Felipe Tejera
NICANOR BOLET PERAZA
Caracas lo vio nacer el 4 de junio de 1838. Muy joven abandonó las aulas para dirigir un establecimiento tipográfico en Barcelona, a donde se había trasladado su padre, el doctor Nicanor Bolet, célebre práctico venezolano en el ramo de obstetricia. Pero al estallar la guerra civil en 1858, abrió la causa federal, mereciendo diversos ascensos en campaña, hasta obtener el de Coronel de Brigada, no sin pasar por las penas de algunos meses de prisión, durante aquel lustro de guerra fratricida. En 18o1 fundó, con su hermanito Ramón Bolet, un periódico literario con grabados iluminados, y desde entonces comenzó a darse a conocer ventajosamente como escritor festivo de costumbres.
Ha sido muchos años diputado al Congreso Nacional, y desempeñado varios destinos en el orden administrativo. Fundó la Tribuna Literal y, en 1879, fue nombrado Ministro de lo Interior, destino que dejó para seguir con el General José Gregorio Valera la campaña que terminó con el triunfo de la revolución Reivindicadora. Bolet se retiró entonces a Curazao, con su esposa, hija del Libertador de los esclavos en Venezuela.
Ha escrito el drama Luchas del Hogar, representado con éxito en el Teatro Caracas y numerosas piezas literarias de costumbre, de política, y en varios otros ramos. Como polemista, Bolet es irresistible y de una facundia asombrosa, sólo comparable a la del célebre Juan V. González; es un periodista de infinitos recursos, perseverante, incansable, con superiores dotes en tan difícil género.
Tiene mucho gusto literario, ingenio agudo, talento previsor, arranques sublimes, formas brillantes, imágenes grandiosas y facilidad para escribir incomparable Bolet sabe poco, porque no tiene tiempo para estudios, pero su gran talento lo adivina todo y así es común verle salir airoso y disertar como docto, en materias que le son enteramente desconocidas, que apenas ha desflorado en sus horas de vagar. Además es orador parlamentario e improvisador felicísimo. Su carácter jovial y amable, su composición sazonada de agudezas y cierto ingénito desprendimiento y rumbosa ostentación de generosidad, le granjea numerosos amigos y aura popular.
Particulares y excelentes prendas le hacen estimadísimo en el trato íntimo y quema su mejor incienso en el noble culto de la amistad. Sus amigos son para él especie de bienaventurados, en quienes jamás encuentra errores ni defectos y, cuando tiene algún enemigo, le combate de frente y o le convence o le rinde o quiebra contra él sus armas; pero, vencedor o vencido, olvida y depone toda mal querencia. Es ambicioso de fama: extremado en el elogio, desmedido en la ponderación, pródigo en la alabanza o el vituperio, como quiera que busque el engrandecimiento del amigo o la ruina del adversario. Entonces, para él, cualquiera de los dos fines justifica los medios.
En consecución de su objeto o sube corno Prometeo a robar el fuego del cielo, o baja como Dante a los infiernos para rebosar la copa de sus iras y concitar a los demonios. Su pluma, como el pincel de Gustavo Doré, pinta a veces un ángel de Milton o una Euménide de Esquilo, ya la gloria de Beatriz en el Paraíso, ya el suplicio de Ugolino en las tinieblas eternas. Como escritor descriptivo, júzguese por los siguientes fragmentos de su descripción del acto que la Academia de Literatura dedicó a la memoria de Juan V. Camacho.
El salón estaba preparado con aquella sencillez que constituye hasta cierto punto el hijo del buen gasto. No había cortinas funerarias que decorasen los muros, ni lágrimas de plata, ni luces vacilantes, ni profusión de símbolos. Y sin embargo, tenía tal majestad aquel recinto, se respiraba di tal atmósfera de santuario, que el alma se sentía desatada de los lazos terrenales y vagaba libremente, como si aspirase las auras de la inmortalidad, que son para ella las brisas de la patria.
La concurrencia era numerosa. Altos empleados del orden gubernativo, guerreros ilustres de nuestra magna lucha, hombres de ciencia, y una brillante juventud, formaban parte del concurso. Gran número de damas matronas contribuían a hacer más solemne el acto con su presencia, ocupando dignamente el puesto que les corresponde en todas las ocasiones en que la sensibilidad haya de tributar ofrendas. Los individuos de la Academia, en número de treinta y ocho, llevando al pecho la cinta blanca de su distintivo, estaban colocados en las dos hileras de sillones que formaban calle hasta el cenotafio.
