literatura venezolana

de hoy y de siempre

Sala de espera

Abr 20, 2022

Daniela Jaimes-Borges

Siempre habrá gente por ahí empeñada en seguirme tomando por lo que fui, esto es, por juez, y entonces me dedico a demostrarles que los jueces ya no existen

Virgilio Piñera

Personajes:

Acusado 1: hombre de unos cuarenta años, pulcramente vestido. Lleva en el bolsillo de su camisa un bolígrafo.

Acusado 2: la misma edad, es calvo. Inocente: hombre maduro.

Testigo: mujer de edad imprecisa.

La acción transcurre en la sala de espera de una comisaría. En algunos momentos convendrá que la misma se convierta en el cuarto, en una casa y hasta en la memoria de algunos de los personajes. Al fondo y a la izquierda del espectador se encuentra una puerta con un letrero que reza “Interrogatorios”, “Hable en voz baja” y “No fume”.

A la derecha una salida. Hay también tres sofás negros, un escritorio y un par de sillas cercanas a la salida, que estarán vacías durante toda la obra.

(Sala de espera. Los tres sofás negros se encuentran de espalda a las salidas. Hay algunas revistas sobre un escritorio vacío y sin silla en una de las esquinas, cerca de la puerta izquierda. El Acusado 1 está sentado en uno de los muebles, mientras de espaldas al público se encuentra el Acusado 2 cruzado de brazos.)

Acusado 1: ¿Te quieres sentar? Acusado 2: No me toca todavía.

Acusado 1: Ya han pasado más de veinte minutos, ven a descansar. Acusado 2: (Dándose la vuelta) Sí, es mejor que me siente, así pienso mejor lo que voy a decir. Lo que voy a decir…

Acusado 1: (Tomando su lugar, se cruza de brazos pero de frente al público. El Acusado 2 se sienta en el mismo lugar donde estaba el anterior. Sobresaltado) No sé por qué se tardan tanto. Nos han preguntado lo mismo más de cinco veces y aún no deciden si encerrarnos o dejarnos ir. No entiendo.

Acusado 2: Supongo que es lo que se acostumbra. La gente es muy complicada, ¿no pueden aplicar y ya?

Acusado 1: (Soltando los brazos) ¿Y qué se supone que van a aplicar?

¿La pena máxima? Porque nosotros no hemos hecho nada. Yo le dije al tipo ese lo mismo que tú. “No maté al baterista”. “No sé quién era el baterista”. Carajo, ¿y quién coño era el baterista?

Acusado 2: ¿Baterista? ¿Eso era? (Pausa) Yo lo diré ochocientas veces. No hay manera de que nos vinculen con el músico. Jamás he visto su cara, no sé de quién se trata. Pero lo último que oí allá dentro. Es que tenían a dos testigos que comprobarían nuestra culpabilidad. (Mira al Acusado 1 con cierta complicidad) ¿No te digo yo?

Acusado 1: ¡Ah! Supongo entonces que los están esperando o interrogándolos ya. Estamos libres, compadre. No hay manera de que alguien siquiera se aproxime así a nosotros. No nos conocen, estamos libres. Esto es una farsa y como farsantes deben estar actuando los dichosos testigos, aquí no hay nada que temer. Lo aseguro.

Acusado 2: No sé. Yo creo que hay algo más. Quizás esos “testigos”, como dicen ellos, nos conozcan de algún lugar y sepan de nuestros negocios… Yo no sé, pero algo va a pasar. Algo va a pasarnos. No sé.

Acusado 1: Te toca. Párate.

Acusado 2: Pero si no han pasado ni tres minutos.

Acusado 2: Sí, pero acuérdate de que mientras más esperemos, más rápido cambiamos de lugar. Lo acordamos la otra noche. (Simula el movimiento con rapidez y enumera con los dedos de la mano) De pie y parado, de pie y sentado, de pie y de pie, sentado y sentado… caminando…

Acusado 2: (Sin moverse) Eso fue la otra vez, por el otro interrogatorio, no por éste. Así que de pie y sentado. Punto.

Acusado 1: Lo sé, pero igual pactamos, ¿no? Así que muévete y ponte de pie.

Acusado 2: (Con flojera) Está bien… Pactamos. (Se cambian de lugar, intercambian un cigarrillo y un encendedor) Me quedé sólo con el cigarro.

Acusado 1: Y yo con el encendedor. Acusado 2: ¿Y entonces? ¿No fumo?

Acusado 1: Lee el letrero, no se puede fumar aquí.

Acusado 2: Entonces voy a tragarme este alquitrán, así se me baja el nerviosismo escénico. (Con satisfacción) Nunca había dado con un sedante más natural que éste.

Acusado 1: Yo no puedo pensar igual. Si me trago esta bencina, seguro no podré ni hablar y mucho menos defenderme de esos testigos, y no tengo dinero para un abogado. (Suelta una carcajada) Además, si me trago la bencina estaré ardiendo, literalmente.

Acusado 2: Espera tu turno. (Saca otro cigarro y lo coloca en el piso) Aquí te lo dejo, cuando te toque, te lo tragas y ya. No podrás con la bencina pero sí con el alquitrán.

Acusado 1: Yo no estoy nervioso, te digo que esta gente no nos conoce. Esto va a ser muy divertido, porque no hemos salido ni en la página de sucesos, ni en la de farándula, ni en ninguna parte. No hay fotos mías en ningún lugar. Te puedo asegurar que si mi madre viviese, no tendría ni un portarretrato con mi foto. La vieja me odiaba… (Suelta otra carcajada)

Acusado 2: ¿Y quién no te odiaría? Le hiciste mucho daño, compadre. Mucho daño. Para que una madre se resienta con uno, la cosa tiene que estar exageradamente mal, ¿no? Aunque ahora que lo digo, la mía me odiaba a ratos y yo siempre fui de los buenos, los juiciosos, pero nada… me tocó.

Acusado 1: Mi única culpa fue negarme a tener una vida de mierda. Ella sabía, de sobra, que los estudios no me iban a complacer, que seguía aburrido. Y nada que dejaba de meterse en mi vida. Tratando de decidirla… pero esa es otra historia. Lo importante es que aquí estoy, haciendo lo que sí me gusta.

