literatura venezolana

de hoy y de siempre

Juan Carlos Méndez Guédez

Por: Alirio Fernández Rodríguez

Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967), escritor residenciado en España desde 1996, es un novelista y cuentista destacado dentro la narrativa venezolana de las últimas décadas. Es también un madrileño con acento venezolano intacto, que mantiene su conexión con el país, a través de las noticas y los afectos. Méndez Guédez ha sido publicado en varios países, sus cuentos son infaltables en antologías venezolanas contemporáneas y también ha sido traducido al francés. Este escritor no puede ser un solo hombre, porque tanto sus orígenes como lo que él es hoy, pertenecen a Barquisimeto, Caracas y Madrid.

Yo soy de las curvas de Nirgua, esa es una zona boscosa, lluviosa y verde de la carretera que comunica a Caracas con Barquisimeto. Esas curvas me indicaban que estaba cerca de llegar a Barquisimeto (desde Caracas) y, esas mismas curvas, me indicaban que me estaba alejando del lugar donde nací, cuenta Juan Carlos Méndez Guédez sobre sus orígenes. Y es que desde muy niño el escritor venezolano se fue configurando en esa dualidad: Barquisimeto, el lugar de la familia y la alegría; Caracas, el lugar de la cotidianidad y de una soledad que no lo lastimaba.

El niño y el joven que se juntaron en Juan Carlos Méndez Guédez hicieron del barquisimetano, un caraqueño que supo adaptar el acento —sin sospechas— a ambas ciudades, atesorando en una extraña armonía ambas pertenencias. Pero el tiempo iba a dictarle al hombre, a ese escritor que ya empezaba a ser conocido por todos, un destino lejano… fuera de su tierra.

Lo nuevo estaría marcado por dos “no lugares”: el Aeropuerto Internacional de Maiquetía (Venezuela) y el de Barajas en Madrid, espacios convertidos para él en signo del movimiento. Hoy, para que el escritor pueda decirnos algo del hombre que él es, ambos tienen fundirse y desnudarse: «Soy de Madrid y soy de esas otras dos ciudades venezolanas, soy de tres ciudades. Por eso siempre hay un parte mía que está en el otro lugar, aunque esté satisfecho y feliz en una ciudad, estoy extrañando la otra. Pero eso lo resolvió la escritura; con ella puedo ser de muchos lugares y muchos tiempos, a la vez».

Con la escritura puedo ser de muchos lugares y muchos tiempos, a la vez

La época juvenil fue el universo de muchos de mis libros y pienso que lo seguirá siendo, —cuenta Méndez Guédez— porque fue una época dorada y magnífica; en el liceo Urbaneja Achelpohl viví la amistad y el encuentro con muchas personas diferentes. Fue ese momento en el que me percaté de que mi manera de ver el mundo era tan sólo una de las muchas posibles. El escritor reconoce su deuda con los años de juventud, pues criado como fue en un hogar católico y conservador, iba a ser clave para el liceísta que él era conocer las diferencias sociales: hijos de profesionales acomodados, de militantes del Partido Comunista y hasta de algunos que fueron miembros de la guerrilla.

Pero de esa época de mi adolescencia tengo que destacar la biblioteca en la casa de mi amigo Julio Vivas, un amigo muy querido; esa biblioteca fue importantísima porque me amplió muchísimo el universo de lecturas que ya yo tenía, cuenta Juan Carlos Méndez Guédez. El autor nombra una época en la que abundaba el alcohol, la música, los amigos y «la evidencia de la fragilidad que te dan esos años y que está en mi escritura».

De pronto, al escritor —en medio de lo que dice— la memoria lo asalta con un recuerdo que es reclamo. El recuerdo: «pertenecí a un grupo de rock malísimo y maravilloso que se llamó RR, que tocaba las canciones en el único tono que sabíamos: re mayor; debimos más bien llamarnos así Remayor. De esa época, recuerdo haber asistido a incontables conciertos de rock nacional: Resistencia, La misma gente, Aditus, Témpano, Alta frecuencia, se me escapan otros». El reclamo: «…me doy cuenta que esto es algo que no he trabajado demasiado en mis libros y que tiene que aparecer; sí, quiero recuperarlo». Méndez Guédez sabe que esa adolescencia le dio un universo particular al escritor, el de una «Venezuela que se asomaba al abismo, pero donde todavía había cierto sosiego».

