Por: Alirio Fernández Rodríguez
Soledad Morillo (Caracas, 1956) es una escritora y periodista venezolana, nacida en Caracas, pero totalmente zuliana, que vive en la isla de Margarita. Recuerda perfectamente el día que comenzó a escribir, momento desde el cual no ha dejado el oficio. Ha sabido combinar la escritura con el trabajo logrando vivir de eso, gracias a espacios como el de la publicidad. Es una mujer casada que vive frente al mar, ese signo de cambio constante que, a la vez, es su vida. Para ella es imposible no ser mujer y escritora a la vez, una condición difícil, que abraza apasionadamente. En la escritura no ve espacios para la mentira, nunca.
Yo nací circunstancialmente en Caracas, dice Soledad Morillo. Sus raíces están en Maracaibo, de donde son sus padres y donde pasó gran parte de su niñez. Mi infancia –cuenta la escritora- fue como de cuentos, fantástica, era la más pequeña de la casa, la hijita, la primita, era como la muñeca de todos. Cuando la niña Soledad cumplió los diez años, su familia se tuvo que mudar a Caracas. Este fue el primer choque con la vida, la niña lloró y lloró por el hecho de que la hubieran arrancado de Maracaibo, así como se remueve una flor viva del jardín.
Soledad Morillo dice que nunca se ha sentido caraqueña porque no lo es, pero que en Caracas hizo sus estudios y su desarrollo profesional. Pese al cambio que significó una nueva ciudad: el colegio, las amigas, gente nueva que llegaba a la casa, me amigué con Caracas y la llegue a conocer y a querer, cuenta la escritora. En ese tiempo, la familia nunca dejó de ir al Zulia, el contacto con el campo y los animales, o el Lago de Maracaibo y el Catatumbo. “Soy el producto de una mezcla extraña; pero, bueno, soy lo que soy”, afirma Soledad Morillo.
Soy una niña grande con arrugas y canas es lo que cree Soledad Morillo de sí misma. No hubiera sido posible que hoy la escritora existiera sin esa “niña pasional y dramática” que ella era. De hecho, sin los cambios y mudanzas que muy de niña experimentó no fuese la mujer, nada conservadora, que es. La escritora que todos conocen es todavía aquella niña, la más pequeñita de la casa; esa a “la que todo le fascinaba aunque lloraba trágicamente si algo le dolía, la que soltaba carcajadas, la que amaba los animales y moneaba entre los árboles”. Aquella Soledad sólo “estaba tratando de ser alguien en un mundo en el que ella era la más chiquita, eso me hizo tratar de ver cómo destacar entre los más grandes, de tener una propia luz; soy una niña grande que ha vivido mucho”.
En el colegio pidieron que escribiéramos un cuento, era esa época en que yo todavía estaba incómoda de vivir en Caracas. Yo escribí sobre Beto, un joven amigo de mis padres, y del que yo estaba perdidamente enamorada, cuenta Soledad. Con ese cuento, en el que la niña se preguntaba “a qué sabían los besos de Beto”, nació la escritora, aunque ese relato fuera censurado por las monjas del colegio. Soledad recuerda que escribía todo el tiempo, en unos diarios con llavecita que una tía le regalaba. Desde entonces, ella sabe que escribir es algo que hará hasta el último de sus días.
Soledad Morillo recuerda cómo creció en ella la escritora; a partir de diarios, luego cuadernos, más tarde fue la máquina de escribir y así se ha pasado la vida escribiendo. Para esta mujer, la escritura es una capacidad que permite al ser humano poner en palabras, en cualquier idioma, todo: sus emociones, sus riñas, sus rabias, su humanidad; todo esto “nos hace más humanos”. Para Soledad Morillo fue una fortuna haberse podido ganar la vida escribiendo, trabajando en múltiples espacios, como agencias de publicidad, compañías, departamentos de comunicaciones y escribiendo narrativa. Escribir es el placer más grande que existe, dice Soledad.