Acusado 2: Y por aburrirte te metiste en el negocio… ¡Qué malo! No optaste por un cargo en algún ministerio, o empresa, sino por esto. Hubieras hecho muy feliz a tu mamá.

Acusado 1: Ya te dije, no quería tener una vida de mierda. Y este trabajo es muy seductor, me mantiene siempre encendido. Y sin bencina, ojo. ¡Ya hablas como ella! Déjate de eso, que así me va bien. Muy bien.

Acusado 2: Sí, pero cómo cuesta esta otra vida. Yo hubiera preferido no tenerla, es mucho trabajo. Por eso me la paso tragando alquitrán, los nervios me matan. Este escenario me mata. Ojalá mi vida fuera otra…

Acusado 1: Relájate, de ésta salimos ilesos, yo que te lo dije, va a ser divertido. Y trata de manejar ese nerviosismo. Yo te enseñé las técnicas de relajación, intenta visualizar tu tercer ojo y si no te funciona trata de verlo todo violeta, envuelve a la gente en violeta y verás cómo se componen tus nervios. De hecho, ¿sabes qué te serviría? Respirar con el diafragma… Eso siempre relaja y llena (El Acusado 2 lo mira como aguantando una carcajada)

(Se oye un portazo, salen los otros dos personajes de la puerta que está en el fondo a la izquierda. La Testigo es una mujer que tiene amplios lentes oscuros y el hombre, quien la lleva abrazada, viste un frac típico, pero con unos zapatos que desentonan. Lleva abrazado un maletín oscuro que parece importante. Saca un pañuelo y se seca el sudor y luego, con el mismo pañuelo, seca las lágrimas de la Testigo. Ven la sala y se sientan en uno de los muebles. Quedan cerca del Acusado 1.)

Inocente: (A la Testigo, que ha estado sollozando desde que entró) Quédese quieta, ya lo peor pasó. Esos tipos la van a pagar bien caro. Respire, respire, todo va estar bien.

Testigo: (Melodramática) El capitán del barco se hundió y con él toda la batería de ese pobre muchacho. ¿Qué daño les hacía a esos malhechores? Yo sólo digo que su música era recreativa, que era imposible deprimirse ante tales notas. (Abandonando el llanto) Yo me las sabía de memoria y él también… Parece que sospechaba mi tristeza y en ese mismo momento se ponía a dar golpes de percusión. (Los Acusados se miran. El Acusado 1 da un salto repentino y se pone de pie junto al Acusado 2, recoge el cigarrillo y comienza a comérselo.)

Inocente: (Abrazando el maletín como protegiéndolo de los presentes) La entiendo, querida. Yo también lo escuchaba desde mi apartamento. Pero debo confesar que no me dejaba descansar ni trabajar. Me dedico a la corrección de textos para una editorial de prestigio, y a veces ese señor y sus golpes no me dejaban concentrar. Casi me expulsan de la editorial por haber entregado varios textos con problemas de ortografía y redacción. ¡Qué días!

Testigo: Sí, pero no me va a negar que cuando no estaba trabajando en casa, disfrutaba de aquella lección musical. Yo por mi parte, hacía café, preparaba galletas de mantequilla y me lanzaba en mi sofá a escuchar y a admirar todos los sonidos. ¡Qué días! (Suspira)

Acusado 1: (Interrumpiendo) ¿Con que ustedes son nuestros acusadores?

Acusado 2: (Nervioso. Respira profundamente antes de hablar) Sí, estos dos son.

Testigo: No sé de qué hablan, me están confundiendo.

Inocente: Yo tampoco. Estamos aquí para dar fe de nuestra palabra en el caso de un baterista, vecino nuestro, asesinado de manera vergonzosa. ¿Ustedes también?

Acusado 1: O sea que sí, son ustedes. Testigo: ¿Los culpables?

Inocente: (Muy agitado, a la Testigo) ¿Culpables? Será usted, señora. Yo lo odiaba a ratos pero no tanto como para asesinarlo. Yo no tengo nada que ver y lo digo desde ya.

Acusado 2: Pero pudo haber contratado a alguien que lo hiciera por usted, supongo… Porque con esa cara de pánico lo menos que puede haber hecho es contratar a alguien. Y fíjese que ya hasta ha confesado lo del odio… a ¿ratos?

Acusado 1: No. No tiene caso, camarada. El señor no fue. La culpable es ella. (Señalándola) Tiene todo el perfil de una maniática compulsiva con severos riesgos de patologías esquizoides. Lo aprendí en la universidad. Esta tipa es, lo juro. ¿Mantequilla y galletas? ¿Café y sofá? Eso es sólo la manía de un loco en progreso, de una neura muy específica que alojándose poco a poco en los vestigios de un alma aislada en casa, a la espera de unas notas musicales, suele salir a matar bateristas. Es que se nota de anteojo.

Testigo: ¿A cuál universidad se refiere? Yo estudié en la Universidad de París. ¿Nos conocemos de alguna parte, algún pasillo? No lo recuerdo. Pero créame que su teoría sobre mí me agrada. Parece coherente y me da buen pie para inventar alguna cosa, escribir algo al respecto… Quizás algún pasaje en mi último ensayo periférico. Podría ser algo así como… ¡El secreto detrás de la mantequilla! (Queda pensativa)

Acusado 1: No, para nada. Yo estudié en… ¡Qué importa! Lo cierto es que fue usted la autora del crimen, deje de negarlo. ¡Ah!, y creo que la menos periférica aquí es usted. Tiene una imagen de centro, del centro del crimen que es difícil ocultarlo.

Testigo: (Sin prestar atención) Yo creo que sí lo conozco de la Sorbona. ¿No le parece?

Acusado 1: Ya le dije que yo no estudié ahí. Deje de desviar el asunto y céntrese en esto que la cosa se está poniendo difícil y no para mí.

Testigo: Entonces puede ser que le haya dado clase.