El hecho que definió mi mundo lector ocurrió a los once o doce años, pero es verdad que la memoria es solo una versión de los hechos, dice Méndez Guédez. Iba a ocurrir un día que el niño Juan Carlos ascendería hasta la pequeña cima de un escaparate y aunque desconocía el contenido de la caja que había captado su atención, allí estaba por encontrar más que cosas viejas y olvidadas.

La memoria es solo una versión de los hechos.

Encontré —cuenta Méndez Guédez— un recorte de periódico sobre la muerte de una chica que yo había conocido, algo que nunca me habían contado y que ahí descubrí; también encontré varios libros que eran de mi madre, les limpié el polvo y los marqué como si fueran míos, entre otros estaban: las Novelas ejemplares de Cervantes, Ifigenia de Teresa de la Parra, Puros hombres de Antonio Arráiz, Tío Tigre y Tío Conejo; lecturas espléndidas y maravillosas… siento que ahí se dio un rito de paso: tuve que ascender, buscar un secreto oculto, abrir un espacio protegido como lo era ese escaparate y conseguir un tesoro. Era algo que había colocado allí mi madre —quiero pensar— para que yo accediera a ese pequeño tesoro. Fíjate que cuando pienso en mi vida lectora, ese es el momento importante.

Mi madre tenía que llevarme a su oficina, porque no había con quien dejarme; así fue muchas veces —cuenta el escritor—. Ella trabajaba en el Consejo Nacional de la Cultura; yo tendría unos cinco años y, quizá para recompensarme por lo aburrido que podía estar yo ahí, ella accedió a teclear en la máquina de escribir una historia que yo le iba dictando. Era sobre El zorro, la serie de televisión, y yo lo transformé todo; eso convirtió la escritura en un hábito y creo que define un poco lo que es escribir: tomar la realidad, transformarla, corregirla y convertirla en algo más próximo.

La escritura es el hábito de tomar la realidad, transformarla, corregirla y convertirla en algo más próximo.

Así fue como el narrador venezolano entró al universo de la escritura antes de poder escribir, con la compañía fiel de una madre que pasó al papel lo que la imaginación inquieta del pequeño Juan Carlos empezaba a producir antes de descifrar el lenguaje escrito. De hecho, ya en los años del liceo iba a ganar varias veces el primer lugar de concursos de cuentos, aviso silencioso de lo que iba a venir con los años. Méndez Guédez recuerda a un amigo que todavía le dice que, al final, se convirtió en lo que siempre dijo que iba a ser: un escritor.

He sido gestor cultural desde hace más de treinta años, —explica Méndez Guédez—; también tuve otras experiencias de trabajo, pero breves: fui encuestador de una empresa, y aunque lo hice una vez nada más, tuve que moverme por muchos sitios de Caracas. Recuerdo que mucha gente me lanzaba la puerta en la cara o no respondía bien la encuesta, aunque recuerdo también un ranchito muy humilde: me hicieron pasar, me senté en la cama (que hacía de sofá), me dieron café y me respondieron con mucha amabilidad. Recuerdo que subí hacia los barrios más peligrosos de El Valle a hacer las encuestas y llegué a ver ese momento en que llegaba la policía y el cerro entero parecía replegarse. La gente corría y yo ahí con mi absurda encuesta sobre la intención de voto, creo que eso fue en 1983.

Juan Carlos Méndez Guédez también trabajó como locutor en un par de programas de radio, recuerda que estos eran sobre música criolla y ahí contaba anécdotas sobre las ciudades del país. Luego, cuando el escritor se instala en España, el comienzo se hizo difícil y un día se quedó sin ahorros, así que buscó empleo con urgencia y lo contrataron de teleoperador. Yo trabajaba —cuenta el escritor— atendiendo quejas de los usuarios de los celulares, o móviles como los llaman aquí, pero yo no tenía celular y, pues, no me enteraba de lo que me pedían; ahí aguanté un mes y luego me sugirieron con relativa amabilidad que me marchase.

