literatura venezolana

de hoy y de siempre

Dos crónicas de Rafael Bolívar

Sep 7, 2021

La lengua

A don Rafael Estévez Buroz

Es el miembro o la parte más interesante del cuerpo. Es coloradita como un pimiento y flexible y lustrosa como una culebra. Varía de tamaño, según y como la corporatura del paciente, digo, del amo de la lengua.

A veces toma una color blancuzca, como cuando las cascabeles están en la época de celo, pero con unos cuantos purgantes vuelve a su estado natural; porque aseguran muy sabios Doctores que las suciedades del estómago y las porquerías de la lengua y que se dan la mano. Como los partidos políticos más opuestos. Por eso cuando me encuentro con un chismoso, lo mando a que se purgue. Mato con una piedra dos perdices. Le hago un servicio a él y muchos a la humanidad.

Decirle a una persona lengua larga, no es ofensa, es más bien alabanza; porque mientras más larga se la tenga más le temen a uno, y con el miedo de los demás se come al fiado y le bebe lo mismo. Ya quisiera tenerla yo de vara y media. Me serviría basta de fuete. Y creo firmemente que un fuetazo con una lengua debe doler más que una herida.

Conozco una niña que tiene la lengua que pa­rees un trocito de coral, tan delgadita y tan fina, que se la mete por las ventanas de la nariz con una facilidad admirable. Lo mismo hacen las vacas. Con la única diferencia de que a las vacas no les da catarro. Hay hábitos que tienen inconveniencias muy serias.

En materia de lenguas tengo el gusto muy acentuado. Una lengua larga me gusta ahumada, y si se le puede agregar unas ruedas de cebolla, mejor. Una viperina la tomaría en salda de tomates, agregándole un huevo frito y una copa de sau­terne. Lo que no tomaré nunca es una lengua en es­tado natural. Y si está, saburrosa, el diablo que la tome.

Los españoles de pur sang usan mucho el tér­mino deslenguado. Creo yo que nada se gana con desearle a una persona que no tenga lengua. Porque ya se sabe que deseos no matan. Y además, las barbianas de Venezuela dicen que maldiciones de gallinazo y que no llegan al es­pinazo. Ahora, lo que no se debe hacer con una lengua de esas que matan una reputación con un chisme y conmueven una sociedad con una bola, es conservarlas en salmuera.

A mí no me fastidian los verbosos ni me escaman los locuaces. Al contrario, me dan sueño, lo cual es un beneficio. Cuando no puedo dormir, porque me aco­san en la cama los fantasmas de mis acreedores, busco un tipo de esos de conversación apretada e indigesta, y  los cinco minutos estoy roncando. Caigo de redondo.

Si este descubrimiento lo hubieran hecho los médicos, hace tiempo que el cloral y el cloroformo estarían de más en las boticas. Cuando se trate de amputarle cualquier miembro a un paciente, búsquese a un necio que le dé dos horas de conversación, y a los quince minutos se dejará cortar hasta la cabeza, que es la parte más augusta del cuerpo, según Ruiz Aguilera. Es probado.

Conozca una señora viuda de un Coronel de artillería, que no goza de pensión y a quien quedaron seis pimpollos de su matrimonio, que el mismo día que me la presentaron me hizo más preguntas que un confesor:

—¿Es usted casado?

— Sí, señora, y con hijos, cesante, con suegra y cuñada y pago casa de alquiler.

—¿Cuántos hijos tiene?

—Dieciséis. (Esto lo dije yo dándome mucha importancia.)

—Pero, su señora es muy fecunda.

—Todos dos los somos, como decía el viejo Luna.

—¿Se casaría usted muy joven?

—Al salir de la escuela.

—¿Su señora estará muy acabada?

—No lo está, pero lo deseo con toda mi alma.

Y sería no concluir; porque me habló de sus insomnios, de sus hijos, del calor, de la política, de su Coronel y de un perrito faldero que se la pasa ladrándole a la luna.

La lengua… pues le juro a ustedes que si me la corto no me haría falta.