Acusado 1: (Sorprendido) ¿De Anatomía Patológica Repentina? Porque si es así, seguro la conozco. He pasado por todas las cátedras existentes al respecto; de oyente, pasante, fan…

Testigo: No, lamento defraudarlo. Hablaba de mi curso sobre Patrones Compulsivos Duraderos. ¿Dónde aprendió todo eso?

Acusado 1: No creo que eso nos importe por ahora… Qué importa, señora maniática, qué importa. Yo estoy en este sitio de pasada, y es usted la que va a quedarse aquí con esos duros de la interrogación descriptiva y analítica. Si hubiera tomado los cursos que yo vi, nadie se atrevería siquiera a insinuar su culpabilidad. Pero ya ve, las cosas como son, usted apuesta por lo duradero y yo por lo repentino y así solucionaremos esto. Usted se quedará largo tiempo aquí y yo, repentinamente, me largaré y sin culpas.

Testigo: Insisto, nos conocemos. Nosotros nos conocemos. Acusado 2: (Confundido) ¿Ustedes dos se conocen?

Inocente: ¿Se conocen? (Asombrado, esconde su maletín en su espalda)

Acusado 2: (Al Inocente) Es obvio, está de anteojo. Se conocen y planearon ese asesinato, para luego culparnos por ello. (Al Acusado 1) Nada mejor que toda esta perorata para luego darnos cuenta de que se conocen. Dame la bencina.

Acusado 1: ¿Qué? Esta bomba es mía. Y ya te dije que no la conozco. Acusado 2: Dámela antes de que se te ocurra matarnos a todos aquí. Acusado 1: Yo no soy un pirómano. Soy un fraterno repentino, nada de bombas.

Inocente: (Frenético, poniéndose de pie y sin soltar el maletín) Yo me voy, no puedo correr riesgos. Tengo dos textos que entregar mañana: uno para la fundación y otro para la editorial… ¡Pero qué les importa! Si esto se incendia no podré responder a la editorial y por lo tanto no me pagarán y peor aún, me echarán. Yo no tengo por qué estar aquí, no hay nada más que hacer ni decir. Voy a optar por lo repentino y me marcho; tengo trabajo, muchísimo trabajo.

Testigo: No puede irse. Lo sabe. La ordenanza civil, municipal y espiritual le impide que abandone la escena del crimen. (Gritando) ¡Siéntese!

Inocente: ¿Qué escena ni que ocho cuartos? Usted y estos tipos están fundidos. Y como dije, no voy a correr riesgos. (Resguarda el maletín con sus brazos) Y no, ¡no me siento! (Se queda de pie pero sin moverse, abraza el maletín)

Testigo: (Ceremoniosa) Si se va, lo perseguirán y luego lo juzgarán para finalmente encerrarlo. Todos atestiguaremos en su contra y no habrá coartada que lo salve ni siquiera mostrándole a las autoridades sus textos corregidos… Porque de lo que menos saben las autoridades es de editoriales y menos de correcciones, eso es un mundo muy periférico. Y para que le quede más claro, se tiene que quedar porque ya yo lo nombré como segundo testigo. En caso de yo fallecer, usted tendría que asumir esta cita de interrogatorio y defender mi palabra por encima de todo y de todos.

Acusado 2: Yo apoyo a la señora.

Acusado 1: La señora tiene razón absoluta.

Inocente: Está bien, me quedo. Pero salgamos de eso ya. O por lo menos déjenme corregir los libros, los envío a la editorial y regreso pronto, ¿sí?

Testigo: Definitivamente no. Si quiere corregir, corrija esto: el asesinato del baterista. Además, ¿a qué exactamente se refiere cuando dice que “salgamos de esto”? No veo que haya nada de qué salir, al contrario, hay que entrar.

Inocente: (Desconcertado) ¿Pero adónde? ¿A los textos? No los entiendo. Fíjense, yo tengo aquí mis manuscritos y creo… (Se dispone a sacarlos del maletín)

Testigo: ¡Guarde eso! ¿No le da pena?

Acusado 2: (Desesperado) Al alquitrán, maniático dos: podemos comenzar por el alquitrán. (Destroza otro cigarrillo y traga lo que queda en su mano. Al Inocente) ¿Quiere?

Inocente: (Con seguridad) Deme acá. (Lo toma, lo rompe y lo come, suelta un instante el maletín y luego lo toma)

Acusado 1: Según las estadísticas, ustedes dos (Señala al Inocente y al Acusado 2) son potencialmente los más culpables. En la medida en que se atraganten de alquitrán, están poniendo bajo sospecha su carácter asesino. ¿Fueron ustedes, verdad?

Acusado 2: ¿Y qué te hace creer que vamos a caer en tu estadística sin números?

Acusado 1: Ustedes son dos, ése es el número, la probabilidad. Inocente: Me va a disculpar, señor, pero creo que se pasa de arriesgado, atrevido, audaz y osado. A ver, explíquese. (Se va molestando progresivamente). ¿Según usted, ¿dónde está nuestra jugada en ese asesinato? ¿Es que se le ocurre que lo maté con el bolígrafo rojo que tengo para corregir los errores ortográficos y señalar los qués galicados de esos “AUTO-RES”? ¿De ahí salió la sangre? ¿O que lo asfixié con mi diccionario de dudas de Manuel Seco? Vamos al grano, no se ande con excusas ni elucubraciones sin sentido. Yo lo único que he hecho estos últimos días es trabajar como un loco, corrigiendo y corrigiendo, tachando aquí         y enmendando más allá. Apenas si he salido a cobrar unas facturitas pendientes. Yo no tengo nada que ver en esto, le ruego que considere su análisis. Me perjudica.

Acusado 1: Tal vez, no sé. En todo caso, aquí quien tiene que explicarse eres tú y con detalles y más detalles. Deja de esconderte en ese insípido maletín y habla. ¿Cómo lo mataste? ¿Le diste con la batería por la cabeza? ¿Le tendiste una trampa con la loca esta? ¿O le diste con el “galicado” ese por la nuca? (Mira ahora a la Testigo) Testigo: (Quitándose los lentes) Déjeme explicarle, estoy segura de ser más elocuente que él. No necesito tanto para decir tan poco.