Lo curioso de ese empleo es que me sentía muy frágil, muy inseguro, encerrado horas y horas en un cubículo, sin hablar con nadie más; sólo cuando me retiraba a comer sentía una profunda paz. Ahí pasaron cosas en mi vida —continúa Méndez Guédez— que espero que algún día se conviertan en escritura. También me cuenta que trabajó escribiendo manuales de instrucciones para manejar aparatos tecnológicos; pero él, que siempre ha sido torpe con la tecnología, ni siquiera sabía de qué iban esos aparatos y, partiendo de una mala traducción del texto, tenía que escribir el manual en perfecto español, de un aparato que él “no sabía si servía para escuchar música, ver películas o llamar por teléfono”. Fíjate —agrega el escritor— que todos estos trabajos fueron breves, pero singulares y de ahí seguramente han salido y saldrán algunas historias.

El mundo de muchachos de ciudad, cuyos padres vienen del mundo rural, eso es lo que está en mis libros, es el mundo de mi generación, de una Venezuela saudita, explica Méndez Guédez acerca de lo que caracteriza su literatura. El autor sabe que su literatura tiene esa carga distintiva del muchacho que venía del interior del país, como la religiosidad marialioncera, por ejemplo, cuestión que él heredó y ha trabajado estética y literariamente. Pero a esto también hay que sumarle la mirada de un joven que vivía en una zona humilde de Caracas.

Era una ciudad muy particular —cuenta el escritor— donde podías levantarte muy temprano y saltar sobre un charco de aguas negras, salir de tu superbloque y en unos minutos estar en un museo contemplando un maravilloso Picasso. Luego escuchar Beethoven en la Universidad Central de Venezuela y luego tener acceso a esos libros maravillosos que publicaba aquella editorial: Monte Ávila. Entonces, están esos dos universos y puede que eso tenga algo de particular en mi escritura, si la comparas con otras experiencias literarias, apunta el narrador.

Sobre su literatura, Méndez Guédez me confiesa que le es difícil desdoblarse como lector para juzgarla, pero le han dicho que el tema de los espacios es un asunto importante en su obra. Y eso lo lleva a «pensar en la ciudad Barquisimeto y esa casa en medio del inmenso calor». Yo te confieso que me emociona muchísimo ahora que una de mis novelas ha salido en Francia y escucho hablar en francés que dicen «berquesimetó» o «marria lionzá», eso me causa una ternura infinita, me dice Méndez Guédez.

Y junto a eso, no puede dejar de lado, en cuanto a espacios importantes en su obra, lugares de Caracas como El Valle, «de donde surgen Fermín Toro o algunos como Eduardo Liendo, donde escriben y viven otros como Ángel Gustavo Infante o Mario Morenza, por sólo nombrar algunos. ¿Sabes? conservo un pequeño e inofensivo orgullo por ese espacio caraqueño».

Hablar del estado de la literatura para un escritor es complejo, pero creo —dice Méndez Guédez— que las letras siguen ahí, resistiendo, como espacio de intimidad, de palabra refulgente, de espacio de la imaginación que es insustituible; se ve cada vez más fuerte en su espacio. Aunque —continúa— me preocupa un poco el asunto de la corrección política, de una escritura con programa ¿sabes? Eso me desconsuela un poco, pero la maravillosa literatura sigue ahí sumergida y lo que hay que hacer es hundir bien las manos para llegar a ella.

En cuanto a la literatura venezolana, Juan Carlos Méndez Guédez dice que «desde hace años ha habido mucha gente con gran pesimismo, decían que la literatura venezolana era invisible y que estaba en el último vagón; en cierto momento yo dejé de participar en esas polémicas porque me quitaba tiempo para lo que yo quería, que era escribir». El narrador piensa que la literatura venezolana —internamente— siempre tuvo excelentes escritores y ahora «la tragedia que vivimos con esta miserable dictadura militar que tenemos ha dejado una dispersión de escritores venezolanos por el mundo y eso ha permitido consolidar su presencia en escenarios internacionales”.