La escritura nos hace más humanos
Yo no escribo mentiras porque no escribo textos decadentes, esos que dañan a la sociedad… no lo hago, afirma tajantemente Soledad Morillo. Cuenta esto porque reconoce haber hecho de todo en su vida: ha tenido que levantarse de quiebras financieras terribles, por lo cual tuvo que “matar muchos tigres” y así fue como descubrió su capacidad para salir del hoyo. Ella dice que su vida pudo haber sido más tranquila y sin sobresaltos, pero eligió la escritura y todo lo que ha hecho hasta hoy. Y aunque es claro que no sabe qué le falta por vivir, no cambiaría nada de lo que eligió y son muchos “los sueños enredados en sus cabellos, muchas historias en la cabeza que estos dedos tienen que escribir”, dice Soledad.
Probablemente escribir es lo único que realmente sé hacer bien, todo lo demás lo hago más o menos, cocino más o menos, canto más o menos, todo lo demás lo hago promedio, pero soy totalmente mujer y escritora, afirma Soledad Morillo. La escritora y la mujer viven juntas y a veces están en tensión, se exigen mucho la una a la otra, llegando a algunos acuerdos, reconoce ella. Para Soledad Morillo es difícil para un ser humano ser mujer y escritora, pero no quiere dejar de serlo, estando dispuesta a pagar el precio de eso, aunque no es nada fácil, pero poco importa, porque al final ella no quiere que nada sea fácil.
En lo que escribe Soledad Morillo no hay complacencias, no; ni escribo para el aplauso, aunque si lo hay será bienvenido, pero no escribo algo para el otro, para que diga que es maravilloso o no, afirma con viva voz la escritora venezolana. Ella sabe que hay “mucha gente que no la soporta”, precisamente porque en sus textos todo es honesto; si tienen que ser duros, pues, tendrán que serlo. Algunos le han dicho que nunca va a salir del “espacio menor” porque no complace al público y eso, me dice, no lo va a hacer nunca.
La literatura está en un momento extraño en el que las nuevas letras van a ocurrir, pero encuentran vallas y murallas, les toca superar muchos obstáculos, como pasó en el Renacimiento, que no fue nada bonito por cierto, sino convulso como un parto, dice Soledad sobre el estado de la literatura hoy. Para ella algo enorme va a suceder, un reventón en las artes y en la ciencia, en todo: en arquitectura, literatura, cine, moda.
Soledad Morillo no sabe si va a ver ese cambio que se viene, pero dice que está viviendo ese proceso de “nuevo renacimiento”. Ella se entrega a la lectura de jóvenes escritores que saben hacer mucho con el lenguaje; y aunque todavía no han escrito sus mejores letras, confía en ellos. Ante toda esta visión de lo que pasa, “como el mar frente al que vivo, que me dice que lo único permanente es el cambio”, es innegable que la literatura venezolana vivirá ese cambio totalmente, cree la escritora.
Ahora mismo sigo trabajando en publicidad, lo que me encanta y me provee el sustento, junto a mi esposo, afirma ella. Soledad Morillo tiene un montón de textos en borradores y no para de buscar historias en la vida sencilla y de las cosas pequeñas que cree que hay que contar. Actualmente, trabaja en la escritura de la tercera pieza de lo que ha llamado Tratados informales; ese tercer texto se titula A mí me pasa lo mismo que a usted. También trabaja en un cuento que trata el tema de la inmigración y la emigración, tema “nuevo y doloroso para los venezolanos que se ha enfocado a las estadísticas, olvidando el análisis emocional de eso”. En cuanto a la escritura de novelas, cuenta que hay unos personajes que le gritan que cuente esa historia que la está rondando, que ellos mandan y no ella; así es como la escritora tiene para este año, “doloroso y difícil” gran actividad en su oficio.
En la mochila Soledad Morillo tiene publicados: Bitácora de una escribidora (2010), La mantuana (2010), Eufemia y otros cuentos (2010), Como yo te amé (2010), Déjame que te cuente (2019), Canto de lunas y estrellas (2019), Perdón, vida de mi vida (2020), Más que amor, frenesí (2021), Diez y siete postales de Soledad (2021), A qué sabe un te quiero (2021), Versos incautos (2021), Cuéntame cómo se hace (2021) y Trece mujeres (2021).