Inocente: (Sorprendido) ¿Y qué es lo que va a explicar? Testigo: Cómo lo hicieron (Señala al Acusado 2 y al Inocente) Inocente: ¿De qué habla? (Se pone de pie) ¡Yo me voy!

Acusado 1: (Deteniéndolo con el encendedor en la cara) Usted se va a sentar y después de que la señora eche el cuento se marcha, antes no. Si no tendré que abrir el maletín y quemarle todo lo que está ahí. Usted decide. (El Inocente se vuelve a sentar sin responder)

Testigo: (Muy seria) Yo no tengo problemas en hablar, para eso estoy aquí y si nadie lo quiere hacer, yo sí. Tengo rato escuchando y yo también he llegado a algunas conclusiones específicas que me gustaría exponer.

Inocente: Está bien, acepto el trato. Acusado 1: Cuente, señora.

Acusado 2: Sí, cuente ya. ¿Qué hice yo?

Testigo: (Como si contase un cuento de terror) Tres de la tarde, silencio residencial, bicicletas apagadas, motores guardados, cocinas sin olor. Termina la siesta comunitaria, se despiertan los vecinos, van al baño, se cepillan los dientes y de pronto se siente un silencio prolongado. Las bicicletas toman su lugar, se echan a andar, huyendo de lo que viene: el ruido estrepitoso de la batería. Pero nada se oye.

Acusado 1: Esto está bueno, siga, siga… Acusado 2: Cállate. Prosiga, señora.

Testigo: (Se para sobre el sofá, pausa larga. Irrumpe con un canto desafinado, casi lírico)

Ya son las cuatro y no llegas

Ya viene el calvo y te pega,

déjame el hacha en la puerta,

yo estoy despierta en la juerga.

Si viene el asesino lo cuelgas,

si viene el otro lo tientas

yo agarro el bolígrafo y lo desangro

Tú con el brazo lo echas.

Acusado 1: (Aplaudiendo) ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Carissima mia! Sonata periférica, que el árbol dio.

Testigo: (Bajándose del sofá, emocionada, haciendo reverencias al público) ¡Gracias! Siempre quise hacer esto y qué buen momento para hacerlo. Gracias, mil gracias.

(El Acusado 2 y el Inocente quedan estupefactos, se miran consternados)

Acusado 2: ¿Me pueden explicar qué carajos fue eso?

Inocente: (Sorpresivo) Música, señor, música. (Tararea la misma canción, al ritmo que intenta dar unos pasos hacia la puerta de salida. Danza abrazado a su maletín)

Acusado 1: (Furioso, al Inocente) Mire, señor asesino. Déjese de estupideces que aquí no estamos en un reality show. Abandone el ridículo y siéntese a escuchar, ¿oyó? No quiero repetírselo. (Le muestra el encendedor con amenaza) ¡Excéntrico farsante! Usted cuando menos sufre de incontinencia emocional con señales de trastorno borderline.

Inocente: (Con la lengua trabada) Claro, señores, claro. Emocional, borderline, eso es todo.

Acusado 2: (Al Inocente) ¿Y les dice “señores”? Señor será usted o yo, porque estos dos lo que son es un par de dementes. Oficialmente dementes.

Acusado 1: ¡No exageres, Benjamín! Tú sabes que este negocio implica entregarse por completo. ¡No al aburrimiento! Y el canto tiene sus razones de regocijo. (Cayendo en cuenta, para sí) Claro, no es demencia, es regocijo. (Saca una libreta de su bolsillo y anota) Acusado 2: ¿Benjamín? ¿Me llamaste Benjamín?

Testigo: (Interrumpe. Recita de memoria) El regocijo cumple una función importantísima en la cavidad inferior de la creatividad. El hastío puede medirse por el bajo nivel de regocijo en sangre, identificable solamente a través de un test de “Inducción de aceleración para la combustión creadora”. Una vez detectado, hay que moverse rápido a regocijarse: (Transición. Se coloca los lentes. Adopta un tono de comercial de TV, al público. El Acusado 1 no ha dejado de escribir) Si usted está deprimido, acuda al regocijo. El regocijo es la cuna de la felicidad, un spa que está 24 horas a su entera disposición. Salga de su casa, trépese por el edificio, ubique al cabrón del baterista, caiga a patadas su puerta y levántelo a puños de su silla. Amárrelo y véndele los ojos, pero jamás tape sus oídos, para que sufra mucho más el hijo de puta. Quítele las baquetas y haga una melodía, pero apoyado en su cabeza. Después de marearlo, déjelo respirar y aproveche usted también para tomar aire y cuando menos se lo espere, échese al hombro la batería y láncela encima del músico. (Pausa) ¡Muerte segura, regocijo absoluto! ¡Spa de felicidad!

(Pausa breve) Y eso sí, no olvide quedarse extasiado unos segundos en la escena del crimen, respire todo aquello, secuestre esos momentos, guárdelos en su memoria y cada vez que esté aburrido, vuelva a ellos a través de la evocación. Regocíjese sin parar, sírvase un trago y regocíjese, otra vez. Regocijo infinito, ciento por ciento garantizado. (Transición. Se quita los lentes, al Inocente) ¿No es así como lo mató?

Inocente: ¡Magistral! Un recuento magistral.

Acusado 2: Demencial, querrá decir. Esto es una locura. Yo no tengo parte en esa historia. No es mi estilo.

Acusado 1: ¿Y cuál es tu coartada? Acusado 2: Los zapatos.

Testigo: ¿Los zapatos?

Acusado 2: Sí, los zapatos. Yo no tengo zapatos para trepar. ¿Cómo pude haber trepado el edificio?

Inocente: (Mirándose los zapatos) Carajo, yo sí.

Acusado 1: Ajá. Ahí está, fueron ustedes con su manía de regocijo. Acusado 2: No, en todo caso fueron ustedes tres. (Señalando al Inocente) Tú tienes los zapatos y estos dos (Señalando al Acusado 1 y a la Testigo) tienen el arma de la demencia, de la creativa demencia que hemos bautizado como “regocijo”. Fueron a  regocijarse, empujados por éste (Al Inocente) y se sirvieron de sus zapatos y ¡zas!, mataron al baterista. Esto está resuelto.