Para Méndez Guédez lo que sucede ahora con la literatura venezolana es que tiene mayor proyección que en los años sesenta o setenta, por ejemplo. Piensa y nombra algunos casos importantes «como el de Karina Sainz Borgo, Rodrigo Blanco o Alberto Barrera Tiszka… Liliana Lara, Juan Carlos Chirinos, Miguel Gomes, Enza García Arreaza, Israel Centeno».

Luego —continúa diciendo— dentro del país tienes a Rubi Guerra, Mario Morenza, Krina Ber, y hay muchos más; y los poetas, mira ahí está consolidado Eugenio Montejo y su memoria, pero también la obra presente de Rafael Cadenas, Yolanda Pantin, Igor Barreto, Leonardo Padrón; también la obra particular de Santos López, una obra de primera y que ojalá los lectores internaciones del futuro descubran que ahí hay una de las grandes voces de la poesía en español.

Y se me quedan algunos por fuera, —termina diciendo el escritor— pero creo que ya nadie se acuerda de los que decían cosas contra la literatura venezolana, que es tan buena y tan mala como otras.

Lo que llena mi vida en este momento, pues, la escritura por supuesto —dice Méndez Guédez— y alimentar los gatos de la calle aquí en Madrid, eso es algo que me gusta hacer, proteger a estos animales frágiles, no sé pero me produce una inmensa ternura alimentarlos.

Ahora mismo el autor venezolano está trabajando en unos libros de misceláneas en los que se condensan fragmentos de diario, cuentos, microcuentos, ensayos, conferencias, diálogos, fábulas y hasta una teogonía. Ya terminé uno —me dice el escritor— que se titula Jardines y deleites del antiguo reino y estoy trabajando en otro. En estos libros —me explica— pretendo variar el tono, el registro de la escritura porque me dan mucha libertad y placer. La literatura actual tiene eso de que los libros se parecen mucho y los libros de misceláneas te dan una libertad en la cual puedes evitar ese riesgo.

De estos dos libros de misceláneas que ahora mismo ocupan a Juan Carlos Méndez Guédez, uno está inspirado en esos espacios de Los Jardines de El Valle; el otro, Las piedras del aliño, tiene en Barquisimeto su motivo. Esto me tiene especialmente contento, me tiene feliz y, bueno, la escritura es felicidad, termina diciéndome Méndez Guédez; ese hombre y escritor que le pertenece ahora a tres ciudades: Barquisimeto, Caracas y Madrid. 

En la mochila de Juan Carlos Méndez Guédez, entre otros libros, se cuentan: Retrato de Abel con isla volcánica al fondo (1997), El libro de Esther (1999), Árbol de luna (2000), Una tarde con campanas (2004), Chulapos Mambo (2011), Arena negra (2013), Los maletines (2014), El baile de madame Kalalú (2016), La noche y yo (2016),  Veinte merengues de amor y una bachata desesperada (2016), La ola detenida (2017), El vals de Amoreira (2019), La diosa de agua (2020), Round 15 (2021), Roman de la Isla Bararida (2024).

Novela

La ola detenida (Fragmentos)

Los maletines (fragmentos)

Chulapos mambo (capítulo 1)

En Biblioteca

El vals de Amoreira

Crónica

Breve biografía de Ramón Méndez, alias “mi padre”

Cuento

Hasta luego, Míster Salinger/La bicicleta de Bruno

La diosa del agua (selección)

*Foto: Raquel Méndez Roperti
2 comentarios en «Juan Carlos Méndez Guédez»
  1. He seguido a Méndez Guédez desde la lectura de su ensayo «La resurrección de Scheerezade editado por el Fondo Editorial Soler en Mérida/Venezuela. Su prosa me encantó como los temas allí plasmados de muy grata lectura.
    Lo logrado por Méndez Guédez es de recorrido empeñado, incansable como es el amor por la escritura la que ha sido premiada como vieja inquietud de preferencia; saltos y vaivenes necesarios en el logro de lo que, en esencia, está en su ser de otredad. Mi respeto y consideración a su buena pluma. Éxitos para él y saludos.

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