Componíase éste de una columna salomónica, símbolo de la vida, que, arrancando desde una base enlutada, simulacro de la tumba, subía en espirales hasta rematar en un florida capitel, sobre el cual ardía en una lámpara de pie, la llama del Ingenio. Un velo negro de gasa pendía del capitel y bajaba en descuidados pliegues, dejando ver a trechos un festón de rosas y laureles que abrazaba el fuste de la columna, simbolizando que así, entre plumas y entre flores, se había deslizado la vida del poeta. Sobre la parte superior de la tribuna se veía colocado su retratos al óleo, orlado por una encima. Había tal dulzura en la expresión de aquella fisonomía, despedían tanta luz aquellos ojos hermosos y rasgados, que no parecía sino que el marco de oro de aquella pintura fuese una puerta que daba a la habitación de los muertos y que por ella asomase sonreído el bardo a presenciar su propia apoteosis. De su boca parecía querer escaparse dulcísimos acentos; y sus labios, al parecer trémulos, temo que imponían el silencio al corazón, para no interrumpir la solemne tristeza de los que se reunían para llorarlo.
Resumiendo, pues, diremos: Bolet Peraza, como diarista, es fecundo; como polemista, contundente, su pluma ya no es dardo sino clava; como dramaturgo, aunque Eduardo Calcaño diga que en sus Luchas del Hogar se coloca en la categoría la de las celebridades modernas del teatro, nosotros creemos que aquella pieza es muy mediocre y no revela mayores facultades para enrostrar con buen éxito el drama social; así como nos parece con relevantes disposiciones para el género cómico, de lo cual es señalada muestra su gracioso sainete A falta de pan buenas son tortas, representado también con éxito en el Teatro Caracas. Como orador tribunicio, es fogoso y fulminante; como literato, en fin, escaso de ciencia, pero de ingenio luminoso y vastísimo y abundante en imágenes que parecen volar de su cabeza como águilas; su estilo tiene a veces la ondulación del océano o la exuberancia en follaje de la montaña.
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RAFAEL ARVELO
Rafael Arvelo nació en la ciudad de Valencia el año de 1814. Elegido su padre Diputado al primer Congreso de Colombia en 1823, acompañóle a Bogotá; y allí prosiguió sus estudios hasta 1828 en que tornó a Venezuela. Figuró en la política militante desde 1838 y desempeñó en ella desde entonces, muchos puestos públicos de importancia, tales como Diputado al Congreso, Gobernador de Provincia, Ministro de Estado y Presidente interino de la República en 18o7.
Dióse a conocer como escritor en 1842, descollando desde luego por su inagotable vena epigramática, género en que era el señor Arvelo consumado y único. Improvisaba con asombrosa facilidad y facundia, sazonando sus versos con chistes y donaires, ironías y sátiras y retruécanos de extraordinario gracejo y exquisito ingenio. Y apenas salían de su pluma o de sus labios aquellos chispeantes epigramas, cuando se popularizaban y corrían de boca en boca celebrados por todo el ámbito de la República. No era tan feliz en el género serio, el cual arrostraba a veces más bien por compromiso que por inspiración. La suya no campeaba sino en la poesía festiva, y allí con tal realce que raya en ocasiones al igual de Juvenal y de Quevedo, siempre con un tinte de originalidad y con cierto sabor local que le distingue, y caracteriza como con un sello nacional sus obras. De ahí por qué es tan popular la poesía de Arvelo.
Sus versos era militantes, parecía que brotaban del fondo de los acontecimientos; dan en parte a conocer la época y califican la circunstancias que los inspiraron. Más no por eso dejan de adolecer de los defectos y descuidos consiguientes al modo con que los trabajaba, y más que todo, de aquella desnudez y encendido color que tanto se ha censurado en Juvenal, Quevedo y otros escritores satíricos, que dejándose arrebatar por lo ingenioso del concepto, la mordacidad de la sátira, o la intención zahiriente del pensamiento, salvan los lindes naturales de la circunspección y la decencia, y atropellan las reglas del arte de bien hablar que enseñan a revestir con decoro las ideas que lo ofendan.