Inocente: Epa, caballero, yo no le presto mis zapatos a nadie. Testigo: ¿Cuánto calza usted?

Inocente: Lo suficiente como para que no le queden mis botas de alpinismo.

Acusado 1: Responda la pregunta. ¿Cuánto calza? Inocente: Mis pies miden 26 centímetros.

Testigo: Los míos 23,5. Acusado 2: Pero los míos 26.

Acusado 1: Entonces termina de confesar. Mira que ya pronto comienza la ronda de interpelaciones. Salgamos de esto. ¿Lo hiciste solo?

Acusado 2: Está bien, no tengo salida. Voy a confesar y a narrar lo que realmente pasó.

Testigo: Estoy de acuerdo. Acusado 1: Yo lo secundo.

Inocente: (Suplicando) Hermano, no hable más, por favor. Estamos hasta el tope, no hable más.

Testigo: (En tono conciliador, pasándole la mano por la espalda al

Inocente) Tiene que contarnos, esto no puede quedar así.

Acusado 2: (Semipenumbra, lo alumbra un cenital. Los otros tres se sientan en sofás diferentes. El Acusado 2 queda en proscenio. Al público) Jueves 24 de agosto. Las 3 con 14 segundos, apago el despertador y me desperezo. Voy a la cocina por agua. Estando al frente de la nevera, aún sin agua en mi vaso, comienza a sonar la estruendosa melodía del baterista. Repetitiva, torpe, sin compás. No tardó en estallarme el dolor de cabeza. Hice una llamada a mi amigo, para decirle que no podíamos trabajar en mi casa y éste no tardó en aparecer. (Sube al sofá, con suspenso) Cuando llegó dije lo mismo: “no podemos trabajar aquí, el ruido del baterista no lo permitirá”. Él enfureció y me dijo: “tenemos que hacer algo, este trabajo tiene que ser hoy y ese embrión de baterista no va a arruinar nuestros planes”. (Casi susurrando) “¿Y qué hacemos?”, pregunté. “Déjamelo a mí”, respondió. “Yo sé cómo tratar con estas patologías esquizoides”.

Acusado 1: (Rompiendo con el suspenso) Claro, porque hay que atacar a esos ciudadanos melómanos de alguna manera. Música se combate con música y música mala, se paga más caro. (Transición, retoma el tono de suspenso del Acusado 2, toma su lugar mientras éste se sienta) Tomé el bate de la cocina de mi amigo, corrí hasta el edificio de donde salía la bulla esa, toqué el timbre y ahí salió. Le dije: (Con pose de afabilidad) “señor vecino, su música no tiene reparo, debe ir usted a la academia musical. Mis oídos sufren y los suyos también”. (Transición) Me invitó a pasar, yo dejé el bate en la puerta y me senté. Él, muy atento, hizo un gesto para que prosiguiera con mi recomendación. Y agregué: (Aún más afable) “Quizás una visita al otorrino, para descartar sordera con indicios de laberintitis, no le vendría mal. Luego, con el diagnóstico en mano, acuda a un maestro de la percusión y ensaye, ensaye mucho, tómeselo en serio, no decaiga”.

Testigo: Ya nos van a llamar, apúrese. Inocente: Esto sí está bueno, siga, siga. Acusado 2: Sí, que siga.

Acusado 1: Luego de eso, le di amistosamente la mano y nunca más escuché aquel ruido. Y por supuesto, antes de irme le di el bate, recomendándole que jugara béisbol para relajarse, que golpeara una pelota y no a la batería. Finalmente mi amigo y yo terminamos nuestro trabajo, tal y como lo acordamos y fin. (Pausa) Claro, no sé si sólo calló la batería por esa tarde. No he vuelto al lugar. Tal vez convenga que mi amigo nos cuente esa parte de la historia.

Acusado 2: (Desconcertado) Yo… voy al baño. (Se ausenta, sale por la derecha)

Testigo: (Retomando la historia) Déjenme decirles que efectivamente eso que llaman bulla volvió a aparecer, día tras día, a las 3 en punto. Pero sí recuerdo perfectamente haber extrañado, casi por un par de días, el sonido. No se escuchó nada durante dos días enteros. Fue tal mi angustia y mi desespero que fui a su casa a pedirle que tocara para mí. Lloré como una niña, le supliqué y le expliqué que mi depresión se esfumaba cuando él tocaba, cada vez que emprendía su melodía colosal y ahí comenzó la rutina recreativa y purificadora… (Hace un gesto de embriaguez)

Inocente: Es decir, que aquí todos fueron en algún momento a visitarlo. Y yo no entro en ese paquete. Pueden haberme robado las botas, pedido un bate, un consejo, pero nunca fui a la casa del baterista. Lo que me excluye totalmente del asesinato.

(Voz en off: Por favor, dispónganse a entrar los acusados del asesinato, seguidamente entrarán la testigo y su acompañante: el Maestro Inocencio Cúspide)

Acusado 1: (Ansioso) ¿Eso es con nosotros?

Acusado 2: (Entrando por la derecha, arreglándose el cierre del pantalón) ¿Nos llamaron?

Acusado 1: Esto es tu culpa, sólo tu culpa. Testigo: Por Dios, no se molesten.

Inocente: Vayan tranquilos.

(El Acusado 1 se queda viendo con mucha rabia al Acusado 2. Cesa la mirada y emprenden su camino al cuarto de la izquierda para declarar. El Inocente y la Testigo quedan sentados en sofás diferentes. Ella comienza repentinamente a llorar y él la mira sin inmutarse)

Testigo: ¿No me va a secar las lágrimas?

Inocente: ¿Yo? Por favor, señora. Un poco más de control. Me pide que le seque las lágrimas cuando ni siquiera por agradecimiento me ha dejado de culpar de algo que no hice. Yo no quería venir para acá. Abandoné mi trabajo para acompañarla porque usted insistió y además mintió. Dijo que sabía quién había matado al estúpido baterista y ¿ahora qué? Me culpa a mí, señora. El otro caballero tiene razón, usted es una loca.

