verdadera y esa “otra realidad” , asistida por la imaginación se apoya en el proceso fabulador, tan característico de Ramos Sucre, mediante el cual se establece una suerte de extraña corriente y reciprocidad entre lo real y lo imaginario, o viceversa.79
Ese fue, en todo tiempo, el signo dramático que envolvió la vida y la obra de este poeta excepcional que hoy, a los 50 años de su muerte, se asoma (…) al conocimiento de un público diverso y más vasto que el que hasta ahora ha constituido su audiencia natural, confinado a los límites estrictos de su propio país.
Esas visiones tan personales del poeta enfrentadas a la hostilidad de su mundo abrieron el camino de su lancinante evasión. Sería así al principio. Pero luego ese proceso envolvente lo convertiría en un ser desprovisto de suelo verdadero y más cercano, en desafiante lucha contra la realidad, a un mundo extraño de imágenes y visiones torturantes.
¿Consiguió al fin el poeta la liberación que pretendía a través de esta huida pertinaz por el tiempo y el espacio? Probablemente no y esto haría más sensible su incapacidad de adaptación a una existencia limitada y dramática. El olvido, la muerte, el regreso total a un principio de indefinición personal serían en definitiva, los trofeos de aquella desolada competencia. Ciertamente podríamos respondernos a estas interrogantes con aquellas palabras definitivas de Carlos Augusto León al comentar el suceso de esta trágica experiencia de Ramos Sucre: al final, “en la lucha contra el tiempo y el espacio ha perdido el hombre”.80
Este fue, en efecto, el término de una trayectoria alucinante que comprende el tránsito existencial y la creación poética como una unidad indivisible que sirve para diseñar sobre el trasfondo de un agónico enfrentamiento, material y espiritual al propio tiempo, el perfil señero de un poeta excepcional que merece plenamente el homenaje de un reconocimiento mayor que el que hasta ahora se le ha reservado en el mundo intelectual latinoamericano.
NOTAS
1 Carlos Augusto León. “Invitación a la crítica”, Papel Literario de El Nacional, 14-VI-1970.
2 Idem.
3 Fernando Paz Castillo. José Antonio Ramos Sucre, el solitario de La Torre de Timón. Editorial Arte, Caracas, 1973, pp. 23-24.
4 Argenis Pérez H. “La estética romántica en José Antonio Ramos Sucre”. En Memoria del III Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana. Mérida, Venezuela, Tomo II, p. 258.
5 Francisco Pérez Perdomo. Introducción a Antología Poética de J. A. Ramos Sucre. Monte Ávila Editores, C.A., Caracas, 1969, p. 7.
6 Ludovico Silva. “Ramos Sucre y nosotros”. Revista Nacional de Cultura, n° 219, Caracas, marzo-abril, 1975, pp. 64-65.
7 Ibid. p. 70.
8 Félix Armando Núñez. Prólogo. En Obras de José Antonio Ramos Sucre. Ediciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes, Caracas, 1956, p. 7.
9 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. p. 9.
10 Eugenio Montejo. La ventana oblicua. Ediciones de la Universidad de Carabobo, Valencia, 1974, p. 69.
11 Stefan Baciu. Antología del surrealismo latinoamericano. Editorial Joaquín Mortiz, S.A., México, 1974, p. 138.
12 Fernando Paz Castillo. Op. cit. p. 17.
13 Ludovico Silva. Op. cit. p. 54.
14 Ibid. pp. 55-56.
15 Ibid. pp. 56-57.
16 Carlos Augusto León. Op. cit. p. 57.
17 Ludovico Silva. Op. cit. p. 50.
18 Ángel Rama. Op. cit. pp. 44-45.
19 Ibid. pp. 45-46.
20 Ludovico Silva. Op. cit. p. 51.
21 Carlos Augusto León. Op. cit. p. 52.
22 Gustavo Luis Carrera. El símbolo en José Antonio Ramos Sucre. (Consideraciones a la luz del capítulo “La crisis romántica” del texto Teorías del símbolo, de Tzveten Todorov). En Memoria del III Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana. Mérida, Venezuela, t. II, pp. 268-282. 1978.
23 Idem.
24 Idem.
25 Gustavo Luis Carrera. Op. cit. pp. 268-282.
26 Idem.
27 Idem.
28 Idem.
29 Osvaldo Larrazábal Henríquez. “Buscando la huella de la expresión poética de José Antonio Ramos Sucre”. En Memoria del III Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana. Mérida, Venezuela, t. II, p. 251.
30 Ibid. p. 253.
31 Ibid. p. 254.
32 Ibid. p. 254.
33 Ibid. pp. 254-255.
34 Ibid. p. 255.
35 Argenis Pérez H. Op. cit., pp. 258-267.
36 Idem. p. 267.
37 Ángel Rama. Op. cit. p. 10.
38 Carlos Augusto León. Artículo citado.
39 Idem.
40 Ángel Rama. Op. cit. p. 31.
41 Carlos Augusto León. Artículo citado.
42 Ludovico Silva. Op. cit. p. 45.
43 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. p. 15.
44 Fernando Paz Castillo. Op. cit. p. 9.
45 Ludovico Silva. Op. cit. pp. 45-46.
46 Carlos Augusto León. Op. cit. p. 21.
47 Ibid. p. 48.
48 Ludovico Silva. Op. cit. p. 47.
49 Francisco Pérez Perdomo. Prólogo a Antología Poética de José Antonio Ramos Sucre. p. 12. Citado por Carlos Augusto León en su artículo del Papel Literario de El Nacional, titulado “ Invitación a la crítica” . 14-VI-70.
50 Citado por Carlos Augusto León en su artículo “Invitación a la crítica”. Papel Literario de El Nacional. 14-VI-1970.
51 Idem.
52 Carlos Augusto León. Op. cit. p. 41.
53 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. pp. 13 y 14.
54 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. p. 7.
55 Osvaldo Larrazábal Henríquez. Op. cit. p. 253.
56 Ibid. p. 252.
57 Gustavo Luis Carrera. Op. cit. p. 268.
58 Ángel Rama. Op. cit. p. 20.
59 Félix Armando Núñez. Op. cit. p. 13.
60 José Balza. Prólogo a Espejos y disfraces de Guillermo Meneses. Volumen inédito de la Biblioteca Ayacucho.
61 Fernando Paz Castillo. Op. cit. p. 10.
62 Jesús Sanoja Hernández. “Poeta de otra realidad”. Papel Literario de El Nacional, ll-VI-70.
63 Ludovico Silva. Op. cit. p. 51.
64 Guillermo Sucre. Op. cit. p. 82.
65 Carlos Augusto León. Op. cit. pp. 31-32-34.
66 Ibid. p. 32.
67 Víctor A. Bravo. Op. cit. p. 102.
67 Eugenio Montejo. Op. cit. p. 81.
68 Fernando Paz Castillo. Op. cit. p. 29.
69 lbid. pp. 18-19.
70 Ibid. p. 27.
71 Ibid. pp. 48-53.
72Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. p. 8.
73 Idem.
74 jesús Sanoja Hernández. “Ramos Sucre vuelve a Caracas” . Papel Literario de El Nacional, 18-VII-1976.
75 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. p. 13.
76 Ibid. pp. 13 y 14.
77 Carlos Augusto León. Op. cit. pp. 7-25 y 26.
78 Idem. p. 26.
79 Francisco Pérez Perdomo. Op. cit. pp. 13 y 14.
80 Carlos Augusto León. Op. cit. p. 29.