A CARACAS
En la falda de un monte que engalana
feraz verdura de perpetuo abril,
tendida está, cual virgen musulmana,
Caracas la gentil;
y la corona de flotantes brumas
que se cierne en la cima secular,
parece un velo de nevadas plumas
que Dios la quiso echar.
Reina feliz de tan hermoso suelo,
patria de más de un célebre varón,
¿por qué al llegar bajo tu limpio cielo
se oprime el corazón?
¡Ay triste! ¡miro de la patria historias
mustias hoy la belleza y majestad!
¿Será que olvidas tu pasada gloria,
tu antigua libertad?
¡No! Que aquí en derredor, el alma mía
ve, rebosando en brío y altivez,
la generosa juventud que un día
será tu orgullo y prez.
Noble plantel de heroicos ciudadanos
que promete a tu gloria el porvenir,
¡sin mancha el corazón, puras la manos,
guardad hasta morir!
Casi extranjero en el solar nativo,
peregrino y oscuro trovador,
arde en mi corazón, empero, vivo,
el puro, patrio amor!
El inspira mi voz en tal momento,
presta a mi almo brío sin rival,
¿Sordos seréis al dolorido acento
del seno maternal?
¡No lo seréis , por Dios! Los ojos fijos,
escrito leo allá en lo porvenir:
madre que tiene tan heroicos hijos
no puede sucumbir!
Despreciando esta vida transitoria,
por la justicia y por la ley pugnad!
¡Feliz quien lega perennal memoria
a la futura edad!
yo en la madre común, la heroica España,
daré a cada virtud una canción,
y al recuerdo será, de cada hazaña,
altar mi corazón!
***
ODA A LA LIBERTAD
No armada del puñal de la venganza,
ni teñida la veste en sangre impura,
tal como la forjó nuestra locura,
o torpe iniquidad;
plácida cual la luz de la esperanza,
con la paz y el perdón en la frente,
blanda la faz, benigno el continente:
¡tal es la libertad!
Hija de Dios, de su bondad esencia,
don el más alto de su amor divino,
acaso en el mundano torbellino
al hombre se ocultó;
negra ambición, estúpida demencia,
el temor de los buenos, la osadía
de un tirano, el furor de la anarquía
tal vez la encadenó…
Mas no puede morir: lozana, fuerte,
crece encorvada bajo el férreo yugo;
ni el hacha enrojecida del verdugo
enerva su virtud.
del seno tenebroso de la muerte,
insultada tal vez, jamás vencida,
cual su padre inmortal, torna a la vida
con nueva juventud.
Poco son a humillarla los tiranos,
que el mundo ve y conoce sus derechos;
la oprimen, ¡ay!, con sus bastardos hechos,
mil émulos y mil;
que so el disfraz de nobles ciudadanos
en su nombre inmortal alzan pendones
y hacen servir los pueblos y naciones
a su torpeza vil.
Vos sois, apóstoles fingidos,
vosotros embusteros renegados,
vosotros, sí, los pérfidos soldados
del crimen y el error.
No ha menester la libertad, bandidos,
del estruendo y el rencor del fiero Marte;
símbolo del perdón es su estandarte,
¡su blando imperio, amor!
Y lidia, sí, pero en leal palestra,
atacada, jamás provocadora,
siempre grande en la lid, nunca opresora,
que es numen celestial;
y nunca armó su prepotente diestra
el odio, ni el temor, ni la venganza;
¡jamás para vencer urdió acechanza
ni usó traidor puñal!
¡Pueblos! No es el rencor ni la codicia,
ni la torpe ambición ni la impía guerra,
los símbolos que anuncien a la tierra
que ya lució su edad;
si veis orden, y paz, amor, justicia,
aunados reinar en grata calma,
alzad entonces al Creador el alma.
***
LA IRA DE DIOS (FRAGMENTOS)*
Canto II
De Hebrón en la comarca bendecida
hay un valle amenísimo y fecundo,
que la nación de Jehová escogida
llamaba de Mambré: no encierra el mundo
en su extensión del hombre conocida,
ni en la que hasta ora sólo el mar profundo
viera, y a do jamás pie vacilante
llegó de peregrino o navegante,
ningún país do con mayor largueza
derramara el Señor sus bendiciones;
pródiga allí mostró naturaleza
en pompa singular todos sus dones:
uniendo a la hermosura la riqueza
míranse allí a la par las estaciones,
y otoño, primavera, flor y fruto,
unido al hombre ofrece su tributo.
Allí el nogal junto a la palma crece,
y el oloroso cedro y manso tilo,
y el plátano flexible se estremece
a la sombra del álamo tranquilo:
allí el haya frondosa amante ofrece
a la sencilla tórtola un asilo,
y el sauce, el tamarindo y sicomoro
con el árbol se ven de frutos de oro.
El fuerte olivo de inmortal verdura
crece lozano al margen de la fuente,
la prolífica vid en la espesura
gime bajo su fruto trasparente:
mientras allá en la espléndida llanura,
al blando soplo de fugaz ambiente,
las doradas espigas a millares
se mecen cual las olas de los mares.
Al borde suena aquí de la quebrada,
del buey el melancólico mugido,
bajo la sombra allí de la enramada
de las mansas ovejas el balido:
y al volver por la tarde a la majada
pueblan el aire en múltiple sonido
pastores y ganados y cencerros
y el honrado ladrido de los perros.
En este valle tan feraz y ameno,
lejos del aire corruptor mundano,
y a su amargura y crímenes ajeno,
vivía en aquel tiempo un buen anciano:
de años cargado y de riquezas lleno,
padre más bien que duro soberano
de sus siervos, el rey de los pastores,
tenía allí su tienda entre las flores.
Llamábase Abrahán —en el lenguaje
que usaba entonces la nación hebrea,
Padre de muchos—. Cuando en tardo viaje
vino allí de la tierra cananea,
así le habló el Señor: «De tu linaje
saldrán reyes ilustres de Judea;
más que reyes aún, saldrá el Mesías
cuando se cumplan los fijado días.»
Y el patriarca esperaba el cumplimiento
de las promesas de si Dios seguro,
y su vida pasaba en curso lento
como las ondas de arroyuelo puro:
jamás manchó su vida turbulento
el crimen, ni agitó deseo impuro
las aguas cristalinas de su alma
que reposaban en tranquila calma.
Delante de su tienda
so la enramada umbría,
cuando del mediodía
más vivo es el calor,
está Abrahán sentado
en plácido sosiego;
mas súbito un gran fuego
ante sus ojos vió.
Alza la vista al punto
por ver de dónde vino,
y un rojo torbellino
miró cerca de sí;
de cuyo oscuro centro
salieron tres varones,
que ven sus emociones
con blando sonreír.
Entonces el buen anciano
con susto se levanta,
y la insegura planta
dirige hacia el Señor;
diciendo: «Si tu esclavo
halló en tus ojos gracia,
debajo de esta acacia
descansa, por favor.
Para tus pies divinos
traeré el agua más pura,
y aquesa tierra impura
yo mismo lavaré;
y de mi tienda humilde
bajo el amigo toldo,
cocido en el rescoldo
mi pan os partiré.»