Testigo: ¿Terminó? Porque yo sólo le pregunté si no iba a secar mis lágrimas, no se lo pedí. Así que todos esos rencores se los puede guardar. Usted vino porque la culpa lo estaba matando, la vergüenza lo asesinaba. Fue usted, yo lo sé. Casi lo botan del trabajo y prefirió optar por lo clásico, matar al… ¿culpable de su angustia?

Inocente: Yo soy Inocencio Cúspide e inocente también. No sé de qué habla, vieja loca.

Testigo: (Se quita un zapato y lo persigue alrededor de los muebles. En algunas oportunidades logra pegarle. Él la evita corriendo) ¡Mire, asesino en serie, si quiere seguir trabajando para la bendita editorial que tanto nombra, cállese la boca y ahórrese los insultos! ¡No le aguanto una más, a la próxima le trituro los dedos con este zapato y no le van a quedar ni uno para corregir nada! (Le muestra el zapato, amenazadora)

Inocente: (Que ha quedado detrás del escritorio) No lo dudo, no lo dudo. Es capaz de hacer eso y más, no lo dudo.

Testigo: (Vuelve a sentarse) Además, allá adentro, a pocos pasos de usted, están dos señores a punto de ser sentenciados a muerte, cuando menos.

Inocente: (Aproximándose a la Testigo) ¿Sentenciados? ¿No dijo que fui yo?

Testigo: Fue usted, o yo, o ellos. No tengo dudas. Inocente: A ese paso vamos a terminar en la cárcel todos. Testigo: ¡Esa es la idea!

Inocente: (Dando un grito) ¿Qué? ¿Cuál idea? Será su idea, vieja loca.

Testigo: ¿Qué lo hace pensar que no es usted el asesino?

Inocente: Mire, señora, nada me lo hace pensar. Estoy seguro de que yo no tengo nada que ver en esto. No soy un psicópata. (En tono confesional y casi susurrando) Voy a psicoterapia, pero no estoy loco.

Testigo: (Inquisidora) ¿Y por qué va a psicoterapia?

Inocente: (En tono bajo) Porque sufro de insomnio, porque vivo en pánico por pensar que algún día contratarán a alguien mejor que yo en la editorial y que me echarán como a un perro.

Testigo: Pero no entiendo. Usted es un simple corrector, no un célebre escritor. Siempre existirá la manera de que lo reemplacen y de que se consiga otro trabajo.

Inocente: (Desesperado) ¡Corrijo! ¡Soy también escritor! Lo que pasa es que nadie me quiere publicar. Y por eso necesito ser el único en esto, por lo menos en esa editorial. Es mi manera de estar cerca de lo que más me gusta, a pesar de que me tengan marginado por no escribir libros con títulos populares. La última vez que lo intenté, hablé directamente con el jefe mayor, el director de la editorial. Lo esperé hasta tarde en la pata de la salida del estacionamiento y ¿Qué me dijo? (Suspira) gritó desesperado porque creyó que lo iban a robar. (Pausa) Claro, como yo había aguantado lluvia y polvo, estaba todo emparamado y asqueroso y lo menos que creyó era que yo era un buen escritor. (Recordando) Aunque ahora que lo digo, cuando le mencioné que yo escribía, que tenía un libro para publicar, me vio de arriba abajo y murmuró un “ah” muy prolongado y hasta llegó a rozar con sus codos mi material. (Tocándose el pecho) ¡Mi libro! Yo creo que con su codo se bautizó mi libro, aún inédito. (Transición. Con despecho) Pero nada, insistió que el título era incompetente, que eso no “subía cerro” y no tuve más que retroceder o creer que retrocedía, cuando en realidad el que se movía era él. Un falso ejercicio de orgullo. ¡Un inútil ejercicio de orgullo! Porque ahora no hago sino esconderme de él, no quiero que sepa que trabajo ahí, me puede echar. Cada vez que lo veo, me meto en el baño o detrás de una puerta. La última vez no me dio tiempo sino para meterme detrás de la carpeta que llevaba y para colmo se me arrugó todo lo que iba ahí: el libro de un célebre escritor… (Recordando) “Diccionario para dormir en paz: si ya no tiene pareja, aprenda a dormir solo”. Así se llama. Y pensar que lo corregí buscando que me dijera algo sobre el insomnio. (Cambia de actitud) Casi me botan cuando lo entregué. Hace poco contrataron a dos muchachos y desde ese entonces no he pegado el ojo por más de una hora seguida. Sólo espero y espero que en algún momento suene el teléfono y se escuche la voz de mi jefe diciendo: (Gritando e imitando una voz grave) “¡Ven por tu cheque, estás despedido!” (Se lanza al suelo y comienza a buscar algo en el suelo que parece encontrar)

Testigo: Caramba, realmente su problema es trágico. Y dígame algo, ¿cómo se titula su libro? Porque para que el señor ése le haya dicho así, debe ser un título o muy malo o muy bueno, ¿no? (Mirando al Inocente) ¿Qué hace?

Inocente: (En el piso) Recuperando lo que queda de alquitrán por aquí. Me calma los nervios. Y sobre el título, no tiene sentido. No quiero hablar de eso, eso sólo lo sabemos mi terapeuta y yo.

Testigo: Y… ¿desde hace cuánto va a terapia? Inocente: Un año apenas.

Testigo: Claro, por eso aún sufre. Seguro que sólo va una vez por semana.

Inocente: Sí, una vez por semana. Por cierto, hoy me toca.

Testigo: Yo voy dos veces por semana. Aunque tengo tres semanas que no voy.

Inocente: ¿Y qué tiene usted?

Testigo: Nada, sólo trato de lidiar con lo aburrido de mi vida. Siempre trato de buscarle algo de emoción a las cosas, pero todo es tan aburrido que… mi terapeuta me recomendó que escribiera para que no me metiera en tantos problemas. Por cierto, ¿usted sería capaz de corregirme algo de lo que he escrito?

Inocente: No. Definitivamente no. Yo sólo trabajo para gente consagrada, no para pacientes con ganas de escribir o inventarse un parque de distracciones.