II
Las poesías de Arvelo circulan en varios folletos y periódicos. En el primer cuaderno que se publicó (ya agotado), muestra el poeta el natural carácter de su ingenio, y con el más vigoroso colorido, en la muy conocida Epístola al señor Conde de Velásquez que había venido a nosotros en son de reclamos particulares. Esta pieza está llena de terribles ironías, arranques apasionados y amargas invectivas.
Vuesencia el señor Conde de Velásquez
Es el rinoceronte más pollino;
Es de todos los nobles el más torpe,
Es el conde más conde que yo he visto
Refiriéndose a las calidades del señor Velásquez como escritor, dice Arvelo:
Mala letra, renglones diagonales,
Sucio el papel y pésimo el estilo,
Errores garrafales de sintaxis,
La prosodia también puesta en martirio;
Y la desventurada ortografía
Llorando a cada paso del escrito.
¿Dudarse puede con indicios tales
Que nació Conde quien la carta hizo?
¿A quién se esconde que de no ser conde
el autor debe ser duque o pollino?
Como una muestra de la facilidad de Arvelo, copiamos en seguida la famosa improvisación que en cierta comida que se dio en casa del general Diego Ibarra, hizo el poeta, excitado a tomar la palabra en los momentos en que Pinchaba el pavo. Se habla promulgado ese día la ley de espera y quita la cual por los vicios que entrañaba, era el tema de todas las conversaciones. Quedábale al señor Arvelo, delante en la mesa, la señorita Helena Echenagucia, y, dirigiéndose a ella, se produjo en estas celebradas redondillas:
Tus ojos, bella Helenita,
Crueles acreedores son:
Pues roban el corazón
Sin dar espera si quita
El que los mira una vez,
Su alma y quietud enajena.
Y no hay usurero, Helena,
Que exija tanto interés.
Yo tengo acá mis razones
De deudor para decir
Que no es bueno consentir
Logreras de corazones.
Y si a las bellas alcanza
Esa ley que fue cumplida,
Debes quitarme la vida
O darme, si no, esperanza.
Por una Helena ardió Ilión:
La Historia la pinta bella,
Tú, Helena, más linda que ella,
Incendias mi corazón!
Mas… Soy casado!… Te alabo!…
Y ¿qué haces tú? Despreciarme…
Soy capaz de suicidarme….
Con una pierna de pavo.
En otra vez celebraba el Presidente de la República con un almuerzo el arreglo de la cuestión con Holanda sobre los sucesos de Coro y la propiedad de la Isla de Aves. Era el señor Arvelo Ministro de Estado, concurrió a la fiesta y obligado a hablar improvisó algunas quintillas. Refiriéndose a los arreglos celebrados, dijo entre otras cosas:
A pesar de los pesares,
Siempre tuve la esperanza
De que acabara la danza
Más con dares y tomares
Que con espada y con lanza
IV
En las poesías serias, como hemos dicho, no holgaba bien el señor Arvelo, y era más descuidado tanto en la versificación como en la rima. Veamos algunas muestras:
Quebranta la cabeza
Al Leviatán del Asia
Pues para obrar ponernos
Llena eres de gracia.
Pues de ti vino al mundo
La paz, la fe, la luz,
Cuando nació a salvamos
De tu vientre, Jesús.
(…)
Y el Ávila, el Chimborazo,
Orinoco y Marañón
Vieron caer al Ocaso
Las auroras de Colón
Se dijera que, olvidando
La gloria de sus proezas,
Hoy la cifra en las empresas
Hidrófobos veloces
Devoren la distancia
Luciendo sus penachos
En el férreo carril.
Parece que el grande ingenio de Arvelo se sublevaba siempre que se veía fuera de su índole poética, y perdía entonces aquella natural espontaneidad y especiales dones que le hacían insuperable en su género. Era el poeta de carácter jovial y donairoso, afable y cortesano, amigo de los placeres de la mesa, de hablar pastoso, doblado, de rostro ancho, mirada perspicaz, tardo de pies, y revelaba en su persona cierta afición a la molicie. Poseía vastos conocimientos en literatura y en las ciencias políticas. Supo captarse en todo tiempo respetos y consideraciones aun de los más apasionados contrarios, y en Valencia ya no era sino veneración la que le tributaban todas las clases sociales. Murió en Caracas el año de 1878 y fue sepultado en el Panteón Nacional como varón eminente de la República.