Rafael Victorino Muñoz
Existen diversos criterios que los estudiosos aplican al momento de tratar de conferir o atribuir importancia a algún autor o alguna obra; si bien algunos de estos criterios muchas veces están más allá o más acá del texto, o son ajenos al mismo. La edición de las obras completas, el hacerse acreedor de un premio, una abundante bibliografía directa o indirecta, haber sido fundador de un género, son algunos de tales criterios. Harold Bloom quería que la manera de determinar dicha importancia viniera dada por la influencia que el libro o autor genera. Por supuesto, para medir dicha influencia se tendría que usar un sistema de su invención.
Además del solaz que encuentre en la obra, yo tengo un criterio adicional para saber cuán importante es un libro: el hecho de ser prohibido, quemado o destruido públicamente. Hay períodos particularmente dados a estas prácticas, incluso a las tres juntas, razón por la cual han existido inclusive instituciones y funcionarios encargados de tal misión. Asimismo, la historia conoce de grandes quemas colectivas, donde muchos autores acaso irreconciliables se reúnen calurosamente, abrazados y abrasados a la vez.
De allí que yo considere a Telmo Romero como uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura venezolana, puesto que, hasta donde tengo noticia, es uno de los pocos casos de un libro quemado públicamente en nuestro territorio, junto con «Del buen salvaje al buen revolucionario», de Carlos Rangel. Y esta es una circunstancia doblemente particular, puesto que la quema no fue ordenada por un gobernante o por un órgano del Estado, por lo general los principales perpetradores de estas prácticas. El bien general, de Telmo Romero, según cuenta la leyenda, fue incinerado por un grupo de personas que no ostentaban cargo público: eran estudiantes universitarios.
La nota que Caballero dedica a Telmo Romero en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar dice, sintéticamente, que nuestro incinerado nació probablemente en San Antonio, estado Táchira, hacia 1846. No tuvo otro oficio conocido, excepto el de brujo yerbatero; se convierte en “un personaje nacional reconocido” cuando salva de “una grave y al parecer incurable enfermedad” al hijo del para entonces presidente Crespo.
En parte gracias a esta intervención milagrosa, el autor se convierte en una celebridad y El bien general en un best seller. Telmo Romero es encargado de la dirección del Hospital de Lázaros de Caracas y del Manicomio Nacional de Los Teques. También recibe un dudoso doctorado en medicina en Estados Unidos. Hasta aquí todo va bien y en sentido ascendente. Pero, dice Caballero:
Llega a correr el rumor de que Telmo Romero va a ser nombrado rector de la Universidad Central de Venezuela; los estudiantes, para contrariar a Crespo y a través de él, a Guzmán Blanco, organizan entonces un auto de fe y echan a las llamas los ejemplares de El bien general, al pie de la estatua de José María Vargas en el patio de la Universidad.
La gloria de Telmo Romero termina con la primera presidencia de Crespo, en 1886, cuando este gobernante, apodado «el héroe del deber cumplido», le devuelve la silla presidencial a Guzmán Blanco, la cual había estado cuidando celosamente (tal y no otra era su función gubernamental).
Volviendo a Telmo Romero, despojado de sus cargos, muere de tuberculosis al año siguiente, siempre detestado por la gente. Dicen que en política es bueno tener amigos importantes, pero también tener personas importantes que se consideren nuestros enemigos nos da cierto prestigio. Y hacerse odiar por el público es una buena forma de llegar a la fama.
Asimismo, en literatura, ser leído y admirado dicen que es bueno; pero, a falta de esto, que públicamente sean quemadas nuestras obras acaso sea mejor que haber logrado unas buenas páginas, y pasar a la historia como un desconocido (lo cual es no pasar a la historia). Buena propaganda la del fuego: usando señales de humo.
Se atribuye comúnmente a Dalí aquella frase según la cual el momento más glorioso en la vida de un pintor no es cuando le compran un cuadro sino cuando roban una obra suya. Se me ha ocurrido pensar que un escritor es importante cuando alguno de sus textos es censurado o quemado. Hasta donde sé, el de Romero es uno de los pocos casos de quema pública de un libro en Venezuela, lo cual lo hace un escritor cuya obra merece una mayor atención.