Testigo: Pero qué sabe usted. Quizás me convierto en una célebre escritora de autoayuda moderna.

Inocente: (Se pone de pie. Asombrado) ¿Dijo autoayuda?

Testigo: Sí. Es lo que mejor se me da. Siempre que intento un cuento o un poema me sale la vena consejera y reflexiva.

Inocente: No, señora, yo no corrijo autoayuda ni que me paguen miles… Eso es pecado para la profesión. Es pura basura. La gente que quiera resolver sus problemas, que vaya a pedir ayuda “face to face” no en los anales de unas páginas muertas. Este libro que le comenté, lo corregí porque no quedaba de otra y órdenes son órdenes, pero hasta ahí.

Testigo: ¡Me ofende! (Alterada) Es un intolerante de liga mayor. Un patán de patanes. Un perro miserable. Un dependiente. Un absoluto asesino (Pausa, en tono melodramático) Porque quien es capaz de asesinar los sentimientos creadores de alguien es capaz de asesinar a un baterista. Por eso ahora estoy segura y es eso lo que voy a decir.

¡Fue usted! (Descontrolada) Asesino, asesino, perro asesino. Inocente: (Grita hacia la puerta que está a la izquierda) ¡Que alguien me saque de aquí, por favor! ¡Estoy con una loca!

Testigo: Siga gritando. Aquí nadie va a venir por sus gritos. No sea estúpido

Inocente: Alguien vendrá. (A la puerta) ¡Por favor, que alguien haga algo, esta mujer me quiere matar!

Testigo: ¿Dijo matar? (Se saca el zapato y lo persigue para golpearlo) Mentiroso, yo sólo lo estoy aleccionando. ¡El asesino es usted! (Deja de pegarle)

Inocente: ¡Basta! Déjeme en paz. Si yo soy el culpable, lo dirá la justicia, no usted con sus ataques de escritora frustrada.

Testigo: ¡Pero claro que es el asesino! Su problema de insomnio es ese. No puede cerrar los ojos porque ve al baterista. Lo mató porque su música distraía su deletreo malsano, sus comas mal puestas, sus balbuceos de gran corrector. ¡Pobre infeliz!

Inocente: No me va a arrinconar con sus arrebatos. Diga lo que diga, yo no fui.

(Voz en off: Señores, tengan a bien calmarse, estamos en una sala de espera. De seguir gritando quedarán detenidos en la misma celda 48 horas por irrespetar el recinto)

Testigo: ¿Oyó? Inocente: ¡Cállese!

Testigo: (Poniéndose de pie) Yo me voy. No tengo nada que hacer aquí. Voy a fumar allá afuera y luego me voy a mi casa a encender la televisión y a ver la primicia de cuando lo trasladen a la cárcel. (Camina hacia la derecha y justo cuando está a punto de salir, aparecen por la puerta izquierda el Acusado 1 y el Acusado 2 en actitud de derrota)

Acusado 1: Yo te lo dije.

Acusado 2: ¿De qué vale que digas eso ahora?

(La Testigo se detiene al verlos y se aproxima a ellos) Testigo: ¿Qué les pasó? ¿Los descubrieron?

Acusado 1: Sí.

Acusado 2: De alguna forma sí.

Testigo: No comprendo. ¿Les dieron sentencia?

Acusado 1: Una muy larga. (Viendo al Acusado 2) Por tu culpa. Acusado 2: Yo no he hecho nada. No me culpes.

Testigo: (Estupefacta) Explíquense, por favor.

(El Inocente se pone de pie y se aproxima a la reunión) Inocente: ¿Nos podemos ir ya?

Acusado 1: No.

Acusado 2: No, ustedes también necesitan ser interrogados. Testigo: ¡Pero si ya tienen a los culpables! Yo me voy.

Inocente: Y yo también.

Acusado 2: Voy al baño… me duele el estómago. (Sale por la derecha)

Inocente: Así estará de nervioso.

(Voz en off: Señora Testigo y maestro Inocencio Cúspide, por favor entrar a la sala)

Testigo: ¿Ahora que querrán? Ya tienen a sus culpables. Inocente: Yo no pienso entrar.

Acusado 1: ¿Tiene algo que temer?

Inocente: No, pero sí tengo algo que corregir.

Acusado 2: (Desde la entrada) Créame: lo que le espera allá adentro es más importante que sus correcciones.

Acusado 1: Créalo.

Testigo: Yo no tengo nada que temer, voy a entrar. Inocente: ¿Y qué es lo que pasa allá adentro?

Acusado 1: Usted pase y rinda cuentas, es todo.

(El Inocente y la Testigo entran a la sala de interrogaciones. El Acusado 1 y el Acusado 2 se dirigen a los sofás. El Acusado 2 queda de pie y el Acusado 1 sentado en el sofá.)

Acusado 1: Te toca. Acusado 2: ¿De qué hablas?

Acusado 1: Te la das de chistosito, ¿no? Cuéntame exactamente qué pasó allá adentro.

Acusado 2: Ya te expliqué lo necesario. Acusado 1: ¿Y qué más?

Acusado 2: No sé. Resuélvelo, no puedo decírtelo todo.

Acusado 1: Es muy raro todo esto, de verdad no entendí nada. ¿Qué salió mal?

Acusado 2: Has entrado mil veces a esos lugares, a lo mismo. ¿Qué es lo que no puedes entender?

Acusado 1: No sé… Creo que falta algo.

Acusado 2: Confórmate, hermano. Hicimos nuestro mejor intento. Acusado 1: ¿Y cómo me creo eso? Hoy no voy a trabajar.

Acusado 2: Tranquilo, retomamos la semana próxima. Deja la manía paranoide.

Acusado 1: Manía… (Saca la libreta y toma apuntes)

Acusado 2: Lo único que tienes que hacer es cumplir por un par de meses, quizás tres. Todo depende de cómo se desarrolle esto.

Acusado 1: Ya era suficiente para mí venir una vez por semana. Ahora dos.

Acusado 2: Yo siempre vengo, por una cosa u otra. Y no me quejo. Yo también vendré dos veces por semana a presentarme, no lo harás solo.