 

Los vigilantes

No voy á hablar de las dignidades masónicas que llevan este nombre y que muy gravemente, mallete en mano, acompañan al Venerable Maestro á abrir y cerrar los trabajos de rúbrica en las logias adscritas al antiguo rito escocés; ni de esos empleados de las vías férreas, que recorren la línea constantemente y anuncian, valiéndose de una banderola, las novedades en ella ocurridas; ni hablaré, en fin, de los vigilantes creados ó que se crearen en todos y cada uno de los ramos en que puedan desarrollarse y dividirse las actividades humanas, no: mis vigilantes, aunque de muy antigua data y aunque representan un papel importantísimo en la vida social, son tipos de otro corte y factura que ejercen su cargo de espías en nombre de la moral doméstica y la honra de la familia.

El lector, como yo, habrá hecho esta observación, y es: que donde quiera que hay una muchacha en estado de merecer, se encuentra un novio, y donde existen estos dos tipos, hállanse también dos ojos de Argos, que siguen con mirada inquisidora y acuciosa los menores movimientos de aquéllos.

El empleo de vigilante en el seno del hogar es como los gobiernos democráticos, á saber, alternativo, representativo y responsable.

Es alternativo, porque lo desempeñan, por tandas, desde el dueño de la casa hasta la sirviente de adentro, cuando es de confianza.

Es representativo, porque siempre se le halla, á cierta distancia de los novios, encarnado en alguna persona.

Es responsable, porque suele pagar los vidrios rotos, cuando, por un descuido suyo, ó la inocente complicidad de un sueñito, hay que ocurrir á los tribunales de justicia clamando venganza, en nombre de la moral ultrajada.

Cuando el novio es tonto – y en este caso la tontería debe tomarse como síntoma de buena intención – el vigilante entra y sale, juega al tute, habla poco, fuma y hasta se duerme como un canónigo.

Cuando la tonta es la novia – y en este caso la tontería es síntoma indiscutible de una demanda por esponsales – entonces el vigilante no se pierde ninguna libertad, se clava en la silla ó en la mecedora como un remache, y aun á la media noche, cuando el gallo rompe en canto sonoro la dulce monotonía del espacio, como dicen los oradores de Navidad, se le ven los ojos más abiertos que los de un vendedor de prendas rodeado de limpiabotas.

Una abuela cuidando ó vigilando dos novios, me hace el efecto de un crepúsculo de octubre enfrente de dos alboradas de mayo. ¿Qué ideas cruzarán por aquel cerebro ya gastado por los años en vista de aquel acto, de las reminiscencias que él evoca y del recuerdo, en fin, de días mejores!

Me chocan por modo igual el padre ó la madre de espías ó vigilantes de sus hijas. La defensa, el escudo de la moral tienen otros resortes: son esos, una educación bien rigida, tanto al corazón como al cerebro, pero fundamentalmente sana y religiosa y una noción clara y precisa del honor y del deber, rebustecida por la práctica y el ejemplo asiduos.

Me son igualmente odiosa la hermana mayor que vigila ó espía á la menor, y ésta, cuando le toca desempeñar esta función. ¡Qué aprenden estas niñas en semejante gimnasia! Picardihuelas, chicoleos cursis y quien sabe si hasta adivina sensaciones de que no tenían ni una idea ni siguiera mediana y á cuyo descubrimiento les condujo un afrase de doble sentido, una mirada insistente, el rozamiento de dos choquezuelas, ó de dos puntas de pies.

Hay veces que el papel de vigilante lo desempeña un niño; pero desde que se inventaron los caramelos, las galletas y los confites, este chico ha resultado perfectamente inútil para el empleo. Me atrevo á asegurar que no hay una sola demanda por responsables es cuyo origen y fundamento no haya entrado un medio de dulces como factor muy importante.

Todo esto es odioso é inútil. A la mujer no la pueden salvar de los peligros que la rodean sino una educación sana, religiosa y moral; y es muy triste y doloroso que la honra de la familia descanse toda sobre la fuerza que tenga para ver dos ojos!

El tiempo que perdemos vigilando, destinémoslo á educar. Este trabajo será más laborioso, pero es más honorable que el otro.

Yo soy padre de familia: tengo dos muchachas casaderas, y otras dos que lo serán dentro de algunos años; he educado á las primeras de acuerdo con las ideas que aquí consigno y me prometo hacer otro tanto con las segundas. En casa no hay espías ni vigilantes: estos tipos los llevan mis hijas en su cerebro y en su corazón…

Hoy, que El Cojo Ilustrado en su misión civilizadora y útil, dedica esta edición de lujo á la mujer Venezolana, háganme las familias de mi Patria el honor de leerme y acojan estas líneas con dulgencia.

 

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