Acusado 1: ¿Qué días vendrás?

Acusado 2: Lunes y viernes, igual que tú.

Acusado 1: ¿Qué estará pasando allá adentro? No se escucha nada. Acusado 2: Lo mismo de siempre, hermano. Darles su lección.

Acusado 1: ¿Y cómo lo sabes?

Acusado 2: Porque así es. No es nuevo.

(Salen el Inocente y la Testigo de la sala de interrogaciones. Ambos vienen muy contentos. Los Acusados quedan extrañados)

Inocente: (Le suena el teléfono celular) ¿Aló?, sí soy yo. No se preocupe, lo dejamos para la próxima semana. Yo tampoco hubiera podido llegar, se me atravesaron un montón de problemas. ¿Ah? sí, sí, ya los resolví. Muchas gracias, doctora. Hasta el lunes. (A la Testigo) Era mi terapeuta para cancelarme la cita.

Testigo: Los terapeutas se tomaron su día. La mía me canceló antes de llegar aquí. Pero después de todo, no creo necesitarla hoy. Lo que necesito es terminar mi libro de autoayuda.

Inocente: (Dándole ánimo) Así es, escriba y envíemelo. Será un placer corregir sus textos.

Testigo: (Le da la mano) ¡Gracias! Siempre quise ser escritora. Inocente: Y yo corrector…

Acusado 1: (Interrumpiendo) ¿Y esa cara de felicidad? Acusado 2: ¿Qué les dijeron?

Testigo: Nada de que preocuparse. Nos dejaron en otra salita esperando y luego nos enviaron un papel que decía: (Saca el papel de la cartera y lee) “Condiciones ligeras de patrones verbales redundantes. Debe evitar decir tanto y escribir más. El baterista lo hubiera agradecido”.

Acusado 2: (Sorprendido) ¿Qué? ¿Qué quieren decir con eso? Testigo: No sé. Pero me llena de emoción. Este día me ha sacado del aburrimiento y de la depresión. Lamento lo del baterista, pero aún así no me siento infeliz.

Inocente: (Sacando otro papel del bolsillo) A mi me enviaron este: “No deje que la juventud del talento lo aplaste, tiene usted bastante que dar aún. Corríjalo todo, especialmente su insomnio. Vaya a dormir porque si no lo logra, estará sometido a esperar la llamada de su jefe y seguro lo despedirán”.

Acusado 2: ¿Pero qué le pasó a esa gente? ¿No los mandaron a presentarse dos veces por semana?

Testigo: Sí, dos veces por semana… (Saca de nuevo el papel) ¡Ah! y en el papel también decía que no cantara más… no cuando esté aquí. Inocente: A mí también me dijeron que viniera dos veces por semana. Lunes y viernes.

Acusado 1: Creo que estamos ante dos patrones muy raros. El primero tiene que ver con un complejo de inquisición que nos obliga a todos nosotros a venir para acá con fines muy sospechosos. Por otro lado, tenemos la sentencia de la libertad condicional. Dos diagnósticos severos y nada de castigo. No sé cómo pueden estar sonriendo todavía.

Testigo: Creo que esa clase no se la di yo, y hasta creo que no estudió en ninguna parte. No estamos ante ningún patrón. Sino ante la sabia resolución de un desastroso día de asesinato, culpables y sospechosos.

Inocente: Exactamente. Nosotros estamos librados, aunque estemos bajo presentación.

Acusado 1: Una pregunta, señora: si usted venía a culpar a alguien,

¿a quién era?

Testigo: No tenía un nombre específico, sólo quería servir de testigo. Llegué a esta sala sin nombres ni sospechosos. Sabía que los iba a encontrar aquí.

Acusado 1: Pero yo no quedé como asesino, sólo como sospechoso. Al igual que ustedes. Por eso tengo que presentarme.

Inocente: Entonces fue su compañero, ¿no?

Acusado 2: Tampoco. Soy igualmente un sospechoso que tiene que presentarse.

Inocente: ¿Y entonces? ¿Quién fue?

Acusado 1: Estoy seguro de que no han dado con el culpable. Acusado 2: A menos de que estén intentando vincularnos al crimen de alguna manera, y por eso nos mandan a venir lunes y viernes.

Testigo: En todo caso, salgamos de aquí, que ya no hay nada que hacer. Nos veremos el lunes. El baterista está muerto y no podemos revivirlo.

Inocente: (A la Testigo) Me perdona lo que voy a decir, pero realmente es un alivio no tener que oírlo más.

Testigo: (Sonriendo) No sea tan duro…

(La Testigo y el Inocente salen del lugar por la derecha. Los Acusados quedan en escena. Se sientan en el sofá, prenden un cigarrillo y se quitan ciertas prendas: camisas, bigotes falsos, relojes y una calva falsa. Se miran y ríen desenfrenadamente)

Acusado 1: (Montándose en el sofá, canta con la misma melodía que la Testigo)

Es lunes y llegan

vienen locos a nuestra fiesta,

déjame el hacha en la puerta,

yo estoy despierto en la mesa.

Si viene el asesino lo sueltas,

si viene el testigo lo dejas

ya el inocente se alegra

y la testigo no es ella.

Somos los dos unas bestias

que del aburrimiento se quejan

que maten más gente en la residencia

yo soy el lobo que cuenta.

Acusado 2: Esto es lo que mejor ha quedado, lo mejor.

Acusado 1: Sí. Aunque aún nos falta que uno de esos dos se declare culpable. Lo lograremos, ya tengo su perfil. ¿Nos vamos?

Acusado 2: Sí, tenemos que planificar todo.

Acusado 1: ¡Ah! Y no olvides memorizar lo mismo que dijimos hoy antes de que llegaran ellos.

Acusado 2: No te preocupes, ya lo fijé. ¡Hoy salió estupendo! Es un gran ejercicio de calentamiento.

(Salen, oscuro total. Suena en el fondo una batería desafinada)

Sobre la autora

*Obra ganadora del premio Monte Ávila Editores Latinoamericana de autores inéditos (2009)  y del Premio Municipal de Literatura, mención Dramaturgia (2011)

Deja una respuesta